En realidad, no me parece que el padre del muchacho desaparecido y encontrado muerto en el Colca, haya sido digamos el incentivo para el desborde irracional de la gente que, es cierto, hasta ha pedido pena de muerte para esta chica. Desde mucho antes de que él empezara a señalar la probable responsabilidad de Rosario, ya era la comidilla del día la rabia de la gente. Más bien la familia de Ciro en los primeros meses se empeñaba en demostrar una actitud complaciente frente a la compañera de su hijo en esa aventura fatídica. Creo que después del tercer mes resolvieron interponer una denuncia ante el Poder Judicial. La prensa - es decir, algunos medios periodísticos- se encargó imprudente e irresponsablemente (pero, claro, en busca de provecho) de soliviantar a la gente, de inundar las esquinas con el veneno de la sospecha, el insulto y la mala fe.
Por no haber mostrado el estereotipo de mujer que sufre, llora y se lamenta, es que, ante los ojos de la gente, Rosario apareció como culpable.
Cesare Lombroso, considerado el padre de la Criminología hablaba, al caracterizar a los delincuentes, de la existencia de tendencias innatas que podían observarse, entre otras cosas, en algunos rasgos físicos de las personas. Su teoría tuvo significativa influencia durante mucho tiempo. Por ello es que -como se recordará- casi siempre se escuchaba a la gente decir, cuando se refería a asaltantes, que "es un sujeto azambado", es "cholón", etc. Muchos se aprovechaban de ese criterio con apariencia de científico, para estigmatizar especialmente a las personas de estratos humildes como propensas al delito. Ahora resulta que ya no solo son ciertos rasgos físicos los que llevan a la sospecha y, prácticamente, a la condena anticipada -sin juicio, sin pericias, sin pruebas-, sino la forma de mirar, el no controlar el rictus que parece risa, el tipo de respuestas, etc. Y no es así, pues, como debe establecerse la culpabilidad. Y no solo no es así sino que -guste o no- nosotros no somos los llamados a hacerlo. Es el Poder Judicial.
Y, legalmente o, digamos, teóricamente, se entiende que un proceso judicial debe ser o tratar de ser "lo más perfecto posible", es decir, no dejar ningún resquicio de dudas o vacíos, para que la conclusión a la que se arribe (la sentencia condenatoria o absolutoria) sea bien dada: mejor dicho, que sea -con perdón de la redundancia- justa. Ya pasó la época en que se daban condenas como la dada al "monstruo de Armendáriz" que dejó dudas razonables; se aplicaba, entonces, el llamado proceso "inquisitivo". Ahora prevalece, o debe prevalecer, el "acusatorio garantista".
Esperemos a ver qué pasa con este caso.
Probablemente haya -al final de todo- quienes digan, regocijados, "¿no les dije?, yo sabía que era culpable"; y otros que afirmen, satisfechos, "por fin se demostró la inocencia de esta chica". Cualquiera sea el resultado, lo conveniente será que vuelva la calma.