miércoles, 15 de octubre de 2014

JUAN CRISTÓBAL: ELOGIO Y ELEGÍA / Por Hildebrando Pérez Grande



                                                          Quien dice que se va, ya se ha ido
                                                                       Tradición popular

Desde sus primeros cuadernos de poesía, hasta los más recientes, la escritura de Juan Cristóbal ( José Pardo del Arco, Lima, 1941), es  una suerte de bajo continuo, sostenido, tenso,  enriquecido a veces con las vibraciones y tonalidades  armoniosas de un lirismo afincado en el lenguaje onírico y el enjoyamiento verbal y así mismo, a manera de corriente alterna y complementaria, con algunos rasgos ásperos y altisonantes de la oralidad que viene de la calle y sobre todo de la esquina transgresora. Sus formas discursivas predominantes en el marco  del canon de occidente  constituyen la celebración  de una retórica que nos seduce por la sensualidad de sus imágenes insospechadas,  orillando, a veces con temerario riesgo, el vacío semántico y el lenguaje críptico. Los textos de Juan Cristóbal, son, pues,  una fiesta de la palabra y de la imaginación sin fronteras.

Uno de los filósofos contemporáneos más sugestivos y heterodoxos, a quien muchos consideran como un marxista libertario (si es que los hay), Gilles Deleuze (1925 – 1995), casi cerrando el siglo XX decía: “La filosofía no sirve al estado, ni a la iglesia, que tienen preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía”.  A la  sombra de lo que señala Deleuze en torno a la filosofía de nuestros días, reparamos que en el discurso, plural sin duda, de la poesía latinoamericana actual, encontramos un signo característico poco auspicioso: es un discurso que no explicita el júbilo existencial ni del hombre ni de la naturaleza. Pareciera más bien el testimonio verbal de una agonía anunciada ya hace muchas décadas en el Perú, por lo menos. Y si no recordemos los versos de Alejandro  Romualdo: “Se está cayendo el cielo para siempre…Está perdiendo altura. Se desciela”.

Precisamente, uno de los hallazgos más relevantes de la escritura de Juan Cristóbal es darle una configuración expresionista, honda, intensa y desgarrada a sus imágenes que desbordan la frontera mezquina de la  realidad cotidiana,  pues, su mirada es más amplia, totalizadora.  El poeta, con el cielo hecho pedacitos y en medio de la orfandad más lacerante, aguijoneado por la angustia existencial, con mucha destreza y dominio del idioma, va en busca del bien perdido, la infancia, la madre, y tan sólo esta búsqueda ya tiñe de  nostalgia, de melancolía, de un halo de tristeza su verbalización.  La modernidad de su mirada, es decir la desolación y el vacío que producen los  aparentes logros  materiales, se cristaliza en la mención de los trenes fantasmales, los aereoplanos que no tienen dónde aterrizar, los barcos que surcan por mares procelosos, las ciudades sórdidas y pavorosas,  pero por sobre todo por  el   escandaloso imperio del capitalismo en detrimento de la condición humana. En el sustrato de los deslumbrantes pero dolidos versos de Juan Cristóbal, hay una relación dialéctica con la realidad, una mirada holística y crítica que nos dice a las claras de su postura ética en el marco de la sociedad contemporánea.

En una de sus Visiones (1935), Walter Benjamin nos dice que “Habitar significa dejar huella”. Con un derroche de imaginación y un virtuosismo formal, cuando no con la resonancia virulenta de la calle, y con un espléndido manejo del versículo y el ritmo, Juan Cristóbal da cuenta de su existir, a manera de huellas testimoniales,  no retrayéndose en los fértiles territorios de la soledad sino en el generoso horizonte de la solidaridad. A primera vista se podría decir que la poética de Juan Cristóbal es la del desencanto y la derrota, del ensueño vano y el absurdo fatuo: un lujo verbal innecesario, un suntuoso delirio perverso. Nuestra apreciación dista mucho de esta lectura extraviada. Su poesía es un signo notable de los tiempos que vivimos. Tiempos de solidaridad sin límite alguno. Tiempos de revelación y rebeldía ante la injusticia y el oprobio y el  olvido. Poesía para Juan Cristóbal es memoria ardiente de los osarios anónimos que pueblan nuestro territorio.  Poesía es historia, magia y subversión. Poesía es militancia por un mundo mejor y no deleznable como el presente en donde “Nuestros sueños parecen forasteros perdidos”.

Al hacer un recuento de sus escritores favoritos, en medio de la fascinante creatividad vanguardista José Carlos Mariátegui manifiesta su admiración y le rinde homenaje a Romain Rolland, un escritor  más bien decimonónico y autor de la monumental novela Juan Cristóbal. El Amauta dice: “Los hombres jóvenes de Hispano-América tenemos el derecho de sentirnos sus discípulos”. Y nos dice también que Romain Rolland representa una reacción contra un mundo de alma crepuscular y desencantada”. Y más aún, Mariátegui  sostiene que el autor de Juan Cristóbalen los últimos años ha llevado más claridad a las almas y amor a los corazones” y señala, para terminar su rendida admiración  que su obra es un “exaltado ideal de belleza y de justicia”.

En uno de sus últimos discursos, José María Arguedas sostenía que no distinguía bien cuánto había  asimilado el socialismo –leyendo a Mariátegui y a Lenin-, pero sí sabía que el socialismo  no había matado en él lo mágico.  Con las distancias del caso, se me ocurre pensar, a propósito del azar y la historia, que el Amauta, acaso adelantándose a este merecido homenaje que hoy se le ofrece a Juan Cristóbal, podía haber dicho de él lo que dijo de Romain Rolland. Esto es: la poesía de Juan Cristóbal “representa una reacción contra un mundo de alma crepuscular y desencantada”, la poesía de Juan Cristóbal “ha llevado más claridad a las almas y amor a los corazones”, la poesía de Juan Cristóbal es “un exaltado ideal de belleza y de justicia”.

 En consideración a lo que acabo de reseñar, y para terminar,  nosotros, sus lectores agradecidos, sólo le podemos decir lo siguiente  a Juan Cristóbal, ante el anuncio de que dejará para siempre la página en blanco: compañero, no sea malo en sucumbir. Escriba siempre al pie del orbe.

 A esta demanda unánime, yo me adhiero. Gracias…

Lima, 14 de octubre, 2014.