sábado, 22 de diciembre de 2018

UNA CARTA AMOTINADA PARA MARCO TULIO ROTONDO*


También se puede –de entrada y de sopetón-  ser desconcertante, cuando de literatura y sobre todo de poesía se trata, ¿no es cierto Marco Tulio? Nadie está obligado (y nadie puede obligar) a lo que sería algo así como “guardar la compostura” por el prurito de tratar de “quedar bien” y, digamos, no salirse de “las reglas” o del “buen escribir”. Eso –el ser rebelde, el no estar nunca conforme- es esencia del arte, de la literatura, de la poesía. Qué quiero decir: que también es válido y no reprobable (aunque haya quienes piensen lo contrario) querer épater les bourgeois incluso cuando, por ejemplo, de ponerle el título a un libro se trata.  No sé, o no estoy seguro, si este fue el propósito que tuviste al ponerle al libro que aquí se presenta este título: Terneza amotinada, pero es lo que has logrado -al menos en mí, lo cual, por cierto, no significa que yo sea parte de la burguesía-. Épater les bourgeois: ponerle de vuelta y media al lector, dejarlo atónito, patidifuso. En un principio yo quise sugerirte que el título fuese, más bien, “Ternura amotinada”, porque fonéticamente tiene más dulzor, es empalagoso y… tierno; pero rápidamente cambié de opinión y me dije: la ternura de un poemario no tiene por qué manifestarse también en su título y no es una condición que deba cumplirse eso que en derecho se conoce como principio de congruencia. Quisiste ponerle ese título a tu libro (“No pregunté tu nombre: / solo te llamé terneza”) y así ha de llamarse por el resto de sus días. A fin de cuentas, es la arbitrariedad, la libre voluntad, lo que se impone en la poesía. Por ejemplo (obviamente tú lo sabes), todo el mundo trató y sigue tratando de encontrarle una explicación razonable al significado de Trilce, título del más innovador libro de César Vallejo y, claro, casi nadie parece hacerle caso al mismo autor, que se encargó de poner los puntos sobre las íes al afirmar en una entrevista, simple y llanamente, que no significaba nada, que lo inventó solo porque no encontró “ninguna palabra con dignidad de título” y, sin más ni más –de modo arbitrario-, apareció la desconcertante palabrita. Bueno, tú no tuviste que inventar un nuevo vocablo, pero encontraste este que es muy sugerente: Terneza, que -como sabemos- es sinónimo de ternura, pero  –con la licencia que nos prodiga la poesía y haciendo un trabajo de disección, como otros han hecho con la palabra  Trilce- podríamos tal vez terminar asignándole el significado de tierna tristeza (considerando, obviamente, estos lexemas: tern-ura y trist-eza), ¿verdad? Claro, en tu libro, en tu poesía, no hay precisamente tristeza pero sí una ternura que se desborda en violenta turbulencia, en motín, libremente. Y allí está su particularidad. ¿El amor tiene que ser sinónimo solo de dulzura, de apacibilidad y acaso también de ocasional desconsuelo? Quizás (¿Quién, gracias a un amor, no ha sentido que camina sobre nubes o, por su culpa, no ha tenido la sensación de enfrentarse a cíclopes y lestrigones? Yo sí). El amor puede –en tanto no dañe a nadie- amotinarse y ser un huracán o una bola de fuego. Esto es lo que aparece dicho o insinuado en este libro: amar como las olas, en libertad. Esta, la tuya, Marco Tulio, es eso: poesía de amor, del amor erótico y del amor universal, en libertad, y es –también y sobre todo- un homenaje a la mujer (que nació “para inquietar la mar”; “para que las estrellas alumbren en la nocturnidad / y el sol abrigue esperanzas…”). ¡Bendita la mujer, pues! Merecedora de este y de muchos cantos: “¿recuerdas cuando cabalgábamos / llenos de amor / y el gozo era un acantilado / por donde navegaban nuestros deseos?”. El gozo del amor convertido en acantilado: abismo, profundidad (¡bella y terrible imagen!) que a veces pueden estar en la desventura o en la desesperanza: “… le pregunto a los sueños y a los árboles / dónde estará / y solo me responde un triste silencio”. ¿Puede, quien ama, experimentar despecho, malquerencia? Creo que sí: “… siento tu piel agrietada por el desamor / de estas manos que gozaron tu cuerpo. / Ardes en el infierno de la tristeza / fuiste mía y ya no…”, “…mientras tú desapareces entre la bruma / preguntándote / cuándo dejaste de ser la soñada”. ¿Suena a rencor, a vals de desconsuelo, tal vez? Creo que sí. Ya lo dije antes, no solo el amor erótico es merecedor de apología aquí; también aquel de la bondad, que no mira a quien, se desborda a raudales en esta poesía: “… sentir hambre por dar mi pan a un menesteroso / y frío por dar mi abrigo a un veterano de paz”. Veterano de paz, no de guerra. Un alegato contra la violencia que hiere: “…no entiendo cuando rezan a un dios para ir a la guerra”. En este libro ¿qué hay? La respuesta es obvia, hay eso que exuda cada poema a mares: humanidad. Es que, de principio a fin, eso es la poesía, pues: humanidad (expresada por el medio más bello y noble que pudo haberse creado: la palabra). ¿Terneza? Sí, ternura a mares, como un látigo contra el odio y la maldad; como “el río cuando pelea con las rocas y alimenta lagos” o la mujer que alimenta el alma y nutre la existencia. Es tu poesía, Marco Tulio, fruta fresca, pan recién salido del horno, agua clara. Terneza amotinada contra cíclopes y lestrigones. Poesía de vida y de esperanza. Espejo de los buenos sentimientos. ¡Te felicito y abrazo, sinceramente!

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*Prólogo a "Terneza amotinada", poemario de Marco Tulio Rotondo.