miércoles, 6 de abril de 2022

"CHO" NO ES UN VOCABLO DE LA LENGUA CULLE

 

En la nota introductoria de mi diccionario pallasquino puse lo siguiente: "A los pallasquinos, por ejemplo, nos identifica, entre otras expresiones, el 'cho', voz que empleamos para llamar o pedir atención a alguien. Equivale, sobre todo, a 'amigo'. Se trata -en el uso actual de Pallasca- de la apócope de la palabra 'cholo', generada con propósito eufemístico".   

Dije que es -en el uso actual- la apócope de "cholo" (repito, en el uso). No quise decir que allí estuviese su origen, sino que (a ver si se entiende) lo usamos como reemplazo de aquella palabra (por su significado) para dirigirnos exclusivamente a un varón, pues para tratar a una mujer se dice "chi": "cho", por "cholo"; "chi", por "china".  

Respecto de su origen propiamente dicho, en nota de pie de página me atreví a asegurar que "cho" no es una palabra proveniente de la lengua culli (o culle), sino que había llegado  desde España. Aquí transcribo la referida nota de pie de página:  


"El cura Teodoro Meléndez Gonzales elaboró en 1915 –tras escuchar a un anciano pallasquino- una lista de diecinueve voces consideradas por él como de origen culli. Esta lista fue alcanzada a Santiago Antúnez de Mayolo quien, a su vez, la hizo llegar en 1935 al francés Paul Rivet. Posteriormente, al analizar las voces, los estudiosos establecieron que dos de ellas, nina y guallpal[1] no correspondían a ese origen, pues forman parte del léxico quechua (en castellano: fuego y gallina, respectivamente). Pero en lo que no pusieron atención fue en la expresión “cho”, a la que el religioso le atribuyó función apelativa (¡eh!) y con el significado de “amigo”. Creo que fue un error considerarla como voz culli. Su origen podría estar –improbablemente- en alguna lengua ya extinta del norte peruano, pero no en el culli. Sin embargo, considero que más razonable es ubicar su nacimiento en la península ibérica. Me explico. La interjección "cho" viene de España, y es similar o equivalente a “so”, usada casi siempre para “hacer parar o detener las caballerías” (como lo define un vetusto diccionario –de 1913- que como herencia familiar conservo en mi biblioteca); pero también ha servido con frecuencia para expresar asombro, y a veces indignación. Es obvio que, andando el tiempo, esta voz pasó a cumplir función apelativa, tal vez como derivación del uso, repito, dado “para hacer parar o detener las caballerías”, o quizás porque uno de sus significados (es lo que encuentro en el diccionario referido) correspondía al pronombre antiguo o anticuado “su”. O acaso su origen esté en la arbitraria y vulgar deformación y simplificación que sufrió la palabra señor durante el Siglo de Oro: convertida, sucesivamente en seor y sor, y probablemente después en so, de la que se derivó cho. Pero –repito- actualmente en Pallasca el "cho" corresponde, por su uso, a la apócope de la palabra "cholo"; y, además de ser usado como interjección con función apelativa (para llamar, detener o pedir atención a alguien) es, también, un sustantivo, con el significado de amigo, pero solo para dirigirse o referirse a varones, pues para mujeres se usa el “chi” (apócope de china). Y he aquí una particularidad adicional muy importante: a diferencia de lo que ocurre en otros pueblos, en Pallasca -obviamente por su equivalencia con "amigo"- se le pluraliza ("chos", para varones; "chis", para mujeres)". 


Como digo allí, lo que me sirvió de apoyo documental fue el viejo diccionario (de 1913) que conservo en mi biblioteca. Bueno, ahora debo decir que ese no fue el primer diccionario que registró la palabra "cho"; mucho antes ya había sido incluida en el Diccionario de Autoridades (Tomo II, 1729), y con una definición similar, la que transcribo textualmente: "Voz de que se sirven los harrieros, gañánes y gente del campo, para que paren, y se detengan las cabalgadúras, que están enseñadas à hacerlo por la continuación de oir esta voz". Interesante, sin duda. 

Pero más interesante ha resultado lo que acabo de encontrar, pues creo que confirma esto que dije precisamente acerca de la procedencia de la palabra de marras: “O acaso su origen esté en la arbitraria y vulgar deformación y simplificación que sufrió la palabra señor durante el Siglo de Oro: convertida, sucesivamente en seor y sor, y probablemente después en so, de la que se derivó cho)”. Se trata (es lo que he encontrado) del Diccionario histórico del español de Canarias (DHEC), publicado en la Web por la Real Academia Española (RAE), en que aparece, con una nutrida información documental, la palabra “cho” con el significado de “señor”. Una de las referencias que hace, por ejemplo, es a la novela El Cacique (1898), de Guillón Barrús, en cuya página 25 puede leerse el breve pero muy ilustrativo y explicito parlamento de uno de sus personajes: "En esto llegó el medianero. ─¡Hola, cho Sixto! ¿qué tal? ¿Cómo andan esos plantíos?”. El “cho” usado tal como se hace en Pallasca: para dirigirse a una persona del sexo masculino. ¿Y cuál es el vocablo para dirigirse a una mujer? En Pallasca –ya lo dije- es “chi”, y en España (concretamente, en Canarias), “cha” (DHEC: “Navarro Correa Habla Valle Gran Rey (p.51): cho.- Tratamiento que se da a los ancianos (cho Juan, cha María)”.  

La particularidad que tiene el uso del “cho” en Pallasca, que lo diferencia del que tenía en Canarias[2], es esta: mientras que en el archipiélago español era “un tratamiento de respeto (…) que se anteponía al nombre propio” (DHEC), es decir, para dirigirse a personas mayores, en Pallasca, más bien, se emplea en el trato de confianza o familiaridad, entre quienes se tutean. Otra cosa que merece ser resaltada es que en Pallasca, el "cho" incluso se pluraliza 

Bien. Creo que está confirmado (hasta ahora, y con referencias reales que valen como prueba; es decir, no solo con sospechas), lo que dije en el Diccionario Pallasquino. La palabra “cho” -específicamente la que se usa en Pallasca- no procede de la lengua culle (y, estoy seguro, de ninguna otra lengua andina); todo indica que habría sido traída de España. Afirmo, por ello, que el presbítero Teodoro Meléndez Gonzales[3] se equivocó, al considerarla como vocablo nativo en la lista de voces que recogió en algún caserío de Pallasca ("de boca de un anciano") y que en 1915 hizo llegar al sabio ancashino Santiago Antúnez de Mayolo quien, veinte años después, la dio a conocer al estudioso francés Paul Rivet. 

(Faltaría saber -para redondear el asunto- cuándo fue que llegó a  estas tierras y por qué se estableció únicamente en una zona de nuestro país. ¿Quizás porque solo fueron pocas familias, que se asentaron en algunos pueblos de la sierra norte, las que trajeron este vocablo? Bueno, al menos respecto de su arribo a estas tierras, mi hipótesis es que -a Pallasca- no llegó con la Conquista sino, posiblemente, a fines del siglo XVIII o principios del XIX. En fin, es un trabajo sumamente arduo el que aún queda por delante, para lograr una respuesta definitiva a esta última inquietud).

 

© Bernardo Rafael Álvarez



[1] Pero creo que conviene señalar que no solo estas dos palabras, nina y guallpa, además del cho, son ajenas a la lengua culle. También lo es pichón y kiamberto: la primera es palabra castellana originada en el latín, y la segunda expresión, si bien no forma parte del léxico español, por razones fonéticas es más próxima a él que a alguna lengua andina. Esto puse en nota a pie de página en mi ensayo Cutipar / unas palabras sobre el castellano pallasquino y la lengua culli (enero, 2018): “¿’Ki amberto gual’pe’ no habría sido, tal vez, una caprichosa o arbitraria manera de decir algo como: ‘Qué hambre de comer gallina’? Me aventuro a creer que sí. Definitivamente, de lo que estoy convencido –mientras no se me demuestre lo contrario- es que, dejando de lado la misteriosa partícula ‘ki’, la expresión ‘amberto gual’pe’, recogida por el cura Meléndez, nada tiene que ver con la lengua culli.”
[2] Efectivamente, uso que tenía en Canarias (ya no se usa, según me informa el periodista y escritor tinerfeño Ramón Alemán). El Diccionario Básico de Canarismos, publicado por la Academia Canaria de la Lengua, dice que era una fórmula de tratamiento que "antepuesta al nombre, fue empleada para referirse a personas mayores pertenecientes al nivel popular". 
[3] Así se apellidó: Meléndez Gonzales; y no Gonzales Meléndez.