lunes, 26 de noviembre de 2012

UN MAESTRO QUE NOS DEJÓ HUELLA / Por: Miguel Aguilar Sánchez

Entre los años 1962 a 1966, estudié mi Educación Primaria en la Escuela Prevocacional de Varones Nº 293 del Distrito de Pallasca- en la zona andina de Ancash, de la que podría asegurar fue una de las mejores que haya conocido; contaba con un amplio patio de honor con proscenio, Salón de Actos, con vestuario y telones, Museo con restos arqueológicos de los antepasados de la zona, Aulas bien distribuidas, Talleres: de Carpintería, Pequeñas Industrias, Zapatería, Agropecuaria y Sastrería; banda de guerra y banda de música, piscina,  un hermoso bosque de aromáticos eucaliptos y muy cerca, como se diría a un paso,  el Estadio de Fútbol Municipal que en el lado oeste tenía una especie de peñasco muy accesible, que en los días de campeonato deportivo servía de tribuna natural y que en los vientos del otoño echábamos a volar nuestras cometas de carrizo, -forradas unas con papel cometa y otras con periódicos- y aviones hechos con las hojas del cuaderno “Atlas”; total qué importaba el material, si cada quien buscaba hacerlo llegar lo más alto y lejos posible.

Hablar de mi Alma Máter es también contarles de la calidad de sus maestros; sí de maestros, porque así se les nominaba a los que enseñaban educación primaria y de veras que lo eran. Maestros en moldear nuestras mentes y corazones. Cómo no evocar en la memoria a su Director: Eloy Sifuentes; los maestros: Oscar Sandoval, Rafael Álvarez, Reynaldo Hidalgo, Angel Acorda, Arnaldo Gonzales, Juan Vega, Manuel Ibargüen, Segundo Castillo, Porfirio Solano, Miguel Piedra, Elio Machado, Isaac Valdivia, Ruperto Castillo, y el inolvidable portero Roberto Salvatierra. Algunas veces, como acostumbran ahora los alumnos en decir a los profesores “profes”, por entonces juguetona e inconscientemente como niños o a fuerza de pronunciar esta palabra muchas veces, por abreviatura al maestro simplemente le decíamos “metro”, así en el caso mío me enseñaba el “metro Rafa”

Rafael Álvarez Brun, fue mi maestro del 1º al 5º grado de primaria, ducho para enseñarnos los conocimientos de las ciencias y las letras, presto para tomarnos la tabla de multiplicar, melodioso para hacernos cantar y  noble y tolerante ante nuestras travesuras.

Nuestras clases diarias las realizábamos en el salón de actos, el cual era un lugar amplio: a un extremo la pizarra, al otro el proscenio para las actuaciones, especialmente nocturnas, llamadas “Veladas Literario Musicales”, con carpetas bipersonales para sentarnos de a dos. Hacíamos las tareas con las inquietudes infantiles propias de la edad,  en ocasiones hacíamos tarjeteros tejidos con coloridas serpentinas; el maestro “Rafa” solía pasearse entre las carpetas silbando con un tono muy suave la canción incaica “Vírgenes del Sol”, suspendiendo su silbido para ayudarnos con la tarea o apoyarnos con indicaciones en nuestro trabajo manual.

Pero lo que más disfrutábamos de él, era la narración de sus cuentos, por la forma tan original como lo hacía; sobre todo había uno muy especial que a no equivocarme si nos habría contado unas cien veces en nuestra vida estudiantil primaria, es poco, tal vez hayan sido mucho más que no es una exageración, pues lo hacía de tal modo que cual encantador oriental de serpientes, en el acto mantenía nuestra atención.

Este era el cuento de “La vieja patera”. No sé si este cuento esté en algún texto proveniente del oriente, de reyes,  príncipes y princesas, pero presumo que su procedencia es de allí, tal vez lleve otro nombre; mas para mí “La vieja patera”, es del maestro Rafael.

Como todo cuento de esta índole, los acontecimientos suceden en un reinado donde el Rey tenía tres hijas y un día las hace llamar para que le dijesen como a qué lo querían.

Llamó Primero a la mayor:

-          Hija mía, Cómo a qué me quieres?
-          Yo, padre te quiero como a la luz de mis ojos.
-          ¡Ah!, esta hija sí me quiere, es por tanto digna de estar en mi reino- Dijo contento el rey
-          ¡Qué venga mi segunda hija!-  ordenó al criado.
En el acto vino la segunda hija.
-          ¿Hija cómo a qué me quieres?- Preguntó
-          Padre, yo te quiero como a las venas de mi corazón.
-          Ah, esta hija sí me quiere, denle todo lo que le plazca en mi reino- Dijo rebosante de felicidad el soberano.
Finalmente ordenó llamar a la hija menor:
-          ¡Venga mi hija menor, seguramente ella me querrá mucho más!
Vino presta la hija menor.
Hija mía, ¿Cómo a qué me quieres?
-          Yo padre te quiero como a la sal de la comida. (Algunas veces el profesor decía "como a la sal de la comida", otras "como a la sal del “locro”)

Se enfureció el rey.

-    Esta hija no me quiere, no merece estar en mi reino. ¡Criado!. ¡Llévala al bosque con todas sus cosas y sacrifícala y tráeme como prueba del cumplimiento de mi orden el corazón de esta mala hija!

Tras la sentencia, la pobre hija acomodó sus pocas cosas  y acompañada con el criado, enrumbaron al bosque con enorme tristeza.

Este era el momento más expectante para nosotros, ahí estábamos como hipnotizados,  atentos a cualquier movimiento, detalle o lo que fuera porque aparecía el narrador-actor, que como era único captaba toda nuestra atención, los de la primera fila de las carpetas éramos los privilegiados, los de las últimas filas eran los más altos de la clase, pero igual se empinaban para ver el espectáculo. Ahí estaban, silenciosos, casi sin respirar, menos pestañear, una treintena de espectadores, entre ellos el Rosendo “Rosho” Campos, Antonio Cier, Bernardo Álvarez (hijo mayor del maestro), Juan Fernández, Raymundo Campos, Los mellizos de Cuymalca, mis primos Belisario y Manuel Aguilar de Huachaullo, Andrés Matta de Llaymucha, Manuel Aparicio, Pedro Huanca, Carlos Villavicencio, Juan Alcántara, Aurelio Estrada, Dócil y Nelson Valdez, Víctor Díaz, Walter Álvarez, Anacleto Bada, Marcos y Wilson Ruiz….

Continuaba la narración.

Detrás de la princesa iba su noble y fiel perrito- ¡Era el momento que más disfrutábamos! Nuestro maestro, encorvaba un tanto el torso, hacía un zapateo cortito, avanzando los pasos, sacando un tanto la lengua,  jadeando cual un perrito,  y haciendo con la mano como si fuera meneando la cola, con una gracia tal que casi ni nos dábamos cuenta que el pobre can iba a un sacrificio, porque de tantas veces repetido el cuento ya lo sabíamos de memoria.

Proseguía la narración.

Después de caminar mucho y llegar al bosque, la princesa le dice al criado:
-          Ya llegamos, tienes que cumplir la orden de  mi padre.
Pero el criado se compadece de la niña y le dice:
-          No mi ama, no haré eso, mejor mataré al perrito y así llevaré el corazón para mostrarlo al rey.
Así lo hace y regresa al palacio, mostrando el corazón del perrito como prueba de haber cumplido fielmente las órdenes del rey.
La princesa, deambula por el bosque varios días, pero tiene que buscar algún lugar donde vivir y no quedarse a merced de los animales del bosque, así que caminando y caminando llega a un palacio, y se disfraza de viejita para pedir posada.
Toca la puerta del palacio.
-          ¿Quién es?- Pregunta el rey
-          Yo, shiñor, quiero posadita shiñor, puedo hacer trabajito shiñor.( Este "shiñor", lo hacía con un timbre de voz que no nos cabía la menor duda que era una viejita)
-          Esta vieja. ¿Qué puede hacer? – Dijo para sí el rey- ¡Ah!, ya sé la pondré a cuidar los patos. ¡Criado llévala a la casa de campo y ahí que cuide los patos!

Dirigiéndose a la falsa viejita, le dice:
-           ¡Vieja vas a cuidar bien los patos ah! ¡Cuidado con descuidarlos!
-          Shi shiñor, ashí será shiñor

Se instaló en la casa de campo hasta que cierto día el príncipe le dice a su padre el rey.
-          Padre, voy a la casa de campo, a ver los patos, no vaya ser que la “vieja patera” los tenga descuidados.
-          Cierto, hijo. Hay que ir a ver a esa “vieja patera” y verifica cómo están los patos.

Este es otro momento especial; el maestro-actor coge una regla larga que tenía en el aula para seguir las lecturas en la pizarra, simula que es un corcel, lo monta y emprende a  galope hacia la casa de campo. Ese galope de caballo, lo hacía igual con el zapateo de los pasos del perrito en el episodio anterior, solo que en nuestra fantasía infantil éste era un hermoso corcel, montado por un elegante y apuesto príncipe.

Llega a la casa de campo escucha una hermosa melodía de guitarra (lo escenifica). Silenciosamente desmonta, se aproxima a la puerta, mira por las rendijas, se limpia una y otra vez los ojos, no creyendo ver lo que veía, le sorprende lo que ve, pues es una hermosa doncella que toca una hermosa melodía con la guitarra.

Con autoridad de príncipe toca la puerta y la doncella como puede alcanza a ponerse su disfraz.
-          ¿Quién esh?
-          ¡Yo vieja abre la puerta!
-          Eshta bien shiñor.
Abre la puerta y la encuentra sola
-          Vieja, quién más está acá?
-          Nadie shiñor, yo sholita nomás shiñor.
-          Me parece haber escuchado música.
-          No shiñor yo nomás eshtoy shiñor.
-          Está bien cómo están los patos?¿Están aumentando?
-          Shi shiñor, todo eshta bien shiñor. Están aumentando los patos shiñor.
-          Bueno vieja, así me gusta, me voy. Adiós.

Pero al príncipe, le quedó la duda de lo que estaba sucediendo en la casa de campo y decide ir por la noche para ver lo que sucede. Igual como la primera vez el actor monta su caballo y va rumbo a la casa de campo; escucha la melodía, desmonta, mira a través de las rendijas, se limpia una y otra vez  los ojos y ve igual que la vez anterior,  a una hermosa doncella tocando la guitarra, pero esta vez está decidido a no darle tiempo y toca la puerta con tal apuro que no le queda más remedio a la doncella que abrir la puerta sin tener tiempo de ponerse su disfraz. El príncipe queda sorprendido y encantado de la hermosa doncella y decide visitarla una y otra vez, hasta que le pide matrimonio a lo cual ella accede, teniendo que comunicarle a su padre el rey.

-          Padre, tengo que decirte algo.
-          Dime hijo.
-          Padre, quiero casarme con la “vieja patera”.
-          Hijo, cómo es posible, ¿Te has vuelto loco?
-          No padre, la vieja patera es una hermosa doncella, vamos a la casa de campo para que la conozcas.

Enrumban en sus corceles hacia la casa de campo. Efectivamente, era una hermosa dama. El rey queda encantado y acepta la boda. Cursan las invitaciones a todos los reinos vecinos.
Llegado el día de la boda, la princesa reconoce a su padre entre los invitados y dice a sus criados
-          A la persona que está sentada frente a mí, sírvanle la comida sin sal.
Sirven el banquete, todos comen y saborean con beneplácito los manjares de la boda y el padre de la hija que se había sentado frente a ella, no comía, no obstante que le dicen que se sirva y él solamente asiente:
-          Está bien gracias. Ya está bien.
Preocupado el padre del príncipe, le pregunta
-          ¿Por qué no come majestad? ¿Dígame, no le apetece la comida?
-          La verdad su majestad es que toda la comida que me han servido está sin sal.
-          Cómo es posible- dice el rey. ¡Traigan al cocinero! ¡Hay que castigarlo!
Ante esto, se para la princesa y dice:
-      Yo he ordenado que se le sirva la comida sin sal. Porque un día que me llamara para decirle cómo a qué le quería y  le dijera que lo quería como a la sal de la comida, él me mando al bosque y encargó al criado que me matara; él es mi padre.

El rey  arrepentido  abrazó a su hija lleno de emoción y alegría de verla viva y muy hermosa.

-          ¡Perdóname hija!, ¡Perdóname!. Gracias criado por no haberla matado. Que venga el criado para que coma junto a mí. Qué traigan más vino, más comida que siga la celebración. Y tuvieron muchos, muchos días de celebración de boda. Tal vez hasta ahora…

Terminaba la narración con felicidad, nos mirábamos uno a otro contentos, satisfechos casi siendo parte del banquete de boda.

Alguna vez como niños, se nos ocurrió preguntarle:
-          Maestro “Rafa”, ¿Seguirán celebrando?
-          Así es hijito, es posible que sigan celebrando- Nuestra imaginación volaba en ese fantástico mundo infantil.

Terminadas las tareas o a veces en el patio de honor cuando hacía su turno semanal, porque cada maestro en este turno hacía la formación general, tocaba la campana para la entrada, salida y el recreo, nos sorprendía preguntándonos:
-          Niños, ¿quieren un cuentito?
-          ¡Si!, ¡Si!- un coro unánime.

-          ¿Cuál quieren?

-     ¡La vieja patera, maestro!¡La vieja, patera “metro” Rafa!, ¡La vieja patera!, ¡La vieja patera, maestro Rafael!,  ¡Sí!, ¡Sí, la vieja patera! ¡Ese!, ¡Ese!- Voces de niños por todos los sectores.

-       Está bien, se los voy a contar- Ahí estaba mi  maestro, nuevamente captando nuestra mayor atención.

En alguna oportunidad, intenté contar este cuento a mis hijos en su niñez, les gustó su contenido fantástico, mas para mí era torpe mi narración,  esas habilidades solo las tuvo mi maestro Rafael; maestro que cumpliendo por entero su noble misión, dejó su más grata y apreciada huella en los corazones de quienes tuvimos el honor de haberlo tenido como maestro guía en nuestra niñez.