sábado, 8 de septiembre de 2012

EL HUÁYCHAGO


Tengo una penaSerá de frío!, decía luego de dar un par de rasgueos a su humilde guitarra o, como él la llamaba, su palito trinador. Era zapatero para ser precisos: zapatero remendón. Su casa, en la que funcionaba su taller (algún nombre tenemos que darle) estaba frente a lo que por algún tiempo fue la sede del Instituto Nacional Agropecuario y, luego, del Colegio Municipal Mixto. Vestía un medio deslustrado saco azul marino y vivía solo, por lo menos eso es lo que registra nuestra frágil memoria. Acostumbraba tomarse unos traguitos, con una casi apretada frecuencia, pero el licor nunca llegaba a producir efectos grotescos en su comportamiento. A los niños que, a veces, lo visitábamos solía contarnos algunos episodios, ya borrosos,  de su vida. En cierta ocasión (le gustaba recordarlo ante nuestra jubilosa curiosidad, con irrefrenable recurrencia y sin poder disimular un inocente orgullo) llegó a cantar en el otrora Coliseo Nacional. Tengo una pena…”, insistía. Probablemente aquella fue la única vez que pudo dar a conocer su talento, su arte, frente a un público distinto al minúsculo y pueril auditorio que conformábamos nosotros. En la sonrisa que se dibujada, discreta, tímida, candorosa,  en sus ojos vivaces, se filtraban sentimientos de tristeza, de frustración, de abandono, pero también de esperanza. Era un hombre (lo conocimos ya anciano) que inspiraba verdadera ternura; sin embargo, es posible que (mocosos de miércoles, cuándo no) le hayamos hecho víctima de alguna imberbe perversidad (bromas pesadas rayanas con el sarcasmo, por ejemplo, pero nada más). Tengo una pena, volvía a insistir. Y después de acentuar intensa y conmovedoramente esta palabra: niño -que en sus labios sonaba a bondad-, volvía a dar tres o cuatro punteos de un impreciso huayno a la manera de Cajatambo, se abrazaba a la guitarra pegando el pómulo izquierdo a los trastes, como en un acto de amor, y enseguida se sumergía en un prolongado silencio que parecía un túnel sin fin. Era don Manuel Vásquez aquel inolvidable paisano. Ahora que es invierno lo evocamos, y nos damos cuenta que, también nosotros, soportamos una pena, tal vez como la de él, nuestro entrañable e irrepetible Huáychago!
 
21 de julio 2007