sábado, 25 de diciembre de 2021

¿HAYA O NO HAYA, HAIGA SERÁ? (MI ALEGATO)

I

Fastidiado (tal vez disgustado) por el verbo "aperturar”, Fernando Lázaro Carreter, que fue Director de la Real Academia Española (RAE) de 1992 a 1998, alguna vez afirmó esto: “Aperturado el camino, nada impide que lecturar sustituya a leer, baraturar a abaratar y licenciaturarse a licenciarse”. Es evidente que su propósito fue simplemente ironizar respecto de aquello que le parecía impropio; sin embargo, lo que -obviamente sin querer- logró fue afirmar una verdad monda y lironda (es decir, no se equivocó). Efectivamente, no hay nada que impida que esas formas verbales –mencionadas por él, y que tal vez le parecían “monstruosas”- puedan en algún momento ser concebidas, lo cual no sería ilegítimo ni incorrecto. ¿Razones para oponerse? Ninguna. 

 

Lo del académico Lázaro Carreter fue, pues, solo una graciosa e inocua ironía. Lo hecho por otros, en torno a este verbo "indeseable", sí resultaba rudo, acre y hasta ponzoñoso. “Aperturar", para ellos fue siempre un disparate, un asqueroso barbarismo, algo ajeno al sentido común, aberración y monstruosidad, algo digno de ser condenado al fuego del infierno; tan intensa era la molestia que experimentaban que daba la impresión de que se sentían afectados como si se tratara de un asunto que les estuviera golpeando directamente, y parecía que lo asumían casi como un caso de necesaria protección al "honor familiar”. "¿El verbo 'aperturar'? ¡Maldita sea, hay que expatriarlo!", parecían exclamar, furiosos. 

 

Uno de los poquísimos empeñados en defenderlo -si es que no el único- fui yo; convencido de que las palabras no se dividen en buenas y malas, y que los hablantes y escribientes no somos súbditos de ninguna corona real, que en estas cosas hay o debe haber libertad. Es decir, yo echaba mano a algo sumamente elemental: el sentido común. 

 

Bueno, ha pasado el tiempo y ¿qué es lo que ha ocurrido finalmente? Contra viento y marea, e incluso contra sus propios escrúpulos, hace unos pocos días, la RAE (que también lo rechazaba) ha hecho -por justicia y digamos que por la voluntad general de los pueblos- lo que correspondía: incluir el, para muchos, antipático verbo en el Diccionario de la Lengua Española (DLE), concretamente en la actualización 23.5 que fue presentada el pasado jueves 16 de este mes (diciembre, 2021). “Aperturar” ya dejó, pues, de ser un verbo espurio. 

II

Pero, pregunto, ¿ha sido el único verbo durante mucho tiempo despreciado en nuestra extensa comarca hispanoparlante? No. No solo él ha sufrido en carne propia la rudeza del rechazo, el escarnio y hasta la ofensa, no solo él se ha hecho merecedor del "libelo de repudio". Hubo otros también, que aún siguen soportando los embates de lo que pareciera ser una suerte de "odio de clase": la "alta burguesía intelectual" contra el desarrapado "proletariado" lingüístico. 

 

Víctima es, también, esto que voy a mencionar: una de las formas verbales que no solo no es de existencia reciente -pues viene siendo empleada desde varios siglos atrás- sino que además, es usada por muchísima gente en diferentes países. (Respecto del Perú no lo sé exactamente, pero estoy seguro de que no son pocos; y, según un estudio de M. Johnson y S. Barnes, en México es empleada por el 35% de su población (Haya vs. Haiga: an análisis of the variation observed in mexican spanish using a mixed effects model, 2013). Ello no obstante, esta forma verbal, según la RAE (lo ha dicho en el Diccionario Panhispánico de Dudas y a través de otros medios) es ajena a la norma culta, o -peor aún- en palabras de doña Marthita, nuestra ilustre lingüista: es "absolutamente inaceptable”: incluso hay quienes la califican como "malsonante". Situación absurda e injusta, realmente. (Más adelante expondré mis razones).

 

¿Cuál es ese ya prácticamente condenado elemento verbal que usa el "vulgo” y que los "arios" de la lengua quisieran hacer que desaparezca? Es este: el modo subjuntivo del verbo haber, es decir, el HAIGA, acerca de lo cual tenemos lo siguiente. En respuesta a una consulta, hecha a través del Twitter, la RAE dio esta respuesta, en julio del 2019: “Formas como ‘haiga, vistes’ o 'naiden' no son válidas y se consideran sin duda ajenas a la norma culta”; y si revisamos el Diccionario Panhispánico de Dudas encontraremos que “hoy son ajenas a la norma culta las formas de presente de subjuntivo haiga, haigas, etc., en lugar de haya, hayas, etc.”.


Es cierto, el subjuntivo “haiga” (porque, efectivamente, lo es) no forma parte de la llamada norma culta o lengua culta (o uso culto). Quienes lo emplean, con absoluta naturalidad y sin estar preocupados por lo que pudieran decir los doctores (y acaso ser prohibidos por ellos), son, sobre todo, gente humilde, generalmente de pueblos o barrios pobres, aquellos que tal vez por razones económicas no pudieron acceder a niveles de estudio elevados; son las personas a las que el mundo ilustrado suele llamar analfabetos y son mirados despectivamente, por sobre el hombro, y hasta son objeto de burla. No son pocos, pero a pesar de ello, la aludida forma verbal que emplean cotidianamente sigue siendo rechazada no solo por la gente “culta” sino, especialmente, por la institución cuyo papel no es calificar la calidad de los vocablos y “avalarlos” o prohibirlos sino, únicamente -cuando llega a documentarse de que su uso es generalizado en determinada área geográfica del habla hispana- asimilarlos y eventualmente incorporarlos al Diccionario. Esta institución es la RAE. Es posible que alguien, tras revisar el repertorio lexicográfico oficial, diga que sí, que “haiga” sí está registrado allí. Empero, hay que precisar que esa entrada no corresponde al subjuntivo del verbo “haber” que es a lo que estoy refiriéndome en este trabajo. No lo es. Lo que aparece (y es dicho textualmente en el Diccionario) es un sustantivo referido a un “(a)utomóvil muy grande y ostentoso, normalmente de origen norteamericano”, pero –ojo- con estas particularidades: se trata de un sustantivo coloquial de poco uso en España (“coloq. Esp. P. us."), y que suele emplearse en sentido irónico ("U. m. en sent. irón."). “Sentido irónico”. ¿Por qué? Porque comenzó a ser empleado, y así continúa, para burlarse de las personas de “bajo nivel cultural” que alcanzaban un nivel económico bastante holgado que les permitía darse algunos lujos como, por ejemplo, adquirir un automóvil costoso y que cuando preguntaban por las características del vehículo que querían simplemente decían “el que haiga”: los nuevos ricos, pues, convertidos en objeto de chacota debido a su modo de hablar. Como se ve, fue una voluntad innoble y perversa la que generó el vocablo en referencia o la asignación de su nuevo significado. El uso de este sustantivo, como lo reconoce la RAE, y ya vimos, es minúsculo en la península ibérica y casi invisible; sin embargo, a diferencia del subjuntivo “haiga”, que sí es empleado por grandes sectores de hablantes en diversos países, lo que terminó siendo “oficializado” por la Academia es aquel sustantivo ya casi extinguido ("Sí es válido, aunque apenas se usa hoy...", dice -textualmente- en su portal lingüístico "Dudas rápidas"). Un desatino académico que es absurdo, injusto y reprobable, pues.


III

¿Merece ser validado, reconocido y, digamos, “rescatado” oficialmente el subjuntivo del verbo haber, en la forma “haiga”? ¿Es, como creen muchos –especialmente los académicos de la RAE-, una forma realmente incorrecta? ¿Existen argumentos que nos permitan revalorarlo y sustentar y amparar su defensa y vigencia?En los siguientes párrafos me ocuparé de esto: es decir, daré respuesta a estas interrogantes. 


IV

Veamos. ¿Cómo se forma el modo subjuntivo de los verbos? ¿Existe alguna regla precisa, estricta, obligatoria, inmovible? Que yo sepa no existe; no la conozco. Alguien podría decir, por ejemplo, que se da de este modo: Al verbo en infinitivo se le altera la desinencia, reemplazándola con “a”: de beber: beba; leer: lea; lamer: lama. Fácil, ¿no? ¿Y con el verbo “saber”, sería “saba”? Es “sepa”, porque se altera la raíz, como también ocurre con el verbo “morir” (“muera”), o “caber” (“quepa”). O sea, la cosa no solo es reemplazar la desinencia con “a” y, como veremos, tampoco solo alterando la raíz: valer: valga (y no “vala”); poner: ponga (no “pona”; crecer: crezca (no “creza”); hacer: haga (no haza)… 

 

¿Y qué hacemos con los verbos “caer” y “traer”? ¿Diríamos “caya”, para el primero; y para el segundo, “traya”? No. El subjuntivo de “caer” es “caiga” y el de traer es “traiga”. ¿Se trata de una formación gramaticalmente irregular? ¿Suena horrible escuchar “caiga” y “traiga”, son sonidos de mal gusto, acaso una barbaridad, y por ello debieran ser calificados como barbarismos? No, claro que no. ¿Y por qué, en cambio, sí es considerado un barbarismo, es repudiado y hasta calificado como "malsonante", el subjuntivo “haiga”, que se deriva del verbo “haber? ¿Acaso ha sido generado con infracción de alguna regla o norma lingüística? El subjuntivo del verbo “roer” es “roa” y también es “roya”, lo que, naturalmente, es correcto y válido; pero, ¡agárrate Catalina!, también es “roiga”. Ah, pero del verbo “haber” solo debe ser, solo tiene que ser (como un mandato ineludible) “haya” y no el “horrible” “haiga”. ¡Qué absurdo, caracho! Qué torpe la disposición virtualmente dictada (obviamente, de dictadura) por los pudorosos académicos y los aristocráticos “protectores” de la cultura (seguidores, en estas cosas, del poeta Eliot, que hablaba de la cultura como privativa de minorías). 

 

No hay, pues, una sola manera (regla o norma) que deba seguirse o acatarse para la formación de los subjuntivos; es obvio, creo yo, que como casi en todo lo de las lenguas lo que se impone es la arbitrariedad, por eso la diferencia de formas: vea, beba, sepa, muera, valga, crezca, ponga, haya, traiga, caiga… ¿Y por qué no el vilipendiado “haiga”? Claro, porque suena “feo”, dirán (y lo dicen, realmente), y porque, fonéticamente, no tiene punto de comparación con la melodiosa eufonía de “caiga” y “traiga”. Ocurría lo mismo con “aperturar”; “aculturar” ha sido, siempre, un verbo bienaventurado, como “estructurar” o “aventurar”, pero el sonido de “aperturar" podía, aparentemente, romperles el tímpano a muchos sensibles indignados.


"Haiga" -no debemos olvidar- es una forma que se usaba antes de que apareciese "haya". ¿Fue incorrecta, y ahora ha dejado de serlo? No. Solo son formas diferentes y ninguna es incorrecta, ninguna es mejor que la otra; lo que ocurre es que una de ellas es rechazada por los estratos culturalmente "nobles", en una palabra: es discriminada. Nada hay por lo que, lingüísticamente, deba ser puesta en entredicho y vetada.


 V

Aunque referida a otra cosa, al principio hice esta pregunta: ¿Razones para oponerse? Bueno, respecto del subjuntivo “haiga”, mi respuesta es la misma: ninguna, no hay ninguna razón para oponerse. Se trata de una forma usada por muchísima gente especialmente humilde, aquí y en otras latitudes, y desde hace muchísimo tiempo. ¿Debe prohibirse su uso? No. Al contrario: debe respetarse el uso que muchísimos le dan. Tienen todo el derecho a usarlo, y bien que lo siguen haciendo. La Academia debería, por su parte, considerarlo –es su obligación hacerlo- no como un error, ni menos como un barbarismo, sino como un subjuntivo válido y legítimo. Es uso popular. Repito, lo emplea especialmente la gente humilde, y no hace mal. Entiéndase: no porque el uso se dé en gente humilde la expresión se convierte en vil. Y, bueno, como sabemos, el uso manda, pues, y debe ser, insisto, respetado. Parafraseando a Lázaro Carreter diré, finalmente, que el camino está aperturado y no hay nada que impida la permanencia y revaloración del subjuntivo HAIGA.

© Bernardo Rafael Álvarez

 


viernes, 15 de octubre de 2021

¿CHIRISUYA, O CHIRIMÍA?

Chirisuya, ¿instrumento inca o morisco? Hay muchos que están convencidos de que este instrumento de viento, usado en distintos pueblos de los Andes peruanos y que, por su forma, es casi como un clarinete u oboe, tiene un origen prehispánico: que sería un instrumento musical inca. Según tengo entendido, debido a que es empleado no solo en festividades comunes y corrientes, sino también en eventos digamos místicos o religiosos, y tiene una significativa importancia en nuestras comunidades, llegó a ser declarado patrimonio cultural de la nación. Sin embargo, no es un instrumento auténticamente peruano. Vino de España, y quienes lo usaron en sus primeras épocas (y, en realidad, fueron sus creadores) habrían sido los descendientes de los musulmanes en la península ibérica, es decir, los moriscos. 

Su nombre original, que proviene del francés antiguo "chalemie" que, a su vez, se deriva del latín "calamus" (caña), es "chirimía". Y, entonces, ¿por que aquí se le llama "chirisuya? Bueno, para comenzar, debo decir que no hubo, de ninguna manera, el deseo de adaptar al quechua el nombre venido de Europa. Quiero decir, en otras palabras, que es absurda la pintoresca explicación que, por algún lugar, a alguien se le habría ocurrido darle a Julio Calvo Pérez, el lingüista y lexicógrafo español que elaboró el Diccionario de Peruanismos (publicado por la Academia Peruana de la Lengua, el año 2016), quien,  felizmente, parece que no tomó en serio tal cosa; esta es aquella explicación: que las primeras dos sílabas corresponderían al sustantivo -en la lengua andina- referido a "frío" ("chiri", en quechua), y que "suya" sería una alteración de "suyu", o sea "región geográfica".* No, eso no tiene pies ni cabeza: ¿qué diablos tendría que ver un concepto referido a bajas temperaturas y otro de carácter territorial con un instrumento de música? Obvio: nada. 

La única explicación razonable y válida es que el nombre "chirisuya" surgió del modo más simple, como suelen surgir los neologismos: debido a una travesura (el buen humor) de algunos de nuestros compatriotas, tal vez en algún lugar de nuestra serranía (pero, claro, no en épocas recientes, sino hace ya más de ciento cincuenta años). El nombre original -"chirimía- se transformó, convirtiéndose en "chirisuya"; sin duda, con el propósito juguetón de "darle la contra" a la denominación primera, jugando con las dos últimas sílabas como si estas tuvieran algo que ver con el posesivo (repito: una travesura), decidieron cambiar "mía" por "suya". 

Repito: la explicación presuntamente recibida por el estudioso español es absurda (y lo es de cabo a rabo). El sustantivo "Chirisuya" no tiene ninguna relación con la lengua quechua y menos con asuntos geográficos o de temperatura; nada hay que los familiarice.  

A propósito de esto, me viene a la memoria lo que, cuando niño, escuché en mi tierra, Pallasca. Un simpático profesor pallasquino -concretamente, de Tauca-  con buen sentido del humor, naturalmente, aseguraba que el aspecto particular del rostro de una persona (aquello que nos ayuda a su reconocimiento -cuando volvemos a verla después de mucho tiempo-: a recordarla al toque) debería ser nombrado teniendo en consideración lo siguiente: si se trata del rostro del hablante (la primera persona), decía, tiene que ser "fisonomía" (porque "no es de otro"); pero si es el rostro de una segunda o tercera persona,  lo que corresponde, "lógicamente", es decir "fisonosuya". ¿Ayuda esto a explicar el asunto? ¡Claro que sí, y es incontestable, caracho! 😀 

¡Un abrazo, amigos!

© Bernardo Rafael Álvarez

 

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* Esto aparece en el Diccionario etimológico de palabras del Perú (2014), de Julio Calvo Perez.

 


jueves, 14 de octubre de 2021

ME HOSPEDARÍA SOBRE TUS LABIOS / Mary Bell Díaz Castillo

 


Mary Bell Díaz Castillo, extraordinaria poeta colombiana, acostumbra (no siempre, naturalmente) a escribir poemas como una suerte de respuestas a los textos escritos por otros, y pone como advertencia esta frase: "Porque hay poetas que me inspiran". Es lo que ha hecho ahora. Ha escrito un poema como si se tratara (no lo es, en realidad) de una respuesta al pobre poemita mío titulado “Pregunta magenta” (que forma parte de mi poemario La divina hoguera). Y le agradezco.

 

 

Me hospedaría sobre tus labios

para encender la furia del pecado

y en la herida de tu sangre enrollaría el llanto de mi ombligo

como si anhelara la muerte entre el ungir de mil luciérnagas

y la fragancia de tus ojos mansos.

Mi boca

un testamento de palabras grabadas en tus dedos

anudarían el seminal aroma de un sol convertido en ave

quizás, trenzaría el sonido de un tambor con el aleluya que yace en el agua húmeda de los mares, no lo sé.

Siento la muerte en tu piel como campanada adolorida que orbita en el césped hirviente de mi ombligo

como latido de amaneceres derramados en la mitad de mi cuerpo

como el hambre destilada de tu aliento torturando un nido de arañas donde amanece el alarido de tus ojos.

Ámame

en la metamorfosis clandestina de las aguas

ámame en un pedazo de delirio

en un chorrito de hierbabuena

en el vértigo de un beso sin destino

ámame

alrededor de los días con tu boca llena de palabras

ámame hacia donde voy para tocar tu nombre

ámame para no olvidarme de la lluvia donde agoniza la sal y sus gemidos.

 

 

Mary Bell Díaz Castillo

(11-10-21)

 

 

 

 

El poemita mío:

 

         PREGUNTA MAGENTA

 


¿Si dejara la cordura tirada sobre la cama revuelta
 como una mochila abultada lista para la emergencia del fin del mundo

y desnudo de urbanidad y dolo

corriera hacia tu pecho

loco abismal

desenfrenado como bestia en campo abierto

con un alarido de tempestad hiriendo a las nubes

y

te amara

como en cataclismo soñado

sin merecer redención

pero sin culpa?"

 

                                            (Bernardo Rafael Álvarez)

 

 

 


martes, 7 de septiembre de 2021

¿SETIEMBRE O SEPTIEMBRE?

Claro, las dos formas son correctas. Sin embargo, a la pobre explicación que en El Comercio* aparece, hace falta sumar lo siguiente. Tal vez sea cierto lo que dicen -el Diccionario y el Fundéu-: que "el uso culto prefiere la forma septiembre" (sí, muchos la prefieren). 


Pero es conveniente saber de qué hablamos cuando de "uso culto" hablamos. "Uso culto" o "habla culta" no es sinónimo de "perfección" o de "mayor corrección" en el hablar, o cosa por el estilo. Aunque algunos digan otra cosa, lo cierto es que -refiriéndonos a nuestro idioma- cuando hablamos de uso o habla culta nos referimos tan solo al castellano usado cotidianamente por los hablantes que tienen, digamos, un nivel cultural o académico "elevado"; los profesionales, por ejemplo. Es decir, el concepto "habla culta" no tiene una connotación estricta o únicamente de carácter lingüístico sino, en cierto modo (permítanme esta licencia medio desubicada), "sociológica" (lo que se habla o cómo se habla en cierto sector de la sociedad, el sector con "mayor formación", los "leídos"). Una muestra: Así, como lo dije en anterior oportunidad, la forma "querramos" (del verbo "querer"), que es gramaticalmente incorrecta, no solo la usan los sectores "incultos" sino también, y con muchísima frecuencia, los otros; lo cual significa que también forma parte, pues, de la lengua culta; y lo digo con absoluta seguridad, aunque a los académicos se les "reviente" el hígado o me odien (esta última parte de mi frase es una broma, por si acaso). 


Ahora, pasemos a lo de "setiembre" o "septiembre". La nota de El Comercio dice que cuando llega el noveno mes del año a muchos les invade esta duda: ¿"setiembre" o "septiembre"? No sé dónde ocurrirá eso, porque en nuestro país, no pasa tal cosa. Aquí, a nadie le invade esa "duda" y nadie se preocupa en morderse los labios para decir "septiembre", pues todo el mundo pronuncia "setiembre"; en el caso de la escritura la cosa sí es distinta: unos escriben "setiembre" y otros "septiembre", sean o no personas "cultas". ¿Por qué ambas formas son correctas, y ninguna de las dos es "superior" a la otra? Veamos. 


El origen del nombre que designa al mes de la primavera -voy a decirlo, como siempre, de un modo sencillísimo- está en el número siete; es que antiguamente este era el mes número siete (septembris: mes número siete), porque entonces el año solo tenía diez meses y, aunque -después- con el calendario gregoriano pasó al noveno lugar, su nombre se mantuvo hasta ahora. Vale "septiembre" porque, como se ve, conserva los "rasgos" de su origen etimológico, del latín: septem es siete; pero vale, también "setiembre" por una razón similar (etimológica): la raíz "set" proviene de siete (y, como ven, no hay allí una "p"). Quien pronuncia o escribe "septiembre" solo se ajusta al aspecto etimológico más remoto, nada más: y no es "más correcto" lo que hace, solo es diferente. 


¿Alguien querría decir que solo debemos ajustarnos a la etimología latina? Si fuera así, tendríamos que comenzar con el nombre del que es conocido como un número natural, el siete, ¿verdad? Por qué digo esto: porque, si se tratara de eso, entonces tendríamos que llamarlo "siepte", en lugar de "siete" (porque en latín hay una "p"). Pero, claro, no lo vamos a hacer, pues lo que ha quedado férreamente establecido -y así lo entendemos- es "siete", y -otra cosa- sabemos muy bien que la etimología no cumple (voy a decirlo con una palabra medio "jurídica") un papel vinculante, no nos obliga; únicamente es una referencia "histórica" (que nos dice cuál fue el origen de una palabra), nada más. 


Bien. Decimos setiembre, y nadie nos lo va a prohibir; y si decimos o escribimos "septiembre", igual. Y esto es lo que ha entendido la Academia, por ello es que las dos formas aparecen en el Diccionario: es lo que corresponde, pues.  Así que no tenemos por qué preocuparnos, paisitas: todo anda bien en esto, felizmente. 


¡Un abrazo!


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https://elcomercio.pe/respuestas/cual-es-la-forma-correcta-de-escribir-septiembre-o-setiembre-ortografia-rae-fundeu-revtli-noticia/

 

© Bernardo Rafael Álvarez


domingo, 5 de septiembre de 2021

ENTRE EL HIATO Y EL DIPTONGO: INSANIA, VESANIA, SOSIAS, ESTADIO

Estas palabras (insaniavesaniasosiasestadio), como casi todas en nuestra lengua, tienen su origen en el latín. Insania viene de "insania" o -como aparece en el traductor Google- "insaniam" (locura, privación del juicio); vesania, de "vesania" (locura, desvarío, delirio, extravagancia); sosias (también “sosia”), proviene de "Sosias" (uno de los personajes de la comedia "Anfitrión", de Plauto), y se usa para nombrar a la “Persona que tiene parecido con otra hasta el punto de poder ser confundida con ella”, en otras palabras: nuestro “doble”.  Y, bueno, estadio tiene su origen más remoto en el griego "stádiom" del que surgió "stadium", en latín; era una medida de longitud y ahora son otros los significados que tiene: el nombre del "Recinto con grandes dimensiones con graderías para los espectadores, destinado a competiciones deportivas", y también es el "Período o fase de un proceso" (Diccionario de la Lengua Española, DLE). 

Muchos, en el Perú (creo que en otros países, también), suelen decir [insanía] y [vesanía], así, con la mayor fuerza de voz en la “i”, al final. Respecto del primer vocablo mencionado, el Diccionario Panhispánico de Dudas (DPHD) dice que “debe evitarse la forma con hiato insanía, que se aparta de la acentuación etimológica”; respecto del otro término afirma lo siguiente: “Las dos vocales finales forman diptongo: [be - sá - nia]; es, pues, errónea la forma con hiato vesanía”. Es obvio que, según el DPHD (es decir, la RAE), lo inadmisible de acentuar la “i”, en estas dos palabras, se debe a que se estaría cometiendo una “infracción” al no respetarse la acentuación que tenían en su cuna de origen: Si en latín sonaban y suenan [in-sá-nia] y [ve-sá-nia], pues así deben sonar también en castellano, según la Acaddemia y lo otro ([in-sa-ní-a] y [ve-sa-ní-a]) es “incorrecto” e “inaceptable”, repito, según la RAE y su Diccionario Panhispánico de Dudas. 

Ahora veamos la tercera palabra en cuestión: “sosias”. Supe de ella, por primera vez, hace muchísimos años, cuando leí “Los hombres y las botellas” (primera edición, 1964) del gran narrador peruano Julio Ramón Ribeyro; la encontré en el bello cuento “Doblaje”, pero no aparecía tal como acabo de escribirla sino así: “sosías”, con tilde en la “i”. Bueno, pues, Ribeyro decía [so-sí-as], y muchos otros hacen lo mismo, y de esto -es obvio- está enterada la RAE; veamos lo que afirma en el DPHD: “Aunque la pronunciación etimológica es [sósia(s)], con diptongo entre las dos vocales contiguas, en algunos países de América del Sur se ha extendido la pronunciación con hiato sosía”. Es todo lo que expresa al respecto: nada de “incorrecto” ni menos de “inaceptable”; solo hace una referencia a lo que ocurre en la realidad, en el uso. 

¿Por qué, entonces, acerca de las otras palabras comentadas asume una actitud virtualmente censora, prácticamente prohibitiva? Presumo que se debe a esto: a que, probablemente, tiene información de que no son muchos los que dicen [in-sa-ní-a] y [ve-sa-ní-a] y que, en cambio, son muchísimos (en esta parte del Continente americano) los que dicen [so-sí-as], y –como es lo justo- no le queda sino reconocer lo que entre los hablantes se da, pues la Academia sabe que el uso (“árbitro, juez y dueño en cuestiones de lengua”, Horacio dixit) es el que manda, pues. 

Ahora, ¿podemos decir, o seguir diciendo, como ocurre con “sosías” (así, con hiato al final) “insanía y vesanía? Sí. Primero, porque es evidente que se trata de una pronunciación más agradable que aquella con diptongo en la última parte; segundo, porque no estamos obligados a conservar la acentuación u otros aspectos correspondientes a lo que es la etimología (no porque en latín o en otras lenguas sonaba o se escribía de tal manera, debemos, como una obligación, hacer lo mismo en castellano; eso no es ley lingüística, y no hay autoridad que tenga la facultad de disponer cómo es que debemos hablar); tercero, cuando determinado uso, en una lengua, se generaliza, se masifica, llega a imponerse y deja de ser “incorrecto” –si es que antes lo fue-, ya que termina legitimándose y en algún momento -tarde o temprano- terminará siendo incorporado al Diccionario.

¿Y en cuanto a “estadio”, nombre del “período o fase de un proceso”, y no el recinto deportivo? “Es errónea la acentuación estadío, a pesar de ser frecuente en textos médicos”, dice el DPHD. Bueno, creo que respecto de esto vale –por analogía- lo antes comentado acerca de las otras palabras. Con el tiempo y las aguas, la RAE cambiará de opinión; pero si ello no ocurriera, no tenemos por qué preocuparnos. Médicos, psicólogos y quienes más quieran seguir diciendo "estadío" (así, con tilde en la "i") -para referirise a un período o fase de un proceso, y no a la cancha de fúbol- háganlo, simplemente háganlo: no cometerán absolutamente ningún error. ¡Adelante! ¿Saben una cosa? En asuntos del idioma, nadie está sometido al Rey. 


 


lunes, 26 de julio de 2021

"FESTEJACIÓN": Algo más sobre este sustantivo

[Unos días atrás, ante una consulta, escribí esto en el Facebook: “FESTEJACIÓN. No es una palabra de uso común. La primera vez que la he escuchado ha sido ahora, en la voz de la esposa de Pedro Castillo, el presidente electo del Perú. Podría considerarse correcta ya que proviene de "festejar", como ocurre en el caso de "celebrar" de la que se genera "celebración"); pero hasta ahora solo se estima como aceptable la expresión "festejo" que es el acto de festejar. Nada hay, sin embargo, que justifique su reprobación, ni mucho menos que quiera cuestionarse su uso por parte de la señora cajamarquina; y más aún: no hay absolutamente justificación para que alguien pretenda burlarse. No ha hecho nada inadmisible. El que esta expresión no figure en el Diccionario académico no la invalida”. Un rato después me enteré de que la RAE, también como respuesta a una consulta, se había pronunciado al respecto, en el mismo sentido. Bueno, ahora vuelvo sobre el tema.]

                                  ***

 

Les cuento. Hace algunas décadas, en una entidad pública pregunté por qué se había dispuesto el archivamiento de un expediente. El interpelado, un señor de apellido rimbombante, se sorprendió: "Esa palabra no existe”, me dijo, refiriéndose a "archivamiento". “Lo que hemos hecho es disponer el archivo del expediente", agregó. Medio fastidiado, le sugerí que revisara su diccionario –un “Pequeño Larousse Ilustrado” que tenía sobre el escritorio-; lo hizo, y allí -como para que el fastidiado ahora fuera él- encontró la palabra que yo expresé: "Archivamiento: Acción y efecto de archivar". Por cierto, yo había empleado aquella palabra, solo porque mi sentido común me decía que era correcta; nunca antes la leí en ninguna parte pero estaba seguro de que el "mataburros" me iba a dar la razón y, efectivamente, así ocurrió: salí airoso, pues. Unos años más tarde, cuando yo ya tenía mi propio "Pequeño Larousse Ilustrado" -edición de 1988-, ¡oh, sorpresa!, vi que la palabrita del demonio había desaparecido. ¿Qué habría pasado? Creo que alguien les dijo que en el Diccionario oficial (DLE) no estaba considerada; sin duda, porque la Real Academia de la Lengua (RAE) sabía que ese sustantivo no era de uso común. 

Bien. ¿Se dieron cuenta de lo dicho por el señor de apellido rimbombante al que aludí, verdad? Claro: dijo que se había dispuesto el “archivo” del expediente. El sustantivo "archivo" empleado como acción y efecto de archivar. Y, bueno, la verdad es que no solo aquel señor lo usaba sino prácticamente toda la burocracia estatal, y es obvio que más allá de las fronteras del Perú, en gran número de países, también; por eso es que –como podemos comprobarlo- en el Diccionario académico hasta ahora aparece –pero no sé exactamente desde cuándo- el sustantivo de marras con el significado ya referido. (Es que, como sabemos, el Diccionario editado por la RAE registra los vocablos cuyo uso, vigente, se da en gran parte del universo hispanohablante y, en su oportunidad, elimina aquellos que han dejado de tener vigencia, que ya no se usan. 

¿Ese uso del vocablo "archivo" era correcto? No estaría fuera de lugar si la respuesta fuese un rotundo no. ¿Por qué? Pues, porque el razonamiento nos lleva a pensar, acertadamente, que igual podría ocurrir si –por ejemplo- para referirnos a la acción de almacenar, dijéramos "vamos a efectuar el almacén de esos productos": estaríamos, simplemente, ante algo absurdo; lo correcto sería esto que ya conocemos y usamos siempre: "vamos a disponer el almacenamiento": Y es que aquí -como ven- aparece un “elemento mágico" que es decisivo: un afijo, en este caso el sufijo "-miento", que sirve para expresar acción y efecto (ah, también existe el sufijo “-aje”: almacenaje, que es sinónimo de almacenamiento). Pero, ¿por qué, entonces, la RAE registró el sustantivo “archivo” con el significado al que ya me referí, si le faltaba ese elemento "mágico"? A continuación explicaré. 

Veamos. Si (continuando con el ejemplo de “almacén”) a todo el mundo, y no a unos cuantos, se le ocurriese decir -de una manera común y corriente, cotidianamente usual, en más de un país- cosas como esta de "efectuar el almacén de los productos", no estaríamos ante un error. ¿Sorprende lo que digo? No se preocupen, voy a sustentar mi afirmación; pero lo haré diciendo algo que será visto, u oído, como descabellado. Si se tratara de que solamente unas cuantas personas usan la referida expresión ("almacén", como acción y efecto de almacenar), sería -sí o sí- una reverenda pachotada, un error de los mil diablos; pero si ese uso se generalizara (en un país, o en varios países hispanoparlantes) llegaría, ahora sí, a convertirse en una expresión correcta. Parece un juego de palabras sin sentido, ¿verdad? No lo es. 

¿Y cómo es aquello de que lo que hoy es incorrecto, mañana se convierte en correcto? La respuesta -no me lo van a creer- es sencilla. En asuntos de semántica (los significados de las palabras), la corrección no se funda en el cumplimiento de determinadas reglas gramaticales, como sí ocurre, por ejemplo, con la sintaxis (que se ocupa de las relaciones entre las palabras, los grupos que con ellas se forman, los signos ortográficos, etc.). Lo que funciona, en la semántica, es la arbitrariedad y, naturalmente, la convención. El gato no apareció con el nombre de gato, el perro tampoco apareció con nombre incorporado: Los nombres son creados por los seres humanos, ¿siguiendo la norma dada por alguna academia o gobierno? No, sino por su propia voluntad, por su arbitrio, porque se les dio la gana de hacerlo; y esos nombres, esas palabras, se legitiman cuando su uso se extiende masivamente, cuando se imponen porque todo el mundo los acepta. A alguien, en un tiempo remoto, se le ocurrió que al mamífero que hace “miau” se le llame gato y al que ladra se le llame perro, y eso se hizo: a esas palabras se les dio tales significados; pero después, se decidió que esas mismas palabras significaran, además, otras cosas (gato: instrumento mecánico para levantar objetos pesados; perro: persona despreciable). Estos nombres (como todos) fueron asumidos por la generalidad de los hablantes; en otras palabras, su uso se convirtió en “norma o práctica admitida tácitamente, que corresponde a precedentes o a la costumbre” (DLE), es decir, fue aceptado por convención, por acuerdo tácito.  Es lo mismo que sucedió con archivo que, originalmente, en griego, significaba “residencia de magistrados”, y –ya en castellano- pasó a ser el lugar donde se guardan o custodian documentos y, ahora, también se le llama así a la acción y efecto de archivar. Cuando una expresión con determinado significado es asumida en su uso como “norma o práctica” por los hablantes, y su empleo no genera dudas o confusiones sino, por el contrario, resulta útil para la comunicación porque todos la entienden, quiere decir que, simple y llanamente, estamos ante algo que es, idiomáticamente, correcto. Ah, pero –ojo- no es que sea correcto porque la RAE lo dice, sino porque los hablantes (los pueblos) lo hemos asumido como tal (les guste o no a los académicos). En cuestiones semánticas y de uso, la RAE no “acepta” (porque no tiene facultades censoras: no da permisos ni dispone prohibiciones), solo recoge y registra los vocablos y, en su oportunidad, los incluye en el Diccionario. 

Así pasó con el sustantivo "archivo", como acción y efecto de archivar. Por el hecho de ser generalizado su uso, porque los hablantes lo asumieron como correcto, es que así, con ese significado, aparece ya en el DLE; el uso ("arbitro, juez y dueño en cuestiones de lengua", Horacio dixit) logró, como siempre, imponerse. Y también lo mismo tendrá que ocurrir, tarde o temprano, con “archivamiento”, y creo que inicialmente será identificado como peruanismo porque, al parecer, su uso mayor se da en nuestro país; y al menos, hasta ahora, es considerado por la Academia pero solo como de empleo en asuntos jurídicos y por ello es que únicamente se encuentra registrado en el Diccionario panhispánico del español jurídico (es que, efectivamente, usamos “archivamiento”, y también “desarchivamiento”).   

Me referí a la arbitrariedad con que se forman las palabras, ¿no es cierto? También hay, digamos -como lo insinué en el caso de “archivamiento”-, un procedimiento "más formal": por derivación. Y aquí interviene precisamente eso a lo que llamé el “elemento mágico”: el afijo, que es un morfema que puede ir al principio de la palabra (prefijo); o al final (sufijo). De pan, se deriva panes, panadero, panadería; de agua, aguatero, aguardiente, desagüe; de arena, arenal, arenera; de razón, razonar, razonable; de moral, moralizar, desmoralizar. Y de festejar, es obvio que puede derivarse -con todas las de la ley- festejamiento y también festejación; no hay nada que pueda impedirlo. A los sustantivos generados, como en este caso, a partir de un verbo se les conoce como sustantivos deverbales. 

Repito, pues, lo que dije hace unos días, respecto de lo expresado por la señora Lilia Paredes, de Cajamarca; es decir, sobre el sustantivo “festejación”: No ha hecho nada inadmisible, la señora. El que esta expresión no figure en el Diccionario académico no la invalida. Ah, y agrego: no estamos frente a un caso de "interferencia lingüística", como equivocadamente creen algunos; la derivación a la que me he referido ha sido efectuada estrictamente con los recursos de la lengua española. "Festejo" o "festejación" es la acción y efecto de festejar.

(A propósito: En Pallasca, mi pueblo natal, llamamos festejo no a una festividad o “acción y efecto de festejar”, sino a cada una de las diversas estampas folclóricas que se presentan especialmente durante la Fiesta Patronal de San Juan Bautista: las “Pallas”, el “Quishpe”, los “Blanquillos”, etc.; a un riquísimo alfajor que se prepara sobre todo en los días de Semana Santa, lo conocemos como hojarrasca, así: con doble "r'. ¿Alguien se atreverá a "corregirnos"? Sería absurdo e inadmisible. Para nosotros son nombre bien puestos, son correctos, y punto).

© Bernardo Rafael Álvarez



sábado, 24 de julio de 2021

MIS RESPUESTAS

Las respuestas que di a unas preguntas del poeta Renato Sandoval (el Facebook me lo ha recordado. Fue en febrero del 2012): 

 

1) ¿Tienes alguna objeción contra el mar?

-Contra el mar, ninguna. Todo lo contrario. Me alegra saber que no solo somos tierra, que hay una inmensidad salada, azul, intranquila, que choca con el cielo y a veces es parte de él, al menos en nuestros ojos. Mi reproche, más bien, se dirige contra mí mismo por no saber nadar y no poder zambullirme en sus profundidades pobladas de luz y colores que pugnan por emerger.   

2) ¿En qué partes de la Tierra crees que se podría plantar árboles de poesía?

Yo los plantaría justo allí donde debió haber sido plantado el "árbol de la ciencia del bien y del mal": en el filo de la navaja. Al costado podría un letrerito, como aquellos que prohíben pisar el césped, en el que diga: "Este es el árbol del bien. Lo demás es abismo”.   

3) ¿Es la soledad principio o fin de todo lo que existe?

-Es el principio y es el fin. Pero a veces, muchas veces, se comporta como una compañía protectora y nutritiva de la existencia. Como lo he escrito en un poema, la soledad ya no es, ahora, lo que era antes: “ya no es un desierto, ahora es un bosque”. La tecnología ha hecho eso. Las “redes sociales” ha creado el regocijo de la bulliciosa soledad compartida.   

4) ¿Qué prefieres ser: buen escritor pero desdichado o uno mediocre o pasable pero feliz?

-Quisiera ser un buen escritor, pero no desdichado. Solo me he quedado en ser humano medianamente feliz. Creo que aún tengo, al menos, un cuarto de hora por delante para lograr hacer realidad mis deseos.  

 5) ¿Es la locura un ingrediente básico del verdadero genio?

-Creo, más bien, que la genialidad podría ser un ingrediente básico de la locura: Porque la genialidad, si bien no implica una vocación por el deicidio, sí es una virtual suplantación de Dios. Y esto es, pues, una reverenda y bendita locura. Pero, claro, hay genios y genios: hay el genio de razón y pasión, y hay el genio de mente.   

6) Sinceramente, ¿qué piensas de todos aquellos que te rodean y que no escriben o no se dedican a ninguna actividad artística?

Pienso que son más valiosos que yo, o, para no ser tan patético, menos inútiles. No hay ley (ni de Dios ni de los hombres) que mande, ni necesidad que obligue, a que todos sean escritores o artistas. Quienes me rodean son mis seres queridos. Y eso me hace dichoso.   

7) ¿Has dicho la verdad cuando has mentido o mentido cuando hablabas en serio?

-El hecho de dedicarme a escribir poemas ya es razón para pensar que, efectivamente, miento y digo la verdad en un zas. Pero, ojo, la mentira del poeta o del artista no es lo mismo que la mentira de un político, pues la de este es mendacidad; por eso, aún bien bañado, hiede. La poesía es aroma, a pesar de su drama.  

8) ¿Qué o a quién no soportas?

Son insoportables las personas que insultan. Acepto discrepancias, pero jamás insultos. Porque yo no insulto a nadie. Como reza el dicho, respetos guardan respetos.   

9) ¿Cuál es tu principal fobia o miedo, cuál tu principal placer o amor?

-Mi principal placer el amor, mi principal amor, el de mis hijos. ¿Fobia? Más que fobia, cólera: cuando veo que apedrean a los perros por el solo hecho de ladrar, como si esperaran que en lugar de emitir ladridos estos animales piaran graznaran relincharan o rebuznaran. Pero, sí, tengo alguna fobia: subir por los cerros.   

10) Si alguien te dijera que en realidad no le gusta tu trabajo literario, del tipo que sea, aunque muchos digan lo contrario, ¿cómo te sentirías y qué le dirías?

-Me alegraría, porque así tendría yo la certeza de que alguien, al menos, me ha leído y ha tenido el cuidado de poner atención en mis escritos. Es insoportable (ojo: he aquí otra cosa que no soporto) que todo el mundo te diga, “oye, qué bacán tu poesía”, solo para complacerte sin siquiera haberla leído, lo cual, además, en lugar de ayudarte, te adormece, no te estimula.   

11) ¿Alguna opinión sobre los políticos y la política de tu medio?

-¿Sobre los políticos y nuestra política? Pues doy gracias a Dios por su existencia (la de los políticos, digo), porque gracias a ellos tenemos humor del bueno los fines de semana.  

12) ¿Por qué no has leído todos los libros que reposan en tu biblioteca? ¿Haces poda periódica de ellos? 

-Alguien me contó alguna vez que un Presidente -probablemente Miguel Iglesias- le preguntó a don Ricardo Palma, al ver su frondosa biblioteca, si había leído todos los libros que allí se encontraban. El genial tradicionista respondió: “Sí, dos veces”. Mi biblioteca es microscópica en comparación a la de nuestro escritor miraflorino (apenas dos mil o algo más de volúmenes), pero algunos libros solo los he hojeado, eso: dos veces. Hace muchos años cogí unos libros que me parecieron deleznables y los llevé a Tacora; pedí una cantidad por ellos y me ofrecieron la quinta parte afirmando, por añadidura, que se trataba de “librejos”. Avergonzado, regresé a casa con la bolsa de mercado, ese día llena de cultura, y nunca más me atreví a cometer semejante torpeza. Pero hay algunos libros que di en préstamo a más de un amigo. Nunca me los devolvieron. Muy tarde conocí esta gran verdad: zonzo es quien presta libros, pero más zonzo es el que los devuelve.

13) ¿Crees que ya has llegado a escribir el libro que querías?

-Los libros que he escrito son los que he querido escribir. Que hayan salido con yaya, con un dedo demás o con los ojos saltados, es otra cosa.   

14) De lo anterior, ¿por qué seguir escribiendo si, en su momento, ya se dijo bien lo que se tenía que decir? ¿Por qué seguir usando las palabras?

-Bueno, es la verdad, ya “se dijo bien lo que se tenía que decir”, y esto ha ocurrido no solo en uno sino en muchos momentos a través de la historia. La razón de ser y de sobrevivir de la literatura no está, precisamente, en aceptar que las cosas se dijeron y que por ello ya no hace falta repetirlas, sino en decirlas y volver a decirlas de un modo diferente, desde una óptica diversa y con un propósito distinto. Las palabras debemos seguir empleándolas, porque gracias a la palabra es que somos. ¿Alguien se ha puesto a pensar qué sería del mundo, de la humanidad, si despareciera la palabra?         

15) ¿Libros de cabecera, de sala, de micro, de metro, de baño?

-Vallejo, sin dudas ni murmuraciones: desconcertante y muy familiar: Poemas humanos. El otoño del patriarca y Cien años de soledad de Gabo. De cabecera, de sala, de micro, de metro. ¿De baño? Juez justo, la revista.   

16) ¿Qué sucedería si no existieran las ostras y las uvas Malbec?

--Existirían los chochos de Huaraz y los cuyes de Pallasca. Un vaso de chicha de jora para el brindis. Y la vida continuaría.   

17) Si no fueras humano, ¿qué cosa concreta o abstracta te gustaría ser?

-Abstracta y concreta: la Torre de Babel, para comprender la confusión medio apocalíptica del mundo.  

18) ¿Has amado u odiado más de lo debido?

-Puede amarse más de lo debido y es probable que yo aún no haya hecho eso. Pero, ¿odiar más de lo debido? Nadie debe odiar. Resentirse, patalear, pero nunca odiar.   

19) ¿Piensas que el mundo sería distinto si no existiera la poesía?

-Cada día el mundo es distinto, con la poesía o a pesar de la poesía. El mundo, con sus dramas, alegrías y locuras, es quien hace que la poesía cambie. La poesía nos hace bien, pero no nos transforma. Es una actividad humana, nada más. No es la razón de ser del mundo.   

20) ¿Qué prefieres: al poeta o su poesía?

-Sin pensarlo dos veces: la poesía. El poeta es uno más de los seres humanos, con lucidez o locuras, pero uno más, con errores o aciertos, pero uno más. Es falso aquello de la tan mentada “consecuencia”. Eso es una falacia. No hay nada que obligue al poeta a ser como su poesía. El poeta es un hacedor, como lo es un escultor, un fabricante de carteras, de tazas, etc. Importa lo que hace, no lo que es.   

21) ¿Los artistas, como ellos así lo creen, sufren y gozan más intensamente que los demás mortales?

-Todos somos distintos e iguales al mismo tiempo. Nadie tiene el privilegio del sufrimiento. Hay poetas que comen cuatro veces al día y otros que apenas sobreviven. Igual pasa con los demás seres humanos. Los poetas no somos una clase diferente, ni una raza, ni una casta. Menos un gueto.   

22) ¿Algún problema con el suicidio?

-Es una estupidez.   

23) ¿Qué tanto de lo que crees que proyectas en los demás consideras cierto en ti?

-Casi nada, creo que casi nada. Soy consciente de que a pesar de sus verdades, la poesía es producto de una suerte de burla que ejercemos los poetas contra el mundo, porque no lo aceptamos como tal. Por eso existen las metáforas, como una rebelión contra la “normalidad” y su monotonía. Una mentira cierta, verdadera.   

24) Si hoy a la medianoche fuera el fin del mundo, ¿exactamente qué es lo que harías?

-Me bajaría en la esquina más cercana, correría en busca de mis hijos y los abrazaría como jamás abracé a nadie. Y cerraría los ojos.

 

 (Bernardo Rafael Álvarez, Febrero del 2012)