viernes, 19 de diciembre de 2014

          K



Erase un buitre que me picoteaba
Los pies –Franz. Jus, cúbreme: haz
De mi sangre una flor, un geranio atado
A mi saco sucio, sé mi luz. El jaibit
Mi corteza. Palabra cayendo: y la ciudad
Se movía en mareas y remolinos, mientras
Del asfalto brotaban apio y aceite. No soy
Pirámide –en desierto o meseta, el viento
No se apiadará de mí: caparazón, insecto
Gigante, “Gregorio, Gregorio ¿qué pasa?”
Sólo rueda el mundo, un escarabajo detrás:
Nada acontece –todo en orden; arden mis
Pies. En un lago las ranas cantaban y
Jugaban –Juan Ruiz, pescozudo y velludo
Trae un fusil, suéltalo. Yo me voy hasta
El despeñadero: se desmorona la montaña;
Copses are set to banquet. El cielo en
Esta parte del universo es de hojalata;
Espejo turbio: Sayum. Cro, cro! Y el agua
Se entrevera en las totoras. J’écoute les
Appels d’un monde quise noie, ¿quién se
Atreve a amar la carroña que nos envuelve?
¡Franz, Franz, no hace falta: el buitre
Se ha suicidado en mi garganta!

_______
De: "Dispersión de cuervos" (1999), que espero reeditarlo el próximo año. 

martes, 9 de diciembre de 2014

ÚLTIMO DESEO DE VALLEJO: SER ENTERRADO EN PERÚ[i]

Félix Álvarez Brun


Ha transcurrido algo más de medio siglo desde que César Vallejo se ausentó del Perú y también algo más de 43 años desde su muerte, una mañana de abril, en Paris. Por consiguiente es ya tiempo de que se hable sobre uno de sus más caros anhelos: ser enterrado en el Perú.

Su vida y su obra han merecido estudios muy importantes, que han permitido conocer a fondo al hombre que desde la alta serranía de Santiago de Chuco fue a morir a orillas del Sena. Biografías, estudios críticos sobre la notable producción del autor de “Trilce” y de “Poemas Humanos”, de “Tungsteno” y de “Cera”; ediciones múltiples de todo lo que escribió en prosa y en verso, constituyen genuino homenaje al notable vate peruano a la vez que testimonio de admiración y reconocimiento.

Pero quizás algo faltaba por hacer y creo que ya es tiempo de considerarlo seria y decididamente: traer sus restos al Perú. Este propósito no debe verse únicamente como un justo reclamo de los peruanos y de sus familiares de Santiago de Chuco o como un tardío e inevitable compromiso hacia quien no dejó jamás de volver los ojos a su tierra nativa que, que tan profundamente quedó grabada en su espíritu y llenó de honda nostalgia a muchos de sus admirados poemas, sino como algo más, como una obligación que él reclamó de sus hermanos del Perú.

El poeta en su lecho de muerte
En 1937, Vallejo cuidó mucho esa libertad espiritual y personal que lo mantuvo en el elevado plano de  hombre que podía hablar a los cuatro vientos, sin compromiso alguno, del dolor humano, la justicia social y la alta jerarquía de la inteligencia. Por eso es que, cuando se le informó que sería internado en la Clínica Aragó con el amparo de la Legación del Perú, que se ofreció a cubrir los gastos que ello demandaría, Vallejo, dice Georgette en sus “Apuntes Biográficos”, “se niega, participándome, angustiado: “¡Pero si esto me compromete…!”. Le interrumpo: “Por ahora, Vallejo, ni hablar de este problema. Alguna solución se ha de encontrar. Algo tiene que suceder cuando tengamos que pagar esta clínica. Por el momento, paz. Paz, Vallejo, te suplico”.

Murió Vallejo el 15 de abril de 1938. Su amigo, el poeta Juan Larrea, lo acompañó en sus últimos momentos y él nos cuenta qué ocurrió en el trance supremo y final en que se eleja de la vida el hombre que había “vertido al lenguaje hispánico el extracto planetario de la cordillera andina, sus derrumbes, angosturas y pedregalidades, sus arideces y altas tensiones, sus libertades sísmicas, sus oasis de infinita ternura y, sobre todo, esa su verticali soledad suspendida como una plomada del hilo de luz delgado y plano que pone allí al sentido en comunicación con el foco creador más puro”.

Juan Larrea
El poeta Larrea, amigo entrañable de Vallejo, relata cómo fue la agonía y muerte de Vallejo: “Cuando me apersoné en la clínica del Bulevard Aragó, a la mañana siguiente –Viernes Santo- (15 de abril) me encontré con que Vallejo había logrado escapar con vida por entre las buidas escolleras de la madrugada. Se hallaba en paz, como el bergantín que llegado a puerto aguarda tranquilamente la hora del desembarco. Ilusionados por ese aspecto pacífico, sus compañeros lo habían dejado casi solo. Mas, muy poco después, a las 9 le entró inopinadamente la prisa. Su respiración se agitó sin razón aparente en un trotecillo acelerado y comatoso emitiendo un ligero ronquido de cartílago. De ese modo fue como, sin aspaviento alguno, dignamente, con la misma dignidad con que había vivido, ante los ojos de los que allí estábamos fue alejándose poco a poco por la hondura de sí mismo, hasta desaparecer por completo y para siempre. Eran las nueve y veinte de la mañana cuando pudimos pensar que Vallejo nunca volvería a escribir como antaño: “Perdóname, Señor, qué poco he muerto”.

Así dejó este mundo, César Vallejo. Su amigo Larrea fue uno de los que le acompañaron en sus últimos momentos y, por lo mismo, sabía cuáles fueron los deseos íntimos del notable vate, porque los escuchó de sus propios labios. Esta es, sin duda, la razón que llevó a Larrea a expresar: “en mi opinión, era el Perú, pertenecía al Perú, sobre todo en aquella honra en que, después de tanto tiempo, tanta miseria, tanto vaivén de hijo pródigo, se disponía a reunirse con los suyos”.

No quiero ampliar más este artículo, pero, por ser de actualidad, no puedo dejar de señalar, escuetamente, los documentos que se refieren a la muerte de Vallejo y a su declaración de que sus restos fueran traídos al Perú.

El 21 de marzo de 1938, nuestro representante diplomático en Francia, Francisco García Calderón, envía el cable Nº 29 a la Cancillería en los siguientes términos: “Doctor Arias Schereiber pídeme transmitir Ministro de Justicia siguiente cablegrama. César Vallejo hállase muy gravemente enfermo, indispensable llevarlo a clínica. Ruégote obtener gobierno auxilios urgentes. Max.” [ii]

El 25 de marzo remite el cable Nº30, que dice: “Para Ministro Arias Schereiber[iii].  Atención Vallejo exige un mes clínica, mínimo ciento cincuenta francos diarios. Recuerdos,. Max.”

El 8 de abril, en cable Nº 33 se informa: “Escritor César Vallejo gravísimo.” Respuesta de Lima, cable Nº 25 de 14 de abril: “Refiérome cable de usted Nº 33 ¿Cómo sigue?” El 15 de abril, nuestro representante diplomático en cable Nº 34 da la dolorosa noticia: “Refiérome cablegrama de usted Nº 25. Vallejo murió hoy nueve mañana. Gastos clínica, asistencia y entierro representan aproximadamente veinticinco mil francos que ruégole enviar cablegráficamente. Último deseo Vallejo fue ser enterrado en el Perú.”

El 20 de abril, en cable Nº 26 se dice a París: “Refiérome cablegrama de usted Nº 34. Ordenado Londres remítale 25,000 francos.”[iv]






[i] Este artículo fue publicado por el historiador Félix Álvarez Brun, en El Observador, del domingo 14 de abril de 1982. Sin embargo, hace muy poco, el poeta Reynaldo Naranjo, dizque tras haber "investigado", ha aparecido con la "novedad" de que Vallejo quiso ser enterrado en el Perú. Fue Álvarez Brun (y no usted, señor) quien descubrió y dio a conocer esto por primera vez.
[ii] Max Arias Schereiber, médico, de paso en París, para asistir en Bélgica a una reunión internacional sobre medicina.
[iii] Ministro de Justicia, Diómedes Arias Schereiber, hermano de Max.
[iv] Libro copiador de cablegramas. Embajada del Perú, París. 

domingo, 7 de diciembre de 2014

ODA AL SHÁMBAR TRUJILLANO


                                                                Bernardo Rafael Alvarez



Terrígeno y denso.
Es un huayco al revés: no baja,
mortal, entre riscos y lamentos
llevándose nuestra parcela,
nuestra planta de aliso
y acaso nuestros sueños;
es, más bien, vital elevación.
Apacible como hostia líquida.

Escucha esta receta:
Trigo remojado y secado al sol (resumen
saludable de calor, es decir
energía pura)
enseguida resbalado en el batán de la abuela,
alverjón seco, frejoles, garbanzos
y habas como gemas ador-
nando el lago exquisito en el que, sumergido
hasta el cogote, flota imponente
un pedazo de oreja, pellejo o de papada de chancho
y una buena porción de jamón serrano;
encima ramitas de culantro, hierba buena
o si quieres huacatay.
La sazón la pone el genio
de una mano trujillana.

Nuestro es el shámbar,
cálido como la bondad en Mansiche.
Se sirve sin mezquindad cuando quieras,
pero mejor si es un lunes como este.
En plato hondo.
Y como compañía
una infinita sonrisa de cristal.

                                                 (2003)

sábado, 6 de diciembre de 2014

PALLASCA, SEGÚN ANTONIO RAIMONDI

Lo escribió Antonio Raimondi*:

«El Distrito de Pallasca es el más extenso de todos los de la Provincia, prolongándose sus terrenos más allá de la Cordillera nevada, hasta la orilla del río Marañón. Así este Distrito tiene toda clase de climas, puesto que comprende en su territorio desde las cálidas orillas de los ríos Marañón y Chuquicara hasta la cumbre de la Cordillera nevada.

El Distrito de Pallasca se compone de los pueblos de Pallasca, Pampas, Puyallí, Lacabamba y Conchucos, y de varias haciendas.

PALLASCA.-Esta antigua población que ha dado su nombre a la Provincia dista de Corongo unas 2 leguas y hállase como cabalgada sobre una grande y elevada lomada a 3159 metros (3780 varas) sobre el nivel del mar, dominando la quebrada de Tablachaca cuyo río pasa a sus pies.

Pallasca es pueblo grande pero sus calles transversales son muy inclinadas, habiendo algunas que son verdaderas escaleras de piedra por las cuales no puede subir ninguna bestia.

La plaza se halla situada en la misma cuchilla o cumbre de la lomada y es bastante espaciosa. La iglesia tiene regular arquitectura y tiene dos torres de cal y ladrillo.

Parece que la población de Pallasca haya sido de alguna importancia bajo la dominación española, pues que se notan restos que indican una cierta opulencia que no está en relación con el estado actual del pueblo. La misma casa cural llamada Convento es una construcción sólida de cal y ladrillo con un buen patio y portales. En su interior tiene una espaciosa sala, con ventanas en forma de concha y con doraduras. En un cuarto lateral a la sala se observa todavía una puerta con marco dorado recargado de adornos.

Una casa situada en la plaza, enfrente de la iglesia, tiene un subterráneo, el que no se sabe para qué haya servido.

A la extremidad de la lomada que sostiene a la población hay una pequeña capilla y desde este punto se disfruta de la más hermosa vista, divisando por la derecha la profunda quebrada de Tablachaca con sus cerros auríferos y las quebradas de Angasmarca y Santiago pertenecientes al Departamento de La Libertad; por el otro lado se presenta a la vista gran parte del pueblo con sus casas escalonadas sobre el declive de la lomada.


El agua potable que sirve para el consumo de la población es de mala calidad, pues que además de ser algo salobre, tiene una pequeña porción de alumbre. Esta agua viene de una quebradita situada a posa distancia y es conducida por medio de una acequia, hasta una pileta situada en un ángulo de la plaza. Los vecinos más acomodados, hacen traer la necesaria para el consumo de su casa de unos manantiales situados a cierta distancia.

Los habitantes de Pallasca se ocupan en el cultivo de la alfalfa para extraer la semilla que exportan a la Costa y en el beneficio del oro que extraen de lavaderos situados en la orilla del río, desde el puente de Tablachaca hasta muchas leguas más abajo. El oro se halla en granos muy finos, de modo que comúnmente lo extraen por medio del azogue.» (págs. 161-163)
…………

«En la orilla izquierda del río Tablachaca cerca del puente del mismo nombre se halla el manantial de agua termo mineral.

El lugar donde el agua sale del terreno se halla cubierto, habiéndose construido sobre el mismo manantial una pequeña habitación que sirve de baño de vapor.

Una puerta muy angosta que permite la entrada solamente de costado, da acceso a una pequeña y oscura habitación la que tiene en uno de sus lados una barbacoa ‘ara colocar una cama. De esta pieza se baja por un estrecho corredor a un cuarto casi subterráneo que sirve de baño de vapor. En el piso de este cuarto hay una abertura por donde entra el vapor caliente que se desprende del manantial situado debajo y una especie de chimenea de salida al exceso de vapor después de haber calentado la atmósfera del cuarto. Por último, una muy pequeña ventana cubierta por un solo vidrio, constantemente empañado por el vapor de agua, deja entrar escasos rayos de luz en esta pieza que sirve de baño de vapor.
…………

La temperatura del agua termal que sale al exterior es de 52°, 5, pero la del agua en el mismo manantial debe ser más elevada, puesto que cuando se coloca el termómetro en la abertura situada en el piso del baño sin que toque el agua, sube hasta 53°.
…………

El agua termal de Tablachaca es salina y ferruginosa, depositando sobre las piedras que baña pequeñas costras de sales y un velo rojizo de óxido de fierro.»
(págs. 166 – 167)
…………

“Un hecho digno de notarse es que en la Provincia de Pallasca solo los habitantes del Distrito de Corongo, que es la Capital hablan Quechua. En los demás distritos, tales como Pallasca, Cabana, Tauca y Llapo aun los indios hablan el castellano, y basta esta sola diferencia para que los habitantes de estos Distritos sean mucho más tratables y cariñosos, resultando de esto que lejos de huir a la vista de un extraño, muchas veces lo buscan y si el viajero extraviado pregunta por el camino contestan con placer dándole todos los datos posibles para que no se desvíe. Parece que el hablar el mismo idioma los acerca más a nosotros y no se consideran como una raza aparte, como los indios que solo hablan la lengua Quechua.» (págs. 170-171)




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*Antonio Raimondi: EL DEPARTAMENTO DE ANCACHS Y SUS RIQUEZAS MINERALES. Lima – Perú. Imprenta de “El Nacional” por Pedro Lira. 1873.


jueves, 13 de noviembre de 2014

SESILÚ


Setecientas veintiocho páginas y una pesadilla más leve que el ozono mientras saco la cuenta 1 riñón de cerdo comida para pollos agua terrosa de la cisterna una chata de ron un almuerzo en el comedor popular pan con té y mis amigos Vigo y García bajo un cielo hecho de piedras y el préstamo impagable de alguien que se alucina Esteban Dédalus balance en rojo en rojo en rojo el saldo que me revienta el alma (¿£ 0.17.5?) y así continúo el proceso de desvestimiento es sábado y miércoles dieciséis de junio y qué cosas han cambiado por dios siglo veinte cambalache qué cosas son las que pueden atormentarnos en este jardín donde los senderos colisionan y alcánzame la pasta dental pero lo que me hace falta es un halls qué podredumbre por diosito entre la lengua y las amígdalas y Kafka y las cucarachas y en cada estornudo nos morimos un poco y las excretas tienen el mismo color del desgano y el oro no brilla en la sombra de nuestra esperanza en este esquina zurrada por un borracho y un alcalde díganlo las letrinas y la asamblea popular mil novecientos cuatro suena igual que mil novecientos ochenta y cuatro y Orwell no sabe nada salvo su nombre comprimido entre dos dedos semejante a la carne circunyacente alrededor de una cicatriz ofensiva que me perturba en el barrio de Guagalbamba como chiste bobalicón y apocalíptico en el velorio de un buen hombre muerto de apoplejía el día en que el todopoderoso fue una lluvia que abrió de par en par el meridiano mar moisés verde moco el día el día el día es el mismo solo una lápida "capicúa" puede iluminarlo (j.a.a.j.*) porque se emparienta imprudente y aleve con una carcajada más pesada que una cena angiosperma de legumbres en una cárcel del perú donde trilce es un ruido de llaves y Dublín solo un repique y esta fecha ha durado cien años y cien años no son nada solo una expresión solo unas palabras solo una dificultad tierra baldía casi todo todo todo mi espejo y mi desayuno mi tristeza y mis hijos que arañan y los adjetivos que se descascaran en mi camino al infierno este mundo que no ofrece más que irrisión y puntos suspensivos puntos suspensivos puntos suspensivos más una flor de cantuta en el ojal o en tu cabello como hacían las chicas andaluzas páginas páginas no sean tragadas por los cerdos páginas página thalatha thalatha blomm

                                                                                      _________________

*James Augustine Aloysius Joyce 

                                                Lima, junio del 2004

 

miércoles, 15 de octubre de 2014

JUAN CRISTÓBAL: ELOGIO Y ELEGÍA / Por Hildebrando Pérez Grande



                                                          Quien dice que se va, ya se ha ido
                                                                       Tradición popular

Desde sus primeros cuadernos de poesía, hasta los más recientes, la escritura de Juan Cristóbal ( José Pardo del Arco, Lima, 1941), es  una suerte de bajo continuo, sostenido, tenso,  enriquecido a veces con las vibraciones y tonalidades  armoniosas de un lirismo afincado en el lenguaje onírico y el enjoyamiento verbal y así mismo, a manera de corriente alterna y complementaria, con algunos rasgos ásperos y altisonantes de la oralidad que viene de la calle y sobre todo de la esquina transgresora. Sus formas discursivas predominantes en el marco  del canon de occidente  constituyen la celebración  de una retórica que nos seduce por la sensualidad de sus imágenes insospechadas,  orillando, a veces con temerario riesgo, el vacío semántico y el lenguaje críptico. Los textos de Juan Cristóbal, son, pues,  una fiesta de la palabra y de la imaginación sin fronteras.

Uno de los filósofos contemporáneos más sugestivos y heterodoxos, a quien muchos consideran como un marxista libertario (si es que los hay), Gilles Deleuze (1925 – 1995), casi cerrando el siglo XX decía: “La filosofía no sirve al estado, ni a la iglesia, que tienen preocupaciones. No sirve a ningún poder establecido. La filosofía sirve para entristecer. Una filosofía que no entristece o no contraría a nadie no es una filosofía”.  A la  sombra de lo que señala Deleuze en torno a la filosofía de nuestros días, reparamos que en el discurso, plural sin duda, de la poesía latinoamericana actual, encontramos un signo característico poco auspicioso: es un discurso que no explicita el júbilo existencial ni del hombre ni de la naturaleza. Pareciera más bien el testimonio verbal de una agonía anunciada ya hace muchas décadas en el Perú, por lo menos. Y si no recordemos los versos de Alejandro  Romualdo: “Se está cayendo el cielo para siempre…Está perdiendo altura. Se desciela”.

Precisamente, uno de los hallazgos más relevantes de la escritura de Juan Cristóbal es darle una configuración expresionista, honda, intensa y desgarrada a sus imágenes que desbordan la frontera mezquina de la  realidad cotidiana,  pues, su mirada es más amplia, totalizadora.  El poeta, con el cielo hecho pedacitos y en medio de la orfandad más lacerante, aguijoneado por la angustia existencial, con mucha destreza y dominio del idioma, va en busca del bien perdido, la infancia, la madre, y tan sólo esta búsqueda ya tiñe de  nostalgia, de melancolía, de un halo de tristeza su verbalización.  La modernidad de su mirada, es decir la desolación y el vacío que producen los  aparentes logros  materiales, se cristaliza en la mención de los trenes fantasmales, los aereoplanos que no tienen dónde aterrizar, los barcos que surcan por mares procelosos, las ciudades sórdidas y pavorosas,  pero por sobre todo por  el   escandaloso imperio del capitalismo en detrimento de la condición humana. En el sustrato de los deslumbrantes pero dolidos versos de Juan Cristóbal, hay una relación dialéctica con la realidad, una mirada holística y crítica que nos dice a las claras de su postura ética en el marco de la sociedad contemporánea.

En una de sus Visiones (1935), Walter Benjamin nos dice que “Habitar significa dejar huella”. Con un derroche de imaginación y un virtuosismo formal, cuando no con la resonancia virulenta de la calle, y con un espléndido manejo del versículo y el ritmo, Juan Cristóbal da cuenta de su existir, a manera de huellas testimoniales,  no retrayéndose en los fértiles territorios de la soledad sino en el generoso horizonte de la solidaridad. A primera vista se podría decir que la poética de Juan Cristóbal es la del desencanto y la derrota, del ensueño vano y el absurdo fatuo: un lujo verbal innecesario, un suntuoso delirio perverso. Nuestra apreciación dista mucho de esta lectura extraviada. Su poesía es un signo notable de los tiempos que vivimos. Tiempos de solidaridad sin límite alguno. Tiempos de revelación y rebeldía ante la injusticia y el oprobio y el  olvido. Poesía para Juan Cristóbal es memoria ardiente de los osarios anónimos que pueblan nuestro territorio.  Poesía es historia, magia y subversión. Poesía es militancia por un mundo mejor y no deleznable como el presente en donde “Nuestros sueños parecen forasteros perdidos”.

Al hacer un recuento de sus escritores favoritos, en medio de la fascinante creatividad vanguardista José Carlos Mariátegui manifiesta su admiración y le rinde homenaje a Romain Rolland, un escritor  más bien decimonónico y autor de la monumental novela Juan Cristóbal. El Amauta dice: “Los hombres jóvenes de Hispano-América tenemos el derecho de sentirnos sus discípulos”. Y nos dice también que Romain Rolland representa una reacción contra un mundo de alma crepuscular y desencantada”. Y más aún, Mariátegui  sostiene que el autor de Juan Cristóbalen los últimos años ha llevado más claridad a las almas y amor a los corazones” y señala, para terminar su rendida admiración  que su obra es un “exaltado ideal de belleza y de justicia”.

En uno de sus últimos discursos, José María Arguedas sostenía que no distinguía bien cuánto había  asimilado el socialismo –leyendo a Mariátegui y a Lenin-, pero sí sabía que el socialismo  no había matado en él lo mágico.  Con las distancias del caso, se me ocurre pensar, a propósito del azar y la historia, que el Amauta, acaso adelantándose a este merecido homenaje que hoy se le ofrece a Juan Cristóbal, podía haber dicho de él lo que dijo de Romain Rolland. Esto es: la poesía de Juan Cristóbal “representa una reacción contra un mundo de alma crepuscular y desencantada”, la poesía de Juan Cristóbal “ha llevado más claridad a las almas y amor a los corazones”, la poesía de Juan Cristóbal es “un exaltado ideal de belleza y de justicia”.

 En consideración a lo que acabo de reseñar, y para terminar,  nosotros, sus lectores agradecidos, sólo le podemos decir lo siguiente  a Juan Cristóbal, ante el anuncio de que dejará para siempre la página en blanco: compañero, no sea malo en sucumbir. Escriba siempre al pie del orbe.

 A esta demanda unánime, yo me adhiero. Gracias…

Lima, 14 de octubre, 2014.

jueves, 18 de septiembre de 2014

“INSULINA PURA / CLAVADA EN EL CORAZÓN DEL PRÓJIMO” / Bernardo Rafael Álvarez




Pienso en dos soñadores extremos: Karl Marx y Arthur Rimbaud (claro, el poeta y no el mercader). “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestro días –escribió el alemán, en acuerdo o complicidad con el gran Federico Engels- es la historia de las luchas de clases.” Estuvo en lo cierto. A partir de esta consideración o premisa, de carácter digamos histórico (ya que corresponde a una visión del pasado) propuso una cosa puntual en el plano político: transformar la realidad; transformarla para bien, naturalmente. Cómo hacerlo. Con el estímulo violento del mismo motor que empujó los cambios anteriores: la lucha de clases. Si antes se habían enfrentado “hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales”, ahora –según el autor de El Capital- se enfrentarían burgueses y proletarios y el resultado sería la instauración de una nueva forma de organización social, el socialismo, como etapa de tránsito hacia la sociedad ideal: el comunismo.

Rimbaud, el otro soñador extremo, habló de cambiar la vida, no, por cierto, con la violencia de la lucha de clases, sino con el aporte o influjo, acaso sutil, de la poesía.

¿Logró el marxismo (es decir, lo que vino después de Marx)  transformar la realidad? ¿Pudo la poesía, como quiso Rimbaud, cambiar la vida? Yo no lo sé. En todo caso, se trata, creo yo, de una asignación pendiente, sabe Dios hasta cuándo.

La poesía (perdonen por echar mano a la definición que proporciona el DRAE) es la “manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa”. Tal vez esta sea una definición demasiado simple y hasta, probablemente, chata, pero es la que permite que todo el mundo entienda de qué estamos hablando. Si –como sugería Rimbaud- el cambio de la vida podrá lograrse gracias a la poesía, tenemos que asumir –caballero, nomás-  que los poemas, en verso o en prosa, son los instrumentos o herramientas de ese cambio. Espontánea y sin mayor esfuerzo, de allí surge una nueva pregunta: ¿Es dable o, mejor dicho, es posible que con un poema pueda cambiarse la vida del ser humano; quiero decir, de la humanidad? Yo no lo sé. Yo quisiera saberlo.

Probablemente, haya quienes respondan que sí. Pero hay otros (más “moscas”, ciertamente) que aseguran que no es la poesía como conjunto de versos o de palabras escritas la que ha de convertirse, repito, en herramienta o instrumento de cambio, sino la poesía entendida como “actitud vital” o como “acontecer cotidiano del hombre”. Será o no será. Que respondan los sabios que en el mundo han sido y siguen siendo. Yo solo dudo.

Sea como fuere, bien vale lo dicho hasta acá para tratar, ahora, de dar un salto “cuasi dialéctico” en estas dudas “que matan” y, así, llegar al punto a donde quiero arribar: hablar de la poesía de Rosina Valcárcel. Pero, claro, lo poco que yo diga aquí quiero que sea tomado solo como un pobre y apurado adelanto de lo que debiera decir después, ya probablemente con la seguridad de responder a mis propias interrogantes. Lo ofrezco: queda el compromiso.

Jorge Nájar, en el prólogo al libro que hoy se presenta por segunda vez (Rosina Valcárcel: Poesía Reunida. Fondo Editoria Cultura Peruana, 2014), dice algo que, lo confieso, a mí me tiene desconcertado: “Todo lleva a pensar que para Rosina Valcárcel la poesía es un arma de combate”, afirma. Durante la presentación anterior, hecha en la Feria Internacional del Libro, Rocío Silva Santisteban dijo algo más o menos parecido: habló de “arma cargada de futuro”, echando mano a la frase del español Gabriel Celaya.


¿Qué es un arma? Aunque la definición elemental que nos proporciona el DRAE indica que es el “instrumento, medio o máquina destinados a atacar o a defenderse”, lo cierto es que –sea empleada como protección o para agredir- un arma está siempre dispuesta no para acariciar, sino para destruir y, eventualmente, para matar. ¿Puede la poesía ser empleada para tal cosa? Desconozco la respuesta.

Juan Ramírez Ruiz y, en general, creo que el Movimiento Hora Zero –como lo recordó Jorge Nájar en el poema-dedicatoria de “Malas maneras”, su primer poemario-, proponían “destruir para construir”. ¿Qué hicieron los poetas de Hora Zero? Construyeron. Y tuvieron (al menos creo que Juan lo tuvo) el propósito de que las armas fueran desterradas de nuestro mundo. El título del tercer y último libro del poeta lambayecano es sumamente expresivo: “Las armas molidas”. Fue un poeta que apostaba por lo que yo llamo –aludiendo a sus tres poemarios- la “perpetuidad desarmada de la realidad”.

¿Saben una cosa? Yo estoy completamente seguro de que Rosina -mi Rochi, como yo la llamo- apunta hacia lo mismo. Por eso es poeta. Por eso es que, aunque –como bien dice Juan Cristóbal en una nota publicada en la Web- su poesía “atraviesa todos los intersticios de la conmoción humana: el amor, la rabia, la dulzura, el caos, el encono, la esperanza…”, también es verdad que allí, en su poesía, no hay rabia ni encono. No es, pues, una poesía nociva.

Fácil hubiera sido para Rosina Valcárcel (conocida y reconocida como hija de dos seres humanos identificados plenamente con las luchas sociales y, sobre todo, con la esperanza de los pueblos), hacer de sus poemas furibundos libelos contras las injusticias y por la revolución. De haber sido así, más de uno habría alabado aquello que denominan “consecuencia”. Porque –es así, pues- somos una sociedad en la que una gran mayoría suele identificarse con quienes procuran excitar el lado innoble del ser humano: la violencia, el odio; y aplauden y alaban –fieles a su vocación de secuacidad- a quienes promueven enfrentamientos, a quienes dan muestras de una voluntad confrontacional aunque sea de la boca para afuera. Por ello es que cantan y se enardecen con canciones casi convertidas en himnos, como, por ejemplo, “Flor de retama”, y no precisamente porque en su denuncia este huayno llame a la solidaridad con los campesinos víctimas de la represión desmedida y criminal, sino porque les solivianta y llena de fervor la virtual sacralización que hace de la pólvora y la dinamita, como si acaso fueran las “salvadoras” de la humanidad.

La poesía de Rosina Valcárcel es, qué duda cabe, el producto elevado de un alma sensible y buena que lo que busca no es potenciar la parte básica, animal, del ser humano, lo que Paul Maclean ha denominado el cerebro reptil o primitivo, sino alimentar aquel sector llamado “neocórtex” y que corresponde al lado noble, racional y emocional, de los hombres y mujeres. La poesía de Rosina Valcárcel no alaba, aplaude ni estimula la violencia ni el odio. Es un homenaje al amor y la belleza. El amor en todas sus formas, la belleza en sus distintas manifestaciones. Todo lo escrito y publicado por ella, desde “Sendas del bosque” (1966) hasta “Luana (2013) es, digamos, la biografía de su asombro frente al mundo y las personas y, sobre todo, de su entrega, en carne y sentimientos. Sin embargo, no es sentimental ni mucho menos pasional pero tampoco es conceptual. Tal vez sí -como expresión escrita- un inventario abigarrado y bellamente desordenado y caótico, casi surreal, a veces, de imágenes o retratos parciales del universo que existe en su intimidad y del universo que la envuelve. Pero, sobre todo, es un canto permanente, en el bosque antiguo y nuevo, “donde la alondra hace infinita / el alma de la tarde” (“Peregrino”: Sendas…). Tal vez no sea aquello que Celaya llama “arma cargada de esperanza” pero, sí, la poesía de Rosina es una apología terca, irredenta, insobornable, de los sueños, del futuro, de lo que ha de venir; sin embargo, también puede caer, y hay momentos en que cae, en el desfallecimiento, en la desesperanza, cuando, por ejemplo, recuerda que los muchachos que a su manera hicieron la revolución (“dando vivas al Che y cantando Yesterday) terminaron “acorralados / sin partido” y solo pudieron experimentar el amargor de la impotencia, mientras “En enero caen las flores de la madreselva” (“Acorralados: Una mujer canta en…).

No es poesía sentimental, dije. Y no lo es ni siquiera cuando expresa su maternidad. Sin embargo no es árida ni fría. Es, más bien, descarnadamente dada a la entrega: “Tu padre sueña a sobresaltos/ Y tú (…) / bebes voluptuosa mi sangre…”, le dice a Milena (“Milena”: Una mujer canta…). Más que mimos, más que caricias, transmisión de vida; lo que, en rigor, es la maternidad como garantía de la perennidad.

La palabra poética de Rosina no se edulcora con el almíbar, a veces empalagoso, del romanticismo; prefiere el amor de carne y fluidos, el erotismo sin dudas ni remordimientos: “Una mano invisible levanta mis faldas –dice- y la piel relincha como yegua en celo”. “Hay que llevar –agrega- el amor hasta el absurdo” (“Carta surrealista”: Contradanza). No el embuste ni la hipocresía. La piel. La libertad.


Y precisamente debido a esa libertad es que no se encandiló y aún habiendo podido probablemente encandilarse con el furor parricida, iconoclasta de, por ejemplo, la poética horazeriana, no dejó que la suya sucumbiese, virtualmente sometida, ante el encanto y la tentación sísmica de la poesía setentera, y siguió, más bien, siendo insobornablemente suya. Y menos se preocupó por incursionar (o “incurrir”) en prácticas experimentalistas, aunque, claro, presenta medio indiscretos atisbos del aporte caligramático de Apolinaire, en poemas como “Tango 2” (Contradanza) y algunos ensayos de coloquialidad a la manera de Manuel Morales (“Poeta, amigo de puta madre…”: Juan Ramírez Ruiz). Debo reconocer, asimismo, que, aunque comenzó a ser escrita y publicada en plena década de 1960, la poesía de Rosina Valcárcel tampoco es sesentera. Diría que pertenece, pues, a lo que Octavio Paz llama “el tiempo sin fechas”.

Y, repito, no hay sentimentalismo. Y esto lo dijo también Jorge Nájar, y en ello estoy plenamente de acuerdo con él. Y por eso, aquí, repito sus palabras, por suficientes: “¿Poesía social? Ni hablar. ¿Poesía sentimental? Ni de vainas. Poesía de la existencia. Poesía de la supervivencia. Poesía de la épica cotidiana. Poesía testimonio. Poesía pesadilla. Poesía sueño. Autobiografía. Y la imperiosa presencia del espejo.” Y en ese espejo se multiplica ella y nos reflejamos todos.

Pero, si en unas cuantas palabras quisiera caracterizar esta poesía que nos atrapa y hasta se atreve a desconcertarnos con versos como este: “Escribo no por azar sino por acuarelas, flautas y fuego” (El espejo de zorba”: Paseo de…), tendría que decir, enfática y definitivamente, con la propia voz poética de Rosina Valcárcel, que se trata de “Insulina pura / clavada en el corazón del prójimo”. Es decir, un remedio y no un arma.

¿Podrá la poesía desempeñar con más eficaces o mejores resultados el papel que a través de los siglos se autoadjudicó la religión y las sociedades de todas las latitudes le encargaron a la educación, es decir, cambiar la vida del hombre, cambiar al hombre?  No lo sé. De lo que estoy absolutamente convencido es que, aun sin poder probablemente servir para ello, lo cierto es que, al menos -y de esto puedo dar fe y repito lo que dije hace mucho tiempo-, la poesía (y el arte, en general) “nos hace mucho bien, alimenta los buenos sentimientos y robustece la dignidad de los pueblos”. Y esto, creo, ya es bastante, ¿no es cierto, mi Rochi?.




Lima, 18 de setiembre del 2014

lunes, 11 de agosto de 2014

O/linda


Té y salchipapas aderezan
La historia. K9 ingresa en el Café
Te desnudas en medio de la gente;
Nace mi alegría –amor de saltamontes:
Rompo almanaques y me ubico en tu
Edad. Vivimos el presente.
Mi biografía: niebla endurecida.
Tu rama es frágil,
Olor de romero.

Ciudad de Lima –somos la noche y su
Luz. Aquí se detiene el retorno de
La nebulosa, vegetales pichicateados
En los urinarios.
La pradera y su aroma, tuya
Es la libertad de las mariposas;
Regálame pronto el horizonte que nace
En tus ojos. Escucha & mira:
Disonancia entre luces; escondido
Entre piedras sé que somos hacedores
De una realidad que nos destruye.

Ciudad de Lima, frescura artificial,
Ardor de arena; mi sed inventa un
Oasis: árboles crujen, botellas y
Basura –agua sucia, redonda, envuelve
El olmo –cabras y escarabajos
Completan el paisaje.
La vida fluye o explosiona. Mi edén
Se desordena; imposible recuperar el orden.

Blackout: nadie ataca desde el aire,
Vértigo y ceguera en el ozono:
Toco tu clítoris, tibia elevación del
Placer: allí duerme la paz o
Nace la guerra.

Puer senex habita tu
Hedor, Ciudad de Lima; un par de
Sándwiches divierten el hambre.

El té se ha enfriado; K9 husmea unas
Huellas, sabueso. La desnudez no basta,
Estrictez ondulada; conoces mi verdad
Y huyes del calor que oxigenaste,
Me duermo en un barranco con  la
Tristeza que te falta.

  L’art d’etre grand:
El viejo Karl debió entender
Que la alquimia mueve la historia:
Llevamos la piedra filosofal en las
Manos para hallarla después en el
Principio/ El arte de enmohecer la
Palabra: fui dueño de tu voz en el
Teléfono y de tu saliva en mis labios:
Has vuelto a tu realidad, y, lástima,
Yo no estoy en ella.

Predominancia de
Grises en este cuadro, mezcla de
Paraíso y purgatorio en la paleta.
Sol muerto que se cae envuelto en
Nubes, el mar se lo traga; no eres tú
La vorágine líquida.

Vía expresa,
Para tontos apurados, soy noche y luz:
Aquí termina mi historia no escrita,
Comienzo a gastar las monedas de
5 soles que guardaba para el teléfono:
No vas a escucharme.

Pasto verde,
Muérete: no cubrirás nuestros cuerpos
Desatados. El jardín que hicimos
Distante de la malicia, sin luz y hume-
Dad es un bosque de ranas hinchadas.

(Inalcanzables somos en las cuevas de
Altamira, peleando con los bisontes
Paralizados:)

K9 se aleja del Café: abrígate, cúbrete
El sexo.

Con su excremento,
Cuervos y búhos reverdezcan el paisaje:
Es inútil: aún no te asustabas con la
Sangre en las sábanas y se te enronchó
La piel –por ello no entreveras tus
Sueños con los alacranes:


Solo el horóscopo te llevará a mi espejo.

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(Diciembre, 1980. Poema escrito tras el fin de una breve relación que mantuve -unos tes mes meses- con una  mujer doce años mayor que yo, del signo escorpio, como yo)