martes, 20 de febrero de 2018

"INDUBIO PRO REO"


Estoy seguro de que no gustará muchos (a mí tampoco me gusta), pero tengo que decirlo: la sentencia, en el caso de Arlette Contreras, ha sido bien dada.

Los jueces juzgan, no son agentes ejecutores de la indignación colectiva. En este caso (es a todas luces evidentes) no ha habido tentativa de feminicidio ni de violación, no hay pruebas de ello. Lo que nadie, absolutamente nadie, puede negar, es el hombre (Adriano Pozo) ejerció contra la chica un maltrato repudiable, que solivianta. Sin embargo, lo que el principio de legalidad nos dice es que las sentencias deben emitirse conforme a lo que está establecido en la ley y no en nuestra rabia.

Aquí voy a tocar únicamente el tema de la “tentativa de violación sexual”.

No hay pruebas. No se puede condenar por sospecha o por la simple declaración de la presunta agraviada. Ante los ojos nuestros (considerándonos parte del público televidente), los hechos ocurridos en aquel hotel ayacuchano fueron completamente grotescos e indignantes, pero lo que revelaron -objetivamente hablando- fue una extremada bestialidad del sujeto atacante, cosa que nadie, con sentido común, debería admitir. Obviamente se trató de un maltrato contra una mujer, lo que la Ley 20364 califica como “violencia contra la mujer”, figura legal que no está, textualmente, prevista en el Capítulo IX del Código Penal (violación sexual).

¿Se sabe a ciencia cierta qué es lo que ocurrió en el cuarto del hotel? No.

¿El Ministerio Público hizo realmente lo que le corresponde, aportar pruebas, probar su imputación y, en tal sentido, desbaratar la presunción de inocencia del imputado? No.

Al hombre se le ve en el video que está calato arrastrando a la mujer, ¿tenemos la certeza de que lo que quería era violarla? No. El afirmó que se desnudó porque iba a ducharse, ¿podemos dudar de eso? Sí.

La mujer dice que él trató de desnudarla a ella, ¿podemos dudar de eso? No.

Pero las dudas no constituyen prueba, indicio y ni siquiera presunción de que lo que había ocurrido aquel día era un delito de violación sexual en grado de tentativa. Es solo la palabra de una mujer que asegura tal cosa contra la de un hombre que lo niega.

¿Entregó la chica, oportunamente, las prendas que pudieron demostrar la violencia ejercida con propósito de agresión sexual (pantys rotas, por ejemplo)? No, la entrega se produjo cinco días después y sin presencia de perito y, además, se sabe que hubo manipulación de lo que sería evidencia.

¿Quién está obligado, por ley, a aportar la carga de la prueba y a desbaratar el principio de inocencia del encausado? El Ministerio Público. ¿Lo hizo? Repito: no lo hizo.

Insisto, no podemos (nosotros, los de a pie) dudar de lo afirmado por la chica: es decir, que, efectivamente, el sinvergüenza quiso violarla, que intentó violarla. Pero el no dudar no le da certeza a nuestra perspectiva o, mejor dicho, a nuestra intuición.

¿Los jueces están, ante las declaraciones contrapuestas de imputado y de la presunta agraviada, obligados o autorizados a inclinar la balanza o la daga en contra del encausado? El juez no está para demostrar los hechos, sino para -sobre la base de lo aportado por el fiscal y las declaraciones instructivas y testimonios, etc.- juzgar y decidir: sentenciar.

Pero (disculpen esto que puede sonar a mal gusto), lo que le toca al juez es, a manera de exigencia (como Marlon Brando en esa tan famosa película), decir: "¡Pruebas, quiero pruebas!". Y, como en este caso, lamentablemente no se ha demostrado nada, lo que puede prevalecer, como en efecto ha prevalecido, es la duda.

¿La duda hacia dónde debe llevar, hacia la condena, tal vez? La duda, señores, favorece al procesado (¿se acuerdan de esa frase en latín, "indubio pro reo"?

¿Me equivoco, tal vez? La Corte Suprema tiene la última palabra.

(Un abrazo, amigos, y disculpen lo impopular de mi comentario. Lamentablemente, no estoy obligado a agradar a todos. Solo he tratado de dar una explicación jurídica, desapasionada y sin propósitos morales).

domingo, 4 de febrero de 2018

"CATIPAR"


Un amigo me preguntó acerca de "catipar", verbo que se usa en Pallasca y en otros pueblos del norte peruano (no sé si en otras regiones, también). Mi explicación:


"Catipar" es el acto de "leer" o adivinar la suerte o el futuro (u otros misterios), usando las hojas de coca. Cuando niño vi que lo hacían algunos paisanos míos. [1] Se trata, en realdad, de un oráculo ancestral (oráculo inca o andino); y la respuestas, a través de él obtenidas, nada tienen que ver con acertijos, pues no son un pasatiempo o entretenimiento.


No es culli, sino palabra de origen quechua; es la castellanización del verbo "qatipay", que –sin embargo- no significa, precisamente, leer ni adivinar. [2]


Entonces, si no significa leer ni adivinar, ¿qué diablos tiene que ver este verbo con el medio esotérico rito que realizaban, en mi tierra, especialmente nuestros hombres del campo para "predecir" lo que iba a ocurrir (en la salud, el amor o la fortuna) o “despejar” otras dudas o arcanos? Literalmente, diría que nada. ¿Entonces?


La respuesta creo que podemos encontrarla aquí: los significados, más o menos análogos, del verbo quechua "qatipay", son "seguir", "perseguir", "rastrear".


En la última de las acepciones mencionadas está la cosa: "rastrear", ¿por qué?, porque rastrear es inquirir, indagar, averiguar algo.


Ergo: "catipar" es averiguar, indagar, inquirir (o "leer", como dicen algunos) respecto de la suerte, el futuro o cualquier otra duda (“que tormentosa crece”), empleando como medio las hojas de coca. Debido a que el objeto acerca del cual se pretende averiguar o “consultar” es incierto (es decir, no podemos verlo, tocarlo ni olerlo), toda respuesta que se "obtenga" necesariamente corresponderá a eso, a una adivinación, y nunca estará amparada por la certeza o, mejor dicho, el “conocimiento seguro y claro”; siempre será aleatoria. Aunque el “catipador” diga –rotundo y con gestos convincentes- “esto es así” o, “va a ser así”, lo que realmente debemos entender en sus palabras (a pesar de que, claro, en muchos casos podrá coincidir lo dicho o anunciado con lo que realmente ocurra después) es, simplemente, esto: “podría ser”.

Según me contó Rodolfo Moreno, en la provincia ancashina de Sihuas no se dice “catipar”, sino “gatipar”; obviamente se trata solo de una variación fonética, pues el significado es el mismo. También me habló de otra cosa interesante (similar al comentario que me hizo Javier Leyva Valverde): en la tierra de los “trancapuertas” se “catipa” con el cigarro. Es cierto, con el cigarro, pero no solo en Sihuas, pues también se hace en otros lugares (yo lo he visto en mi tierra), y algo más, no solo con el cigarro y la coca.[3]



[1] Ciro Alegría (que, como sabemos, nació en Huamachuco, departamento de La Liberad) en “El mundo es ancho y ajeno” dice: “Es buena para la vida. A la coca preguntan los brujos y quien desee catipar; con la coca se obsequia a los cerros, lagunas y ríos encantados; con la coca sanan los enfermos; con la coca viven los vivos; llevando coca entre las manos se van los muertos. La coca es sabia y benéfica.” (Capítulo X, Goces y penas de la coca).

[2] El poeta José Luis Ayala me explica que, en Puno, "Los yatiris llaman al  hecho de mirar el futuro: 'uñjaña'. Es decir, ver, adivinar, llegar, mirar más allá del tiempo. Hay varias clases o categorías de yatiris. El más alto grado es ch'amakani. Es quien ve más allá del comienzo del tiempo que no termina. Tiene relación con la teoría de la física cuántica."  

[3] Lo que hacen los chamanes (que podemos encontrar en ferias artesanales de Lima y provincias) es eso, “catipar”, y lo hacen usando diversos medios: coca, cigarro, piedrecillas, quirquinchos, etc. (muchos de ellos son, o se hacen llamar, bolivianos). No sé si en Pallasca o, en general, en nuestros pueblos andinos se hace solo leyendo en las formas que adquiere el humo, o también en los “indicadores” que aparecen en el tabaco encendido, pero lo cierto es que de las dos maneras es posible realizar esa "lectura; ah, y no solo se hace en el Perú (en otras lugares a este rito lo llaman "tabacomancia"). A propósito, recuerdo una anécdota: Cuando mi padre, el maestro Rafa, cursaba estudios de profesionalización docente en Trujillo, ocurrió algo inesperado: resultó “jalado” en un examen de matemática y estuvo a punto de -como se dice coloquialmente- “tirar la toalla”. Esto le comentó a su amigo Josué Pera, un profesor conchucano que estudiaba con él. Lo que recibió como respuesta fue un rotundo “No se preocupe, colega; yo le aseguro que usted va a aprobar”; seguidamente, el profesor Pera sacó de uno de sus bolsillos una cajetilla de cigarros, extrajo uno, lo encendió y finalmente dio unas bocanadas. “¿No le dije? Usted va a aprobar”. Lo que había afirmado al principio, fue corroborado por el humo del cigarro. ¿Qué hizo el profesor Pera? ¡Catipó! Y, en verdad, mi padre concluyó el ciclo con nota altamente aprobatoria.



viernes, 2 de febrero de 2018

LA QUINTA ACEPCIÓN DEL ADJETIVO “FÁCIL” Y LAS MARCAS DE USO



“A una culpáis por cruel / y a otra por fácil culpáis"

En un sitio Web, llamado “elespanol.com”, se dice que “La RAE llama 'fáciles' a las mujeres que tienen sexo con quienes desean". Falso. No es la RAE quien atribuye ese adjetivo; la Academia solo ha incluido en el Diccionario, como quinta acepción, eso que todo el mundo (incluso mujeres) dice: "Dicho especialmente de una mujer: Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales" (se ha reemplazado lo que en la anterior edición era la cuarta acepción, y decía: "Dicho de una mujer: Frágil, liviana")[1]. Nada más.


Es cierto, no se ha agregado a esa explicación semántica ninguna "marca de uso" que precise, por ejemplo, que es “peyorativo” o “irónico”; es que no hacía falta ningún agregado.


¿No debió haber incluido esa acepción por "ofensiva" o "machista"? Un Diccionario es, digamos, un acervo de las voces, palabras o dicciones que usan los pueblos; no un muestrario de lo que "debemos usar" para comunicarnos, ni una norma legal que nos prohíba usar lo que los académicos a las "oenegés" no quisieran que usemos. Tampoco es un catecismo ni un manual de moral y buenas costumbres.


Las marcas de uso en el diccionario y el adjetivo “fácil”

Las "marcas de uso" son indicadores abreviados que se anteponen, en el Diccionario, al significado o los significados de ciertas palabras, con el objeto de informar o tratar de explicar sobre las particularidades que se dan en el uso de esas palabras; particularidades que se dan en cuanto a nivel de lengua, registro de habla, intención del hablante, valoración del mensaje. Entre otras, estas son las marcas de uso que aparecen en el Diccionario de la Lengua Española: <<malson.>>, <<peyor.>>, <<despect.>>, <<irón>>, <<coloq.>>, <<vulg.>> (malsonante, peyorativo, despectivo, irónico, coloquial, vulgar). Repito: se refieren a las particularidades que se dan en el uso de esas palabras y no porque respondan a la calificación que quisiera dar la Academia (o los académicos); no se plasma allí, en esas abreviaturas, lo que "sienten" o piensan los académicos, o la ilustre corporación matritense, acerca de esas palabras.



Me explico: No es porque precisamente a ellos les parezca "fea", por ejemplo, la palabra "carajo", la razón por la que le han antepuesto "malson.", sino porque así la entendemos prácticamente todos los que la usamos; como sabemos, nunca un "carajo" es dicho para engreír a alguien, sino para hacerle sentir mal, y hasta a los niños se les prohíbe usarlo: "No hables lisuras". Por ello, antes de la definición de esta palabra y después de la letra "m" (masculino), podemos leer: "malson." (malsonante)



¿Pasa lo mismo con el adjetivo "fácil"? No. A este adjetivo, el Diccionario le antepone solamente esta abreviatura "adj." que viene a ser no una "marca de uso" sino de la naturaleza del término (o sea, referido a que es adjetivo y no sustantivo). Bien. El quinto significado de este adjetivo que leemos es: "Dicho especialmente de una mujer: Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales." ¿Por qué no le antepusieron ninguna "marca de uso"? Creo que –como ya lo dije- porque no hacía falta. El adjetivo "fácil" no es malsonante, peyorativo, despectivo, irónico, coloquial ni vulgar.



Veamos: En el Diccionario encontramos esta otra palabra (que es sustantivo), "prostituta", con el siguiente significado: "m. y f. Persona que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero."; como se ve, solamente se le ha antepuesto las abreviaturas "m." y "f." ("masculino" y "femenino") y ninguna marca de uso. En cambio su sinónimo, la palabra "puta" sí va precedida de su respectiva marca de uso: "m. y f. malson. prostituto.". ¿Por qué? Porque eso es lo que ocurre, en realidad: la palabra "puta", a diferencia de "prostituta", nos suena horrible, es decir, es malsonante, ¿o no?



Muchos han dado el grito al cielo por la inclusión en el Diccionario de la ya mencionada quinta acepción del adjetivo "fácil". Yo pregunto: ¿por qué debemos asumir como ofensivo y deplorable el adjetivo "fácil", referido a la mujer "Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales", y no el sustantivo "prostituta", asignado a la mujer "que mantiene relaciones sexuales a cambio de dinero"? ¿Es que, acaso, entre prestarse "sin problemas a mantener relaciones sexuales" y hacerlo "a cambio de dinero", existe una diferencia que hace que una de las dos situaciones merezca, digamos, aprobación unánime y la otra no?* Repito la pregunta hecha al principio respecto de la quinta acepción del sustantivo "fácil": ¿No debió, la RAE, haber incluido en el Diccionario, esa acepción por "ofensiva" o "machista"?





[1] ¿Recuerdan el poema "Hombres necios", de Sor Juana Inés de la Cruz? Es del siglo XVII. Nos revela, entre otras cosas, que el adjetivo "fácil" con el significado de que hablamos, no es nada nuevo: "Siempre tan necios andáis / que con desigual nivel / a una culpáis por cruel / y a otra por FÁCIL culpáis."