miércoles, 30 de septiembre de 2020

"ULISES". 16 DE JUNIO DE 1904, DESDE LAS 8 DE LA MAÑANA.*

 

Imponente, el rollizo Buck Mulligan apareció en lo alto de la escalera, con una bacía desbordante de espuma, sobre la cual traía, cruzados, un espejo y una navaja. La suave brisa de la mañana hacía flotar con gracia la bata amarilla desprendida. Levantó el tazón y entonó: // -“Introibo ad altare Dei.”[1]  Estas son las palabras con que empieza Ulises, la monumental novela del escritor irlandés James Joyce.  

                                               *** 

Les cuento. Un amigo muy curioso (no por extraño, sino por ser "inclinado a aprender lo que no conoce", o sea, el lado bueno de la curiosidad), me preguntó acerca de aquello de lo que todo el mundo habla cuando de esta novela se trata. No, no preguntó acerca de su argumento o de sus personajes o de lo que pudiera significar. Su inquietud fue otra: ¿Está dicho realmente en la novela que los acontecimientos narrados ocurren el día 16 de junio de 1904, y comienzan a las 8 de la mañana? ¿En qué parte del libro podemos encontrar esas referencias? Pensó -es lo que me dijo- que eso tal vez no podría ser sino una más de las cosas que se atribuyen a obras literarias famosas y que en realidad no existen: aquella frase atribuida al Quijote, por ejemplo (“Los perros ladran, Sancho, es señal de que avanzamos”). Le confesé que yo también dudaba, a pesar de que -tras haberla leído (bueno, es un decir)- el año 2004 escribí un poema en el que hacía referencias a algunas partes del libro[2]; y le prometí darle una respuesta después de volver a navegar en ese inmenso océano de palabras, poblado de virtuales cíclopes, lestrigones, mareas altas, tormentas y olas gigantes.  

Tal vez quienes saben -obviamente- muchísimo más que yo, tengan respuestas diferentes para la interrogante de mi amigo, pero -en fin- la mía (que se da como unas pistas, con las que se puede llegar a las respectivas páginas), es simplemente esta: Sí está dicho, y lo voy a demostrar con las siguientes precisiones. Así que, amigos, acompáñenme en esta búsqueda (o “busca”, que es la palabra que más le gustaba a don Jorge Luis Borges).  

*** 

Veamos. Empieza la novela: Después de aquel “Introibo ad altare Dei” ("Ve al altar de Dios), que he transcrito al principio, y luego de haber estado conversando y de contemplar la bahía de Dublín desde lo alto de la torre de Martello, Esteban Dedalus y Buck Mulligan (que es un medio rabioso estudiante de medicina) bajan a tomar el desayuno, preparado por Mulligan (les acompaña Haines, un joven al que Mulligan había previamente invitado). Tenían pan, mantequilla y miel, pero algo faltaba, lo principal: la leche. Mulligan, "repentinamente de mal humor, se sentó: // -¿Qué clase de ternera es esta?" (se refiere, con un remoquete medio perverso, a la anciana vendedora de leche, que aún no ha llegado). "Le dije que viniera después de las ocho". No pasa mucho rato y, efectivamente, la señora llega: "-La leche señor. // -Entre, señora -dijo Mulligan-. Kinch (es el apodo que decide ponerle a Esteban),  trae la jarra".

Ahí está: esa es la hora: 8 de la mañana, hora del desayuno. La encontramos en (obvio, ¿no?) el primer episodio, que es conocido como Telémaco (y está -obvio, otra vez- en la primera parte de la novela, llamada Telemaquia; las otras dos partes son: la Odisea y el Nostos").  

Así comienza, a esa hora, la grandísima y para muchos desconcertante novela de James Joyce, en una mañana de "suave brisa" que "hacía flotar con gracia la bata amarilla desprendida".  

Bien, ahora busquemos el día; lo encontramos en Hades (capitulo 6). "-¡Ea!... -gritó la voz del trapero, haciendo resonar su látigo sobre los flancos-, ¡Uuuu...! // Jueves naturalmente. Mañana es día de matanza". Ya sabemos cuál es el día de semana: jueves. Según el "calendario perpetuo", el 16 de junio de 1904 fue eso, pues: jueves.

Claro, pero eso aún no nos dice mucho: lo que necesitamos es encontrar una referencia escrita respecto de esa fecha, en la obra literaria cuya lectura tanto dolor de cabeza ha causado a muchos.   

Ubiquemos primero el mes. Leamos: "J. J. Molloy envió una mirada cansada de reojo hacia la estatua y no dijo nada. // -Me doy cuenta -dijo el profesor. // Se detuvo sobre la isla de pavimento de John Gray y midió a Nelson a través de la malla de su amarga sonrisa". Como se habrán podido dar cuenta, este brevísimo fragmento de la novela no nos sirve de ayuda, ciertamente; pero sí su título: "HORACIO ES CINOSURA EN ESTE DÍA DE JUNIO". ¿Dónde se encuentra eso? En el capítulo 7, llamado Eolo, que es, también, nombre del dios del viento.

Resuelto: efectivamente, es junio.   

Enseguida, nuestra mirada debe ir en busca de la fecha. No sé ustedes, pero yo la encuentro en esto, en Cíclope (capitulo 12): "(Alf) se pone a imitar al viejo juez haciendo pucheros (...) // Y por cuanto el día dieciséis del mes de la diosa de ojos de vaca y en la tercera semana después de la fiesta de la Santa e Indivisa Trinidad, la hija de los cielos, la luna virgen, estando entonces en su primer cuarto, sucedió que esos jueces eruditos acudieron a las salas de la ley".  

La tercera semana después de la mencionada festividad religiosa (hagan las constataciones con su santoral, si no me creen) corresponde al mes de junio; es decir, ese "día dieciséis" es, pues, 16 de junio.  

¿Qué nos falta? El año. Para esto, desde el punto al que he llegado en el libro, tengo que regresar 119 páginas. Transcribo: "-Hay un caballero aquí, señor -dijo el empleado adelantándose y teniendo una tarjeta-. Del 'Hombre Libre'. Quiere ver la colección KILKENNY PEOPLE del año pasado". ¿Cuál es ese "año pasado"? Aquí está: "-Todos los principales provinciales... 'Northern Whig', 'Cork Examiner', 'Enniscorthy Guardian', 1903..." A estas alturas, me acuerdo de un muy interesante libro, acerca de la realidad peruana (que no sé cómo diablos ni cuándo desapareció de mi biblioteca) que leí hace muchos años, cuando estuve en quinto de secundaria -publicado por lo que fue el Instituto Nacional de Cultura, o creo que aún se llamaba Casa de la Cultura-; me refiero a Entre Escila y Caribdis, de Augusto Salazar Bondy. Ese título nos lleva al nombre del episodio o capítulo reseñado.

Respuesta a la vista: Si ese -el que aparece allí mencionado, tras las publicaciones de la colección "Kilkenny People"- es el año pasado, entonces el actual es 1904, ¿verdad? Es cierto, y lo encontramos, pues, en el episodio Escila y Caribdis, que es el capítulo 9).  

Pero si aun con esto no resulta todo claro como quisiéramos, entonces demos un salto largo hasta el penúltimo capítulo que es Ítaca; justo allí, es donde encontramos que, al explicar la relación entre las edades de los dos protagonistas de la novela, se dice que "16 años antes, en 1888, Bloom tenía la edad actual de Esteban". Bien, a ese 1888 súmele 16 y verá a dónde llega: exactamente al año "1904 actual en que Esteban tenía  22" (así, textualmente, lo dice). Aclarado, ¿verdad? Sí. 

(Los tres capítulos aludidos -Escila y CaribdisCíclope y Eolo, están en la segunda parte, que es la más extensa de la novela: la Odisea).  

La pregunta del amigo curioso ha quedado, pues, respondida. Es verdad: todo ocurre el 16 de junio de 1904. Y comienza a las 8 de la mañana. No es una sospecha: está expresamente dicho en la novela.   

Ah, pero hay algo más que conviene precisar, para redondear completamente el asunto. Les invito, para ello, a leer los siguientes extractos de la novela que corresponden al episodio 16, conocido como Eumeo (en la tercera y última parte, que es el Nostos):  

"Bloom y Esteban entraron en el refugio del cochero, una estructura de madera sin pretensiones, donde antes de entonces, él había estado raramente, si es que alguna vez (...) // -Se trata ahora de tomar una taza de café -sugirió atinadamente el señor Bloom para romper el hielo-; se me ocurre que usted debería pedir un alimento sólido; por ejemplo una suerte de panecillos..."  

("Y he visto antropófagos del Perú que comen los cadáveres y el hígado de los caballos...")[3]  

 "-A qué hora comió usted? -preguntó a la delgada figura y rostro cansado aunque sin arrugas. // A alguna hora de ayer -dijo Esteban. // -Ayer -exclamó Bloom hasta que recordó que ya era mañana--. ¡Ah, usted quiere decir que son las doce pasadas! // -Anteayer -dijo Esteban, superándose (dicho de otro modo: corrigiéndose) a sí mismo..."  

"De cualquier manera, pesando el pro y el contra, y acercándose, como era el caso, la una, era hora de retirarse esa noche".   

"Resumiendo: Bloom que se había hecho cargo de la situación, fue el primero en ponerse de pie, pues no iban a quedarse eternamente, y ya que se había adelantado, y valiendo él tanto como su palabra de que pagaría la cuenta oportunamente, tomó la prudente precaución de hacer, moderadamente, como una advertencia de despedida a nuestro huésped, un signo apenas perceptible cuando los otros no miraban, a los efectos de que se enterará de que el pago estaba próximo…"  

"Sobre la calzada a la que se acercaban mientras iban hablando todavía, más allá de la cadena mecánica, un caballo, arrastrando una barredora, se deslizaba por el pavimento levantando una larga faja de cieno..."   

Entendieron, ¿verdad? Claro que sí. Después de haberse servido algo en "el refugio del cochero", que es algo así como lo que nosotros conocemos como un huarique (vocablo peruano al que, absurda y equivocadamente -según parece, por haber hecho caso a malos consejos- la RAE designa, en el Diccionario, como "escondrijo") y tras el pago por el consumo que ofreció efectuar Bloom, este sale con Esteban, y los dos se van conversando por las calles de la ciudad de Dublín, rumbo a casa. Pero, ¿a qué hora han salido del "refugio"? Después de la una de la madrugada ("y acercándose, como era el caso, la una, era hora de retirarse"). Y se van caminando, "lateando" decimos los peruanos.  

Luego de esto, en la novela hay dos capítulos (o "episodios"), los finales: Ítaca y Penélope. Pero, temporalmente hablando, no agregan nada (salvo para el ejercicio de la lectura), pues no hay allí, estrictamente hablando, narración de hechos.  

Ítaca (que es el penúltimo episodio), no es más que una seguidilla de preguntas y respuestas, digamos que explicativas, respecto de los dos personajes principales, que se hace el narrador; una pregunta de las cuales, por ejemplo (acerca de lo que ambos protagonistas pensaban, uno del otro), recibe esta inesperada y desopilante respuesta: "Él pensaba que él pensaba que él era judío mientras que él sabía que él sabía que él sabía que no lo era". Sin embargo, las primeras de esas preguntas y respuestas nos ayudan a aclarar la situación: hacen referencia a la caminata de Leopoldo Bloom y Esteban Dedalus hacia la casa del primero, caminata que al principio va dándose "a paso normal", luego "aflojando el paso" y "después a paso lento interrumpido por detenciones", hasta que -por fin- llegan a su destino, justamente en la "calle Eccles número 7", que es el lugar donde había aparecido por primera vez, en la novela, Leopoldo Bloom (Capítulo 7, Calipso) comiendo "con fruición órganos internos de bestias y aves", y especialmente "riñones de carnero a la parrilla, que dejaban en su paladar un rastro  de sabor a orina ligeramente perfumada". Hasta este punto ya podemos calcular: más o menos una hora de recorrido desde "el refugio", de donde salieron a la una de la madrugada. Es decir -para concluir-, desde las 8 de la mañana del día anterior, en que Esteban desayunaba con Mulligan y Haines, hasta estos momentos en que Bloom, frente a la puerta de su casa, "insertó mecánicamente la mano en el bolsillo trasero de sus pantalones para tomar su llavin", ¿cuántas horas han pasado? ¡Dieciocho horas! (Como dieciocho son los episodios o capítulos de la novela).  

Y lo que viene seguidamente es el episodio o capítulo final, conocido como Penélope, que en realidad es el extremadamente famoso, y tal vez el más importante aporte de Joyce a la literatura (porque, según dicen, en psicología quien primero lo hizo fue el norteamericano William James), el monólogo interior, en este caso de Molly (la esposa de Leopoldo Bloom, que le es infiel con un empresario musical), presentado en la novela sin un solo signo de puntuación. Aquí un pequeñísimo fragmento: "... yo nunca en toda mi vida sentí a nadie que tuviera una del tamaño de esa para hacerla sentir a una llena ha de haber comido una oveja entera después a quién se le ocurre hacernos así con un gran agujero en el medio de nosotras como un padrillo metiéndoselo a una adentro porque eso es todo lo que quieren de una con esa decidida mirada viciosa en sus ojos yo tuve que entrecerrar los ojos todavía si no tuviera esa tremenda cantidad de esperma dentro cuando se lo hice sacar y hacerlo sobre mí...". Erotismo desenfadado, que fluye en el pensamiento de la  mujer, mientras su marido duerme al costado de ella. 

***  

Todo esto que  he hecho tratando de satisfacer la inquietud, ha tenido un objeto adicional: experimentar -con placer, desconcierto y fatiga- un viaje "odisiaco" en el Ulises de Joyce. Porque  si solo hubiese querido ubicar la fecha, mes y año, hubiera bastado con decir que en la página 657 de la edición en castellano que tengo está la respuesta, en la referencia al presupuesto de gastos: el Debe y el Haber que corresponde -ahí lo dice textualmente- a ese día, el 16 de junio de 1904.

Y, vean cómo son las cosas. Ya van a ser las 2 de la madrugada del 28 de setiembre, y este viaje "odisíaco", de busca y rebusca, que comenzó ayer por la mañana, acabo de concluirlo y estoy por terminar la redacción de este texto. No van a creérmelo: todo ha durado prácticamente lo que la novela dura en Dublín: cerca de veinte horas. ¿Se imaginan? Qué cosas, ¿no? ¡Uf! Pero fue agradable todo; como lo he dicho: con placer desconcierto y fatiga.

¿Qué es Ulises? Diré que es, acaso, la más ambiciosa obra narrativa que se haya escrito en la historia de la humanidad. Una novela que no dice nada y lo dice todo, al mismo tiempo. Es una obra literaria, bastante extensa, que narra hechos ficticios que, vistos a ojo de buen cubero, carecen de mayor importancia. No aborda “los grandes temas de la humanidad”; las conversaciones de sus personajes son como las de cualquier vecino de una ciudad. Y, como sabemos, en las conversaciones de la gente, en una ciudad, se tratan generalmente de asuntos domésticos, fútiles: muy raramente se habla, por ejemplo, del destino de la humanidad, de asuntos referidos a la paz mundial, o “las hondas caídas de los cristos del alma”, y nadie tiene que engolar la voz o darle majestuosidad a sus expresiones. Los personajes de Ulises, igual; y nada tienen  de excepcional porque no han sido hechos para ser alabados o para servir de ejemplo (por sus luchas, sus sacrificios, sus actos nobles, sus rarezas, en fin); jamás podremos referirnos a ellos, como lo hacemos con Juan PreciadoJean ValjeanAureliano BuendíaRendón WilcaEmma BovaryGregorio Samsa.... No son "héroes", sino personajes comunes y corrientes, como cualquier hijo de vecino: Leopoldo Bloom, agente de publicidad, "único heredero masculino transubstancial nacido de Rodolfo Marimach (...) y Paquita Higgins", y Esteban Dedalus, "heredero masculino primogénito consubstancial sobreviviente de Simón Dedalus de Cork y Dublín y de María" (esto está dicho en el episodio llamado Ítaca).  Lo que hay en Ulises es pura cotidianeidad, pues, lo que le da a la novela, creo yo,  un verdadero carácter de realista, en el más estricto sentido de la palabra; es, por lo demás, absolutamente verosímil (es decir, realista no porque sea un retrato de lo real, sino porque no parece ficción). Por otra parte, es –estoy convencido- una novela, también al mismo tiempo, difícil y fácil de leer. Puede generar –y, de hecho, genera- reacciones de admiración, de desconcierto, de rechazo y hasta de odio, y tal vez también de placer; es decir, cumple cabalmente la razón de su existencia: conmover (o sea, "perturbar, inquietar, alterar"), como toda buena obra de arte.   

Ulises, la más extraordinaria obra monumental del siglo XX y, sin embargo, desatinadamente ninguneada y menospreciada por algunos (¿o por muchos'). ¿Saben quién, por ejemplo, tuvo una actitud adversa frente a la novela?, Virginia Wolf que, del escritor irlandés, incluso llegó a decir que era "nauseabundo".[4]  

Borges, en cambio, en una conferencia, afirmó claramente esto, que es un magnífico y justo homenaje: “Quiero decir que si tuviera que perderse todo lo que se llama literatura moderna y hubiera que salvar dos libros, esos dos libros que podríamos elegir en todo el mundo serían, en primer término el Ulises y luego el Finnegans Wake, de Joyce”. Lo mismo, sin dudas ni murmuraciones, digo yo.  

Los sucesos que cuenta Ulises se ubican, temporalmente, en un día de junio de 1904. James Joyce eligió el 16. ¿Por qué? Se dice que ello se debió a que esa fecha tenía una importancia de carácter sentimental para él: unos creen que fue cuando conoció a Nora Barnacle, la mujer con quien se casó y a la que le enviaba unas cartas bien "calenturientas"[5] (yo las leí por primera vez hace muchos años, en un periódico que, lamentablemente, se me perdió); otros, tal vez más acertados, están seguros de que en la noche del 16 aquel, tuvieron, James y Nora, su primer encuentro sexual (yo, por supuesto, me adhiero a esta hipótesis). 

Ah, una cosa más. Ulises es una novela, una obra literaria, y es como tal que debe ser leída. Un objeto construido con palabras y con un propósito estrictamente estético (que, como sabemos, tiene que ver con la belleza y también la fealdad), y no para a través de él, por ejemplo, "conocer" el estilo de vida de determinada época, para meditar acerca del destino de la humanidad, soliviantarnos por las inequidades o injusticias de la vida y las sociedades, ni para -entre muchos otros intereses- encontrar en su lectura consejos o fórmulas de "autoayuda". No, nada de eso. No es política, sociología, filosofía, psicología  y tampoco religión u otras cosas. Solo es literatura. 

[Bien, como se habrán dado cuenta, con todo lo que hemos hecho en esta busca y rebusca, lo que ha quedado comprobado es que en la novela nadie hay que teja y desteja, en espera del amado que ha de retornar tras veinte años de exilio, avejentado y barbudo, ni un perro que después de reconocer al que fue su amo, caiga desplomado a sus pies. No hay, tampoco, una Ítaca como destino final. La novela, toda, es el tejido que hay que destejer y volver a tejer en medio del placer o fastidio de su lectura, y es, también, un exilio y retorno permanentes, y un ladrido como anuncio de avance y retroceso y otra vez avance. Un trote permanente, perpetuo. La certeza de que la literatura existe, a pesar de todo.] 

                       *** 

Finalmente quiero contarles -y perdónenme por lo innecesario que pueda parecerles- que el ejemplar del Ulises, que lo tengo desde el 26 de agosto de 1975 (de puño y letra anoté la fecha en la portada -ojo, por si acaso, portada no es la carátula o cubierta-), corresponde a la sexta edición, en castellano, publicada en junio de 1972 por Santiago Rueda – Editor, de Buenos Aires. 

 


 



[1] En inglés: “Stately, plump Buck Mulligan came from the stairhead, bearing a bowl of lather on which a mirror and a razor lay crossed. A yellow dressinggown, ungirdled, was sustained gently behind him on the mild morning air. He held the bowl aloft and intoned: // —Introibo ad altare Dei.”

[2] Sesilú, mi poema, fue publicado inicialmente el junio del 2004, en el diario La Industria, de Chimbote; diez años después, en mi blog personal. 

[3] Obvio: esta cita no viene al caso, pero la he insertado por cuanto, para nosotros los peruanos, creo que se trata de una muy curiosa referencia. (Bueno, curiosa y desconcertante referencia, por aquello de los caníbales que comen "los cadáveres y el hígado de los caballos"). 

[4] Aquí pueden constatar lo de Virginia Wolf: "https://www.libropatas.com/libros-literatura/virginia-woolf-le-gusto-el-ulises-de-joyce/". Ah, y les cuento que otro personaje también habla pestes de Ulises y de su autor; es un narrador español que tiene apellido de virrey (hay que suponer, creo yo, que debe sentirse mejor que Joyce, ¿verdad?).

[5] En carta del 6 de diciembre de 1909: "Te habrán impresionado las cosas sucias que te escribo. Quizás pienses que mi amor es una cosa sucia. Lo es, querida, en algunos momentos. Te sueño a veces en posiciones obscenas. Imagino cosas muy sucias, que no escribiré hasta que vea qué es lo que tú me escribes. Los más insignificantes detalles me producen una gran erección- un movimiento lascivo de tu boca, una manchita color castaño en la parte de atrás de tus bragas, una palabra obscena pronunciada en un murmullo de tus labios húmedos, un ruido sin recato, repentino, de tu trasero y entonces asciende un feo olor por tus espaldas. En algunos momentos me siento loco, con ganas de hacerlo de alguna forma sucia, sentir tus lujuriosos labios ardientes, chupándome, coger entre tus dos senos coronados de rosa, en tu cara y derramarme en tus mejillas ardientes y en tus ojos, conseguir la erección frotándome contra tus nalgas y poseerte sodomíticamente".


* Este texto fue publicado inicialmente en Facebook (hoy, a la 1:39 de la madrugada), y también en mi blog "Consultorio Gratuito del Idioma" (por error, obviamente, pues desde el principio debió aparecer en este otro, que es donde publico mis artículos y ensayos).

domingo, 20 de septiembre de 2020

LAS "INDESEABLES" REDES SOCIALES*


Mario Vargas Llosa dice (al pie está el enlace): “Solo la literatura le enseña a uno las enormes posibilidades que tiene la lengua que utiliza para comunicarse..."  

 

Con todo respeto, debo decir que no es cierto lo que usted dice, don Mario. No solo la literatura hace eso.   

 

Esto que a usted le asquea -las "redes sociales"- no solo enseña (de "dar lección") sino, además, pone de manifiesto indiscutiblemente -en la práctica- las más inesperadas posibilidades y maneras de comunicarse. Incluso los emoticones y la virtual deconstrucción de las palabras, digamos convencionales, son muestra de ello. 
 

Las "redes sociales" han logrado hacer -"en dos trancazos", "en un dos por tres", en un solo clic- lo que la literatura -parsimoniosa, lerda- va logrando tímidamente en años: asimilar las maneras de comunicarse de la gente, de los pueblos. Y no son un atentado contra la precisión, la claridad y la coherencia: un "tkm", un "100pre", un ☺, etc., son -aunque usted no lo crea, o no quiera creerlo- precisos, claros y coherentes (y no son cosas de literatos), y son un aporte a la comunicación, la enriquecen.

  

Es que, la verdad, la literatura no inventa formas de comunicación, solo las asume (repito: tímidamente). Son los usuarios de la lengua y entre ellos especialmente los de los bajos fondos (y, ahora, los usuarios de las redes sociales), los que le dan movilidad y sobre todo fecundidad -creando nuevas palabras o dándoles nuevos significados a las ya existentes, etc.- y no tienen que pedir autorización a la Academia para ello. ¿La literatura hace eso? Muy, pero muy raramente. 

  

No existe una ley (divina, natural, jurídica o académica) que obligue a que la comunicación humana se dé sobre la base de directivas emitidas por alguna institución como la RAE, por ejemplo. Que haya personas honorables ("eliotianas",  obviamente, es decir medio "arcaicas" ☺), como usted, por ejemplo, a quienes esto no les gusta o que se horrorizan, es otra cosa. Pero la comunicación es así, pues: el anquilosamiento no es parte de su naturaleza ni es su condena; la renovación constante es su virtud. 

  

La comunicación es una manifestación de la libertad (y de democracia). 


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*   Hacer clic:  Lo dicho por Vargas Llosa.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

SEMÁNTICA PARA ESTOS DÍAS MEDIO AFIEBRADOS/ Unas reflexiones acerca de la "vacancia por permanente incapacidad moral'

Aquí (y no sé si en otros países también) muchos confunden (algunos con mala fe, o movidos por la bilis) "incapacidad moral" con inmoralidad. Y también creen que "incapacidad" es sinónimo de "indignidad". Es completamente absurdo. 

Veamos: ¿"Incapacidad moral" igual a "inmoralidad"? Si fuera así, entonces "incapacidad moral permanente" tendría que ser lo mismo que "inmoralidad permanente", ¿verdad? ¿Hay inmoralidad permanente e inmoralidad temporal? ¿Cómo se establecería la diferencia? ¿Inmoralidad temporal sería la de quien comete un acto inmoral en un día, y permanente, la de quien lo hace todos los días, tal vez? O, explíquenme, ¿cómo sería, en realidad, eso? ¿Cómo se verifica o se mide la "temporalidad" de lo inmoral? Otra cosa: ¿un inmoral, por el solo hecho de serlo, es un incapaz? La moralidad no es una capacidad; ergo, la inmoralidad no es sinónimo de incapacidad. Son, más bien, cualidades.

Nuestra Constitución Política señala, en el artículo 113°, como una de las causales de vacancia presidencial, la "permanente incapacidad moral o física". ¿Saben por qué dice esto? Por esto: porque, como se desprende de lo expresado textualmente, la norma constitucional está contraponiendo -como corresponde, y es lo correcto- dos conceptos bien marcados: lo moral y lo físico. ¿Pero lo "moral", en este caso, tiene que ver con aquello de las "buenas costumbres" o la "rectitud ética", o los "actos lícitos"? No. Porque la moral no es solo eso. Más adelante explicaré. 

¿Qué es capacidad? Es la aptitud, el talento o la cualidad para hacer o poder hacer algo. Capaz es quien tiene la posibilidad de hacer algo, el que puede hacerlo (efectuar un trabajo manual o intelectual, desempeñar un cargo, etc.); e incapaz es quien carece de las facultades (de las capacidades) físicas o morales para hacerlo. En palabras sencillas: capaz es la persona que puede hacer algo, que no adolece de limitaciones físicas o mentales para hacerlo, e incapaz es quien sí tiene esas limitaciones. En otras palabras, quien presenta incapacidad moral o física es lo que antes se conocía como "inválido" (este adjetivo fue cambiado por "minusválido" y finalmente por "discapacitado"). Las facultades físicas, ya sabemos, tienen que ver con la posibilidad de usar nuestras manos, nuestra voz, nuestro oído, etc. Un presidente de la República que pierde permanentemente esas facultades, es decir, que está impedido de hacer (que no puede valerse por sí mismo) se convierte en alguien con "incapacidad física" (por ejemplo, si carece de manos no podrá firmar decretos; si de pronto perdió el habla no podrá comunicarse). Será temporal o permanente según el daño sufrido, según su gravedad. Así, si tras un accidente de tránsito la persona termina cuadripléjica (o "cuadrapléjica", como dicen muchos) es obvio que, aunque conserve sus facultades intelectuales, no va a poder continuar desempeñando el cargo: estaremos, pues, ante una permanente incapacidad física. 

Ahora lo otro. ¿Qué es "incapacidad moral"? Ya sabemos lo que es, genéricamente, "incapacidad". Pero ahora, para encontrar una respuesta a esta pregunta, hay que ver qué cosa es "moral" y cómo encaja este concepto en el texto de la Constitución (concretamente: el artículo 113). Ya lo dije antes: para los efectos de la norma constitucional, la moral no es aquella de las "buenas costumbres" o de la "rectitud ética"; no la relativa "a las acciones de las personas desde el punto de vista de su obrar en relación con el bien o el mal" (Diccionario de la Lengua Española, DLE). La moral, para estos efectos, es el conjunto de facultades (es decir, capacidades) del espíritu por contraposición a lo físico (DLE). Es que, respecto de "moral" no hay una sola acepción: la primera y la quinta, en el Diccionario, son las que se refieren a aquello del bien y el mal en el comportamiento humano (lo moral y lo inmoral); pero la sexta es diferente, y es la que casa con el asunto de que estoy tratando: "Conjunto de facultades del espíritu, por contraposición a físico". Un diccionario, del año 1913, que tengo en mi biblioteca, dice lo siguiente: "Moral. adj. Perteneciente o relativo a las buenas costumbres y actos lícitos. // Espiritual, intelectual, por contraposición a material". El espíritu es el "alma racional", el "ser inmaterial dotado de razón"; la parte inmaterial de la persona humana, digamos la conciencia, el entendimiento, el juicio, la razón. Esto qué significa; que al hablar de "capacidad moral" se está hablando de la facultad de pensar, de razonar, de entender, o, como decían nuestras abuelas, "tener juicio". Clarísimo: incapacidad moral es exactamente lo mismo que incapacidad espiritual o intelectual (o mental), y no es -entiéndase bien- "inmoralidad": una persona, por el hecho de ser inmoral (voy a decirlo aunque resulte antipático) no se convierte automáticamente en un incapaz; un inmoral tiene la capacidad de razonar, de dar órdenes, de escribir, de debatir, etc. 

En consecuencia, es moralmente incapaz quien ha perdido la facultad de razonar, pensar, entender; exagerando: el que intelectual y mentalmente está anulado (y, obvio, tampoco podrá valerse por sí mismo). 

Si la persona que ejerce el cargo de presidente de la República pierde de por vida esas facultades (que no son "físicas") se convierte, constitucionalmente, en alguien con "permanente incapacidad moral" (en un "inválido); es decir, ya no podrá desempeñar el cargo (no podrá aprobar decretos, no podrá presidir sesiones, etc.). Si ocurre eso, es obvio: se produce, definitivamente, la Vacancia, y lo único que debe hacer el Congreso es darle forma legal a la circunstancia de "vacío" de poder presentada, simplemente declarándola, no disponiéndola porque no se "dispone" la Vacancia, no se "decide" vacar a un presidente: una vez producida la vacancia, solo se la declara.  

Creo que bien vale hacer esta precisión: la vacancia es un hecho jurídico (que genera una consecuencia legal); no es un acto jurídico, porque no corresponde  a una manifestación de voluntad. Hecho jurídico y acto jurídico son -entiéndase- conceptos diferentes. Ojo: "vacar" es un verbo intransitivo, como lo son "morir" o "nacer"; no "se muere" a alguien, se le puede matar, como tampoco "se vaca" a alguien, se le puede destituir, con lo cual se produce la vacancia (pero a un presidente de la República no se le destituye por cualquier motivo). "Vacancia" no es sinónimo de "destitución". (Vacar, según el Diccionario de la Lengua Española: Dicho de un empleo, de un cargo o de una dignidad: Quedar sin persona que lo desempeñe o posea). Se entiende, ¿verdad? La Vacancia (una vez establecida, con pruebas documentales, la incapacidad moral permanente) simplemente se da, repito, como un hecho, y el Pleno del Congreso solo la declara.  

Veamos un caso concreto. ¿El que participa en una conversación medio grotesca con su secretaria, pierde la capacidad de firmar decretos o de disponer medidas en cuanto a temas de su responsabilidad, es decir, ya no puede hacer esas cosas? Sí, sí puede hacerlas, porque no ha perdido sus facultades mentales o intelectuales (o sea, las "del espíritu", la capacidad moral). 

Me referí al principio a "indignidad". Lo que en el fondo ocurre es que, en opinión de políticos indignados y hasta de estudiosos del Derecho, situaciones como la señalada (el involucrarse un presidente de la República en actos bochornosos), lo convierten en indigno de continuar en el cargo. Eso puede ser cierto, pero esto no es causal de vacancia; podría, sí, ser un motivo indiscutible para ser expulsado como castigo; sin embargo, para que tal cosa (la expulsión como castigo) pudiera ocurrir debería estar autorizado en la Constitución Política el proceso correspondiente ("juicio político" o, como se conoce en inglés: "impeachment") y la verdad es que jurídicamente eso no es posible; solo se le puede someter a ese juicio y, digamos, expulsarlo, por haber incurrido en el delito de traición a la patria o en las infracciones señaladas por el artículo 117° de la Constitución Política, no por otros delitos, faltas o infracciones Repito: la inmoralidad o "indignidad" no son causales de vacancia presidencial. 

Pero, claro que hay que reconocer que existe un peligroso vacío en la Constitución y la ley. Para evitar interpretaciones que pueden ser antojadizas, irresponsables y perversas (en este país en el que la "comprensión lectora" está por los suelos), lo mejor hubiera sido que, textual y directamente, estuviese dicho en la norma constitucional lo que es "incapacidad moral". Y quizás lo más conveniente hubiese sido que el artículo correspondiente de la actual Constitución Política considerara una redacción similar a la del artículo 81° de la Constitución de 1839, en que no se habla de “incapacidad moral”, sino de “imposibilidad moral” (“La Presidencia de la República vaca (…) por (…) perpetua imposibilidad física o moral”); "imposibilidad": el no poder hacer; o tal vez como la del artículo 144 de la Constitución de 1933, que creo ayuda a entender mejor la oposición entre lo físico y lo moral (es decir lo inmaterial): la vacancia "Por permanente incapacidad física o moral del Presidente declarada el Congreso". 

Bueno, también hay vacío constitucional en el artículo 117°, respecto de las causales de acusación contra el Presidente de la República: si un presidente cometiera, por ejemplo, un asesinato, sería absurdo esperar el cese de su mandato para acusarlo y procesarlo (pues un delito como ese no está comprendido en dicho artículo). 

CONCLUSIONES:

1: Nuestra Constitución Política señala, como una de las causales de Vacancia presidencial, la "permanente incapacidad moral o física".

2: Capacidad es la aptitud, el talento o la cualidad para hacer o poder hacer algo (desempeñar un cargo, por ejemplo), e incapaz es quien carece de las facultades físicas o morales para hacerlo.

3: Las facultades físicas tienen que ver con la posibilidad de usar nuestras manos, nuestra voz, nuestro oído, etc.

4: La moral (el concepto que debe considerarse, En relación con la Constitución), es el conjunto de facultades (capacidades) del espíritu por contraposición a lo físico, es decir, la facultad de pensar, de razonar, de entender. Ergo, inmoralidad no es sinónimo de incapacidad.

5: Es moralmente incapaz quien ha perdido la facultad de razonar, pensar, entender. Una persona que, digamos, no puede valerse por sí misma.

6: "Vacar" es un verbo intransitivo, como lo son "morir" o "nacer"; no "se muere" a alguien, se le mata. (Vacar, según el Diccionario de la Lengua Española: Dicho de un empleo, de un cargo o de una dignidad: Quedar sin persona que lo desempeñe o posea). No "se vaca" a alguien, la Vacancia (sinónimo de "vacío) simplemente se da (es un hecho jurídico, no un acto jurídico) y, una vez ocurrida, el Congreso solo la declara, no la "dispone"); lo que sí puede disponer es la destitución de un presidente, pero solo por las razones señaladas en el artículo 117°, después de una condena.

7: La Vacancia -una vez establecida, con pruebas, la incapacidad moral permanente- simplemente se da, y el Pleno del Congreso solo la declara. La vacancia por incapacidad moral o física se declara, no se dispone.

8: Incapacidad moral no es lo mismo que inmoralidad. (La "capacidad" no es un asunto de buenas o malas costumbres o de rectitud ética o deshonestidad).

9: La vacancia presidencial no puede darse por razones de "indignidad". No es un "castigo". Eso no lo contempla la Constitución Política.

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                                                           © Bernardo Rafael Álvarez