lunes, 26 de julio de 2021

"FESTEJACIÓN": Algo más sobre este sustantivo

[Unos días atrás, ante una consulta, escribí esto en el Facebook: “FESTEJACIÓN. No es una palabra de uso común. La primera vez que la he escuchado ha sido ahora, en la voz de la esposa de Pedro Castillo, el presidente electo del Perú. Podría considerarse correcta ya que proviene de "festejar", como ocurre en el caso de "celebrar" de la que se genera "celebración"); pero hasta ahora solo se estima como aceptable la expresión "festejo" que es el acto de festejar. Nada hay, sin embargo, que justifique su reprobación, ni mucho menos que quiera cuestionarse su uso por parte de la señora cajamarquina; y más aún: no hay absolutamente justificación para que alguien pretenda burlarse. No ha hecho nada inadmisible. El que esta expresión no figure en el Diccionario académico no la invalida”. Un rato después me enteré de que la RAE, también como respuesta a una consulta, se había pronunciado al respecto, en el mismo sentido. Bueno, ahora vuelvo sobre el tema.]

                                  ***

 

Les cuento. Hace algunas décadas, en una entidad pública pregunté por qué se había dispuesto el archivamiento de un expediente. El interpelado, un señor de apellido rimbombante, se sorprendió: "Esa palabra no existe”, me dijo, refiriéndose a "archivamiento". “Lo que hemos hecho es disponer el archivo del expediente", agregó. Medio fastidiado, le sugerí que revisara su diccionario –un “Pequeño Larousse Ilustrado” que tenía sobre el escritorio-; lo hizo, y allí -como para que el fastidiado ahora fuera él- encontró la palabra que yo expresé: "Archivamiento: Acción y efecto de archivar". Por cierto, yo había empleado aquella palabra, solo porque mi sentido común me decía que era correcta; nunca antes la leí en ninguna parte pero estaba seguro de que el "mataburros" me iba a dar la razón y, efectivamente, así ocurrió: salí airoso, pues. Unos años más tarde, cuando yo ya tenía mi propio "Pequeño Larousse Ilustrado" -edición de 1988-, ¡oh, sorpresa!, vi que la palabrita del demonio había desaparecido. ¿Qué habría pasado? Creo que alguien les dijo que en el Diccionario oficial (DLE) no estaba considerada; sin duda, porque la Real Academia de la Lengua (RAE) sabía que ese sustantivo no era de uso común. 

Bien. ¿Se dieron cuenta de lo dicho por el señor de apellido rimbombante al que aludí, verdad? Claro: dijo que se había dispuesto el “archivo” del expediente. El sustantivo "archivo" empleado como acción y efecto de archivar. Y, bueno, la verdad es que no solo aquel señor lo usaba sino prácticamente toda la burocracia estatal, y es obvio que más allá de las fronteras del Perú, en gran número de países, también; por eso es que –como podemos comprobarlo- en el Diccionario académico hasta ahora aparece –pero no sé exactamente desde cuándo- el sustantivo de marras con el significado ya referido. (Es que, como sabemos, el Diccionario editado por la RAE registra los vocablos cuyo uso, vigente, se da en gran parte del universo hispanohablante y, en su oportunidad, elimina aquellos que han dejado de tener vigencia, que ya no se usan. 

¿Ese uso del vocablo "archivo" era correcto? No estaría fuera de lugar si la respuesta fuese un rotundo no. ¿Por qué? Pues, porque el razonamiento nos lleva a pensar, acertadamente, que igual podría ocurrir si –por ejemplo- para referirnos a la acción de almacenar, dijéramos "vamos a efectuar el almacén de esos productos": estaríamos, simplemente, ante algo absurdo; lo correcto sería esto que ya conocemos y usamos siempre: "vamos a disponer el almacenamiento": Y es que aquí -como ven- aparece un “elemento mágico" que es decisivo: un afijo, en este caso el sufijo "-miento", que sirve para expresar acción y efecto (ah, también existe el sufijo “-aje”: almacenaje, que es sinónimo de almacenamiento). Pero, ¿por qué, entonces, la RAE registró el sustantivo “archivo” con el significado al que ya me referí, si le faltaba ese elemento "mágico"? A continuación explicaré. 

Veamos. Si (continuando con el ejemplo de “almacén”) a todo el mundo, y no a unos cuantos, se le ocurriese decir -de una manera común y corriente, cotidianamente usual, en más de un país- cosas como esta de "efectuar el almacén de los productos", no estaríamos ante un error. ¿Sorprende lo que digo? No se preocupen, voy a sustentar mi afirmación; pero lo haré diciendo algo que será visto, u oído, como descabellado. Si se tratara de que solamente unas cuantas personas usan la referida expresión ("almacén", como acción y efecto de almacenar), sería -sí o sí- una reverenda pachotada, un error de los mil diablos; pero si ese uso se generalizara (en un país, o en varios países hispanoparlantes) llegaría, ahora sí, a convertirse en una expresión correcta. Parece un juego de palabras sin sentido, ¿verdad? No lo es. 

¿Y cómo es aquello de que lo que hoy es incorrecto, mañana se convierte en correcto? La respuesta -no me lo van a creer- es sencilla. En asuntos de semántica (los significados de las palabras), la corrección no se funda en el cumplimiento de determinadas reglas gramaticales, como sí ocurre, por ejemplo, con la sintaxis (que se ocupa de las relaciones entre las palabras, los grupos que con ellas se forman, los signos ortográficos, etc.). Lo que funciona, en la semántica, es la arbitrariedad y, naturalmente, la convención. El gato no apareció con el nombre de gato, el perro tampoco apareció con nombre incorporado: Los nombres son creados por los seres humanos, ¿siguiendo la norma dada por alguna academia o gobierno? No, sino por su propia voluntad, por su arbitrio, porque se les dio la gana de hacerlo; y esos nombres, esas palabras, se legitiman cuando su uso se extiende masivamente, cuando se imponen porque todo el mundo los acepta. A alguien, en un tiempo remoto, se le ocurrió que al mamífero que hace “miau” se le llame gato y al que ladra se le llame perro, y eso se hizo: a esas palabras se les dio tales significados; pero después, se decidió que esas mismas palabras significaran, además, otras cosas (gato: instrumento mecánico para levantar objetos pesados; perro: persona despreciable). Estos nombres (como todos) fueron asumidos por la generalidad de los hablantes; en otras palabras, su uso se convirtió en “norma o práctica admitida tácitamente, que corresponde a precedentes o a la costumbre” (DLE), es decir, fue aceptado por convención, por acuerdo tácito.  Es lo mismo que sucedió con archivo que, originalmente, en griego, significaba “residencia de magistrados”, y –ya en castellano- pasó a ser el lugar donde se guardan o custodian documentos y, ahora, también se le llama así a la acción y efecto de archivar. Cuando una expresión con determinado significado es asumida en su uso como “norma o práctica” por los hablantes, y su empleo no genera dudas o confusiones sino, por el contrario, resulta útil para la comunicación porque todos la entienden, quiere decir que, simple y llanamente, estamos ante algo que es, idiomáticamente, correcto. Ah, pero –ojo- no es que sea correcto porque la RAE lo dice, sino porque los hablantes (los pueblos) lo hemos asumido como tal (les guste o no a los académicos). En cuestiones semánticas y de uso, la RAE no “acepta” (porque no tiene facultades censoras: no da permisos ni dispone prohibiciones), solo recoge y registra los vocablos y, en su oportunidad, los incluye en el Diccionario. 

Así pasó con el sustantivo "archivo", como acción y efecto de archivar. Por el hecho de ser generalizado su uso, porque los hablantes lo asumieron como correcto, es que así, con ese significado, aparece ya en el DLE; el uso ("arbitro, juez y dueño en cuestiones de lengua", Horacio dixit) logró, como siempre, imponerse. Y también lo mismo tendrá que ocurrir, tarde o temprano, con “archivamiento”, y creo que inicialmente será identificado como peruanismo porque, al parecer, su uso mayor se da en nuestro país; y al menos, hasta ahora, es considerado por la Academia pero solo como de empleo en asuntos jurídicos y por ello es que únicamente se encuentra registrado en el Diccionario panhispánico del español jurídico (es que, efectivamente, usamos “archivamiento”, y también “desarchivamiento”).   

Me referí a la arbitrariedad con que se forman las palabras, ¿no es cierto? También hay, digamos -como lo insinué en el caso de “archivamiento”-, un procedimiento "más formal": por derivación. Y aquí interviene precisamente eso a lo que llamé el “elemento mágico”: el afijo, que es un morfema que puede ir al principio de la palabra (prefijo); o al final (sufijo). De pan, se deriva panes, panadero, panadería; de agua, aguatero, aguardiente, desagüe; de arena, arenal, arenera; de razón, razonar, razonable; de moral, moralizar, desmoralizar. Y de festejar, es obvio que puede derivarse -con todas las de la ley- festejamiento y también festejación; no hay nada que pueda impedirlo. A los sustantivos generados, como en este caso, a partir de un verbo se les conoce como sustantivos deverbales. 

Repito, pues, lo que dije hace unos días, respecto de lo expresado por la señora Lilia Paredes, de Cajamarca; es decir, sobre el sustantivo “festejación”: No ha hecho nada inadmisible, la señora. El que esta expresión no figure en el Diccionario académico no la invalida. Ah, y agrego: no estamos frente a un caso de "interferencia lingüística", como equivocadamente creen algunos; la derivación a la que me he referido ha sido efectuada estrictamente con los recursos de la lengua española. "Festejo" o "festejación" es la acción y efecto de festejar.

(A propósito: En Pallasca, mi pueblo natal, llamamos festejo no a una festividad o “acción y efecto de festejar”, sino a cada una de las diversas estampas folclóricas que se presentan especialmente durante la Fiesta Patronal de San Juan Bautista: las “Pallas”, el “Quishpe”, los “Blanquillos”, etc.; a un riquísimo alfajor que se prepara sobre todo en los días de Semana Santa, lo conocemos como hojarrasca, así: con doble "r'. ¿Alguien se atreverá a "corregirnos"? Sería absurdo e inadmisible. Para nosotros son nombre bien puestos, son correctos, y punto).

© Bernardo Rafael Álvarez



sábado, 24 de julio de 2021

MIS RESPUESTAS

Las respuestas que di a unas preguntas del poeta Renato Sandoval (el Facebook me lo ha recordado. Fue en febrero del 2012): 

 

1) ¿Tienes alguna objeción contra el mar?

-Contra el mar, ninguna. Todo lo contrario. Me alegra saber que no solo somos tierra, que hay una inmensidad salada, azul, intranquila, que choca con el cielo y a veces es parte de él, al menos en nuestros ojos. Mi reproche, más bien, se dirige contra mí mismo por no saber nadar y no poder zambullirme en sus profundidades pobladas de luz y colores que pugnan por emerger.   

2) ¿En qué partes de la Tierra crees que se podría plantar árboles de poesía?

Yo los plantaría justo allí donde debió haber sido plantado el "árbol de la ciencia del bien y del mal": en el filo de la navaja. Al costado podría un letrerito, como aquellos que prohíben pisar el césped, en el que diga: "Este es el árbol del bien. Lo demás es abismo”.   

3) ¿Es la soledad principio o fin de todo lo que existe?

-Es el principio y es el fin. Pero a veces, muchas veces, se comporta como una compañía protectora y nutritiva de la existencia. Como lo he escrito en un poema, la soledad ya no es, ahora, lo que era antes: “ya no es un desierto, ahora es un bosque”. La tecnología ha hecho eso. Las “redes sociales” ha creado el regocijo de la bulliciosa soledad compartida.   

4) ¿Qué prefieres ser: buen escritor pero desdichado o uno mediocre o pasable pero feliz?

-Quisiera ser un buen escritor, pero no desdichado. Solo me he quedado en ser humano medianamente feliz. Creo que aún tengo, al menos, un cuarto de hora por delante para lograr hacer realidad mis deseos.  

 5) ¿Es la locura un ingrediente básico del verdadero genio?

-Creo, más bien, que la genialidad podría ser un ingrediente básico de la locura: Porque la genialidad, si bien no implica una vocación por el deicidio, sí es una virtual suplantación de Dios. Y esto es, pues, una reverenda y bendita locura. Pero, claro, hay genios y genios: hay el genio de razón y pasión, y hay el genio de mente.   

6) Sinceramente, ¿qué piensas de todos aquellos que te rodean y que no escriben o no se dedican a ninguna actividad artística?

Pienso que son más valiosos que yo, o, para no ser tan patético, menos inútiles. No hay ley (ni de Dios ni de los hombres) que mande, ni necesidad que obligue, a que todos sean escritores o artistas. Quienes me rodean son mis seres queridos. Y eso me hace dichoso.   

7) ¿Has dicho la verdad cuando has mentido o mentido cuando hablabas en serio?

-El hecho de dedicarme a escribir poemas ya es razón para pensar que, efectivamente, miento y digo la verdad en un zas. Pero, ojo, la mentira del poeta o del artista no es lo mismo que la mentira de un político, pues la de este es mendacidad; por eso, aún bien bañado, hiede. La poesía es aroma, a pesar de su drama.  

8) ¿Qué o a quién no soportas?

Son insoportables las personas que insultan. Acepto discrepancias, pero jamás insultos. Porque yo no insulto a nadie. Como reza el dicho, respetos guardan respetos.   

9) ¿Cuál es tu principal fobia o miedo, cuál tu principal placer o amor?

-Mi principal placer el amor, mi principal amor, el de mis hijos. ¿Fobia? Más que fobia, cólera: cuando veo que apedrean a los perros por el solo hecho de ladrar, como si esperaran que en lugar de emitir ladridos estos animales piaran graznaran relincharan o rebuznaran. Pero, sí, tengo alguna fobia: subir por los cerros.   

10) Si alguien te dijera que en realidad no le gusta tu trabajo literario, del tipo que sea, aunque muchos digan lo contrario, ¿cómo te sentirías y qué le dirías?

-Me alegraría, porque así tendría yo la certeza de que alguien, al menos, me ha leído y ha tenido el cuidado de poner atención en mis escritos. Es insoportable (ojo: he aquí otra cosa que no soporto) que todo el mundo te diga, “oye, qué bacán tu poesía”, solo para complacerte sin siquiera haberla leído, lo cual, además, en lugar de ayudarte, te adormece, no te estimula.   

11) ¿Alguna opinión sobre los políticos y la política de tu medio?

-¿Sobre los políticos y nuestra política? Pues doy gracias a Dios por su existencia (la de los políticos, digo), porque gracias a ellos tenemos humor del bueno los fines de semana.  

12) ¿Por qué no has leído todos los libros que reposan en tu biblioteca? ¿Haces poda periódica de ellos? 

-Alguien me contó alguna vez que un Presidente -probablemente Miguel Iglesias- le preguntó a don Ricardo Palma, al ver su frondosa biblioteca, si había leído todos los libros que allí se encontraban. El genial tradicionista respondió: “Sí, dos veces”. Mi biblioteca es microscópica en comparación a la de nuestro escritor miraflorino (apenas dos mil o algo más de volúmenes), pero algunos libros solo los he hojeado, eso: dos veces. Hace muchos años cogí unos libros que me parecieron deleznables y los llevé a Tacora; pedí una cantidad por ellos y me ofrecieron la quinta parte afirmando, por añadidura, que se trataba de “librejos”. Avergonzado, regresé a casa con la bolsa de mercado, ese día llena de cultura, y nunca más me atreví a cometer semejante torpeza. Pero hay algunos libros que di en préstamo a más de un amigo. Nunca me los devolvieron. Muy tarde conocí esta gran verdad: zonzo es quien presta libros, pero más zonzo es el que los devuelve.

13) ¿Crees que ya has llegado a escribir el libro que querías?

-Los libros que he escrito son los que he querido escribir. Que hayan salido con yaya, con un dedo demás o con los ojos saltados, es otra cosa.   

14) De lo anterior, ¿por qué seguir escribiendo si, en su momento, ya se dijo bien lo que se tenía que decir? ¿Por qué seguir usando las palabras?

-Bueno, es la verdad, ya “se dijo bien lo que se tenía que decir”, y esto ha ocurrido no solo en uno sino en muchos momentos a través de la historia. La razón de ser y de sobrevivir de la literatura no está, precisamente, en aceptar que las cosas se dijeron y que por ello ya no hace falta repetirlas, sino en decirlas y volver a decirlas de un modo diferente, desde una óptica diversa y con un propósito distinto. Las palabras debemos seguir empleándolas, porque gracias a la palabra es que somos. ¿Alguien se ha puesto a pensar qué sería del mundo, de la humanidad, si despareciera la palabra?         

15) ¿Libros de cabecera, de sala, de micro, de metro, de baño?

-Vallejo, sin dudas ni murmuraciones: desconcertante y muy familiar: Poemas humanos. El otoño del patriarca y Cien años de soledad de Gabo. De cabecera, de sala, de micro, de metro. ¿De baño? Juez justo, la revista.   

16) ¿Qué sucedería si no existieran las ostras y las uvas Malbec?

--Existirían los chochos de Huaraz y los cuyes de Pallasca. Un vaso de chicha de jora para el brindis. Y la vida continuaría.   

17) Si no fueras humano, ¿qué cosa concreta o abstracta te gustaría ser?

-Abstracta y concreta: la Torre de Babel, para comprender la confusión medio apocalíptica del mundo.  

18) ¿Has amado u odiado más de lo debido?

-Puede amarse más de lo debido y es probable que yo aún no haya hecho eso. Pero, ¿odiar más de lo debido? Nadie debe odiar. Resentirse, patalear, pero nunca odiar.   

19) ¿Piensas que el mundo sería distinto si no existiera la poesía?

-Cada día el mundo es distinto, con la poesía o a pesar de la poesía. El mundo, con sus dramas, alegrías y locuras, es quien hace que la poesía cambie. La poesía nos hace bien, pero no nos transforma. Es una actividad humana, nada más. No es la razón de ser del mundo.   

20) ¿Qué prefieres: al poeta o su poesía?

-Sin pensarlo dos veces: la poesía. El poeta es uno más de los seres humanos, con lucidez o locuras, pero uno más, con errores o aciertos, pero uno más. Es falso aquello de la tan mentada “consecuencia”. Eso es una falacia. No hay nada que obligue al poeta a ser como su poesía. El poeta es un hacedor, como lo es un escultor, un fabricante de carteras, de tazas, etc. Importa lo que hace, no lo que es.   

21) ¿Los artistas, como ellos así lo creen, sufren y gozan más intensamente que los demás mortales?

-Todos somos distintos e iguales al mismo tiempo. Nadie tiene el privilegio del sufrimiento. Hay poetas que comen cuatro veces al día y otros que apenas sobreviven. Igual pasa con los demás seres humanos. Los poetas no somos una clase diferente, ni una raza, ni una casta. Menos un gueto.   

22) ¿Algún problema con el suicidio?

-Es una estupidez.   

23) ¿Qué tanto de lo que crees que proyectas en los demás consideras cierto en ti?

-Casi nada, creo que casi nada. Soy consciente de que a pesar de sus verdades, la poesía es producto de una suerte de burla que ejercemos los poetas contra el mundo, porque no lo aceptamos como tal. Por eso existen las metáforas, como una rebelión contra la “normalidad” y su monotonía. Una mentira cierta, verdadera.   

24) Si hoy a la medianoche fuera el fin del mundo, ¿exactamente qué es lo que harías?

-Me bajaría en la esquina más cercana, correría en busca de mis hijos y los abrazaría como jamás abracé a nadie. Y cerraría los ojos.

 

 (Bernardo Rafael Álvarez, Febrero del 2012)

 

domingo, 11 de julio de 2021

EN AQUEL CUARTO DEL HOTEL LIMA

 

Fue el 13 de diciembre del 2011 (fechas como aquella jamás se olvidan), a las once de la mañana. Un día antes nos habíamos puesto de acuerdo para encontrarnos allí y, efectivamente, a esa hora ya estábamos en el lugar (pero yo –“puntualazo”, como siempre-, unos minutos antes). Y fue ese el momento en que, por primera vez, nos vimos personalmente, y dejamos, ya, de ser "amigos virtuales". Después del saludo y las sonrisas, nos dispusimos a entrar a donde habíamos -con irrefrenable ansiedad- querido ingresar: en la amplísima estrechez de ese vetusto cuarto de hotel, y lo hicimos tras las coordinaciones que ella había efectuado previamente con el encargado para la apertura de la puerta. Un cuarto de algo más de dos metros de ancho y cuatro de largo, más o menos, pero, a pesar de todo, para nosotros el paraíso de los sueños: un recinto poblado de memoria y de emociones. Y Pilar y yo, regocijados y, ¡cómo no!, felices, viviendo la experiencia más increíble, deliciosa e inolvidable; momentánea pero eterna. Conmovidos, pues, hasta la pared de enfrente. Aquella fue la segunda vez, después de treinta y dos años, que yo me encontraba allí, y mi alegría, a flor de piel, se desbordaba inconteniblemente: gozo supremo, generado por el deseo finalmente logrado. Qué de recuerdos me invadieron, caracho. Y qué mágicos esos  minutos irrepetibles. Me sentía, en ese cuarto, como abrazado a la sonrisa medio polvorienta de un fantasma luminoso. Hacía unos meses, quizás medio año o menos (no lo recuerdo exactamente), que ella y yo nos habíamos “agregado” (¿así se dice, verdad?) en el Facebook, y algo en común hizo que entre ambos brotara una gran simpatía, una suerte de identificación; y, claro, debido a eso  es que aparecieron con cierta frecuencia motivos múltiples para conversar o, mejor dicho, "chatear": es que nos dimos cuenta de que coincidíamos especialmente en algo noble: el amor por el arte. Quizás por eso, pudo adivinar mi deseo y fue ella a quien se le ocurrió proponer aquel encuentro. Y, en efecto, llegó el día que tenía que llegar: un día martes, el del “ni te cases ni te embarques, ni de tu casa te apartes”. ¡Y ocurrió, pues! ¡Entonces, al encuentro se ha dicho! Solo tenía que salir con tiempo de casa e ir al paradero "Pilas", esperar un poco, y subir a un microbús de la empresa llamada, ¡cómo no!, "La Buena Estrella" (Ancón-La Parada). Eso fue lo que hice, y en unos cuarenta minutos ya estaba en la avenida Parinacochas, para de ahí caminar apenas unas cuantas cuadras hasta la esquina de 28 de julio y Huánuco, el destino final. Pilar, según me dijo, trabajaba cerca y, obvio, pensé que no iba a demorar. Y, bueno, pues, llegué. Tantos años habían pasado que, es comprensible, casi no podía reconocer la edificación que ahora veía; además, porque la primera vez fue de noche y el arribo fue en un taxi que se detuvo justo frente a la entrada, por la que ahora me disponía a ingresar para encaminarme luego al segundo piso, en donde esperé por no más de cinco minutos. Apareció Pilar: subió sonriente mientras yo me ponía nervioso. Beso en la mejilla. Abrazo. Y sonrisa, siempre. Espera, me dijo; bajó y enseguida volvió a subir ahora acompañada por un joven que traía un llavero en la mano y nos guió, en medio de ruido de máquinas, hasta una habitación en cuya puerta una plaquita azul mostraba el número que yo nunca olvidé, que no quise olvidar: el 283. El joven la abrió y luego se retiró; nosotros ingresamos, y nuestros corazones parecían zapatear de alegría. Mirábamos las paredes vacías una y otra vez, como tratando de descubrir unas huellas que, a pesar de ser invisibles, resplandecían como el sol o, más que el sol, como el esplendor de una sonrisa: aquella, la sonrisa perpetua de quien allí, antes, había dormido, soñado, creado y amado a sus anchas. Pero este 13 de diciembre, el del retorno, éramos cuatro los habitantes fugaces de esa soledad encantada: Pilar, yo, mi sobrino Percy -que me había acompañado- y... ¡Víctor, pues!, el amigo querido que treinta y dos años antes -el 14 de noviembre de 1979, a las ocho y media de la noche-, en ese lugar, junto a esa puerta, puso una silla y me ordenó que me sentara porque quería retratarme con el carboncillo que hacía unos días le habían traído desde París, y, efectivamente, con ligereza y seguridad hizo el precioso apunte que conservo como el tesoro más preciado.


Ahora, a Víctor lo tenía otra vez ahí mismo, conmigo, como el bello y luminoso fantasma que es y será siempre, en ese hotel que desde mucho tiempo atrás dejó de ser hotel. Hablé de ruido de máquinas, ¿verdad? Claro. Es que, ahora, el lugar era un centro comercial, con tiendas, talleres textiles y traqueteo de remalladoras y otras cosas; solo el cuarto inolvidable se mantenía ajeno y libre de esos menesteres, urgencias y entreveros, y -por supuesto- protegido. Pilar, mi amiga querida, fue la artífice que hizo la magia para mi soñado e inesperado encuentro con la nostalgia, con el recuerdo entrañable, y me dio algo inestimable: esos intensos minutos de felicidad por los que me siento infinitamente agradecido.

Fue el entrañable reencuentro con el espíritu siempre vivo, fecundo y travieso de Víctor Humareda, el inmenso pintor nacido en Lampa, el huésped perpetuo de aquel cuarto en el otrora Hotel Lima.

© Bernardo Rafael Álvarez


lunes, 5 de julio de 2021

EL "GIRÓN" DE ARGUEDAS

 

¿Han puesto atención a las primeras páginas de Yawar Fiesta, la linda novela de José María Arguedas? Acabo de sacarla de mi biblioteca para volver a leerla. Es una edición de Populibros. Al abrirla me doy cuenta de que hace ya muchos años yo había resaltado lo que obviamente me pareció una curiosa forma de escribir la palabra "jirón" -referida a una vía urbana- no con "j" sino con "g": "girón Bolívar". ¿Correcto o incorrecto? 

 

Como sabemos, el nombre de la vía urbana "compuesta de varias calles o tramos entre esquinas" (Diccionario académico) es "jirón" (así, con "j"). ¿Debemos afirmar, por ello, que el Taita se equivocó, tal vez? No. Explico. 

 

Para empezar, tengo que decir que esta palabra proviene del francés "giron" y este de "gêro" (del fráncico, lengua germánica extinguida hace muchos siglos), con el significado de “tejido rematado en punta”; y, por si no lo sabían, les cuento que, referido a vía urbana -y no, entre otras cosas, al pedazo desgarrado de un vestido o de otra tela-, este vocablo es un peruanismo (véanlo en el Diccionario académico). Lo que no sé es cuándo fue asumido como tal por la RAE e incorporado al Diccionario, pero presumo que eso ocurrió hace apenas un par de décadas, en la Vigésima Segunda Edición del DLE (2001), y se apoyaron en el Diccionario de Peruanismos de Juan Álvarez Vita, cuya primera edición apareció en 1990: lo digo, porque la definición que expone la Academia es exactamente la misma que aparece en la publicación del lexicógrafo peruano (no tengo la edición de 1992 del DLE). No se encuentra en el Diccionario de Peruanismos de Juan de Arona, que es del siglo XIX, y tampoco en el Glosario de Peruanismos del padre Rubén Vargas Ugarte, publicado por la Universidad Católica en 1946; en un vetusto diccionario que tengo en mi biblioteca, del año 1913, y en un Larousse de 1984, no aparece el término con el significado de vía urbana; en el primero de los mencionados se incluye las dos formas de escritura, pero con otras acepciones. 

 


La novela de Arguedas fue publicada por primera vez en 1941; lo cual significa que ya entonces en nuestro país pudo haber sido de uso tal vez común ese nombre para referirse a las vías urbanas, y seguramente unos lo escribían con "g" (tal como era escrita la grafía en su lengua de origen) y otros con "j", lo cual (escribir con “g” o con “j”) naturalmente era válido puesto que aún no se había optado, "oficialmente", por una de las dos formas. (Lo que me parece un poco extraño es que, como ya lo dije, en el Glosario del padre Vargas Ugarte no hubiera sido incluido). Desconozco en qué año exactamente fue publicada por Populibros la novela, ya que no aparece esa información en el libro, pero fue entre 1963 y 1965, lo que nos indica que si los editores no modificaron la escritura del vocablo de marras fue porque, digamos, no había un referente ortográfico que les hiciera pensar que estaban frente a un error. Bien. Finalmente se impuso y fue asumido por la RAE el uso con la letra "j" en el peruanismo: "jirón"; pero esto ocurrió varias décadas después de haber sido escrita y publicada por primera vez Yawar Fiesta. Ahora, sí, es considerado un error.


Repito: No se equivocó el taita al escribir "girón" y no "jirón", en la bella novela en que comienza mencionando a los tres ayllus puquianos que se ven desde el abra de Sillanayok': Pichk'achuri, K'ayau, Chaupi. Ah, y algo más: Arguedas no fue el único que escribió el vocablo en cuestión con "g"; mucho antes, nuestro historiador Jorge Basadre también lo había hecho: en La multitud, la ciudad y el campo en la historia del Perú (1929) dice, por ejemplo, que esta frase es irritante e infame: "Lima es el Perú y el girón de la Unión es Lima" (pag. 151).




© Bernardo Rafael Álvarez