lunes, 26 de julio de 2021

"FESTEJACIÓN": Algo más sobre este sustantivo

[Unos días atrás, ante una consulta, escribí esto en el Facebook: “FESTEJACIÓN. No es una palabra de uso común. La primera vez que la he escuchado ha sido ahora, en la voz de la esposa de Pedro Castillo, el presidente electo del Perú. Podría considerarse correcta ya que proviene de "festejar", como ocurre en el caso de "celebrar" de la que se genera "celebración"); pero hasta ahora solo se estima como aceptable la expresión "festejo" que es el acto de festejar. Nada hay, sin embargo, que justifique su reprobación, ni mucho menos que quiera cuestionarse su uso por parte de la señora cajamarquina; y más aún: no hay absolutamente justificación para que alguien pretenda burlarse. No ha hecho nada inadmisible. El que esta expresión no figure en el Diccionario académico no la invalida”. Un rato después me enteré de que la RAE, también como respuesta a una consulta, se había pronunciado al respecto, en el mismo sentido. Bueno, ahora vuelvo sobre el tema].

                                  ***

 

Les cuento. Hace algunas décadas, en una entidad pública pregunté por qué se había dispuesto el archivamiento de un expediente. El interpelado, un señor de apellido rimbombante, se sorprendió: "Esa palabra no existe”, me dijo, refiriéndose a "archivamiento". “Lo que hemos hecho es disponer el archivo del expediente", agregó. Medio fastidiado, le sugerí que revisara su diccionario –un “Pequeño Larousse Ilustrado” que tenía sobre el escritorio-; lo hizo, y allí -como para que el fastidiado ahora fuera él- encontró la palabra que yo expresé: "Archivamiento: Acción y efecto de archivar". Por cierto, yo había empleado aquella palabra, solo porque mi sentido común me decía que era correcta; nunca antes la leí en ninguna parte pero estaba seguro de que el "mataburros" me iba a dar la razón y, efectivamente, así ocurrió: salí airoso, pues. Unos años más tarde, cuando yo ya tenía mi propio "Pequeño Larousse Ilustrado" -edición de 1988-, ¡oh, sorpresa!, vi que la palabrita del demonio había desaparecido. ¿Qué habría pasado? Creo que alguien les dijo que en el Diccionario oficial (DLE) no estaba considerada (quizás porque la Real Academia de la Lengua (RAE) consideraba que ese sustantivo no era de uso común). 

Bien. Se dieron cuenta de lo dicho por el señor de apellido rimbombante al que aludí, ¿verdad? Claro: dijo que se había dispuesto el “archivo” del expediente. El sustantivo "archivo" empleado como acción y efecto de archivar. Y, bueno, la verdad es que no solo aquel señor lo usaba sino prácticamente toda la burocracia estatal, y es obvio que más allá de las fronteras del Perú, en gran número de países, también; por eso es que –como podemos comprobarlo- en el Diccionario académico hasta ahora aparece –pero no sé exactamente desde cuándo- el sustantivo de marras con el significado ya referido. (Es que, como sabemos, el Diccionario editado por la RAE registra los vocablos cuyo uso, vigente, se da en gran parte del universo hispanoparlante y, en su oportunidad, elimina aquellos que han dejado de tener vigencia, que ya no se usan. 

¿Ese uso del vocablo "archivo" era correcto? No estaría fuera de lugar si la respuesta fuese un rotundo no. ¿Por qué? Pues, porque el razonamiento nos lleva a pensar, acertadamente, que igual podría ocurrir si –por ejemplo- para referirnos a la acción de almacenar, dijéramos "vamos a efectuar el almacén de esos productos": estaríamos, simplemente, ante algo disparatado; lo correcto sería esto que ya conocemos y usamos siempre: "vamos a disponer el almacenamiento": Y es que aquí -como ven- aparece un “elemento mágico" que es decisivo: un afijo, en este caso el sufijo "-miento", que sirve para expresar acción y efecto (ah, también existe el sufijo “-aje”: almacenaje, que es sinónimo de almacenamiento). Pero ¿por qué, entonces, la RAE registró el sustantivo “archivo” con el significado al que ya me referí, si le faltaba ese elemento "mágico"? A continuación explicaré. 

Veamos. Si (continuando con el ejemplo de “almacén”) a todo el mundo, y no a unos cuantos, se le ocurriese decir -de una manera común y corriente, cotidianamente usual, en más de un país- cosas como esta de "efectuar el almacén de los productos", no estaríamos ante un error. ¿Sorprende lo que digo? No se preocupen, voy a sustentar mi afirmación; pero lo haré diciendo algo que será visto, u oído, como descabellado. Si se tratara de que solamente unas cuantas personas usan la referida expresión ("almacén", como acción y efecto de almacenar), sería -sí o sí- una reverenda pachotada, un error de los mil diablos; pero si ese uso se generalizara (en un país, o en varios países hispanohablantes) llegaría, ahora sí, a convertirse en una expresión correcta. Parece un juego de palabras sin sentido, ¿verdad? No lo es. 

¿Y cómo es aquello de que lo que hoy es incorrecto, mañana puede convertirse en correcto? La respuesta -no me lo van a creer- es sencilla. En asuntos de semántica (los significados de las palabras), la corrección no se funda en el cumplimiento de determinadas reglas gramaticales, como sí ocurre, por ejemplo, con la sintaxis (que se ocupa de las relaciones entre las palabras, los grupos que con ellas se forman, los signos ortográficos, etc.). Lo que funciona, en la semántica, es la arbitrariedad y, naturalmente, la convención (o sea, el acuerdo tácito de las mayorías). El gato no apareció con el nombre de gato, el perro tampoco apareció con nombre incorporado: Los nombres son creados por los seres humanos, ¿siguiendo la norma dada por alguna academia o gobierno? no, sino por su propia voluntad, por su arbitrio, porque les dio la gana de hacerlo; y esos nombres, esas palabras, se legitiman cuando su uso se extiende masivamente, cuando se imponen porque todo el mundo los acepta. A alguien, en un tiempo remoto, se le ocurrió que al mamífero que hace “miau” se le llame gato y al que ladra se le llame perro, y eso se hizo: a esas palabras se les dio tales significados; pero después, se decidió que esas mismas palabras significaran, además, otras cosas (gato: instrumento mecánico para levantar objetos pesados; perro: persona despreciable). Estos nombres (como todos) fueron asumidos por la generalidad de los hablantes; en otras palabras, su uso se convirtió en “norma o práctica admitida tácitamente, que corresponde a precedentes o a la costumbre” (DLE), es decir, fue aceptado por convención, por acuerdo tácito.  Es lo mismo que sucedió con archivo que, originalmente, en griego, significaba “residencia de magistrados”, y –ya en castellano- pasó a ser el lugar donde se guardan o custodian documentos y, ahora, también se le llama así a la acción y efecto de archivar. Cuando una expresión con determinado significado es asumida en su uso como “norma o práctica” por los hablantes, y su empleo no genera dudas o confusiones sino, por el contrario, resulta útil para la comunicación porque todos la entienden, quiere decir que, simple y llanamente, estamos ante algo que es, idiomáticamente, correcto. Ah, pero –ojo- no es que sea correcto porque la RAE lo dice, sino porque los hablantes (los pueblos) lo hemos asumido como tal (les guste o no a los académicos). En cuestiones semánticas y de uso, la RAE no “acepta” (porque no tiene facultad para censurar: no da permisos ni dispone prohibiciones), solo recoge y registra los vocablos y, en su oportunidad, los incluye en el Diccionario. 

Así pasó con el sustantivo "archivo", como acción y efecto de archivar. Por el hecho de ser generalizado su uso, porque los hablantes lo asumieron como correcto, es que así, con ese significado, aparece ya en el DLE; el uso ("arbitro, juez y dueño en cuestiones de lengua", Horacio dixit) logró, como siempre, imponerse. Y también lo mismo tendrá que ocurrir, tarde o temprano, con “archivamiento”, y creo que inicialmente será identificado como peruanismo porque, al parecer, su uso mayor se da en nuestro país; y al menos, hasta ahora, es considerado por la Academia pero solo como de empleo en asuntos jurídicos y por ello es que únicamente se encuentra registrado en el Diccionario panhispánico del español jurídico (es que, efectivamente, usamos “archivamiento”, y también “desarchivamiento”).   

Me referí a la arbitrariedad con que se forman las palabras, ¿no es cierto? También hay, digamos -como lo insinué en el caso de “archivamiento”-, un procedimiento "más formal": por derivación. Y aquí interviene precisamente eso a lo que llamé el “elemento mágico”: el afijo, que es un morfema que puede ir al principio de la palabra (prefijo); o al final (sufijo). De pan, se deriva panes, panadero, panadería; de agua, aguatero, aguardiente, desagüe; de arena, arenal, arenera; de razón, razonar, razonable; de moral, moralizar, desmoralizar. Y de festejar, es obvio que puede derivarse -con todas las de la ley- festejamiento y también festejación; no hay nada que pueda impedirlo. Ocurre también, por ejemplo, con "condenación" que, como "condena", es la acción y efecto de condenar". A los sustantivos generados, como en estos casos, a partir de un verbo, se les conoce como sustantivos deverbales. 

Repito, pues, lo que dije hace unos días, respecto de lo expresado por la señora Lilia Paredes, de Cajamarca; es decir, sobre el sustantivo “festejación”: No ha hecho nada inadmisible, la señora. El que esta expresión no figure en el Diccionario académico no la invalida. Ah, y agrego: no estamos frente a un caso de "interferencia lingüística", como equivocadamente creen algunos; la derivación a la que me he referido ha sido efectuada estrictamente con los recursos de la lengua española. "Festejo" o "festejación" es la acción y efecto de festejar.

(A propósito: En Pallasca, mi pueblo natal, llamamos festejo no a una festividad o “acción y efecto de festejar”, sino a cada una de las diversas estampas folclóricas que se presentan especialmente durante la Fiesta Patronal de San Juan Bautista: las “Pallas”, el “Quishpe”, los “Blanquillos”, etc.; a un riquísimo alfajor que se prepara sobre todo en los días de Semana Santa, lo conocemos como hojarrasca, así: con doble "r'. ¿Alguien se atreverá a "corregirnos"? Sería absurdo e inadmisible. Para nosotros son nombres bien puestos, son válidos y correctos, ¡y punto, caracho!).

© Bernardo Rafael Álvarez