jueves, 8 de septiembre de 2022

POESÍA DE JENER PAUL ROA NEIRA: una muestra

    




Poesía: ella y él


Posé un verso en el pecho de mi amada:

tal poesía fue por la nocturna calle

y se hizo de día.


Pero no somos más verbo que materia inconclusa:

Tu cuerpo vuelto sábana eólida 

cubre mi cuerpo inerme de contrastes; 

el amor no sobra ni basta: sonrisa dispersa.

Los hombres son lo mismo, su universo: patologías. 


Anoche enfermé como de muerte, y mis rugidos

le dieron otro tizne a la fuerza.

La infusión calmante en tu pecho, bebible, 

ahora será el génesis de un roquedal partido 

en estertores estrechos y un vaguido firmamental. 


Este poema se ha destilado de los lunes bisiestos

con las noches anhelantes. Transcurren 

en este lúcido campo de luces y lunares.


En algún rompemuelles se incendiará la chispa 

de las ansias por la vida, levanta el pestillo, 

mueve los retazos del peaje cerebral, y échate al aire.


¡Lánzate!:

El cortaviento del mundo

nos hará crecer las alas.


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*Del libro Fuego de amor (2018)

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    Tremulidad


Ha temblado la tierra, Señor, mientras mi ser álgido,

aquietadamente, oía a Beethoven en su parte más alta,

y leía a Pizarnik en su zona más débil, 

y en nada pensaba.


Ha temblado la tierra, Señor, y el árbol en que vivo

se remeció como bandera agitada por un patriota.

Y me he cernido en el pavor como nunca, 

yo que miedo no tengo.


De mi lecho durmiente salté, como si supiera

por primera vez que moriría, y que sigo viviendo.

¡Siempre vivimos!, y a las arterias de mi pelo encrespado, 

Beethoven elevó las notas.


Ha temblado la tierra, Señor: Mi mundo de martirios; 

y ya es de noche, voy solo bajo el bosque, 

nadie viene nunca a verme, 

¿Señor, vendrás conmigo? 

Porque el cielo parece un abismo / y yo caigo, 

y todos caemos, para librarnos de los fuertes.


Hace frío, tengo hambre, y quizá mi padre 

esta noche no rezará para que el pan no me falte 

–me gusta el de trigo–, si me traes, 

si decides acompañarme mientras la tierra tiembla, 

Señor, no olvides tampoco que tengo un hermano cerca

y otros, no menos hermanos, más lejos:

trae para ellos, además, un abrigo.


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*Del libro Fuego de amor (2018)

 ***

    

Carta a la niña virgen


Niña verano, previa primavera. 

Llego entre destellos a la casa del árbol cuadrado 

que tiembla matemático en la avenida heroica pero solitaria; 

mas te escribo andando entre las sombras diarias

porque del tiempo esclavo no me liberan nada para escribir. 

Y me leo mientras duermo la siesta externa, 

porque tampoco hay tiempo para soñar.


Estoy estudiando como puedo algunos sueños, 

pero la universidad es una fronda que se desliza.

Ay, casa donde todo lo que hice me dijeron que deshiciera.


Las ciencias con café aceleran los ciclos y me los doblan.

Te cuento que el gato negro del vecino de abajo llega a verte 

a veces, y me pregunta por ti. Yo le digo que volverás anteayer.

Entonces se sienta y me prepara un café 

calentándolo con su cuerpo bañado de lunas llenas.

Luego, salta por la ventana del edificio y no muere 

porque tiene en sus vidas tu esperanza.


Y mañana tengo examen, y a veces oigo mi nombre en tu voz,

perfume anochecido por la presión alta, un día antes. 

Trabajo al fin: ya no soy un poeta solamente. 

Sueldo mínimo, y me sobra una moneda cada semana 

para el ahorro proletario. Tintin de soledad. 

Ya puedo regalarte un peluche de terciopelo llamado amor.


Pero mi jefe dice que debo alimentarme mejor, 

para que me vaya un día con los aviones que llegan temprano.

Ah, pobre, no sabe nuestro secreto, me alimento más que él

de los costales llenos de motivación en nuestro barranco.

La verdad, te confieso, algún día me iré 

con los aviones de la tarde, los cóndores que bajan al barrio.


La ingeniería es una ciencia virgen que han prostituido. 

Como tú, que te fuiste con tu sonrisa rusa, 

que te pintabas los ojos de negro a mi lado solo por un beso.


Me duele cada noche desflorarme sobre las ciencias. 

Pero duermo con una virgen y me siento puro, 

como un José liberado luego de su entierro.


En este edificio abandonado bailo, en las afueras de Ancón.

Me graduaré un día, luego de un sismo, y que me asciendan 

espero, y que el avión me lleve sin anemias, por las nubes, 

estoy seguro que te veré. Y volveré a tierra a cobrar en dólares, 

para así poder llevarte a comer a la Casita Blanca en Larco.


Esa tienda adonde me llevaste a cenar 

cuando apenas había bajado yo de la sierra.

Apenas dos días antes de tu vuelo. Oh, el último vuelo.


Vi cómo se fue todo el mundo de este edificio por miedo, 

porque aquí te moriste una noche, virgen como bíblica 

y como te quise, y nadie reclamó tu alma.


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*Del libro No extravíes la primavera (2020)

 ***


    El pueblo con forma de corazón


Me contaron los antiguos que los antiguos les contaron…

que más allá del horizonte había un pueblo.


En un lejano mundo de la tierra, / adonde el sol 

no llega si se cansa / y apenas danza una oración, 

hay un trozo de páramo inquieto, húmedo 

o sombra de mi amada al dormir bajo los árboles nupciales.


Región olvidada por los cuervos esclavos, 

se hinca y se ve una frontera coraza y desconocida: 

un pueblo que en sus alturas tiene

cerros como corazón en perfecta forma.


En realidad, los cerros son senos femeninos, 

por eso se puede respirar tan cerúleo sobre ellos.

En realidad, los versos son el secreto de los cerros.


El campo lejano nunca deja de ser 

salvo ligeras notas que trocan en invernal un río clandestino 

de labios sempiternos: el corazón es un telar.


Hay, en algún lugar del mundo, 

un pueblo con forma de corazón.

Las montañas cardiáceas se rebelan potentes, 

son la función en cadena de una brizna de sierra.


Si alguna vez tomas un vuelo y lo lagrimeas, 

lo verás desangrándose. Nadie ha curado sus heridas. 

Cómo duele en este libro el acorazonado pueblo.


Hay un cementerio con forma de corazón, 

para reconocerlo solo has de mirarlo 

desde su base de piedra formada con historias. 

Si vuelas y te remontas más allá de la celestial frontera, 

verás a un poeta caminando por sus serpentínicas venas, 

amando, aún, amando.


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*Del libro No extravíes la primavera (2020) 

***


    París y sus estrellas, despierta


Basta recordar una medusa cabalgando sobre París

para apreciar la belleza del mundo y el caos bajo él.

Quiénes somos nosotros para negarnos al devenir,

suplimos a las estrellas y como ellas, 

tan pronto desaparecer.


Hay que recordar cualquier misterio que la vida

insista en parlotearlo hasta que todos lo confundan.

Basta recordar a París antes de que caigan las estrellas.


Asómate a la lluvia que el sol 

ha dejado caer sobre tu estela.

Sopla rasgos de tu alma hacia las nubes.


Te estoy esperando como un barco sediento 

y engendrado apenas por el mapa de un marino.

Te espero, porque el cielo me prometió tus ojos, 

y en cada neblina me lo recuerda. Asómate.


Te espero, porque el cielo me ha hecho llorar mucho, 

como para tener limpia la mirada 

y descubrirte de lejos si al posarte aquí 

la neblina acaeciera. Asómate a las aguas.


Te espero, porque el cielo me ha dicho que te ame, 

y si se trata de amar solo el cielo lo sabe.


En fin, te espero para que sepas 

que te he estado esperando toda la vida, 

para que no dejes de asomarte caracoleando

de entre esas nubes despiertas.


Cuando se ha navegado tanto por la vida, 

las manos, al acariciar, ya no dejan huellas 

sino estelas. Y los besos ya no son

sino olas sedientas ante un fragor.


Asómate a la lluvia, despierta hacia mis brazos, 

deja que el alma beba las estelas de mis versos. 

Déjate llevar por la blanca niebla, el cielo 

es esta unión de sonrisas misteriosas. 

Asómate, el sol es un pétalo exclusivo 

para tus ojos de rayo.


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*Del libro Poesía perfecta (2022)

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    Éramos las sombras


Encender la frontera de la hoja. 

Mis labios se acercaron a su llovizna 

y la luz de los rayos incendió la pradera.


La sombra de nuestras voces era lengua pegada al frío.

Latíamos como radios vivos en un incendio forestal.


En los espejos del agua no hay sombras cosechadas, 

solo ondas chispeadas desde donde una luna invisible se cuelga 

para impulsarse sobre las nalgueadas oraciones de primavera.


Como no podemos hablar, enviamos cartas incendiándose: 

lisuras, poemas, actuación del amor o la dehesa.

Temo que solo seamos los pétalos de otra sombra angustiada.


¡Cuántas veces he prometido atrapar una cabalgata de siluetas!

Mientras los páramos se desgajaban de sus aguas originales.

Sí, cuando un creador muere no hay rubor bajo sus ojos.


Los poetas de mi casa no tienen tiempo para otros teoremas, 

matan a diario las llamas asesinas de orquídeas en la huerta.

Temo que seamos lo opaco que protege la luz de su fuego.


Mi resumen es éste: perdonar las sombras, agitar hogueras

y echar ahí las lenguas silenciadas: los solitarios 

sabrán que al crear palabras deben también avivarlas.


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*Jener Roa Neira, poema inédito 


Hay un campo sin gravedad sostenido por una flor

en Islandia, 

cubre de arcoíris al año y al valle, 

desde el riachuelo anciano hasta el volcán 

que cría amapolas con canciones budas.


En febrero navideño se posan las auroras boreales 

como una bandada de cometas infantes 

vibrando hacia el epitafio de la noche.


Bien se sabe que en esta región nunca anochece. 

Yo veía el sol a la medianoche, 

y veía al amor desayunando miel cítrica.


En este valle, algunos arcoíris se cruzan en equis

y a veces chocan como platillos de concierto, 

en esa chispa se estaciona una estrella. 


Más allá, adonde los ojos no llegan, solo el sentimiento, 

el agua de una catarata que desea conocer a las nubes, 

se lanza contra las piedras de la falda 

de la madre del volcán. 


A veces, el agua logra impulsarse sobre los arcoiris, 

alcanza entonces a ver a ciertas nubes explotando 

en su mezclarse blanquinegro. 

Y ve cómo un pájaro sale de las auroras boreales 

y se sienta a descansar sobre el cordel cruzado 

de un par de arcoíris que se durmieron.


Este campo ingrávido de Islandia 

aún no se ha descubierto, puedes probarlo: 

al llegar, envíanos la foto de esa flor diminuta.


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*Jener Roa Neira, poema inédito 

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Jener Paul Roa Neira (Culqui ─ Piura, 1996) es aeronáutico, bombero, escritor y poeta. Ex presidente del Conuvive Perú, dirigió el Centro de Investigación Orthomolecular y desarrolla voluntariado como profesor de Teología y filosofía en el CET - Perú.

Fue becado por la Fundación Faucett para estudios de Aeronáutica. Ha dictado conferencias en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos sobre su teoría de la poesía y de literatura. Ingresó en los principales círculos literarios de Lima, recitando junto a Marco Martos, Jorge Castillo Fan, Hector Ñaupari y demás importantes poetas del país.

En el ámbito literario, conformó las antologías Poemas de abril (Gaviota azul, 2016) y Corazón de poeta (2017) de la Asociación de Poetas, y Pluma y trazo (Editorial América, 2020).  

Publicó su primer libro de poesía titulado Fuego de amor (Ed. Cielos, 2018). Y su segundo libro No extravíes la primavera (LP5 Editora, 2020, Chile). Acaba de publicar Poesía perfecta (Ed. América, 2022, Lima). Y próximamente saldrá a la luz su libro de narrativa titulado El principito vive (Ed. América).