lunes, 11 de junio de 2012

LEVITSKY, LAS PROTESTAS Y LOS MUERTOS SIN NOMBRE


El politólogo norteamericano afincado en el Perú, Seteven Levitsky publicó ayer en la República un artículo titulado "Los muertos sin nombre y los límites de la democracia peruana". He aquí algunas reflexiones mías al respecto:

1. Pareciera que hay quienes han olvidado la etapa de terror y muerte que vivió nuestro país. Generada por un grupo demencial y asesino que dio lugar a que efectivos de las mismas fuerzas del orden cometieran -como aquel- crímenes masivos, esta etapa estuvo, además, marcada por la profusión cotidiana de informaciones e imágenes de destrucción y muerte en los medios, que ante los ojos de prácticamente todos llegó a parecer algo normal; se produjo una suerte de saturación y adormecimiento en las conciencias. La imágenes que aparecían en las primeras planas de los diarios eran vistas, por la impavidez que vino tras el horror de los primeros años, como a las calatas de los periódicos chicha que hoy son el pan de cada día. Eso, la indiferencia en unos y, además, el placer por la violencia en otros (pandillas, sicarios, etc.) y el temor en casi todos, es lo que dejó como legado o secuela el terrorismo en nuestro país. Por ello es que, creo, la preocupación por saber quiénes son los muertos, cuáles sus nombres, parecería que ha pasado a segundo plano. Y esto no es culpa atribuible a gobernantes y ni siquiera a periodistas o periódicos que hicieron de aquellas noticias infaustas un espectáculo. La culpa, extremadamente dolosa, es de Abimael y sus huestes. No es, por otro lado, razonable entrar en comparaciones con países hermanos. De la Rúa, renunció, es cierto, después de que en Argentina se había producido la muerte de manifestantes, pero su dimisión no fue exactamente por eso; las últimas muertes que ocurrieron (en total fueron veinticinco durante la crisis y no cinco, como dice Levitsky) fueron el desenlace de la situación insostenible que afrontaba su gobierno y su alejamiento en helicóptero fue el epílogo, nada más. Por eso, la prensa dijo que la actitud final del Presidente -que era esperada- no sorprendió a nadie. Finalmente unas preguntas de ignorante. ¿por qué siempre, cuando se producen protestas violentas en democracia y hay muertes ocasionadas por efectivos de las fuerzas del orden , se afirma que son los gobiernos los que matan? ¿Es que todos, absolutamente todos los gobernantes, son unos asesinos? ¿No es dable, acaso, entender que -por supuesto no con voluntad criminal- los policías pueden cometer el incontrolable exceso de disparar no siempre "al aire", debido a la situación que casi siempre se les va de las manos? ¿No existe un margen para la duda?

2. El gringo dice: "Los manifestantes en Cajamarca o en Espinar pueden ser radicales, antimineros y oportunistas. Pero no son terroristas. Y no constituyen ninguna amenaza al Estado o a la democracia. Protestar contra la minería no es subversión. Es un derecho constitucional. Podemos estar en desacuerdo con los objetivos de los manifestantes, pero si no defendemos su derecho a protestar, la democracia peligra." ¿Y quién, en su sano juicio, ha dicho que "los antimineros" (es la palabra empleada por Levitsky) son terroristas? Nadie. No está en discusión si se trata o no de terroristas; afirmar tal cosa es un exceso injustificado. Ah, pero tampoco lo que ocurre es simplemente una protesta contra la minería. Recuérdese que protesta es una muestra de disconformidad, oposición o queja por alguna cosa o, como dice el DRAE, expresar impetuosamente una queja o disconformidad. El propósito innegable es arrinconar al gobierno, ponerlo en jaque, y así debilitarlo. Lo que dijo Santos en un mitin realizado en Cajamarca es solo la expresión verbal de algo que no solo está en la intención, sino en la acción misma: atentar contra el estado de derecho. Esto es uno, probablemente el más importante, de los "objetivos de los manifestantes" a que se refiere el politólogo autor de la nota; no es una simple expresión de protesta o de opinión. Si concordaramos con lo que él afirma, pues tendríamos que decir (como mongos) que los objetivos del paro antiminero no es irse contra la minería sino simplemente darse el gusto de protestar como un acto antiestrés. ¿Es así, señor Levitsky?

lunes, 4 de junio de 2012

TRUJILLO, CIUDAD CULTA (más una ODA AL SHÁMBAR TRUJILLANO)

He leído la nota de David Novoa. Allí encuentro esta lamentable verdad: "Más allá, la aldea continuaba su ciclo, indiferente al devenir cultural." Hace algún tiempo, tras un festival de poesía en una provincia de Lima, escribí un poema en que, entre otras cosas, digo lo siguiente:"... ah noche y anoche casi no hubo un alma con/ Extremidades y leímos ante la indiferencia que es sello y esperanza de la civitas..." Sí, pues, la indiferencia prácticamente en todas partes respecto al tema cultural en general y frente a la poesía, más. Yo viví en Trujillo un año, cuando cursaba el quinto de media en el San Juan (calle Independencia). Entonces, era conocida como una ciudad culta; no sé si la llamaban "capital de la cultura" o algo así, pero, efectivamente, se diferenciaba de muchas otras cuyas preocupaciones eran más bien comerciales, industriales, etc. y en las cuales, también, campeaba la delincuencia. Trujillo era, digamos, una ciudad limpia creo que en el más amplio sentido de la palabra. El poco tiempo que viví allí fue en verdad enriquecedor para mí y, aunque no he podido hasta ahora volver, permanece en mi memoria cerebral y del corazón. Yo formé parte del Quinto "A" con un grupo de cuyos demás alumnos se organizó el Club de Periodismo Pensamiento Canario, asesorado por don Eduardo Estrada Cruz, dinámico, querido y buen profesor de Literatura. Justo para junio de ese año (1971) logramos editar después de su primera aparición (activada por Ciro Alegría), "La Tribuna Sanjuanista" la revista del colegio. Mis primeros escritos literarios aparecieron allí. La receptividad de padres y alumnos fue extraordinaria; todos ponían de manifiesto su interés por eso que comúnmente muchos dicen admirar pero en el fondo desdeñan: la cultura. A veces llegaban a nuestra aula algunos intelectuales de la ciudad. Un día llegó, para hablarnos de su quehacer como narrador, un hombre -joven aún- que llevaba una barba poblada. Nos dijo (esto lo recuerdo muy bien) que le gustaría que alguno de nosotros se dedicara en el futuro a las letras pero, agregaba, "podría ser, de repente, un mal consejo", porque, según él, si bien es cierto da algunas o muchas satisfacciones, también nos hace sufrir. ¿Quién fue ese hombre sincero? Pues don Jorge Díaz Herrera a quien, según tengo entendido, le han hecho un homenaje realmente merecido. En Trujillo, si mal no recuerdo los viernes a las siete de la noche, solía yo asistir a las actividades culturales de la Universidad que se realizaban en una casona del jirón Junín; allí -yo, muchacho tímido- aparte de regocijarme y aprender (eso, aprender), me contentaba con mirar sin poder acercarme a los poetas de la ciudad y a otros que iban de Lima. Ahora veo un afiche en el que aparece una pregunta en letras gigantes: ¿Trujillo, ciudad culta? Y me pongo a pensar una cosa: no debemos tomar esta pregunta como un cuestionamiento a lo que es o creemos que es la capital de ese departamento contiguo al mío (Ancash), sino lo que debe ser. Es decir, cambiando las palabras: ¿Queremos que Trujillo sea una ciudad culta? La respuesta es obvia y no requiere ser sustentada. La cultura no es sinónimo de solemnidad ni delicadeza, sino de enriquecimiento espiritual. La cultura, si es que tiene alguna finalidad concreta, es hacernos más humanos, más nobles; controlar, neutralizar, nuestra naturaleza animal, evitando que se desborde inconvenientemente. Nos ayuda a ser felices. En junio va a realizarse en Trujillo un reencuentro (creo que el primero después de tanto tiempo) de los alumnos de mi promoción. Espero estar allí, para abrazarlos (a ti, Percy, a David, a Ángel Gavidia, a Juan Félix, a César Cesar Olivares, y, claro, a mis compañeros de promoción del colegio canario: Fernando, a Wáshington, a los demás).
                                                                                                                 (Lima, marzo, 2012)





ODA AL SHÁMBAR TRUJILLANO

Terrígeno y denso.
Es un huayco al revés: no baja,
mortal, entre riscos y lamentos
llevándose nuestra parcela,
nuestra planta de aliso
y acaso nuestros sueños;
es, más bien, vital elevación.
Apacible como hostia líquida.

Escucha esta receta:
Trigo remojado y secado al sol (resumen
saludable de calor, es decir
energía pura)
enseguida resbalado en el batán de la abuela,
alverjón seco, frejoles, garbanzos
y habas como gemas ador-
nando el lago exquisito en el que, sumergido
hasta el cogote, flota imponente
un pedazo de oreja, pellejo o de papada de chancho
y una buena porción de jamón serrano;
encima ramitas de culantro, hierba buena
o si quieres huacatay.
La sazón la pone el genio
de una mano trujillana.

Nuestro es el shámbar,
cálido como la bondad en Mansiche.
Se sirve sin mezquindad cuando quieras,
pero mejor si es un lunes como este.
En plato hondo.
Y como compañía
una infinita sonrisa de cristal.


                                                 (2003)