lunes, 4 de junio de 2012

TRUJILLO, CIUDAD CULTA (más una ODA AL SHÁMBAR TRUJILLANO)

He leído la nota de David Novoa. Allí encuentro esta lamentable verdad: "Más allá, la aldea continuaba su ciclo, indiferente al devenir cultural." Hace algún tiempo, tras un festival de poesía en una provincia de Lima, escribí un poema en que, entre otras cosas, digo lo siguiente:"... ah noche y anoche casi no hubo un alma con/ Extremidades y leímos ante la indiferencia que es sello y esperanza de la civitas..." Sí, pues, la indiferencia prácticamente en todas partes respecto al tema cultural en general y frente a la poesía, más. Yo viví en Trujillo un año, cuando cursaba el quinto de media en el San Juan (calle Independencia). Entonces era conocida como una ciudad culta; no recuerdo si la llamaban "capital de la cultura" o algo así, pero, efectivamente, se diferenciaba de muchas otras cuyas preocupaciones eran más bien comerciales, industriales, etc., y en las cuales, también, campeaba la delincuencia. Trujillo era, digamos, una ciudad limpia creo que en el más amplio sentido de la palabra. El poco tiempo que viví allí fue en verdad enriquecedor para mí y, aunque no he podido hasta ahora volver, permanece en mi memoria cerebral y del corazón. Yo formé parte del Quinto "A", con un grupo de cuyos alumnos organizamos el Club de Periodismo "Pensamiento Canario", asesorado por don Eduardo Estrada Cruz, dinámico, querido y buen profesor de Literatura. Justo para junio de ese año (1971) logramos editar después de su primera aparición (activada por Ciro Alegría, cuarenta y cuatro años antes), "La Tribuna Sanjuanista" la revista del colegio. Mis primeros escritos literarios aparecieron allí. La receptividad de padres y alumnos fue extraordinaria; todos ponían de manifiesto su interés por eso que comúnmente muchos dicen admirar pero en el fondo desdeñan: la cultura. A veces llegaban a nuestra aula algunos intelectuales de la ciudad. Un día llegó, para hablarnos de su quehacer como narrador, un hombre -joven aún- que llevaba una barba más o menos poblada. Nos dijo (esto lo recuerdo muy bien) que le gustaría que alguno de nosotros se dedicara en el futuro a las letras pero, agregaba, "podría ser, de repente, un mal consejo", porque, según él, si bien es cierto da algunas o muchas satisfacciones, también nos hace sufrir. ¿Quién fue ese hombre sincero? Pues Jorge Díaz Herrera a quien, según tengo entendido, le han hecho un homenaje realmente merecido. En Trujillo, los viernes a las siete de la noche, solía yo asistir a las actividades culturales de la Universidad que se realizaban en una casona del jirón Junín; allí -yo, muchacho tímido- aparte de regocijarme y aprender (eso, aprender), me contentaba con mirar sin poder acercarme a los poetas de la ciudad y a otros que iban desde Lima. Ahora veo un afiche en el que aparece una pregunta en letras gigantes: ¿Trujillo, ciudad culta? Y me pongo a pensar una cosa: no debemos tomar esta pregunta como un cuestionamiento a lo que es o creemos que es la capital de ese departamento contiguo al mío (Ancash), sino respecto de lo que debe ser. Es decir, cambiando las palabras: ¿Queremos que Trujillo sea una ciudad culta? La respuesta es obvia y no requiere ser sustentada. La cultura no es sinónimo de solemnidad ni delicadeza, sino de enriquecimiento espiritual. La cultura, si es que tiene alguna finalidad concreta, es hacernos más humanos, más nobles; controlar, neutralizar, nuestra naturaleza animal, evitando que se desborde inconvenientemente. Nos ayuda a ser felices. En junio va a realizarse en Trujillo un reencuentro (creo que el primero después de tanto tiempo) de los exalumnos de mi promoción. Espero estar allí -¡ojalá!- para abrazarlos (a ti, Percy, a David, a Ángel Gavidia, a Juan Félix, a Cesar Olivares, y, claro, a los que fueron compañeros de promoción del colegio canario: Fernando, a Wáshington, a los demás).
                                                                                                                                                                                                       (Lima, marzo, 2012)


                          ***


ODA AL SHÁMBAR TRUJILLANO

Terrígeno y denso.
Es un huayco al revés: no baja,
mortal, entre riscos y lamentos
llevándose nuestra parcela,
nuestra planta de aliso
y acaso nuestros sueños;
es, más bien, vital elevación.
Apacible como hostia líquida.

Escucha esta receta:
Trigo remojado y secado al sol (resumen
saludable de calor, es decir
energía pura)
enseguida resbalado en el batán de la abuela,
alverjón seco, frejoles, garbanzos
y habas como gemas ador-
nando el lago exquisito en el que, sumergido
hasta el cogote, flota imponente
un pedazo de oreja, pellejo o de papada de chancho
y una buena porción de jamón serrano;
encima ramitas de culantro, hierba buena
o si quieres huacatay.
La sazón la pone el genio
de una mano trujillana.

Nuestro es el shámbar,
cálido como la bondad en Mansiche.
Se sirve sin mezquindad cuando quieras,
pero mejor si es un lunes como este.
En plato hondo.
Y como compañía
una infinita sonrisa de cristal.


                                                                                                    (2003)