miércoles, 26 de julio de 2023

FUNDACIONAL: LA NARRATIVA DE CRONWELL JARA*

Cuando, en noviembre del 2019 -tres o cuatro días después de que salió de la imprenta-, leí Manifiesto de las jodas, confirmé lo que, un año antes, ya había asumido como una verdad indiscutible al leer Montacerdos, aquel relato, crudo y brutal como la realidad misma, que se expone en un desborde de imaginación aterradora y nos cuenta, entre otras cosas, de un niño que muestra una caja con alacranes y cucarachas muertas y de su bolsillo saca pericotes, “uno muerto y otro medio muriéndose”; y en el que, además, un personaje da testimonio de algo que  sacaría de quicio a más de un noble y refinado lector: “comíamos -dice- ratas, meses atrás, comíamos harto hasta chupar y sorber rico los tuétanos y masticar los huesitos, embriagándonos de dicha…”. La conclusión a la que entonces yo había arribado, y mantengo firme hasta ahora, fue que Cronwell Jara Jiménez es, definitivamente -a partir de los dos libros mencionados-, el fundador de la nueva narrativa peruana.[1] 

 

Manifiesto de las jodas -que es una suerte de lapo desacralizador y expresión desvergonzada de desenfado e irreverencia, apología y celebración de la libertad- me ayudó, pues, a consolidar la idea que tenía respecto de la literatura de Cronwell; y quedé convencido de que es libérrima, que manda al demonio -como debe ser- las normas, todas -incluso las “morales”-, que decapita deidades y acomete, rigurosamente y sin miramientos, el deicidio de que hablaba Vargas Llosa: es decir, un matar a Dios (literariamente, digo) y poner al diablo como gerente. Es, como lo afirmé en un ensayo que di a conocer hace un par de años acerca de su increíble novela PANCHO FIERROpicardías de un lujurioso y festivo acuarelista (febrero del 2021), la literatura del “mundo al revés”, en alusión al título que el acuarelista mulato (protagonista de esta novela), puso al mural que pintó en una pulpería de los Barrios Altos y en otros tres lugares de Lima, también; murales en los que, según refiere el maestro Raúl Porras, se veían hombres que “halaban de los coches dentro de los que viajaban los caballos, los peces arrastraban a los pescadores cogidos del incauto anzuelo, los toros banderilleaban diestramente a los lidiadores”.

 

Prácticamente lo mismo que hace poco encontré en un poema de Cronwell Jara (de su libro Manifiesto del ocio, publicado el 2006), en que -entre otras cosas- dice: “¿Quién al cascabel le pone un gato? // ¿Quién al clavo le puso un Cristo? / ¿Quién al diablo convirtió en dios bueno / y a Dios quién lo hizo microbusero? / ¡Y si al revés está hecho el paradero, / paren el paradero que aquí baja el mundo!”. ¿Se dieron cuenta? ¡Ahí está, efectivamente, el mundo al revés! Lo que yo creí haber descubierto hace poco en su narrativa, resulta que el mismísimo Cronwell ya lo había anunciado -como una suerte de “arte poética”- hace más de veinte años: el mundo patas arriba, que es la marca, única e inalienable, de su literatura; de la nueva estética narrativa que él ha creado, de su arte de expresión verbal (DLE) que se comporta como una intensa y sensual orgía literaria.

 

Estética narrativa en la que, también, hay (¡cómo no!) poesía. Patíbulo para un caballo (cuya primera edición es de 1994) es soberbia muestra de lo que digo: épica urbana aderezada de conmovedor lirismo; novela que, en buena cuenta, es la continuación ascendente de Montacerdos, y en la que más que la anécdota (es decir, lo que cuenta) tiene un valor altamente significativo el cómo lo cuenta: a diferencia de otros narradores (que, en el acto específico de contar, traen más de lo mismo), Jara hace (solo menciono aquí una característica, por si acaso) que cada resquicio de sus narraciones pueda, incluso, ser leído como un texto autónomo, redondo. 

 

Pero hay, también, como en Molotov suite en el patio de letras, novela que salió en abril del 2021, ficción literaria que es testimonio de una época apacible y efervescente, de conflictos, sueños, pasiones y, a veces, extravíos: lo días vividos en los claustros universitarios de San Marcos. Y, bueno, también podemos encontrar a nuestro poeta supremo caminando por las calles de Lima, gracias a Film VallejoMoriré en París con aguacero (2022) (y a su viuda, en el conmovedor monólogo llamado Georgettela golondrina de Vallejo, en que hallamos esta frase que es una inapelable sentencia: “¡La guerra nos convierte en cucarachas!”). Y más, mucho más hay en la literatura de Cronwell Jara; por ejemplo, aquel cuento, de arquitectura medio churrigueresca, escrito hace solamente cuatro meses: Martín Campanas, que habla -imprevisiblemente, como todo lo de Cronwell- de un personaje que “tenía un toro, y ese toro era su casa”.

 

Imprevisible, pues. Eso es Cronwell Jara. Y al leerlo comprobamos que la alta literatura -como la suya- no es, no tiene que ser, y nunca ha sido, solo esa de la solemne seriedad, de las “nobles causas” o cosas por el estilo, ni solo aquella de “las caídas hondas de los Cristos del alma”; también en ella está la alegría, la carcajada. Y, sin embargo -a pesar de no ser, precisamente, lo que se conoce como “literatura de denuncia”-, es, también, el mensaje inesperado, a veces violento, de la miseria y la marginalidad; y la exudación patética y despiadada de una realidad que tiene belleza, pero es, al mismo tiempo, dramática, grotesca y enervante.  

 

El premio que, a manera de homenaje -en reconocimiento a su trayectoria literaria- la Feria Internacional del Libro de Lima otorga en esta oportunidad a Cronwell Jara Jiménez (repito: el fundador de la nueva narrativa peruana) es absolutamente merecidísimo. Y esto, a nosotros sus amigos, nos hace muchísimo bien. ¡Salud, Cronwell, hermano!

                                           ©Bernardo Rafael Álvarez

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*Leído durante el homenaje que le ha tributado a Cronwell Jara, hoy 26 de julio del 2023, la Feria Internacional del Libro de Lima.



[1] Una precisión (como anticipo de un ensayo que tengo en preparación): En cuanto a estética narrativa -es decir, en el arte de contar-, tres son -después de Ricardo Palma- los escritores a los que considero fundacionales en el Perú: Juan José Flores, con Huámbar poetastro acacautinaja, en 1933; Mario Vargas Llosa, con La casa Verde, en 1966, y Los cachorros, en 1967; y Cronwell Jara Jiménez, con Montacerdos, en 1981, y Manifiesto de las jodas, en el 2019.

 


miércoles, 19 de julio de 2023

"DAR SAJIRO", EXPRESION COLOQUIAL PERUANA: ¿Cuál es su origen?

«Pucha, qué monse eres, causita: la jerma te da sajiro, y na' que ver».

¿Han escuchado alguna conversación en la que se digan cosas como la que acabo de mostrar? Está dicha, como ustedes lo saben, en castellano coloquial peruano. Allí aparece, entre otros, un vocablo que para muchos jóvenes posiblemente resulte extraño: "sajiro".

¿Qué es "sajiro" y de dónde proviene? El lingüista Luis Andrade Ciudad ha puesto atención en esto y, les cuento, a mí también me han entrado las ganas de indagar acerca del bendito término: a ver si puedo encontrar su origen. ¿Cuál creen ustedes que puede ser su etimología? 

El DiPerú (Diccionario Peruano de la Lengua), dice lo siguiente respecto de su significado: «1. m. "coloq.". Momento oportuno para hacer algo»; «2.  "coloq.". Señal intencionada con que se da entrada a que alguien haga algo». La primera definición también aparece, igual, en el Diccionario de Americanismos.

Las definiciones transcritas se acercan al significado de la expresión, pero creo que les falta claridad o, en todo caso, están incompletas. Si hoy fuera el momento oportuno para visitar a un amigo, no voy a decir, por ejemplo, que hoy tengo el "sajiro" para visitarlo. Si, por ejemplo, el vigilante de un banco me indica (obviamente con una "señal intencionada") que ya puedo acercarme a la ventanilla, ¿me está dando un "sajiro"? No. "Dar sajiro" es, digamos (en relaciones interpersonales), "romper una barrera" para facilitarle al otro el acercamiento que parece difícil. 

Otra cosa. "Sajiro", nunca (hasta donde yo recuerdo) se ha usado estrictamente como un vocablo independiente, autónomo; siempre ha ido de la mano (expresa o tácitamente) con el verbo "dar", y ha formado, así, una suerte de locución verbal: "Dar sajiro". Y su significado ha sido y es, en el Perú, darle "entrada" a alguien, no rechazarlo, permitirle que se nos acerque; "darle bola", "empelotarle", hacer caso a sus pretenciones (en México se dice "pelarle"). Tengo entendido que no es usado en otro país.

He leído por alguna parte que quienes usaban -mucho tiempo atrás- esta expresión ("dar sajiro") habrían sido arrieros peruanos refiriéndose a "soltar las riendas" o no tensarlas demasiado; o sea, se disminuía el control sobre la cabalgadura y, así, se le daba la oportunidad de sentirse más o menos libre. ¿Que de ese uso haya derivado el que actualmente se da? Podría ser, pero no me parece muy razonable y, además, no es tan creíble aquello que se cuenta: no hay manera de comprobar su veracidad.

¿Cuál será su origen real? Nuestra querida e inolvidable Marthita Hildebrandt, en su sección El habla culta, que tenía en el diario El Comercio (18/11/2019), decía, respecto de esta expresión, que era incierta su etimología. Pero cita un ejemplo que es muy interesante: «El mar me dio un sajiro y comencé a bracear con los tres [niños]».

Y digo que es muy interesante justamente porque acabo de enterarme -gracias a la información proporcionada gentilmente por el escritor mexicano Juan Carlos Escárrega- de que en la región noroeste de México, especialmente en el norte de Sinaloa, desde muchísimo tiempo atrás, hay una expresión ancestral (usada antiguamente por tribus de la zona costera, dice Juan Carlos) que hoy emplean los pescadores para referirse al hecho de esperar a que, después de la cuarta o quinta ola, bastante elevadas y peligrosas, que revientan en la orilla, llegue una más calmada, para que ellos puedan adentrarse en alta mar con el fin de pescar sin tener que enfrentar riesgo alguno. Esta expresión es "sajío", y su concepto y uso coinciden, en gran medida, con lo citado por nuestra ilustre lingüista: se trata del "sajiro" (o "sajío", como dicen allá) que el mar les da a los pescadores; es decir, una oportunidad propicia para el desarrollo de su trabajo. 

Pensé, en un principio, que como en el caso de los arrieros, haría falta indagar más acerca de este uso y, especialmente, comprobar si aún continúa en México y si ha ido más allá de la región de Sinaloa; y, sobre todo, encontrar alguna prueba que pueda darnos la certeza de que, en verdad, fue esta expresión mexicana la que llegó al Perú y, andando el tiempo, se convirtió en "sajiro", y -de ser así- saber cuándo y cómo se habría producido aquella "importacion" lingüística. Juan Carlos manifiesta que sí se usa aún, pero solo -como ya lo dije- en la región noroeste de Mexico. Ahora, en cuanto a nuestro país, Lucho Andrade señala que ha comprobado que los pescadores del norte peruano, emplean este vocablo (que, en realidad, es el mismo del país azteca): "sajío". Sin duda, estos -los de Escárrega y de Andrade- son datos muy importantes y valiosos y merecen ser tomados en cuenta.

Considerando lo expuesto, creo que me arriesgaría a afirmar que ya no no es tan incierta que digamos la etimología de "sajiro": es muy probable que el origen de este vocablo peruano esté, como el de muchos otros, en México; que provenga, específicamente, de la voz mexicana "sajío", aquella que desde antaño emplean los pescadores del norte de Sinaloa. Entiendo, ello no obstante, que es conveniente seguir indagando al respecto para poder arribar a una conclusión más rotunda y definitiva; es necesario, también, saber -por ejemplo- cómo y cuándo se habría incorporado al castellano peruano. Hasta ahora, lo único indiscutible es que -solo fonéticamente, digo; no semánticamente- podemos asociarlo con el nombre o apellido japonés “Sajiro". Y, otra cosa también vale decir: los jóvenes peruanos de hoy prácticamente (he preguntado a muchos de ellos) no emplean la expresión "dar sajiro". ¿Será usado en algún otro país?

(Bueno, yo seguiré en la brega, caracho: a ver qué resulta😆).

                                                                   © Bernardo Rafael Álvarez