domingo, 3 de diciembre de 2023

"SOLO DAMOS PROTECCION": UN BREVE ACERCAMIENTO A LA NARRATIVA DE FRANSILES GALLARDO

Lo narré a través del Facebook y hoy lo vuelvo a contar, aquí. Hace algún tiempo (concretamente, a fines de setiembre del 2021: lo recuerdo porque justamente fue entonces cuando lo conté), en el bus en que regresaba desde La Molina, después de ver unos asuntos en la Fiscalía Provincial Penal, compartí asiento con un arquitecto y empresario de la construcción, con quien me puse a conversar durante un largo rato. Me habló de algunos importantes proyectos en los que había intervenido y de las dificultades y peligros que tuvo que sortear debido, especialmente, al asedio de delincuentes extorsionadores que, obviamente con amenazas, exigían cupos; fueron, pues terribles las circunstancias que vivió. “Y supongo que usted hizo algo para protegerse y no terminar siendo víctima fatal de esos malandrines”, le dije. Así fue. Contrató a una persona que durante algún tiempo le proporcionó la seguridad que necesitaba, con gente experta en esos menesteres, que (creo que es obvio) eran "maleados", gente del hampa. Me dio el nombre del sujeto. “¿Caracho, qué chico es el mundo -le dije-, ¡yo conozco a ese tipo!”. El arquitecto, que era un hombre de edad avanzada, me corrigió: "No lo conoce; más bien, lo conoció". Efectivamente, debí haber hablado en pasado. El tipo que le dio seguridad solía presentarse como un bondadoso “hermano evangélico” y hasta llegó a fungir de empresario televisivo, dirigiendo un canal de televisión por Internet y relacionándose con personajes conocidos de la farándula local, y era "muy respetado". 

Yo lo conocí hace, más o menos, unos veinte años; cuando un amigo mío me pidió que lo acompañara a una oficina en un edificio de cuatro pisos frente a una dependencia del Poder Judicial, en La Molina; y, según me enteré después, el tipo se había adueñado de ese edificio, sabe Dios cómo, arrebatándole a una señora de edad avanzada. Mi amigo me dijo que aquel hombre era una persona preocupada por trabajar en favor de la gente desocupada de Manchay y que le había pedido que formara parte del “sindicato” que estaba organizando. Y, bueno, llegamos a su oficina y lo conocí. 

Después de presentármelo, mi amigo le comentó que yo era poeta. “Ah, qué interesante”, dijo el tipo. “¿Y por qué no se anima usted a colaborar con nosotros en asuntos culturales?”, y agregó que mi amigo había aceptado darle apoyo en el “rubro de deportes”. Le contesté que iba a pensarlo y que pronto tomaría una decisión al respecto. Finalmente, nos despedimos. 

Cuando bajamos, de frente y sin anestesia, le dije a mi amigo: “¿Y cómo diablos has terminado relacionándote con este tipo? Este es un delincuente. ¡Lo que él llama 'sindicato' no es más que una organización criminal de extorsionadores!”. Lo dije con plena seguridad, porque -mientras conversábamos- el personaje afirmó que el mentado "sindicato de desocupados", con el cual habrían de “gestionar” trabajo para sus asociados no iba a tener “pierde”, porque “contamos con una batería brava”, agregó; y al mencionar los nombres de los integrantes de esa “batería brava”, ¡bingo!, saltó -como era casi previsible- un nombre que resultó clave: el “loco Aldo” (que era un prontuariado delincuente peruano, integrante de “los destructores”, una de las más peligrosas bandas chalacas). Sorprendido, mi amigo comprendió todo y, felizmente, resolvió romper contacto definitivo con aquel pintoresco personaje dizque organizador de "sindicatos", "seguidor" de Jehová, y que aparentaba ser una mansa paloma); yo, naturalmente, tampoco supe más de él hasta el día ese, del 2021, cuando conversé con el arquitecto y empresario, en el bus que nos traía desde La Molina. 

¿Por qué he recordado esto? Pues, porque acabo de leer unos bellos y también conmovedores relatos en los cuales se aborda precisamente el asunto de las extorsiones en la construcción civil, que es una terrible situación a la que tienen que enfrentarse, casi cotidianamente, en Lima y provincias, los empresarios, ingenieros y trabajadores, dedicados a la hechura de puentes, edificios, colegios, carreteras, etc. 

Relatos, cada uno de ellos con título propio y, en cierto modo, con autonomía propia, que -sin embargo- en conjunto conforman una verdadera novela, elaborada como una suerte de homenaje a aquellos hombres que usan casco blanco y que, como solemos decir coloquialmente y con acierto, “se la juegan” por el bienestar de los demás: los ingenieros, hombres preocupados “del estar bien”, como se dice en este libro). ¿Cómo se llama el conjunto de textos al que me refiero? Precisamente CASCOS BLANCOS Extorsiones en construcción civil. Un libro que realmente hacía falta. Su autor: el poeta e ingeniero cajamarquino Fransiles Gallardo; autor, también, de los trabajos narrativos Aguas arriba, Puka Yaku: Río de Sangre y Entre dos fuegos: Historias de ingenieros; en poesía: 9 Nueves, Estremecido gato montés, Arco Iris de Magdalena y Ventisca tu (des) amor; y el nutrido, meticuloso e integral estudio, acerca de la primera obra de ingeniería hidráulica en el Perú, Kumpy Mayu, construida hace 3500 años. 

Estos relatos están escritos con un lenguaje sencillo, directo, conversacional y ameno, en el rico e impuro castellano del Perú. A pesar de las situaciones dramáticas y extremadamente peligrosas de las que se ocupan y nos cuentan, no dejan de poner de manifiesto el oportuno y saludable toque de ironía y buen humor, que no se encuentra en la árida seriedad académica de otros autores. Es que se trata de literatura, pues; y, como sabemos, la literatura es el ejercicio de la libertad y, como tal, goza de la licencia, inalienable e insobornable, de -incluso- ponerle al mundo patas arriba; quiero decir, darle vuelta a todo: poner belleza donde hay fealdad, del dolor hacer brotar una sonrisa, darle una luz de esperanza al desfallecimiento, hacer que la vida sea más llevadera, darnos felicidad, y más, mucho más. 

Y la escritura de Fransiles Gallardo es esto, sin lugar a dudas: literatura del optimismo, que nos dice que, a pesar de las peripecias y el caminar al filo de la navaja (es decir, los peligros), el trabajo de los ingenieros es y será exultante y siempre valioso. “Los temporales, las ventiscas, las inclemencias, la incertidumbre, nada conmina, nada detiene”, afirma el autor en una de las primeras páginas, como un canto de fe; y no hay error en tal afirmación. 

Castellano impuro del Perú, dije, y lo reafirmo. Aquí unas muestras. Esta que es una expresión trujilllana: "Nos aprimeraron esos pendejos"; o sea, "nos adelantaron". Díganme si no es un verbo lindo. O esta, muy nuestra: "Lo lornearon", cuyo significado es, dicho también popularmente, "le hicieron el zonzo". Y esta que, aunque no es nuestra, es muy significativa y en gran medida se relaciona con el mundo del hampa: "Por los alrededores han abierto bares y puticlubes al paso" (antros nocturnos donde frecuentan mujeres de "la vida alegre"). O la que sigue: "Mis chalecos están atentos ante cualquier agresivo movimiento"; es decir, "mis guardaespaldas". “Fierros cortos y largos para parar y pechar las broncas”: enfrentar y devolver las agresiones. “Caminar rengo, rengo”; o sea, cojeando. Bello y sugestivo el castellano nuestro, sin duda. 

La literatura no es ni tiene que ser, precisamente, un testimonio, digamos, "fotográfico", no es la constancia periodística ni menos sociológica destinada a ofrecernos información fehaciente de la realidad; sin embargo, tiene la virtud de ayudarnos a conocerla en sus más increíbles, pintorescos y, también, sórdidos intersticios, a pesar de que su finalidad es estrictamente estética. Es lo que, precisamente, constatamos en este libro. No solo estamos ante una suerte de denuncia y puesta en alerta respecto de hechos que deberían, si se quiere, escarapelarnos (la criminalidad cada vez más desalmada en nuestro medio, y los empresarios, profesionales y trabajadores expuestos diariamente al peligro); es, igualmente (y yo lo resalto de modo especial), un documento lingüístico de gran valor para investigadores interesados en lexicología. 

Hablé del sentido del humor. Claro. En uno de los primeros relatos encontramos a un malandro (quiero decir, un delincuente), que "por coincidencias de la vida", los policías -que no conocían su nombre real- le pusieron el apodo de "Malocho". ¿Se imaginan a qué "coincidencias de la vida" se hace referencia? A estas: "... cuando lo redujeron, le sacaron la mierda a golpes y le quebraron ocho huesos; estuvo ocho semanas hospitalizado y lo sentenciaron a ocho años de cárcel por agresión a ocho policías...". Casi todo se junta allí: delincuencia, abuso policial, drama, hilarante imaginación. 

Pero el libro también da cuenta del humor cínico que brota de la creatividad perversa de la gente de los bajos fondos, como esta desbarrancada explicación que da un delincuente: "Dicen que extorsionamos, ingeniero; eso no es cierto. Solo damos protección". 

Desvergonzada y cruel protección. ¿Protección frente a qué peligros? A los que los mismos "protectores" generan; en otras palabras: "Si no cumples con lo que exigimos, te atienes a las consecuencias". Amedrentamiento sin asco. Lo dice un personaje, en el libro: "Amedrentar a los ingenieros es fácil, los llamas por teléfono y les dices que conoces a su mujer, a sus hijos, dónde estudian, qué hacen, etc., etc."; “a los gerentes, igual: les metes miedo y si se ponen machos, les dejas una corona de flores con una tarjeta en la puerta de su casa, y asunto arreglado”. Tenebroso, realmente. 

Pero el crimen no solo atenta contra la integridad de los demás: también convierte en víctimas a la gente de su propio mundo; casi siempre, a través de lo que se conoce como "ajuste de cuentas", que son asesinatos por venganza, debido al incumplimiento de algún compromiso o una deuda o porque, como se dice en el mundo del hampa, “lo cerraron con un billete”; o en enfrentamientos entre bandas, como ocurrió con el evangélico extorsionador que en el libro aparece como fundador del grupo sindical llamado “los desocupados de Villa El Salvador”: “… hace dos días se enfrentó a balazos, pedradas y palazos con los integrantes del sindicato de construcción civil de Pachacámac” y, como era de esperarse, terminó muerto. Es que “El crimen no perdona, dicen. Dios tampoco…”. 

No sé si el tipo del que hablé al principio de esta nota -aquel que hablaba de la “batería brava” con que contaba su “sindicato”- sabía que “el crimen no perdona”, pero lo cierto es que, como el evangélico de la narración, también terminó asesinado, aparentemente en un “ajuste de cuentas”. Es lo que me contó el arquitecto y empresario con el que conversé después de haber salido de la Fiscalía Provincial Penal de La Molina (y eso es por lo que me indicó que, al referirme al personaje mencionado, debía hablar en pasado); su muerte, según me dijo, ocurrió el año 2018, y su cadáver, con uno de los brazos seccionado, apareció abandonado cerca del río Lurín, en Pachacámac: sin duda, sus victimarios se encarnizaron con él. 

Las historias de los veintitrés relatos que conforman este libro corresponden a hechos más o menos similares al que acabo de referir, y son contadas con el encanto de la rudeza y la belleza de lo hosco; es decir, directamente, con el lenguaje de la calle, para ser leídas con fruición, deleite y asombro. 

Estoy convencido de que esta, la de CASCOS BLANCOS Extorsiones en construcción civil, que es, prácticamente, una novela, es literatura indispensable, valiosa y saludable, que yo celebro sin reservas y con entusiasmo y placer. Repito: un libro que hacía falta, realmente. 

© Bernardo Rafael Álvarez

 2 de mayo del 2023