viernes, 30 de abril de 2021

LO QUE ES Y LO QUE NO ES PLURAL MAYESTÁTICO

 

Lean esto y después les cuento: 

“Hoy, al ofrecer a España la renuncia a los derechos históricos que recibisteis del rey Alfonso XIII, realizáis un gran acto de servicio. Como hijo, me emociona profundamente. Al aceptarla, agradezco vuestra abnegación y desinterés y siento la íntima satisfacción de pertenecer a nuestra dinastía. Y es mi deseo que sigáis usando, como habéis hecho durante tantos años, el título de conde de Barcelona”. 

(Se trata del discurso de Juan Carlos de Borbón pronunciado el 14 de mayo de 1977, al asumir el reinado de España). 

Me informan que un lingüista español -celebrado consejero en temas de la lengua- al explicar sobre el “plural mayestático”, afirma que, allí, en ese texto, Juan Carlos le habla a su padre (que había renunciado a su condición de Rey) en plural; lo trata con el plural mayestático, dice[1]  ¡No, señor! Aquí mi comentario: 


¿Juan Carlos I -al usar el trato mayestático- "le habla a su padre en plural"? Repito: no. Esto es lo que le dice a su padre (según el fragmento expuesto): "Hoy, al ofrecer a España la renuncia a los derechos históricos que recibisteis del Rey Alfonso XIII, realizáis un gran acto de servicio (...) Al aceptarla, agradezco vuestra abnegación y desinterés (…) Y es mi deseo que sigáis usando, como habéis hecho durante tantos años, el título de Conde de Barcelona". ¿"Juan Carlos utiliza el yo, pero a su padre lo trata en plural"? No. Veamos.

Lo que Juan Carlos hace, al dirigirse a su padre, es usar en forma tácita el pronombre personal "vos” que es –estrictamente hablando- un pronombre singular, y es así como se usa en varios países de América y -estoy seguro- también en España (si esto no es cierto, corríjanme, por favor). Cómo se usa en América: "Vos sabés lo que te espera"; cómo se usa en España (mayestáticamente, claro): "Vos, majestad, sabéis de nuestros desvelos" (ejemplos sacados del DLE, por si acaso). Como se ve, allí no hay nada de plural. 

El hecho de que el Diccionario oficial considere -como segunda acepción- que "vos" es "pron. person. 2a pers. m. y f. pl.", no significa que tal cosa sea cierto (que "vos" sea un pronombre plural). En esto la Academia está completamente equivocada: el pronombre "vos" no es plural. ¿Si lo fuera, por qué colocan un ejemplo de uso en singular? Para que hubiese congruencia, el ejemplo puesto debería haber sido redactado así: "Vos, majestades, sabéis de nuestros desvelos". Pero la verdad es que nosotros, que no conocemos cuáles son esos "desvelos", sabemos que nadie usa del modo como acabo de poner el trato mayestático de marras para dirigirse a dos o más "destinatarios de muy elevado rango o dignidad" (¿o sí?), porque sería descabellado "concordar" el pronombre singular con un verbo en plural. La construcción correcta es así: "Vosotros, majestades, sabéis de nuestros desvelos", en la que, como se ve, el pronombre sí corresponde, realmente, al plural mayestático en segunda persona (“vosotros”). El "vos" equivale al "usted" (que corresponde al pronombre singular "tú", pero dicho como tratamiento de cortesía, respeto o distanciamiento) y no al "ustedes"; el equivalente de "ustedes" es "vosotros" (plural).

Ahora, en cuanto a las expresiones mayestáticas que aparecen en el texto –“recibisteis”, “realizáis”, “vuestra”, “sigáis”, “habéis”-, hay que decir que pueden funcionar -dependiendo de si es uno o son más los destinatarios- como singulares o plurales mayestáticos. “Recibisteis” es lo mismo que -en singular- "recibiste” y en plural “(ustedes) recibieron”; igual ocurre con los otros verbos. El adjetivo posesivo, en segunda persona, “vuestra”, también funciona de las dos formas, como plural y como singular: “Sus majestades, esta es vuestra casa (la casa de ustedes”); “Qué bella es vuestra casa (la casa de usted), su Majestad”. En plural, proviene de vosotras, y en singular proviene de vos ("U. en el tratamiento reverencial de Vos”-DLE). Ergo, el uso que de estas expresiones hace Juan Carlos en su discurso no es en plural, sino en lo que, más bien, tendría que llamarse “singular mayestático”, o reverencial. 

Conclusión: El plural mayestático es usado en primera persona, por alguna “altísima autoridad” cuando se refiere a sí misma (como en el ejemplo de la ley dada por Carlos I: “Ordenamos y mandamos…”[2]); pero en segunda persona es posible el trato mayestático (de reverencia) en plural solo si es que son dos o más los destinatarios o personas a las que uno se dirige (“Vosotros sois…”; o sea: "ustedes son"), y no cuando es uno solo (no podemos, porque sería absurdo, dirigirnos a una persona tratándola -mayestáticamente- con el pronombre "vosotros", que es plural y equivale a "ustedes"). 

(Hay, creo yo, razón suficiente para que la RAE corrija, en este punto, el Diccionario. Salvo, claro, que esté demostrado que el uso –“árbitro juez y dueño en cuestiones de lengua”: Horacio Quinto Flaco dixit- asume como correcta esta forma expresiva que a mí me parece disparatada: "Vos, majestades, sabéis de nuestros desvelos".  ¿En algún país se hablará de ese modo? Estoy absolutamente seguro de que en ninguno, porque sería una reverenda aberración).




[1] Acabo de ver en la Web que este lingüista español afirma, curiosamente, esto: "El plural no solo lo emplea la autoridad que habla, sino también compromete a quien se dirige a esa autoridad, que ha de nombrarla en plural". ¡Completamente equivocado!  

[2] Ley que da Carlos I en Toledo en 1528: “Ordenamos, i mandamos que los Estrangeros, que de Nos, i de los Reyes nuestros predecessores tuvieren cartas de naturaleza dadas según el tenor, i forma de las leyes antes de esta, para aver Beneficios en estos nuestros Reinos, que sean obligados de venir à residir personalmente à los dichos Beneficios dentro de ocho meses después que de ellos fueren proveìdos, sopena que, si ansi no lo hicieren, ayan perdido, i pierdan por el mismo hecho la dicha naturaleza, i que con ellos, como con Estrangeros, se guarden las leyes, que sobre esto hablan: i mandamos à los del nuestro Consejo que dèn sobre ello las provisiones, que fueren necesarias.”

 

jueves, 29 de abril de 2021

¿DI?

 

Si acabada la noche

(esta: cruel, demoníaca, interminable)

nos encontráramos, desnudos

como la bondad de un niño,

con un nuevo día,

bello como un girasol,

y nuestra sonrisa,

convertida en canto de fe y de paz,

inundara los prados,

las ciudades

y los desiertos,

y el cielo fuera nuestro espejo

para repetirnos multiplicados

como los sueños, libres y justos,

y brotaran,

desde nuestras manos y gargantas,

palabras húmedas y cálidas

como el poema de un nuevo nacimiento

anunciado en el vientre bendito de una mujer (hacedora

perpetua de futuro)

abrazados sin temor ni dudas,

sin lágrimas ni ausencias,

con amor y no con odio...

 

qué lindo sería, ¿di?






© Bernardo Rafael Álvarez

28/4/2021 - 10:35 p.m.


lunes, 26 de abril de 2021

PROSA INÉDITA LA DE KARINA MOSCOSO

 

En agosto del 2010 escribí y publiqué, en mi blog, un texto en el que -entre lootras cosas- decía que unos años antes leí poemas míos en El Yacana, un bar y punto cultural ubicado en el centro de Lima, y que cuando, a eso de las ocho o nueve de la noche, me retiré del lugar y me encaminaba hacia la Plaza San Martín, sentí que me perseguían unos pasos ligeros que, creí, eran de mujer, y que al voltear la mirada confirmé mi sospecha: efectivamente, se trataba de una linda jovencita que quería darme el alcance y me llamó: “¡Señor, señor!”. Estuvo allá arriba mientras yo leía. Al oír en su voz -cuando por fin estuvo cerca- esta por demás piadosa y también innecesaria mentira: "Me han gustado sus poemas", ¿saben qué hice? le regalé, feliz, el ejemplar de mi libro "Los bajos fondos del cielo" que yo tenía en la mano. Era, repito, una linda e inteligente chiquilla, casi niña aún, que comenzaba a estudiar literatura en la Universidad de Educación, que de vez en cuando “escribía algo de poesía” y que vivía en Los Olivos. Tras un breve diálogo nos despedimos. Unas semanas después -ya "agregados", por supuesto, como amigos en el Messenger- volví a encontrarla ahora ya de forma virtual, y así pudimos conversar un montón y matarnos de la risa con anécdotas e infinidad de ocurrencias. Se trataba de una cantuteña que solía hablarme, con patética, dramática y asombrosa facilidad, de la muerte y de la poesía, y me desconcertaba cuando aludía a “Rospindolfo” (un personaje nacido de su imaginación, que nunca llegué a entender qué era o qué significaba). Como quiera que los encuentros a través del Internet resultaron más o menos numerosos pero esporádicos, siempre que coincidíamos la primera palabra que yo encontraba en la pantalla era, a favor o en contra pero de todos modos como un saludo, esta: “turista”: ¡Habrase visto!, me llamaba turista (a mí, que apenas conozco mi tierra). 

Cuando después de muchas lunas (llegaron a transcurrir unos tres años) volví a encontrarla, (creo que personalmente, sí mal no recuerdo), pude darme cuenta de que esta vez ya no era la chica que mentía ni siquiera por piedad, y que su palabras, más bien, traían una carga bastante intensa de verdad, pero una verdad despiadada: la verdad de la poesía (porque la poesía carece de embustes). Fue la oportunidad en que llegué a conocer su inaugural entrega poética en forma de libro: "Primera muerte inédita". Una verdad que allí, en ese poemario, aparecía evidentemente golpeada y zarandeada por el drama permanentemente deplorable, conmovedor y asqueante, de la infausta realidad que nos envuelve, y vi -era obvio, por lo demás- que esta realidad la hería ostensiblemente, al punto de hacerle espetar, desesperada y acaso con impotencia, frases incontestables y de un patetismo desolador como esta: “Miento al respirar este aire putrefacto”. Poesía desgarrada y desgarradora, terriblemente veraz, escrita en este suelo “muerto de ansias, de peste, de hambre, de putas”. 

¿Quién era aquella mujer que, cuando casi niña aún, conocí y me hizo caminar en las nubes al regalarme una de sus piadosas mentiras (esta: que mis poemas “le gustaban”), y que después -ya mayor, pero joven todavía- volvió a  dejarme anonadado con la -repito- despiadada verdad de su propia poesía? Era (¡quién más, pues!), simplemente, Karina Moscoso Ballón. Para más señas: poeta, maestra, editora, inteligente y culta, y casi mi vecina, en Los Olivos. 

Una poeta que -tengo que decirlo- no puede con su genio, caracho. Me desconcertó y conmovió cuando leí su primer libro y hoy vuelve a hacer de las suyas otra vez, pero con más rudeza y alevosía, con menos conmiseración. Dije que durante nuestras ya lejanas charlas virtuales me hablaba con cierta recurrencia de la muerte, y que ese tema también estaba metido en su primer poemario. Cierto. Bueno, ahora Karina o, mejor dicho Karinita (que es como yo la llamo desde que la conocí) aparece con un nuevo libro que también (vaya lo retobada y terca que es; más que yo,  creo) es rudo y -a pesar de tener mucho de la propia dulzura que es inherente a ella, como mujer sensible y noble- tiene algo de ferocidad que conmociona, que intranquiliza. 

Este libro (su título es: Del amor y muerte) bien puede ser visto, estrictamente, como de narración, pero nada impide que lo caractericemos como un libro de poesía. Después explicaré esto. ¿Y de qué trata? De un tema que es universal y del cual todo el mundo se ha ocupado alguna vez, en realidad: el amor. Ah, bueno, entonces las cosas –en la escritura de la poeta- cambiaron, dirá alguien. Sí, cambiaron. Es que no hay nada estático (lo dijo Heráclito, ¿no es cierto?). Claro que habla del amor este libro. Pero hay algo que lo hace particular, diferente. En este libro está presente, ¡otra vez!, eso que, estoy seguro, ya adivinaron ustedes: ¡la muerte! Dos elementos, o realidades (amor y muerte), irremediablemente inconciliables que, aquí, unas veces se aproximan y otras -contra todo pronóstico, contra toda razón al menos en este libro- se unen formando una suerte de monstruosa simbiosis. La presencia literaria del amor y la muerte, ya lo sabemos, no es la primera vez que se da. Ya había ocurrido en la célebre tragedia de Sófocles (Romeo y Julieta); también ocurre aquí y ahora, en el libro de Karina Moscoso, pero, naturalmente, de otro modo.  

No conozco ni puedo adivinar cuáles fueron las motivaciones o el propósito que tuvo Karinita Moscoso al escribir estos textos. Sin embargo, como lector, es decir, con la libertad de lectura y el libre albedrío que poseo al interpretar (que, por lo demás, no es privativo de nadie en particular), yo me atrevo a encontrar una suerte de asociación -que en verdad me conmociona- con las circunstancias extremadamente terribles y dolorosas que estamos viviendo desde marzo del año pasado. No quiero decir, no estoy diciendo (sería descabellado y torpe si lo hiciera) que lo que ha buscado la autora es escribir textos “coyunturales”, como contar dramas tal vez referidos a temas de corrupción y sus personajes (que solo alimentan el morbo y seguramente generan buenos dividendos). No. La asociación que encuentro se refiere al hecho de que resulta increíble que un sentimiento de elevada nobleza, como es el amor, pueda (se han dado y seguirán dando casos) llevarnos a la muerte. Hace unos meses yo escribí algo que pudiera ser o parecerse a un poema (lo he extraviado pero más o menos lo recuerdo): “De pronto un apretón de manos, / una caricia, /  y ¡saz! / muerte al acecho”. Gestos de amor que pueden ser letales y que por eso, lo recomendable es distanciarse. Bueno, a eso me refería (ingenuamente, dirán los sabios). Hoy, en estos días inseguros, el amor puede ir de la mano con la muerte, o confundirse ambos. 

Dije que podía verse como narración y como poesía este libro. Sí. Pregunto: ¿Qué es la Odisea? Un poema, ¿verdad? Fue escrita en verso: un poema épico. De eso no hay ninguna duda. ¿Pero puede ser leída, también, como una novela? Sí, yo la veo así. ¿Qué es, por otro lado, “El Spleen de Paris”, de Baudelaire (o sea, los “pequeños poemas en prosa”): su título lo dice. Y, efectivamente, hay allí poemas, como aquel (“La invitación al viaje”) en que nos dice que Jauja “es un país soberbio” (…) “en el que todo es bello, rico, tranquilo, honrado”; pero muchos de los demás textos han sido escritos realmente en forma de relatos, al menos así los he leído yo; el que comienza de este modo, por ejemplo: “Ayer, entre la muchedumbre del bulevar, sentí que me rozaba un ser misterioso que siempre tuve deseo de conocer…” (“El jugador generoso”); es narración. 

Karina Moscoso ha elegido, en este libro, no el  verso, sino la prosa. Y de veras que es una prosa de alta calidad, no solo por la forma cómo enhebra las palabras, las frases, sino porque tiene la virtud de llevarnos, en la lectura, hasta el final, pero, ¿saben cómo?, de un modo casi “forzado”. No, no es que sea difícil de leer, ni menos que haya coacción.  Lo que hay es lo que yo llamaría una suerte de “obligación” espontánea que nace en el lector al sentirse sobresaltado, inquieto, por cada cosa que encuentra a su paso. En resumen: nos tiene en ascuas desde el principio, y eso nos estimula, nos empuja -si o sí- a seguir leyendo, a ver con qué sorpresas, imposibles de adivinar, nos podemos encontrar adelante, a ver si arribamos a praderas de luz y paz, o a precipicios profundos, o a mares tormentosos con olas encrespadas, con cíclopes o lestrigones. 

Lo que encontramos (y aquí me acuerdo de unos bellísimos e impactantes cuentos Horacio Quiroga) es amor y muerte en una conjunción de locura. Y esto por qué, porque –como ya sabemos- el amor, a pesar de todo lo elevado, magnífico y sublime, nunca deja de tener al menos una mínima dosis de locura, y si se alía (tal vez de un modo contranatural) con la muerte, con mucho mayor razón. Pero no todo es fatal. Siempre hay una oportunidad para lo exultante o, como dice nuestra poeta en uno de sus textos, también llega el “tiempo de recibir el beso de liberación”. Es que no es un libro de desfallecimiento: no siempre hablar de la muerte supone negatividad. ¿Se acuerdan de aquella celebérrima frase de Francisco de Quevedo, “Amor constante más allá de la muerte”, y del último verso de su poema, “polvo serán, mas polvo enamorado”? 

A veces (ustedes lo comprobarán, al leerlo) da la impresión de que Karina Moscoso, en sus textos nos hablara de un mundo paralelo, ajeno a la realidad que transitamos, sobre esta tierra escabrosa: pareciera que nos hablara de seres más allá de la vida, lo cual podría ser visto como algo medio fantasmal: por ejemplo, lean esto: “Al cumplimiento de cada año de mi encuentro con la muerte, Cruz se encargaba de brindarme el amor de Miel. Ella retornaba en vida y me acariciaba con amor, el amor esperado”. 

Pero no. Lo que yo creo es que lo que hace nuestra poeta es una suerte de “autopsia” descarnada del alma humana o una incursión en las entrañas de la humanidad y sus entreveros y pone atención en lo que, como dicen los muchachos de hoy en día, son sus “paltas”. No está irrumpiendo en “ultratumba”, en “el más allá”, sino verdaderamente en el más acá, en nosotros mismos, pero de un modo inédito (no por nada su primer poemario tiene este nombre “Primera muerte inédita”). Ah, pero eso sí, Karina Moscoso, al final, cae en la tentación de ponerle a su libro el toque extremo de patetismo, y termina haciendo eso que es conocido como literatura gore. Es, se lo dije a ella, la parte que más me ha impactado y que me hizo derramar una lagrima. 

Sin embargo, dejando de lado todo: la muerte, la locura, el amor medio enrevesado y la sangre, algo hay que se impone por sobre todo: la vida, aunque sea como un sueño, como el más preciado anhelo (“Por fin, de adultos, conseguimos un nuevo árbol, más frondoso y peculiar, de vista distinta. La familia que vive frente a él se ama demasiado y, a veces, sus dos niños nos ven por la ventana. // ¡Irving! Hermanito, hazme caso. Otra vez papá y mamá están en el árbol.”). 


Prosa inédita la de Karina Moscoso, que me ha dejado completamente turbado, anonadado. Y feliz,  a pesar de las lágrimas, a pesar de estos días casi sin futuro a la vista.

 

© Bernardo Rafael Álvarez

                                                                                                                          

LA LENGUA CULLI (O CULLE): Paranshyam, Mushyuquino, Conshyam, munshyo, cashyul, muganshya. (Mi propuesta).

Mi propuesta respecto de un sonido muy particular en la lengua culli (en palabras como estas: Paranshyam, Mushyuquino, Conshyam (nombres de lugares); munshuyo (ombligo), cashyul (el choclo tostado), muganshya (tizón incandescente pero sin flama y, también, luz tenue).[1] 


En la nota introductoria de mi Diccionario Pallasquino puse lo siguiente: “Expresiones propias de esa lengua ya extinguida (el culli, cuyo último reducto fue precisamente Pallasca, como lo reconoció el estudioso francés Paul Rivet) son Chúrgape (el grillo), lacataca (el caracol, o “babosa”) y estas otras, acerca de las cuales, creo que nadie ha puesto mucha atención: Paranshyam, Mushyuquino, Conshyam (nombres de lugares), munshyo (ombligo), cashyul (el choclo tostado), muganshya (tizón incandescente pero sin flama y, también, luz tenue). En el listado de vocablos culli y toponímicos que Alfredo Torero inserta en su libro Idiomas de los Andes no incluye ninguna de estas expresiones, tampoco aparecen en la lista que hizo don Fernando Silva Santisteban (La lengua culle de Cajamarca y Huamachuco); y es extraño que estas voces no hayan sido recogidas por el obispo de Trujillo Martínez Compañón ni por el presbítero pallasquino Meléndez Gonzales. Y a mí me parecen muy interesantes y valiosas no solo por lo bellas que son sino porque ponen de manifiesto un sonido que no encontramos ni en el quechua ni en el español, y yo me atrevería a calificar como emblemático en la lengua culli; me refiero al fonema (consonante africada postalveolar sonora, en inglés, y también en culli) que yo he graficado (pues me parece lo más aproximado) uniendo el dígrafo “sh” con “y”, considerando que esta última letra representa un fonema consonántico palatal sonoro cuando no está aislada o se encuentra ubicada al final de palabra precedida de vocal; el sonido al que me refiero podemos encontrarlo, por ejemplo, en las voces inglesas “jam” (mermelada), “jean” (vaquero), “jew” (judío), y que en el Alfabeto Fonético Internacional (AFI) se representa con la grafía [ʤ].

Este sonido –repito- he tratado de representarlo uniendo el dígrafo “sh” con la letra “y” (que, según el DLE, es la “Vigesimosexta letra del abecedario español, que representa, cuando aparece aislada o en final de palabra precedida de una vocal, el fonema vocálico cerrado anterior y, en las demás posiciones, el fonema consonántico palatal sonoro”). ¿Por qué lo hago? En castellano no existe palabra en que después de una consonante vaya la “y”, y se la pronuncie como “i” (“i latina”); eso ocurre solo “cuando aparece aislada o en final de palabra precedida de una vocal” (aislada, como conjunción: Juan y Pedro; al final de palabra precedida de una vocal: muy, voy, ley). Entonces, por estar frente a palabras que no son de origen español, sino culle, me pareció lo más conveniente hacer esta unión: “shy”, en que la “y” no suena ni tiene que sonar como “i” (“i latina”, quiero decir), pues lo que sigue es una vocal (“Conshyam”, por ejemplo), lo que hace que su sonido se convierta en “consonántico palatal sonoro” (“Consh/yam”, y no “Conshi/am”). Repito, no es, naturalmente, la representación exacta del sonido culli, que -haciendo uso del Alfabeto Fonético Internacional (AFI)- sería [ʤ],  pero si es la más aproximada, usando las grafías del alfabeto común).

 

·         Paranshyam, y no Paranyam, Parandyam o Parangam;

·         Mushyuquino, y no Muyuquino, Mudyuquino o Muguquino;

·         Conshyam, y no Conyam, Condyam o Congam;

·         Munshyo, y no munyo, mundyo,  o mungo;

·         Cashyul,  y no cayul, cadyul o cagul;

·        Muganshya, y no munganya, mugandya o muganga. 


Y, claro, no sería razonable intercalar, dentro de una misma palabra culli, símbolos del alfabeto fonético con letras del alfabeto común, como esto, por ejemplo: “Conʤam”)

© Bernardo Rafal Álvarez



[1] Propuesta proveniente de mi Diccionario Pallasquino, 2008.

sábado, 10 de abril de 2021

"TESTAMENTO DEL SILENCIO" DE JUAN CRISTÓBAL: ¿BALANCE Y LIQUIDACIÓN?


Al enterarme de su publicación y saber de su título me pregunté si tal vez, al leerlo, iba a estar ante una suerte de "balance y liquidación" pero, claro,  no como aquello  que hizo Luis Alberto Sánchez respecto del Novecientos. Ahora lo tengo en mis manos y ya lo leí; me refiero al hasta ahora -pues ya nos demostró que es impredecible- último libro de Juan Cristóbal: Testamento del silencio (Arteidea, febrero del 2021). En las siguientes líneas de esto que va a ser “un acápite largo como los editoriales del Dr. Clemente Palma" (Mariátegui dixit) diré de qué se trata o, mejor dicho, qué es lo que encuentro yo en él, y lo haré siguiendo sus propias palabras, que aparecerán entrecomilladas. Para comenzar, diré que –como ya lo insinué- a partir de su propio título, que me sonaba a acabamiento, comencé a sentir inquietud. Bien. Es un libro de poesía, pero poesía escrita en prosa y no del modo digamos convencional ya que -de principio a fin- los textos están hechos con minúsculas, con sólo las siguientes excepciones: Extraño, Van Gogh, Señor (dos veces), Descarnadas, Cicatrices, Calvario; y también sin más signos de puntuación que la coma. Bien. El título no alude, como pudiera sospecharse, a lo que podría ser la última voluntad del autor respecto de su legado (material o espiritual); no nos indica, por ejemplo, qué es lo que deja como herencia. Es, más bien, creo yo (y aquí voy entrado en el asunto de fondo), lo que me atrevería a llamar un inventario del desencanto, del desencanto existencial de un individuo en el mundo. En un texto insertado a manera de introducción, el poeta afirma que su poemario "trata de recrear el mundo en el momento más grave de su historia", sin embargo, yo no encuentro exactamente eso; lo que veo es la confesión desgarrada de "una crisis personal, la de la desdicha", motivada por el hecho de vivir "en un mundo repleto de mentiras y dolorosas contradicciones", como afirma en el poema uno; y también por el sentimiento de soledad (que "es tan escabrosa y maligna que ni con los últimos desconocidos nos encontramos"), por la indiferencia ("la arrogante e invisible" con "sus mensajes tan lacerantes y llenos de crueldad (...) cuando camino y veo que nadie me mira ni saluda"), la indolencia y el odio (que acaso sean "el rostro ignorado y calcinado de la especie"), el asumir la vejez ("llegando como un atardecer lento y lleno de telarañas") y también las "sombras que entran y salen (...) de los traumas infernales de la infancia", y -cómo no- el temor a la muerte y también la conmovedora y bella interrogante sobre el destino: “dime, Señor, con tu excesiva delicadeza, con tu voluntad desconocida, con la humilde vastedad de tus conjuros, con las traiciones a cuestas que traías, ¿qué determinación nos esclaviza y nos llena de misterios?”. Es -casi al final del camino- un lamento. Estamos, me parece, ante el balance en rojo de una vida acaso tormentosa y hasta de desengaños (y engaños), "como una cruz en el Calvario" que hace que la vejez sea sentida "en aquella blasfemia desesperada que tala y tala la memoria y que resiste, sin poder resistir, totalmente, la insensibilidad de las neblinas, la eternidad de los rocíos, el poder destructivo de los miedos". Es un grito de impotencia y desesperanza de un ser humano aplastado por el mundo. En el poema veintitrés (tal vez el más bello del conjunto) nos dice que ha "recorrido sueños, pesadillas, historias desgarradas, llantos y emociones transformándose en nada", y a esta declaración le agrega una pregunta desconsolada que -es obviamente previsible- no recibe respuesta: "¿qué nos queda en el tiempo inútil del destino -dice-, en la costumbre de producir todo sin ver nada, sin ningún tiempo que nos haga posible hablar de las pezuñas o reírnos de nosotros en las calamitosa esquinas de la casa?". Sin respuesta, pues. Por eso, precisamente, es un "testamento del silencio", la manifestación de una desilusionada certeza: que todo se torna adverso (desfavorable), incluso el amor, al que nombra como "vetusto sentimiento, tan inconsistente y confundido"; y ni siquiera la palabra -que, como el amor, tiene también digamos un encargo positivo que cumplir- se salva de ser amargamente cuestionada, porque ha perdido su valor:  "hablo del ser y del no ser de la palabra, la perenne y angustiosa, la pervertida, la incapaz, la incumplida". Y lo más angustioso tal vez sea lo que está dicho en el poema que corresponde al número considerado desde tiempos remotos como mágico, misterioso y perfecto, el siete; se sincera el poeta y nos dice, medio desfalleciente: "no tengo que llorar ni gritar, sino ser paciente, indiferente y azaroso como un fantasma en el transcurso de las horas, aceptar tranquilamente mi derrota, aunque me lleve, sencilla y banalmente, a la miseria". Hace algún tiempo afirmé, si mal no recuerdo, que entre la poesía de Juan Cristóbal y él como persona había lo que llamé un divorcio; lo dije porque yo no encontraba correspondencia entre lo apacible del ser humano que es él y lo violenta que es su palabra escrita. Aludía, naturalmente, a sus libros anteriores. Hoy, en cambio, a pesar de la rudeza de muchas de las expresiones contenidas en este nuevo libro, lo que encuentro es casi el reclamo suplicante de un ser indefenso que pide una voz de aliento, que alguien le exija que levante el ánimo porque no todo está perdido; palabra ruda en su poesía, pero ya sin violencia. Y sé, y creo estar convencido, que este, más que un testamento (porque no lo es, en realidad) es tan solo el borrador inseguro de un "anticipo de legítima" y que mañana -más temprano que tarde- en el momento menos esperado nos sorprenderá -probablemente después de ejecutar los respectivos ajustes de cuenta que crea convenientes- con un borrón y cuenta nueva, entregándonos, ahora sí, su nuevo y definitivo legado espiritual de esperanza y de fe, y no de pesimismo. Digo esto porque, como expresé antes, estoy seguro de que este no será el último libro que nos entregue el poeta Juan Cristóbal, y hoy, más que nunca, nos hace falta su palabra, que venga –como proponía Gabriel Celaya- cargada de futuro, y contra la derrota. ¿Lo hará? Confío que sí. Ah, otra cosa, para terminar: ¿Habrá alguien que discrepe de la lectura que he hecho de Testamento del silencio? Creo que sí, y muchos (incluso tal vez su autor). La poesía tiene la virtud de poder ser leída y asumida de mil maneras, en libertad. No soy propiamente un buen lector, sin embargo, mi defecto –tras una lectura- es decir lo que pienso, aunque pueda enfrentarme a desacuerdos, pero lo hago sin mala fe;  así que, caballero nomás: si hay opiniones contrarias, que sean dichas, pues; serán bienvenidas. ¡Un abrazo!

 

 

© Bernardo Rafael Álvarez

10 de abril del 2021


lunes, 5 de abril de 2021

POESÍA DE VALLEJO: LA EXTREMA E IRREVERENTE EXPRESIÓN DE LIBERTAD

                                                                                            

En una crónica que escribí y publiqué en marzo del 2008, dije, respecto de César Vallejo, que es uno de los picos más elevados de la poesía en lengua española.[1] Sin embargo, trece años después, en el muro de Facebook de un amigo -el 11 o 12 de marzo del 2021- afirmé como comentario que, en realidad, se trataba del "más grande en lengua castellana”.  Hoy -con absoluta convicción- me ratifico en lo dicho y, a diferencia de muchos, me atrevo a expresar que, verdaderamente, Vallejo es el pico más elevado, el poeta más completo (y uno de los más grandes entre los poetas de todas las lenguas). Y, entiéndase, mi afirmación tiene que ver, básica y principalmente, con la consideración especial, o preeminencia, que en cuanto se refiere a poesía (y al arte, en general) le doy a la libertad de crear: estoy completamente convencido de que la poesía (como el arte, en general), no tiene por qué estar sometida, ineludiblemente, a reglas o condiciones. A continuación expondré algunas razones con las que trato de sustentar mi afirmación.

 

Algo que suele decirse casi permanentemente y hasta el cansancio -y a manera de frase hecha- es que César Vallejo es el “poeta del dolor humano”. Con esa expresión, que más parece un estigma, lo que se hace es apenas tomar en cuenta solo un aspecto de su poesía. Y no dudaría que fue a partir de esa equivocada y reduccionista caracterización, que a alguien -según tengo entendido- se le ocurrió esto que es un disparate: decir que Vallejo es “un poeta llorón”. No, señores. La poesía del santiaguino universal no es expresión de llanto, no es melodramática. Es humana, sí, y en grado sumo; pero, sobre todo, es la expresión más cabal, y acaso única, de libertad en la poesía y, claro, es, también, la creación de un nuevo lenguaje, de una manera diferente de sentir y decir las cosas; poesía lírica que a veces roza las fronteras de la épica.


Es usual en los críticos encasillar a los poetas a partir de ciertas características individuales de su trabajo creativo (como hacen también con los pintores), y así, por ejemplo, a algunos los ubican en el modernismo, a otros en el surrealismo, el ultraísmo, el dadaísmo, etc. Vallejo -su poesía- está por encima de esas clasificaciones; es todo eso y muchísimo más: no es una individualidad encerrada en una parcela; Vallejo, su poesía, es múltiple. Voy a mencionar solo unas cuantas cosas al respecto. Un poema dadaísta en Vallejo sería el LXXVI, de Trilce (“De la noche a la mañana voy / sacando lengua a la más muda equis…”); surrealista, sería el XXV, del mismo poemario (“Alfan alfiles a adherirse / a las junturas, al fondo, a los testuces, / al sobrelecho de los numeradores a pie…”), y también de ese mismo libro, ultraísta sería el XX (“Al ras de batiente nata blindada / de piedra ideal. Pues apenas / acerco el 1 al 1 para no caer…”). Y, bueno, también los hay poemas para ser leídos de un modo completamente diferente, que son muestra de lo que en pintura se conoce como expresionismo abstracto. Con lo expresado, sin embargo, no quiero dar a entender que a nuestro poeta se le hubiera ocurrido incursionar en diferentes escuelas o corrientes, para asimilar estilos o maneras, pues no lo hizo; fue él quien creó -sin deberle a nadie- su particular estética. Recuérdese, por ejemplo, que antes de la aparición del Surrealismo, en Trilce ya se pusieron de manifiesto, como acabamos de ver, características realmente surrealistas. Es que, con ese libro, Vallejo se adelantó, realmente, como lo reconoció José Bergamín, en el prólogo a la edición española que se hizo en 1930: "y adelantándose tanto, que hoy mismo nos sería difícil encontrarle superación entre nosotros"; y su lenguaje fue -como bien afirma Ricardo González Vigil- "más radical que el de cualquier grupo vanguardista de Europa".[2]  La poesía de Vallejo, hay que decirlo, goza de plena autonomía y absoluta libertad. 

 

Al leer los poemas de nuestro ilimitado compatriota podemos reaccionar de distinto modo (es la magia de la buena poesía, pues: puede generar efectos inesperados). Podemos quedar estupefactos si nos ponemos frente a textos crípticos, que los tiene varios, en los que –como bien señala Américo Ferrari- “ya no describe nada, sino que se limita a inscribir sensaciones febriles, recuerdos alucinados, impulsos psíquicos elementales, sueños, dentro de formas poéticas libres de sujeción, de toda intención de halagar el ‘buen gusto’ del lector”[3]; podríamos conmovernos, incluso hasta las lágrimas, por ejemplo con el poema que comienza así: “He almorzado solo ahora y no he tenido / madre, ni suplica, ni sírvete, ni agua…” (XXVIII, de Trilce); hasta podríamos, incluso, aprender cosas que tal vez desconocíamos, con Fosforescencia y Transpiración vegetal, por ejemplo, dos de los primeros poemas que escribió y que son didácticos. Nos causará gracia y podríamos terminar riendo con versos como los del último poema de Terceto autóctono (de Los heraldos Negros), en que habla de un ebrio que al andar “traza mil garabatos” y “el río anda borracho”; o, en fin, El alma que sufrió de ser su cuerpo, de Poemas Humanos en que encontramos esto: “¡Dame la pata!... No. La mano, he dicho. / ¡Salud! ¡Y sufre!”. Pero también, con su poesía, podremos sentir paz, alivio, enternecernos, y, claro, también soliviantarnos; o quedarnos simplemente estupefactos al chocarnos con frases en las que de pronto aparece alguna palabra inventada por el mismo poeta, como estas, en Trilce: “… alguna / vez hallaría para el hifalto poder.”[4] (VIII); “Cómo arzonamos, cara a monótonas ancas” (X); “Carilla en nudo, fabrida…”; o poemas como el XXXII, también de Trilce, que no tiene nada de conceptual y pareciera haber sido escrito, como otros textos, no precisamente para generar algún tipo de emoción "poética", sino para arrancarnos una sonrisa con aquello de la "Serpentínica u del bizcochero" o la "gran cachaza" del "firmamento gringo" ("realizaciones imprevistas y cómicas", dijo el mismo Vallejo aludiendo a versos como estos, de su segundo libro[5]); y, por cierto, el poema Hojas de ébano (de Los heraldos negros) con aquel gerundio que puso de vuelta y media a todo el mundo: “Tahuashando”. Ah, y nunca dejaremos de reflexionar, con el poeta, acerca del destino de la humanidad y sus esperanzas.

 

Vallejo tiene poemas escritos con palabras majestuosas, pero también y sobre todo con una profusión de expresiones extremadamente comunes -coloquialismo puro, poesía conversacional- a la manera de Santiago de Chuco, o como hablamos en Pallasca, con una simplicidad propia de la gente sencilla, como esto que parece la noticia dada por un poblador común y corriente al cruzarse, en la calle del pueblo, con algún paisano: “Murió doña Antonia la ronca, que hacía pan barato…” (en La violencia de las horas); o esto: “Ya no tengamos pena. Vamos viendo / los barcos ¡el mío es más bonito de todos! / con los cuales jugamos todo el santo día…” (III, de Trilce); o esto otro, que es un imperativo rotundo (en el XVI del mismo libro): “Cangrejos, zote!”. 

 

Algo importante a tener en cuenta, también, es que la poesía de Vallejo no es coyuntural, de circunstancias pasajeras, y tampoco es panfletaria. No creo que se le hubiera ocurrido hacer algo como eso a lo que Neruda llamó “incitación al nixonicidio”. “España aparta de mí este cáliz”, por ejemplo, se inspiró en hechos dramáticos, reales, de los que el poeta no solo fue testigo; sin embargo, su poesía va muchísimo más allá de lo transitorio, de lo que podría ser un olvidable reportaje periodístico, el registro de una circunstancia en particular; más allá en el tiempo y en el espacio. 

 

Y otra cosa: Vallejo no es precisamente (es mi opinión) poeta “de una estirpe, de una raza", como afirmó Mariátegui; pero sí, y en esto no hay lugar a discusión, es –como también dijo el Amauta- "un creador absoluto".[6]   Vallejo es universal, y es perpetuo; no es de un punto geográfico en particular, ni de una identificación étnica determinada. La poesía (y de esto obviamente estaba convencido) no es crónica, no es libelo, y tampoco un arma para disparar (como años después llegó a sugerir Gabriel Celaya[7]); pero sabía que -efectivamente- lleva una carga de futuro, de esperanza, de vida, de justicia, y no de resentimiento u odio y menos de maldad: no para herir, no para matar ("de amar, aunque sea a traición, a tu enemigo"). Poesía, por lo demás, consecuente con sus ideas, con sus principios: “Antes que el arte, la vida”, había escrito en 1926.[8] Vallejo incluso escribió poemas con “errores” ortográficos, muchos evidentemente perpetrados a propósito y algunos tal vez involuntariamente; y hasta -¡cómo no!- hizo poemas “imperfectos” pero geniales, ¿saben por qué? Porque –y aquí voy casi a parafrasear a Hemingway[9]- los poemas “bien escritos” los hacen los poetas menores y son los otros, como César Vallejo, los creadores de genialidades. 

 

Finalmente debo decir esto: Vallejo no solo se dedicó a romper, revolucionariamente, con todas las formas establecidas de escribir poesía; también escribió a la manera clásica, con métrica y rima (sonetos, por ejemplo); pero, claro, prevalecen los libérrimos. También escribió poemas en prosa. Vallejo, repito, es un poeta total y absolutamente libre. Quiso, por ejemplo, -entre otras cosas- “... no atender sino a las bellezas estrictamente poéticas, sin lógica, ni coherencia, ni razón. Como cuando Picasso pinta a un hombre y, por razones de armonía de líneas o de colores, en vez de hacerle una nariz, hace en su lugar una caja o escalera o vaso o naranja”.[10] [11] En las palabras transcritas, que son como un "manifiesto" por una nueva poética que -como veremos enseguida- ya la había puesto en práctica antes, con Trilce), Vallejo nos dijo, que es posible que un poema, al mismo tiempo, pueda ser visto como surrealista, dadaísta, ultraísta, etc., y que hasta el absurdo podía caber en él. Todo. Porque no existen límites para la creación. Veamos estos versos contundentes en el poema LXXIII de Trilce: "Tengo pues derecho / a estar verde y contento y peligroso, y a ser / el cincel, miedo del bloque basto y vasto; / a meter la pata y a la risa. / Absurdo, sólo tú eres puro...". (Trilce fue, pues, estoy convencido -a despecho de lo que puedan pensar otros-, el producto más completo y genial de César Vallejo, el más elevado; en él se desbordan todas sus calidades creadoras. Es un poemario completo, en el que -para decirlo del modo más simple y, si se quiere, ingenuo- se juntan magistralmente forma y fondo; y en él van de la mano humanidad y desenfado).[12] 

 

¿Algún otro poeta -en español o en cualquier otra lengua- se atrevió a tanto, en aras de la libertad creadora, como lo hizo el poeta nacido en Santiago de Chuco? No. Ni siquiera los llamados "poetas malditos". Hubo -claro que sí- poetas extraordinarios que, con justa razón, están ubicados en los pedestales más luminosos de la cultura universal: sus aportes son excelsos e innegablemente valiosos; escribieron poemas bellos, profundos, que conmueven, y han ganado, sin discusión alguna, la perpetuidad. Sí. Son poemas bien escritos, poemas perfectos que son, incluso, expresiones admirables de renovación o de novedad. Pero, repito, ningún otro poeta se atrevió a tanto como se atrevió Vallejo: hacer de la belleza poética -como Dios manda- el más desvergonzado ejercicio de la libertad creadora; como dijo Américo Ferrari: "sin recetas, sin ideas preconcebidas sobre lo que debe ser la poesía". [13] Todos los demás, con alguna excepción (Pound, por ejemplo), a pesar de sus aportes inéditos, no quisieron faltarle el respeto a la tradición  y, digamos, a los "buenos modales". 

 

CONCLUYO: Bueno, si no lo fue antes, a partir de César Vallejo la poesía es ahora, y lo será siempre, una de las más extremas e irreverentes expresiones con que se hace verdadero el ejercicio de la libertad creadora, sin perder los latidos reconfortantes de humanidad. Nuestro poeta es -lo digo con absoluta convicción- el pico más elevado de la poesía escrita en lengua española. Un creador cabal. El más grande, un poeta pleno y, repito, libre. 

 

© Bernardo Rafael Álvarez

27 de marzo de 2021

 




[1] En mi blog que ya no uso, Bitácora Extraviada: https://www.angelfire.com/al4/alvarezbr/bitex/index.blog?from=20080507. Luego, en diciembre del 2011, en este nuevo blog:http://berafalvarez.blogspot.com/2011/12/vallejo-pallasca-y-yo.html 

[2] Ricardo González Vigil: Trayectoria de Vallejo. En: César Vallejo Poemas Completos. Ediciones COPÉ, Lima, 1998.

[3] Américo Ferrari: Prólogo a César Vallejo. Obra poética completa. Francisco Moncloa Editores, Lima, 1968.  

[4] Según Meo Zilio, con el vocablo “hifalto” Vallejo habría querido decir “falto de hijos” (osada interpretación, creo yo); y por ello, Marco Martos y Elsa Villanueva consideran que el poema “gira alrededor del hijo deseado”. En: Las palabras de Trilce. Seglusa Editores, Lima, 1989. 

[5] "Sin duda alguna, hay versos en ese maldito Trilce que, justamente, por derrengados y absurdos, hallan su realización cuando menos se espera. Son realizaciones imprevistas y cómicas, pero espontáneas y vitales." (César Vallejo: "Paris en primavera", artículo publicado en El Norte, el 12 de junio de 1927), 

[6] José Carlos Mariátegui: 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Empresa Editora Amauta, 19a Edición, Lima, 1971.  

[7] Gabriel Celaya: Cantos Íberos, 1955.  

[8] César Vallejo: La defensa de la vida, publicado en El Norte, 21 de noviembre de 1926. En: Desde Europa, crónicas y artículos (1923.1938). Recopilación, prólogo, notas y documentación por Jorge Puccinelli. Fuente de Cultura Peruana, 1987.  

[9] Ernest Hemingway: “El último estilo de Pound lo ha hecho, a veces, mejor T. S. Eliot. Pero, después de todo, Eliot es un poeta menor. Los poetas menores escriben los bellos poemas”. Homenaje a Ezra Pound. En: Introducción a Ezra Pound. Antología general de textos. Barral Editores, Barcelona, 1973.  

[10] César Vallejo. Carnet de 1929. En: Vallejo, Obras Completas. Contra el Secreto Profesional. Mosca Azul Editores, Lima, 1973. Pág.74. 

[11] Es lo que propuso Vallejo en 1929, y antes ya había hecho en Trilce; sin embargo, curiosamente, su opinión dio un giro de ciento ochenta grados. En su artículo "Una reunión de escritores soviéticos", publicado en El Comercio del 1° de junio de 1930, aboga por "el control de la razón" y afirma que "El método de la creación artística es y debe ser consciente; realista, experimental, científico", y hasta califica al surrealismo como "sistema decadente". Un cambio de opinión quizás motivado por razones ideológicas, pero -creo yo- definitivamente intrascendente.

[12] Obviamente, hay quienes piensan lo contrario. Por ejemplo, José María Arguedas opinaba que Trilce era un libro fracasado y endeble; lo que, según se deduce de sus palabras (con las que, en buena cuenta, califica acremente al poeta), se debía a que de Vallejo no podía esperarse otra cosa: "Es claro -escribió-, del olmo no han de salir peras" (lo dijo en una carta dirigida a Emilio Adolfo Westphalen, quien, por lo demás, pensaba lo mismo); mucho antes, Luis Alberto Sánchez, adjetivó al poemario -sin un ápice de ofensa sino solo con expresión de asombro o desconcierto- como "incomprensible y estrambótico" (Revista Mundial, 3 de noviembre de 1922). 

[13] Américo Ferrari. Prólogo a: César Vallejo: Obra Poética Completa, Alianza 3, Madrid, 1983.