Hoy, toda la tarde, me costó
duro trabajo identificar al autor de un muy simpático e interesante estudio
acerca de la vida y obra de Juan de Arona, publicado en 1867, y que tengo en mi
biblioteca. Es que no aparece allí su nombre sino únicamente sus iniciales,
pero no en letras comunes y corrientes, sino -¡asu, madrina!- en esas
horrorosas góticas que más parecen los ideogramas chinos en los Cantos de
Pound. ¡Y yo, que con las justas puedo leer las caligrafías elegantísimas del
"Mosaico"! Solo tres letras en la tapa del breve volumen, solo tres
letras.
Busqué ese tipo de grafías
en Internet e hice las comparaciones, y creí que ya solo me faltaba una nadita
(así se dice en Pallasca, por si acaso) para descubrir lo que buscaba: saber a
cuáles del abecedario correspondían las figuritas. Nones. Naca la pirinaca.
Incluso pregunté a algunos amigos, a ver si podían ayudarme: nada, estaban más
perdidos que yo. No faltó uno, recontra lúcido, que, rotundo y sin ganas de
tolerar contradicciones (o sea, más terco que yo), llegó a decirme, casi
textualmente, lo siguiente: "Lo que dice es esto: 'Estudios Literarios por
E. L. A.'; o sea (explicando las iniciales): 'Estudios Literarios por Estudios
Literarios Arona'. Todo está clarito", remató. Clarito. ¡Ay, caracho!
¡Dame paciencia, Jehová, Dios de los ejércitos!
Ante tal barrabasada no me
quedó más que volver a Internet, pero no para seguir con la estrafalaria odisea de las
letras góticas, sino para averiguar si aparecía, el texto que me inquietaba, en
la Web. Tras zambullirme repetidamente en este océano virtual, encontré algo ya
bastante alentador. Puse en el buscador: "estudios sobre juan de
arona", y ya, casi, casi, se me aparece la Virgen; pero no: solo era una
falsa alarma. Lo que encontré: "Controvertida valía de Juan de
Arona", en un blog, en que lo único rescatable fue esto que se dice ahí:
que el autor del Diccionario de Peruanismos, durante su juventud, ingresó a la
diplomacia porque necesitaba "palear
el temporal y cubrir sus necesidades y las de su prole"; o sea, ¿remover las situaciones económicamente
difíciles, como quien remueve tierra con una pala, o tal vez agarrarle a
palazos al temporal? Bondadoso, cómo no, le envié un mensaje al autor del
ensayo aconsejándole que sustituyese aquel verbo por "paliar").
Lo que hice seguidamente fue
poner más específicamente así, en Google: "estudios literarios sobre juan
de arona": y ahora, sí, el éxito estaba a la vuelta de la esquina:
"Estudios Literarios por E. L. U." que, aunque apenas venía atado a
una brevísima e insuficiente información bibliográfica, ya me había resuelto la
primera cuestión: saber qué letras eran esas letras que yo no entendía. Ya
tenía, pues, prácticamente cruzado, a brazada limpia y con estilo mariposa, el
canal de La Mancha.
Lo último que hice, ya a
punto de llegar a la orilla, fue copiar, como corresponde, sin comas ni tildes
el primer párrafo completo -apenas un par de líneas- del
inquietante texto: "entre los pocos ingeniosos que con más o menos éxito
cultivan las bellas letras en el peru figura el joven juan de arona".
¡Resuelto! El autor a la
vista: Eugenio Larrabure Unanue. ¿Por qué mi tan vehemente interés? Pues,
porque -al leerlo- pude advertir que entonces -año 1867- había al menos
alguien, a diferencia de tanto "purista" y discriminador lingüístico
de estos días, que ya ponía de manifiesto no solo una respetable lucidez en
asuntos filológicos sino que, sobre todo, tenía
la valentía de decir que era una virtud y no motivo de reprobación, en
literatura, en poesía, el empleo de vocablos no incluidos en el Diccionario
oficial, y que las nuevas expresiones nacidas entre la gente común y corriente
no dañan al idioma sino, más bien, lo enriquecen, pues "el pueblo es
quien forma las lenguas"; es decir, que el uso manda, pues. Ese alguien
fue, repito, Eugenio Larrabure Unanue, nieto de don Hipólito, el grande prócer
peruano.
¡Un abrazo, amigos! Cuídense mucho.