domingo, 4 de febrero de 2018

"CATIPAR"


Un amigo me preguntó acerca de "catipar", verbo que se usa en Pallasca y en otros pueblos del norte peruano (no sé si en otras regiones, también). Mi explicación:


"Catipar" es el acto de "leer" o adivinar la suerte o el futuro (u otros misterios), usando las hojas de coca. Cuando niño vi que lo hacían algunos paisanos míos. [1] Se trata, en realdad, de un oráculo ancestral (oráculo inca o andino); y la respuestas, a través de él obtenidas, nada tienen que ver con acertijos, pues no son un pasatiempo o entretenimiento.


No es culli, sino palabra de origen quechua; es la castellanización del verbo "qatipay", que –sin embargo- no significa, precisamente, leer ni adivinar. [2]


Entonces, si no significa leer ni adivinar, ¿qué diablos tiene que ver este verbo con el medio esotérico rito que realizaban, en mi tierra, especialmente nuestros hombres del campo para "predecir" lo que iba a ocurrir (en la salud, el amor o la fortuna) o “despejar” otras dudas o arcanos? Literalmente, diría que nada. ¿Entonces?


La respuesta creo que podemos encontrarla aquí: los significados, más o menos análogos, del verbo quechua "qatipay", son "seguir", "perseguir", "rastrear".


En la última de las acepciones mencionadas está la cosa: "rastrear", ¿por qué?, porque rastrear es inquirir, indagar, averiguar algo.


Ergo: "catipar" es averiguar, indagar, inquirir (o "leer", como dicen algunos) respecto de la suerte, el futuro o cualquier otra duda (“que tormentosa crece”), empleando como medio las hojas de coca. Debido a que el objeto acerca del cual se pretende averiguar o “consultar” es incierto (es decir, no podemos verlo, tocarlo ni olerlo), toda respuesta que se "obtenga" necesariamente corresponderá a eso, a una adivinación, y nunca estará amparada por la certeza o, mejor dicho, el “conocimiento seguro y claro”; siempre será aleatoria. Aunque el “catipador” diga –rotundo y con gestos convincentes- “esto es así” o, “va a ser así”, lo que realmente debemos entender en sus palabras (a pesar de que, claro, en muchos casos podrá coincidir lo dicho o anunciado con lo que realmente ocurra después) es, simplemente, esto: “podría ser”.

Según me contó Rodolfo Moreno, en la provincia ancashina de Sihuas no se dice “catipar”, sino “gatipar”; obviamente se trata solo de una variación fonética, pues el significado es el mismo. También me habló de otra cosa interesante (similar al comentario que me hizo Javier Leyva Valverde): en la tierra de los “trancapuertas” se “catipa” con el cigarro. Es cierto, con el cigarro, pero no solo en Sihuas, pues también se hace en otros lugares (yo lo he visto en mi tierra), y algo más, no solo con el cigarro y la coca.[3]



[1] Ciro Alegría (que, como sabemos, nació en Huamachuco, departamento de La Liberad) en “El mundo es ancho y ajeno” dice: “Es buena para la vida. A la coca preguntan los brujos y quien desee catipar; con la coca se obsequia a los cerros, lagunas y ríos encantados; con la coca sanan los enfermos; con la coca viven los vivos; llevando coca entre las manos se van los muertos. La coca es sabia y benéfica.” (Capítulo X, Goces y penas de la coca).

[2] El poeta José Luis Ayala me explica que, en Puno, "Los yatiris llaman al  hecho de mirar el futuro: 'uñjaña'. Es decir, ver, adivinar, llegar, mirar más allá del tiempo. Hay varias clases o categorías de yatiris. El más alto grado es ch'amakani. Es quien ve más allá del comienzo del tiempo que no termina. Tiene relación con la teoría de la física cuántica."  

[3] Lo que hacen los chamanes (que podemos encontrar en ferias artesanales de Lima y provincias) es eso, “catipar”, y lo hacen usando diversos medios: coca, cigarro, piedrecillas, quirquinchos, etc. (muchos de ellos son, o se hacen llamar, bolivianos). No sé si en Pallasca o, en general, en nuestros pueblos andinos se hace solo leyendo en las formas que adquiere el humo, o también en los “indicadores” que aparecen en el tabaco encendido, pero lo cierto es que de las dos maneras es posible realizar esa "lectura; ah, y no solo se hace en el Perú (en otras lugares a este rito lo llaman "tabacomancia"). A propósito, recuerdo una anécdota: Cuando mi padre, el maestro Rafa, cursaba estudios de profesionalización docente en Trujillo, ocurrió algo inesperado: resultó “jalado” en un examen de matemática y estuvo a punto de -como se dice coloquialmente- “tirar la toalla”. Esto le comentó a su amigo Josué Pera, un profesor conchucano que estudiaba con él. Lo que recibió como respuesta fue un rotundo “No se preocupe, colega; yo le aseguro que usted va a aprobar”; seguidamente, el profesor Pera sacó de uno de sus bolsillos una cajetilla de cigarros, extrajo uno, lo encendió y finalmente dio unas bocanadas. “¿No le dije? Usted va a aprobar”. Lo que había afirmado al principio, fue corroborado por el humo del cigarro. ¿Qué hizo el profesor Pera? ¡Catipó! Y, en verdad, mi padre concluyó el ciclo con nota altamente aprobatoria.