martes, 9 de diciembre de 2014

ÚLTIMO DESEO DE VALLEJO: SER ENTERRADO EN PERÚ[i]

Félix Álvarez Brun


Ha transcurrido algo más de medio siglo desde que César Vallejo se ausentó del Perú y también algo más de 43 años desde su muerte, una mañana de abril, en Paris. Por consiguiente es ya tiempo de que se hable sobre uno de sus más caros anhelos: ser enterrado en el Perú.

Su vida y su obra han merecido estudios muy importantes, que han permitido conocer a fondo al hombre que desde la alta serranía de Santiago de Chuco fue a morir a orillas del Sena. Biografías, estudios críticos sobre la notable producción del autor de “Trilce” y de “Poemas Humanos”, de “Tungsteno” y de “Cera”; ediciones múltiples de todo lo que escribió en prosa y en verso, constituyen genuino homenaje al notable vate peruano a la vez que testimonio de admiración y reconocimiento.

Pero quizás algo faltaba por hacer y creo que ya es tiempo de considerarlo seria y decididamente: traer sus restos al Perú. Este propósito no debe verse únicamente como un justo reclamo de los peruanos y de sus familiares de Santiago de Chuco o como un tardío e inevitable compromiso hacia quien no dejó jamás de volver los ojos a su tierra nativa que, que tan profundamente quedó grabada en su espíritu y llenó de honda nostalgia a muchos de sus admirados poemas, sino como algo más, como una obligación que él reclamó de sus hermanos del Perú.

El poeta en su lecho de muerte
En 1937, Vallejo cuidó mucho esa libertad espiritual y personal que lo mantuvo en el elevado plano de  hombre que podía hablar a los cuatro vientos, sin compromiso alguno, del dolor humano, la justicia social y la alta jerarquía de la inteligencia. Por eso es que, cuando se le informó que sería internado en la Clínica Aragó con el amparo de la Legación del Perú, que se ofreció a cubrir los gastos que ello demandaría, Vallejo, dice Georgette en sus “Apuntes Biográficos”, “se niega, participándome, angustiado: “¡Pero si esto me compromete…!”. Le interrumpo: “Por ahora, Vallejo, ni hablar de este problema. Alguna solución se ha de encontrar. Algo tiene que suceder cuando tengamos que pagar esta clínica. Por el momento, paz. Paz, Vallejo, te suplico”.

Murió Vallejo el 15 de abril de 1938. Su amigo, el poeta Juan Larrea, lo acompañó en sus últimos momentos y él nos cuenta qué ocurrió en el trance supremo y final en que se eleja de la vida el hombre que había “vertido al lenguaje hispánico el extracto planetario de la cordillera andina, sus derrumbes, angosturas y pedregalidades, sus arideces y altas tensiones, sus libertades sísmicas, sus oasis de infinita ternura y, sobre todo, esa su verticali soledad suspendida como una plomada del hilo de luz delgado y plano que pone allí al sentido en comunicación con el foco creador más puro”.

Juan Larrea
El poeta Larrea, amigo entrañable de Vallejo, relata cómo fue la agonía y muerte de Vallejo: “Cuando me apersoné en la clínica del Bulevard Aragó, a la mañana siguiente –Viernes Santo- (15 de abril) me encontré con que Vallejo había logrado escapar con vida por entre las buidas escolleras de la madrugada. Se hallaba en paz, como el bergantín que llegado a puerto aguarda tranquilamente la hora del desembarco. Ilusionados por ese aspecto pacífico, sus compañeros lo habían dejado casi solo. Mas, muy poco después, a las 9 le entró inopinadamente la prisa. Su respiración se agitó sin razón aparente en un trotecillo acelerado y comatoso emitiendo un ligero ronquido de cartílago. De ese modo fue como, sin aspaviento alguno, dignamente, con la misma dignidad con que había vivido, ante los ojos de los que allí estábamos fue alejándose poco a poco por la hondura de sí mismo, hasta desaparecer por completo y para siempre. Eran las nueve y veinte de la mañana cuando pudimos pensar que Vallejo nunca volvería a escribir como antaño: “Perdóname, Señor, qué poco he muerto”.

Así dejó este mundo, César Vallejo. Su amigo Larrea fue uno de los que le acompañaron en sus últimos momentos y, por lo mismo, sabía cuáles fueron los deseos íntimos del notable vate, porque los escuchó de sus propios labios. Esta es, sin duda, la razón que llevó a Larrea a expresar: “en mi opinión, era el Perú, pertenecía al Perú, sobre todo en aquella honra en que, después de tanto tiempo, tanta miseria, tanto vaivén de hijo pródigo, se disponía a reunirse con los suyos”.

No quiero ampliar más este artículo, pero, por ser de actualidad, no puedo dejar de señalar, escuetamente, los documentos que se refieren a la muerte de Vallejo y a su declaración de que sus restos fueran traídos al Perú.

El 21 de marzo de 1938, nuestro representante diplomático en Francia, Francisco García Calderón, envía el cable Nº 29 a la Cancillería en los siguientes términos: “Doctor Arias Schereiber pídeme transmitir Ministro de Justicia siguiente cablegrama. César Vallejo hállase muy gravemente enfermo, indispensable llevarlo a clínica. Ruégote obtener gobierno auxilios urgentes. Max.” [ii]

El 25 de marzo remite el cable Nº30, que dice: “Para Ministro Arias Schereiber[iii].  Atención Vallejo exige un mes clínica, mínimo ciento cincuenta francos diarios. Recuerdos,. Max.”

El 8 de abril, en cable Nº 33 se informa: “Escritor César Vallejo gravísimo.” Respuesta de Lima, cable Nº 25 de 14 de abril: “Refiérome cable de usted Nº 33 ¿Cómo sigue?” El 15 de abril, nuestro representante diplomático en cable Nº 34 da la dolorosa noticia: “Refiérome cablegrama de usted Nº 25. Vallejo murió hoy nueve mañana. Gastos clínica, asistencia y entierro representan aproximadamente veinticinco mil francos que ruégole enviar cablegráficamente. Último deseo Vallejo fue ser enterrado en el Perú.”

El 20 de abril, en cable Nº 26 se dice a París: “Refiérome cablegrama de usted Nº 34. Ordenado Londres remítale 25,000 francos.”[iv]






[i] Este artículo fue publicado por el historiador Félix Álvarez Brun, en El Observador, del domingo 14 de abril de 1982. Sin embargo, hace muy poco, el poeta Reynaldo Naranjo, dizque tras haber "investigado", ha aparecido con la "novedad" de que Vallejo quiso ser enterrado en el Perú. Fue Álvarez Brun (y no usted, señor) quien descubrió y dio a conocer esto por primera vez.
[ii] Max Arias Schereiber, médico, de paso en París, para asistir en Bélgica a una reunión internacional sobre medicina.
[iii] Ministro de Justicia, Diómedes Arias Schereiber, hermano de Max.
[iv] Libro copiador de cablegramas. Embajada del Perú, París.