Entre los años 1962 a 1966,
estudié mi Educación Primaria en la Escuela Prevocacional de Varones Nº 293 del
Distrito de Pallasca- en la zona andina de Ancash, de la que podría asegurar fue
una de las mejores que haya conocido; contaba con un amplio patio de honor con
proscenio, Salón de Actos, con vestuario y telones, Museo con restos
arqueológicos de los antepasados de la zona, Aulas bien distribuidas, Talleres:
de Carpintería, Pequeñas Industrias, Zapatería, Agropecuaria y Sastrería; banda
de guerra y banda de música, piscina, un
hermoso bosque de aromáticos eucaliptos y muy cerca, como se diría a un paso, el Estadio de Fútbol Municipal que en el lado
oeste tenía una especie de peñasco muy accesible, que en los días de campeonato
deportivo servía de tribuna natural y que en los vientos del otoño echábamos a
volar nuestras cometas de carrizo, -forradas unas con papel cometa y otras con periódicos- y aviones hechos con las hojas del cuaderno “Atlas”; total qué importaba el material,
si cada quien buscaba hacerlo llegar lo más alto y lejos posible.
Rafael Álvarez Brun, fue mi
maestro del 1º al 5º grado de primaria, ducho para enseñarnos los conocimientos
de las ciencias y las letras, presto para tomarnos la tabla de multiplicar,
melodioso para hacernos cantar y noble y tolerante ante nuestras travesuras.
Nuestras clases diarias las
realizábamos en el salón de actos, el cual era un lugar amplio: a un extremo la
pizarra, al otro el proscenio para las actuaciones, especialmente nocturnas, llamadas
“Veladas Literario Musicales”, con carpetas bipersonales para sentarnos de a dos.
Hacíamos las tareas con las inquietudes infantiles propias de la edad, en ocasiones hacíamos tarjeteros tejidos con
coloridas serpentinas; el maestro “Rafa” solía pasearse entre las carpetas
silbando con un tono muy suave la canción incaica “Vírgenes del Sol”,
suspendiendo su silbido para ayudarnos con la tarea o apoyarnos con
indicaciones en nuestro trabajo manual.
Pero lo que más disfrutábamos de
él, era la narración de sus cuentos, por la forma tan original como lo hacía; sobre
todo había uno muy especial que a no equivocarme si nos habría contado unas cien
veces en nuestra vida estudiantil primaria, es poco, tal vez hayan sido mucho
más que no es una exageración, pues lo hacía de tal modo que cual encantador
oriental de serpientes, en el acto mantenía nuestra atención.
Este era el cuento de “La
vieja patera”. No sé si este cuento esté en algún texto proveniente del
oriente, de reyes, príncipes y
princesas, pero presumo que su procedencia es de allí, tal vez lleve otro
nombre; mas para mí “La vieja patera”, es del maestro Rafael.
Como todo cuento de esta índole,
los acontecimientos suceden en un reinado donde el Rey tenía tres hijas y un
día las hace llamar para que le dijesen como a qué lo querían.
-
Hija mía, Cómo a qué me quieres?
-
Yo, padre te quiero como a la luz de mis ojos.
-
¡Ah!, esta hija sí me quiere, es por tanto digna
de estar en mi reino- Dijo contento el rey
-
¡Qué venga mi segunda hija!- ordenó al criado.
En el acto vino
la segunda hija.
-
¿Hija cómo a qué me quieres?- Preguntó
-
Padre, yo te quiero como a las venas de mi
corazón.
-
Ah, esta hija sí me quiere, denle todo lo que le
plazca en mi reino- Dijo rebosante de felicidad el soberano.
Finalmente ordenó
llamar a la hija menor:
-
¡Venga mi hija menor, seguramente ella me querrá
mucho más!
Vino presta la
hija menor.
Hija mía, ¿Cómo
a qué me quieres?
-
Yo padre te quiero como a la sal de la comida.
(Algunas veces el profesor decía "como a la sal de la comida", otras "como a la sal del “locro”)
Se enfureció el
rey.
- Esta hija no me quiere, no merece estar en mi
reino. ¡Criado!. ¡Llévala al bosque con todas sus cosas y sacrifícala y tráeme
como prueba del cumplimiento de mi orden el corazón de esta mala hija!
Tras la
sentencia, la pobre hija acomodó sus pocas cosas y acompañada con el criado, enrumbaron al
bosque con enorme tristeza.
Este era el momento más expectante para
nosotros, ahí estábamos como hipnotizados, atentos a cualquier movimiento, detalle o lo
que fuera porque aparecía el narrador-actor, que como era único captaba toda
nuestra atención, los de la primera fila de las carpetas éramos los
privilegiados, los de las últimas filas eran los más altos de la clase, pero
igual se empinaban para ver el espectáculo. Ahí estaban, silenciosos, casi sin
respirar, menos pestañear, una treintena de espectadores, entre ellos el Rosendo
“Rosho” Campos, Antonio Cier, Bernardo Álvarez (hijo mayor del maestro), Juan Fernández,
Raymundo Campos, Los mellizos de Cuymalca, mis primos Belisario y Manuel
Aguilar de Huachaullo, Andrés Matta de Llaymucha, Manuel Aparicio, Pedro
Huanca, Carlos Villavicencio, Juan Alcántara, Aurelio Estrada, Dócil y Nelson
Valdez, Víctor Díaz, Walter Álvarez, Anacleto Bada, Marcos y Wilson Ruiz….
Continuaba la
narración.
Detrás de la princesa
iba su noble y fiel perrito- ¡Era el momento que más disfrutábamos! Nuestro
maestro, encorvaba un tanto el torso, hacía un zapateo cortito, avanzando los
pasos, sacando un tanto la lengua, jadeando cual un perrito, y haciendo con la mano como si fuera meneando
la cola, con una gracia tal que casi ni nos dábamos cuenta que el pobre can iba
a un sacrificio, porque de tantas veces repetido el cuento ya lo sabíamos de
memoria.
Proseguía la
narración.
Después de
caminar mucho y llegar al bosque, la princesa le dice al criado:
-
Ya llegamos, tienes que cumplir la orden de mi padre.
Pero el criado
se compadece de la niña y le dice:
-
No mi ama, no haré eso, mejor mataré al perrito
y así llevaré el corazón para mostrarlo al rey.
Así lo hace y
regresa al palacio, mostrando el corazón del perrito como prueba de haber
cumplido fielmente las órdenes del rey.
La princesa,
deambula por el bosque varios días, pero tiene que buscar algún lugar donde
vivir y no quedarse a merced de los animales del bosque, así que caminando y
caminando llega a un palacio, y se disfraza de viejita para pedir posada.
Toca la puerta
del palacio.
-
¿Quién es?- Pregunta el rey
-
Yo, shiñor, quiero posadita shiñor, puedo hacer
trabajito shiñor.( Este "shiñor", lo hacía con un timbre de voz que no nos cabía
la menor duda que era una viejita)
-
Esta vieja. ¿Qué puede hacer? – Dijo para sí el
rey- ¡Ah!, ya sé la pondré a cuidar los patos. ¡Criado llévala a la casa de
campo y ahí que cuide los patos!
Dirigiéndose a
la falsa viejita, le dice:
-
¡Vieja
vas a cuidar bien los patos ah! ¡Cuidado con descuidarlos!
-
Shi shiñor, ashí será shiñor
Se instaló en la
casa de campo hasta que cierto día el príncipe le dice a su padre el rey.
-
Padre, voy a la casa de campo, a ver los patos,
no vaya ser que la “vieja patera” los tenga descuidados.
-
Cierto, hijo. Hay que ir a ver a esa “vieja
patera” y verifica cómo están los patos.
Este es otro
momento especial; el maestro-actor coge una regla larga que tenía en el aula
para seguir las lecturas en la pizarra, simula que es un corcel, lo monta y
emprende a galope hacia la casa de campo. Ese galope de caballo, lo hacía igual con el zapateo de los pasos del perrito
en el episodio anterior, solo que en nuestra fantasía infantil éste era un
hermoso corcel, montado por un elegante y apuesto príncipe.
Llega a la casa de campo escucha una hermosa
melodía de guitarra (lo escenifica). Silenciosamente desmonta, se aproxima a la
puerta, mira por las rendijas, se limpia una y otra vez los ojos, no creyendo
ver lo que veía, le sorprende lo que ve, pues es una hermosa doncella que toca
una hermosa melodía con la guitarra.
Con autoridad de
príncipe toca la puerta y la doncella como puede alcanza a ponerse su disfraz.
-
¿Quién esh?
-
¡Yo vieja abre la puerta!
-
Eshta bien shiñor.
Abre la puerta y
la encuentra sola
-
Vieja, quién más está acá?
-
Nadie shiñor, yo sholita nomás shiñor.
-
Me parece haber escuchado música.
-
No shiñor yo nomás eshtoy shiñor.
-
Está bien cómo están los patos?¿Están
aumentando?
-
Shi shiñor, todo eshta bien shiñor. Están
aumentando los patos shiñor.
-
Bueno vieja, así me gusta, me voy. Adiós.
Pero al
príncipe, le quedó la duda de lo que estaba sucediendo en la casa de campo y
decide ir por la noche para ver lo que sucede. Igual como la primera vez el
actor monta su caballo y va rumbo a la casa de campo; escucha la melodía,
desmonta, mira a través de las rendijas, se limpia una y otra vez los ojos y ve igual que la vez anterior, a una hermosa doncella tocando la guitarra,
pero esta vez está decidido a no darle tiempo y toca la puerta con tal apuro
que no le queda más remedio a la doncella que abrir la puerta sin tener tiempo de ponerse su disfraz. El príncipe queda sorprendido y encantado de la hermosa
doncella y decide visitarla una y otra vez, hasta que le pide matrimonio a lo
cual ella accede, teniendo que comunicarle a su padre el rey.
-
Padre, tengo que decirte algo.
- Dime hijo.
- Padre, quiero casarme con la “vieja patera”.
-
Hijo, cómo es posible, ¿Te has vuelto loco?
-
No padre, la vieja patera es una hermosa
doncella, vamos a la casa de campo para que la conozcas.
Enrumban en sus
corceles hacia la casa de campo. Efectivamente, era una hermosa dama. El rey
queda encantado y acepta la boda. Cursan las invitaciones a todos los reinos
vecinos.
Llegado el día
de la boda, la princesa reconoce a su padre entre los invitados y dice a sus
criados
-
A la persona que está sentada frente a mí,
sírvanle la comida sin sal.
Sirven el
banquete, todos comen y saborean con beneplácito los manjares de la boda y el
padre de la hija que se había sentado frente a ella, no comía, no obstante que
le dicen que se sirva y él solamente asiente:
-
Está bien gracias. Ya está bien.
Preocupado el
padre del príncipe, le pregunta
-
¿Por qué no come majestad? ¿Dígame, no le
apetece la comida?
-
La verdad su majestad es que toda la comida que
me han servido está sin sal.
-
Cómo es posible- dice el rey. ¡Traigan al
cocinero! ¡Hay que castigarlo!
Ante esto, se
para la princesa y dice:
- Yo he ordenado que se le sirva la comida sin
sal. Porque un día que me llamara para decirle cómo a qué le quería y le dijera que lo quería como a la sal de la comida,
él me mando al bosque y encargó al criado que me matara; él es mi padre.
El rey arrepentido
abrazó a su hija lleno de emoción y alegría de verla viva y muy
hermosa.
-
¡Perdóname hija!, ¡Perdóname!. Gracias criado
por no haberla matado. Que venga el criado para que coma junto a mí. Qué
traigan más vino, más comida que siga la celebración. Y tuvieron muchos, muchos
días de celebración de boda. Tal vez hasta ahora…
Terminaba la narración con
felicidad, nos mirábamos uno a otro contentos, satisfechos casi siendo parte
del banquete de boda.
Alguna vez como niños, se nos
ocurrió preguntarle:
-
Maestro “Rafa”, ¿Seguirán celebrando?
-
Así es hijito, es posible que sigan celebrando-
Nuestra imaginación volaba en ese fantástico mundo infantil.
Terminadas las tareas o a veces en el patio de
honor cuando hacía su turno semanal, porque cada maestro en este turno hacía la
formación general, tocaba la campana para la entrada, salida y el recreo, nos
sorprendía preguntándonos:
-
Niños, ¿quieren un cuentito?
-
¡Si!, ¡Si!- un coro unánime.
-
¿Cuál quieren?
- ¡La vieja patera, maestro!¡La vieja, patera
“metro” Rafa!, ¡La vieja patera!, ¡La vieja patera, maestro Rafael!, ¡Sí!, ¡Sí, la vieja patera! ¡Ese!, ¡Ese!-
Voces de niños por todos los sectores.
- Está bien, se los voy a contar- Ahí estaba mi maestro, nuevamente captando nuestra
mayor atención.
En alguna oportunidad, intenté
contar este cuento a mis hijos en su niñez, les gustó su contenido fantástico,
mas para mí era torpe mi narración, esas
habilidades solo las tuvo mi maestro Rafael; maestro que cumpliendo por entero
su noble misión, dejó su más grata y apreciada huella en los corazones de
quienes tuvimos el honor de haberlo tenido como maestro guía en nuestra niñez.