Hace algunos años leí unos poemas míos en El
Yacana, un bar y punto cultural ubicado en el centro de Lima; si mal no
recuerdo, fue durante la presentación de un libro de Roger Santiváñez, que
había venido por unos días desde Estados Unidos. Allí conocí, entre otros, a
John López, promotor de eventos culturales de Barranca, y a Paolo Astorga que
había publicado algunos de mis textos en su revista virtual Remolinos. Después
de la lectura de poesía en la que participamos aproximadamente unos quince
poetas, ingresó un grupo de rock que la hizo linda. No me quedé mucho rato.
Tras conversar con algunos amigos y tomar unas cuantas cervezas, me retiré.
Cuando me encaminaba hacia la Plaza San Martín sentí que me perseguían unos
pasos ligeros que, adiviné, no eran masculinos. Volteé la mirada y,
efectivamente, vi que se trataba de una linda jovencita que procuraba darme el
alcance: “Señor, señor…!” Había estado allá arriba y me escuchó leer. Esbozó un
recurso inteligente y conveniente pero innecesario en esa ocasión para
abordarme, mejor dicho, inventó una piadosa mentira. Dijo que le habían gustado
mis poemas y que quería saber dónde poder encontrarlos. Yo tenía en mis manos un
ejemplar de “Los bajos fondos del cielo” y, por supuesto, se lo obsequié
inmediatamente porque, entre otras razones, creí en sus palabras y, claro, me
sentí feliz. Unas horas antes –a las cuatro o cinco de la tarde- yo había
estado en una cabina de internet, y en el Messenger apareció una muchacha con
la que conversé largo rato. Decía llamarse Karina y que era la enamorada de
Omar, mi hijo mayor; no sé qué diablos le hablé respecto de esa juvenil
relación amorosa pero lo cierto es que ella, según me confesó, al leer mis
palabras por ese medio virtual, se emocionó en extremo y lloró de alegría. No
sé qué habría ocurrido posteriormente pero llegué a enterarme que, unos meses
después, ambos terminaron distanciándose y la relación jamás se recompuso. En
fin. Cuando la chica a la que regalé mi libro en medio de turistas, caminantes
y cambistas de moneda extranjera del jirón de la Unión, me dio su nombre, me
sentí envuelto en una selva de misterios. Sin más ni más le pregunté a boca de
jarro: “No serás la enamorada de mi hijo ¿verdad?”. “No, señor, cómo se
imagina” –me contestó enfática. No, pues, era otra persona. Repito, era una
linda chiquilla. Una linda e inteligente chiquilla, casi niña aún, que
estudiaba literatura, que de vez en cuando “escribía algo de poesía” y que
vivía en Los Olivos. Se trataba de la chica a la que unas semanas después volví
a encontrar, como aquella tarde ocurrió con la enamorada de mi hijo, en el
bendito Messenger, y así pudimos conversar un montón y reírnos virtualmente a
punta del gramatical “Jajajajaj!”. Era la cantuteña que me hablaba, con
patética, dramática y asombrosa facilidad, de la muerte y de la poesía y de
“Rospindolfo” (personaje nacido de su imaginación que nunca llegué a entender
de qué se trataba). Como quiera que nuestros encuentros vía internet resultaron
más o menos numerosos pero esporádicos, siempre que coincidíamos la primera
palabra que yo encontraba era, a favor o en contra pero de todos modos como un
saludo, “turista”. Ahora, después de tantas lunas, vuelvo a encontrar sus
palabras, esta vez en cuerpo y alma, y veo que ya no miente con una mentira
piadosa, sino con una verdad despiadada: la verdad de la poesía. Descubro que
hoy aquella verdad (la nuestra) es envuelta por el drama permanente de la
realidad, porque más que las “historias tristes” lo conmovedor y asqueante es
la realidad existente que la hiere sin misericordia al punto de hacerle espetar
una frase incontestable: “Miento al respirar este aire putrefacto”. Poesía
desgarrada y desgarradora, terriblemente veraz, escrita en este suelo “muerto
de ansias, de peste, de hambre, de putas”. Es, pues, la palabra de mi joven
amiga Karina Moscoso, que ahora, atrevida y bellamente, nos habla a través de
este su libro que acaba de nacer, “Primera muerte inédita”; libro que me
envuelve, que me involucra y me exige un compromiso: que debo ser más que un
simple “turista” en este suelo contaminado de estiércol que nos reclama a
todos.
Lima, 9 de agosto del 2010.