Un amigo mío se ha referido al doctor Ciro Castillo Rojo - padre del estudiante desparecido y muerto en el valle del Colca, recientemente rescatado- calificándolo de "manipulador". Aquí mis humildes comentarios al respecto:
Como diría el gordo Casaretto: Momentito, momentito! Aquí discrepamos de cabo a rabo, compañero. Supongamos -en un esfuerzo por coincidir- que el doctor Castillo se ha comportado efectivamente como un manipulador. ¿Para qué lo hizo? ¿Para ser elegido congresista? ¿Para que le den el premio nobel de la paz? Su hijo había desaparecido. Lo que hizo fue, en su sano juicio y empujado por sus más nobles sentimientos, lo que todo padre debiera hacer: desesperarse por encontrar a quien dio vida como fruto del amor. ¿Debió haberse resignado, desde el principio, a la aceptación de lo imposible y, más aún, a asumir un "qué diablos me importa este hijo"? Hizo, repito, lo que en situaciones similares debiéramos hacer todos (si es que somos capaces de experimentar buenos sentimientos): como se dice popularmente, mover cielo y tierra. Y este, si no me equivoco, es el primer caso en que literalmente ocurrió eso: este padre ejemplar logró "mover cielo y tierra" porque hasta el Estado asumió como suya la tarea de búsqueda. Ya es vomitivo el ver que aquí y en todas partes existe un acentuado desprecio por la vida. En nuestro país el hediondo paréntesis que fue la llamada, por Abimael Guzmán, "guerra popular" generó tal cosa: ver en las primeras planas de los diarios la destrucción y la muerte se había convertido en el pan de cada día al extremo de parecer "normal" y terminar siendo asumido, displicentemente, como si se tratara de fotos de calatas; ya no conmovía, no aterrorizaba, no producía dolor. La aparición posterior de las pandillas juveniles con su violencia irracional y estúpida, fue una de las consecuencias de esa demencial etapa. El que, ahora, prácticamente todo un pueblo se haya sentido solidario y haya terminado hasta llorando como si se tratara de un hijo suyo, con el tema de Ciro Castillo, me parece que demuestra -y yo me alegro de que así sea- que las emociones positivas están volviendo a ocupar su lugar: las conciencias y los corazones de nuestro pueblo. Muertes ocurren a cada rato de manera incluso más trágica, más terrible, que la de este muchacho universitario cuyo cadáver ha sido rescatado en el valle del Colca. Pero bien vale, aunque sea una sola muerte, que se convierta en emblemática, para demostrarnos a nosotros mismos que la vida es un valor excelso y que debemos luchar por ella, por respetarla. Hubo pañuelos blancos, sí, y no sé quién se encargó de repartirlos; pero este no es un tema que deba llamarnos a reflexión, a comentarios, a cuestionamientos, o a escrúpulos, pues se trata solo de gestos visibles. Más que pañuelos, la agitación (no cansancio, sino remezón, sacudimiento, excitación) importante, significativa, aleccionadora, ejemplar, irrepetible, se ha dado en el alma de la gente. Yo me identifiqué y emocioné como muchísimos en este país con el caso, y, hasta donde he podido darme cuenta, nadie ha venido con megáfono o pañuelos blancos a obligarme -directa o subliminalmente- a que sienta dolor. Pero si un padre o una madre hubiera venido a hablarme -justificadamente dolidos- a contarme su drama, seguro que yo hubiera -tal vez, para algunos, estúpidamente- empezado a llorar y ofrecerles, luego, mi apoyo. El pueblo peruano ha hecho eso. Y, eso, hay alguien por ahí que hace unos días se atrevió a decir que el nuestro es un "país estúpido". Si ser estúpido es solidarizarse, pues me sumo, sin reservas, a la legión infinita de estúpidos.
El doctor Ciro Castillo Rojo es, para mí, el hombre del año; pero no precisamente porque reúna los méritos o las características admirables o pintorescas, como ha ocurrido con otras personas, sino porque nos ha dado una lección invalorable: nos ha enseñado a ser padres. Y yo se lo agradezco sinceramente.
Un abrazo!