domingo, 11 de diciembre de 2011

LAS NO FALSAS CONTEMPLACIONES DE PAOLO ASTORGA


No obstante su juventud, o tal vez gracias a ella, desde hace un buen tiempo Paolo Astorga viene desarrollando con inusitada intensidad y vehemencia una importante labor creadora y de difusión poética. Es estudiante de Literatura y Lengua Española en La Cantuta, tiene veintiún años de edad y hace dos dio a conocer -publicado en edición electrónica (léase: disco compacto)- su primer poemario, “Anatomía de un vacío”, que es un conjunto de breves textos bien escritos a través de los cuales se deja notar un justificado desencanto frente a una realidad, la que vivimos, que hiere la conciencia. Usando el valioso recurso que ofrece la Internet, presentó dos antologías, “La voz del Mundo” (2006) y “Una voz en el abismo” (2007), y edita y dirige la revista digital “Remolinos”. Ahora, por el mismo medio, pone ante nuestros ojos “Sin llegar a lo invisible”, su segunda colección de poemas en los que Lima es una ciudad con esquinas tumefactas por las que camina arrastrando un cuerpo herido. Poesía -o cuadros de una exposición- expresionista: “…un perro que expectora las siluetas acribilladas bajo un poste embarrado de saliva”. Poesía crispada donde la luz / es un ojo que sangra, y donde esta desolada generación tiene que asumir, irremediablemente, aquello que es una crónica certeza: el charco incólume, la patria durmiente. Este joven, sensible y lúcido poeta nació apenas un lustro antes de que se detuviera el flagrante drama de la violencia que lastimó con su infamia el corazón de nuestro pueblo; sin embargo, aunque ha logrado callar la enfurecida memoria de los pinos y los periódicos exponen nuevos titulares desgastando todas las memorias, no puede dejar de reconocer que aún hay papeles manchados de sangre y dinamita que como azules bestias marchitando una palabra son, al fin de cuentas, el testimonio y el estigma que, aunque no podamos eludir, no han de destruir la esperanza ni los sueños. Astorga lo dice enfáticamente: “no hay nadie arrodillado / aceptando su derrota”. Eso se llama optimismo, “buena onda”. Puedo, por ello, decir que esta desolada generación a la que pertenece y por la que habla y escribe nuestro joven poeta cantuteño, tiene la frescura de la alborada, y esto es bacán, señores: “fui feliz, comí un helado, burlé la muerte, fui cielo estrellado…”. Y, a pesar de todo lo adverso, nos informa que Lima, la horrible Lima, ha vuelto a ser la extraña humedad de un beso”. Es decir, el poemario de Astorga, que no es –me atrevo a contradecirle- el de las falsas contemplaciones, sabe a infierno y huele a cielo. Al admitir esto debemos aceptar o, mejor dicho, hacer caso al mandato que, parodiando al autor de 5 metros de poemas, nos espeta: “prohibido estar triste”. Con regocijo, entonces, tengo que decir que me gusta la limpieza sin embustes de su poesía (“Alzo mi mano y me destruyen los buitres, / Sabes que aún te espero / Pero igual cierra tu boca / Cuando veas mi rostro esperando una respuesta / Un sueño, una absurda soledad tratando de brillar en el vacío.”), y que, por ella, bien vale un brindis (claro, con pisco o grog; el frío desquiciado de nuestra ciudad obliga). ¡Salud, poeta!

Lima, 25 de agosto del 2008