domingo, 4 de marzo de 2012

LOS NUEVOS INOCENTES DE REYNOSO

Desafortunada y lamentable la declaración (En el diario Perú21, del día 28 de febrero último) de uno de los más entrañables escritores peruanos, Oswaldo Reynoso, respecto de la agrupación criminal fundada por Abimael Guzmán, que cometió los más atroces atentados contra pueblos humildes de nuestro país, y de la otra, que protagonizó la toma de la residencia del embajador de Japón. Según el autor de En octubre no hay milagros, no son grupos terroristas. ¿Es ánimo provocador lo que le ha movido a decir tal barbaridad o está plenamente convencido de lo que piensa y dice, o es que, simplemente, no le dio la gana de revisar, al menos, un barato diccionario de bolsillo? Sinceramente lo digo: no sorprendería que en adelante nos anuncie una nueva colección de cuentos en que los inocentes ya no sean aquellos chiquillos de sus imprescindibles relatos, sino los miembros de un comité de aniquilamiento tal vez en el Huallaga. ¡Qué lástima!

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Un delito no es lo que a nosotros -peatones comunes y corrientes- se nos ocurre llamar así, sino aquello que la ley penal ha tipificado como tal y, obvio, le ha asignado la denominación correspondiente. El terrorismo en el Perú es considerado un delito a partir de 1981 (cuando se dio el Decreto Legislativo 046), pero cuando comenzaron las acciones irracionales de Sendero en Ayacucho (con la quema de ánforas electorales en Chuschi) y en Lima (con perros colgados en postes de la avenida Tacna) ya estábamos frente a hechos que fueron promovidos para infundir terror. Y eso -con ley que lo tipifique o sin ella- no es otra cosa que terrorismo. Así de claro.

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Nadie prohíbe las opiniones de nadie. Y nosotros -usted, yo, cualquiera- también tenemos derecho a opinar acerca de las opiniones de los demás. Puede uno, con todo derecho, decir no estoy de acuerdo o decir algo o mucho más. Una opinión como la de Reynoso no solo es deplorable, en opinión mía y de otros, porque no estemos de acuerdo con ella, sino porque viene de una persona cuya obra literaria admiramos y queremos. Oswaldo es, con esto y a pesar de esto, un escritor valioso y por eso lo admiramos y lo queremos. Pero no todo lo que él diga merece aprobación o un simple “no estoy de acuerdo”. Esta opinión que él ha expresado es grave; coincidente, en gran medida con lo que piensa el abogado Crespo y el otro abogado de Movadef, Fajardo.

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Un escritor, por otra parte, por más admirado y querido que sea no puede ser colocado en el pedestal de los intocables, porque no es sagrado y tampoco frágil, como un niño de cristal. Si suelta, desenfadada, imprudente u osadamente un razonamiento que choca contra la sensibilidad de un pueblo que sufrió por la demencia y perversidad de una agrupación que -según se desprende de las palabras del escritor- debieran tal vez ser considerados inocentes, como los personajes de esa colección tan entrañable de cuentos que él escribió, pues si ello pasa -caballero nomás- se convierte en pasible de cuestionamientos. Y Reynoso, guste o no a algunos, lo es. Así de simple.