sábado, 10 de marzo de 2012

LOS FUSILAMIENTOS DEL CHE

He ledído en el Facebook que Ernesto Che Guevara, en la prisión que dirigía ordenó fusilar "a unos cuantos enemigos de la revolución". Creo que esto da oportunidad para reflexionar sobre eso, los fusilamientos. Se supone (al menos eso es lo que creo que debemos suponer) que los fusilamientos no son lo que se conoce como ajusticiamientos. Estos, los ajusticiamientos, aunque el diccionario no establezca precisiones diferenciales, lo cierto es que son algo así como -arbitraria y, claro, perversamente- atraer, sin legitimidad, hacia sí la facultad de "hacer justicia" y matar.Un fusilamiento sería, en sentido lato, simplemente el acto de fusilar, es decir, "ejecutar a alguien con una descarga de fusilería". Pero bien sabemos que, en países en que existe la pena de muerte, ese puede ser el procedimiento de ejecución que es, como tal, un acto legal, jurídicamente aceptado. Y si es es así, se trataría también de algo surgido a partir de un proceso judicial que -debe suponerse, debiera ser- desarrollado con todas las garantías del caso, en un marco de estricta legalidad. Si en Cuba, aparentemente con el Che Guevara como autoridad (yo no lo sé, por eso digo aparentemente), se dieron casos de fusilamiento, lo menos que debiéramos creer es que hubo para tal cosa sendos procesos. Y, si hubiera sido así, se habría tratado no de asesinatos. Pero, repito, no lo sé. Lo que siempre o casi siempre hemos escuchado y leído acerca de Guevara es de que se trata de un legendario revolucionario, casi un Quijote. Y -lo confieso- a muchos nos encandiló en alguna forma. Leer sus escritos (desde el Diario en Bolivia) nos hizo admirarlo aún más, porque, entre otras cosas, allí podemos encontrar (lean La guerra de guerrillas) que, no obstante ser un convicto y confeso simpatizante y seguidor de la violencia como medio revolucionario, puso en blanco y negro su rechazo al asesinato, al terrorismo indiscriminado, a todo cuanto pudiese atentar contra las poblaciones humildes, etc. Si la historia -con serenidad, imparcialidad, justicia y objetividad- llegara a demostrar lo contrario, que los actos del Che no iban de la mano con sus palabras escritas, yo diría -hidalgamente- que una estatua (como muchísimas, con justa razón) se ha desleído. Y, claro, no me sentiría mal ni decepcionado. Hay un momento en la vida en que ya no son las pasiones ni las simpatías o antipatías lo que nos debe mover, sino la razón. No estamos, no debiéramos estar, dispuestos a someternos a eso que yo llamo la "vocación de secuacidad ovina". Podemos simpatizar, votar a favor de algo o de alguien, pero no convertirnos en ciegos seguidores de voluntades o "lucideces" ajenas. Llega un momento en que ser libres, que es ser nosotros mismos, es la más lúcida y leal elección.