Uno de los más importantes inventos
del siglo XX ha sido, sin ninguna duda, la televisión. Nunca, antes de su
aparición, la humanidad pudo haber creído, con seguridad, que era posible
transmitir sus imágenes en movimiento y con sonido simultáneamente a distintas
partes del planeta. Significó, pues, una verdadera revolución de la tecnología.
Las primeras emisiones regulares de televisión, se hicieron en Londres y
Berlín, en 1929, naturalmente con grandes imperfecciones. Lo posible hasta
entonces era ver en una pantalla llamada écran las primeras imágenes en
movimiento a las que hacía poco se había agregado sonido; estoy refiriéndome al
cine. Podríamos decir que, en alguna forma, la televisión multiplicó, digamos,
las salas de cine o hizo que ellas, a partir de ese momento, fueran como salas
“abiertas”.
Así, la televisión se convirtió en un medio valioso para transmitir entretenimiento a través de programaciones musicales y de buen humor, pero también con informaciones que, a diferencia de la radio, venían con el apoyo ilustrativo de videos que mostraban ante los ojos sorprendidos de las familias, los hechos propiamente dichos (haciéndose realidad aquel dicho popular que afirma que “una imagen vale más que mil palabras”). Si la gente se había acostumbrado, por ejemplo, a escuchar las minuciosas narraciones de los partidos de fútbol en las emisoras de radio, esta vez, en su propia casa, sentados en la comodidad de un sofá podían ver las jugadas minuto a minuto en la pantalla de eso que algunos han venido en llamar la “caja boba”, la televisión. Algo, en verdad extraordinario.
Pero la televisión, además de entretenimiento e informaciones, podía tornarse en un poderoso medio de formación, transmitiendo educación y cultura. Con esto los niños y adolescentes podrían resultar ganando significativamente. Porque, en efecto, aparecía una oportunidad valiosa para que la escuela pudiera ir más allá de las aulas y ser algo así como una “escuela abierta” o una “escuela del aire”.
Pero la realidad demuestra que no siempre las expectativas se cumplen.
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Hubo, en nuestro país, una época en que algunos canales de televisión “apostaron” por programas de ese tipo y entregaron educación y cultura, lo que fue sumamente edificante y alentador. Sin embargo, no duraron mucho tiempo. La euforia fue diluyéndose. La voluntad comercial comenzó imponerse. El idealismo de aquella etapa se volvió cosa del pasado, pasó a la historia. El asunto, ahora, era vender y cada día vender más. Los comerciantes daban su aporte, a través de spots publicitarios, pero a cambio la televisión tenía que asegurarles que la programación puesta al aire contaba con una importante audiencia. Fue así como apareció un nuevo elemento o factor: el raiting que viene a ser la medición que indica el porcentaje de hogares o televidentes con la televisión encendida en un determinado canal, programa, día y hora específicos[1].
Es decir, en buena cuenta, la prioridad de las empresas propietarias de canales de televisión, fue mantener el apoyo publicitario que les permitiese la vigencia de sus medios televisivos, y optaron por difundir programas que coincidieran con el gusto de las mayorías (hicieron lo que algún locutor de radio llamaba “lo que a la gente le gusta”[2]) y así lograr que el “raiting” les proporcionara cifras alentadores de audiencia. Ya no importaba apostar por buenos contenidos. Y la verdad era que aquello “que a la gente le gusta” no era sino lo que los empresarios televisivos o los grupos de poder querían infundir como un presunto “gusto popular”.
Así aparecieron, en algún momento, los famosos “cómicos ambulantes” con programas de humor realmente grotesco y que eran verdaderamente impresentables; pero, como se dice popularmente, “caballero nomás”, lo que importaba era ganar audiencia, lo demás era lo de menos. También aparecieron programas heméticos como los de Laura Bozzo y Maritere Braschi: los llamados “talk shows”. Probablemente lo que prevalecía era la idea según la cual “negocios son negocios”.
Esto, evidentemente, no solo no era educativo o cultural, sino, sobre todo, era un atentado contra el buen gusto y una especie de veneno para las mentes de niños y jóvenes. Es decir, era aquello que se ubicaba en las antípodas de lo que se entiende por educación o enriquecimiento espiritual; en una palabra: antivalores.
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Hablemos específicamente de la adolescencia. La adolescencia –que viene del latín "adolescere": crecer, desarrollarse- es una etapa de cambios profundos en el ser humano. “Es un fenómeno biológico, cultural y social, por lo tanto sus límites no se asocian solamente a características físicas”[3]; lo cual significa, entre otras cosas, que mucho tiene que ver con el crecimiento emocional o psicológico, el estímulo que se recibe de fuera, de la sociedad, de la cultura. Si los estímulos son adversos, es obvio que el adolescente sufrirá negativamente los efectos.
La televisión –entendamos bien- no es en sí misma negativa y, por tal razón, no debe ser satanizada[4]. Pero hay que decir que la televisión -a la que en los últimos años se ha sumado el influjo negativo de la Internet[5]- no ofrece, lamentablemente, nada rescatable.[6] Es –como ocurre con la Internet- el uso lo propiamente negativo. Y aquí digámoslo descarnadamente: solo faltaría que en las pantallas de televisión pusiesen spots publicitarios ofreciendo la venta de cocaína o “éxtasis”. En alguna forma, todo lo demás ya existe (violencia[7], sexo, chismes, etc.). El tema de las “prostivedettes” que se hizo conocido en algún momento, parecía, más bien, como una publicidad a favor del meretricio. Hubo una serie que logró importante audiencia en los distintos estratos sociales que, si nos ponemos a analizarla detenidamente, terminaremos pensando que la televisión trataba de enaltecer y convertir en una suerte de héroes a personajes que no solo carecen de cualidades buenas o positivas, sino que son en realidad un mal ejemplo para niños y adolescentes. Esta serie fue “Misterio”. ¿Qué ganancia pueden obtener nuestros hijos de esto? Ninguna, realmente. Lo que logran es solamente torcer su conducta y creer que todo aquello que ven en la pantalla es digno de imitación. Los valores comienzan a resquebrajarse. Las pandillas, es decir, los grupos de púberes o adolescentes que en algunos barrios de la capital se enfrentan a pedradas, y a veces emplean hasta arma blanca e incluso armas de fuego, pueden creer que la televisión, en lugar de deplorar sus actos, los está alentando. El chisme y la incursión en el territorio íntimo, privado, de las personas y familias parecían haber roto la barrera de la tolerancia en programas como el de Magaly Medina. Es decir, repetimos, solo faltaría que la televisión ofrezca la venta de droga, para coronar su gesta de perversión e infamia.
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Esperar que la televisión en el Perú (me refiero a la llamada “televisión abierta”) contribuya a la educación y cultura, es pedir peras al olmo. Está demostrado que más puede el “raiting”, el peso del negocio, de la venta. Y, claro, hay que reconocer una verdad: por razón de la libertad de expresión y de prensa, nadie, ni el Estado, puede intervenir para dirigir o, como se dice últimamente, “direccionar” el sentido de la televisión peruana. Este es, en realidad, un asunto de conciencia, de moral, que deben asumir los dueños y conductores de las empresas televisivas.
¿Qué hacer mientras tanto? La respuesta debe ser de estos tres elementos decisivos: el Estado, la escuela y la familia. El estado, por ejemplo, debe fomentar más intensamente la lectura a través de las escuelas, las bibliotecas de barrio, etc. La escuela debe preocuparse porque sus maestros pongan mayor atención en la formación de los niños y adolescentes, tomando conciencia de que no solo se trata de transmitirles información o conocimientos, sino, sobre todo, de educarlos, de moldearlos, empleando como recurso especialmente el buen ejemplo. Las familias no deben descuidar a los hijos; lamentablemente las urgencias de carácter económico hacen que los padres estén la mayor parte del tiempo alejados de sus hijos y sabemos que cuando ello ocurre, los niños y adolescentes están expuestos a las tentaciones y “las malas juntas”, lo que da lugar a los vicios y otras lacras.
No sabemos a qué se debe que a la televisión se le haya endilgado el apelativo de “caja boba”. De lo que sí estamos seguros es que ese pequeño aparato puesto en la sala o el dormitorio, conduce las mentes de las personas que están sentadas frente a él con un control remoto en la mano. El uso del control remoto podría hacernos pensar que la persona que lo manipula es quien “maneja” la situación, sin embargo es todo lo contrario. Aquel invento (la televisión) que en 1929 comenzaba auspiciosamente, como hemos visto antes, sus transmisiones en Londres y Berlín, en buena cuenta se ha convertido, en el perverso advenedizo de las familias. Es el reemplazo de los padres, un reemplazo que no cumple con el papel formativo que no pueden, por diversas razones, ejercer los padres, sino que se empeña en hacer todo lo contrario: en dañar la personalidad de niños y adolescentes.
El Estado, la escuela y los padres debieran repensar respecto del rol que les corresponde ejercer en estos tiempos tan difíciles. El Estado especialmente debería asumir esto como un dogma: la mejor inversión es la que tiene que ver con la educación. Si queremos que nuestra patria tenga un futuro alentador y fértil, nuestros niños y adolescentes deberían crecer en un ambiente en que los estímulos sean siempre positivos. Si bien, como hemos visto, hay razones para culpar a los medios como la televisión por el papel nada edificante que desempeñan en la sociedad, también es cierto que enfrentar esta situación es tarea de todos. Es, pues, nuestra responsabilidad.
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[1] http://es.wikipedia.org/wiki/Rating
[2] Esta es la frase más conocida que solía expresar Alfonso, “Pocho”, Rospigliosi, que fuera director del antiguo programa deportivo “Ovación”.
[4] Como muy bien se dice en una página web, la televisión puede ser “un instrumento eficaz para el desarrollo y enriquecimiento humano”; ya que ha habido programas que “han demostrado que la televisión les puede enseñar a los niños nuevas habilidades, ampliar su visión del mundo y promover actitudes y conductas prosociales.” (Monograf
[5] No se está afirmando aquí que la Internet sea en sí negativa. La Internet es una de las más extraordinarias creaciones de los últimos tiempos. Gracias a ella el mundo se ha convertido realmente en un pañuelo. El problema de la Internet no está en ella misma, sino en el uso perverso que pueda dársele y que de hecho se da por gran parte de las personas que acceden a ella, especialmente niños y adolescentes.
[7] “Al dirigirse al Comité Senatorial de los Estados Unidos para asuntos gubernamentales, Leonard Eron, una autoridad en el tema de la influencia de los medios de comunicación en los niños dijo: "Ya no queda duda alguna de que la exposición repetida a la violencia en la televisión es una de las causas del comportamiento agresivo, el crimen y la violencia en la sociedad. La evidencia procede tanto de estudios realizados en laboratorios como de la vida real. La violencia de la televisión afecta a los niños de ambos sexos, de todas las edades y de todos los niveles socioeconómicos y de inteligencia. Estos efectos no se limitan a este país ni a los niños predispuestos a la agresividad". (http://www.monografias.com/trabajos5/adoles/adoles.shtml)
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Este texto fue escrito
el año 2009, y publicado inicialmente en agosto de ese año en otro blog.