"No se haga de rogar, patita, y sírvase otro trago/ que aquí entre copa y copa, le quiero hacer saber/ por qué es que estoy tan triste, tan solo y amargado,/ que hasta la remaceta hoy me quiero poner..."
Lo
transcrito es parte de uno de los primeros valses criollos que asimilan la
replana como medio de expresión. La replana, ese lenguaje (originalmente de
delincuentes) que -como afirmó hace algún tiempo la doctora Martha Hildebrandt-
"ha perdido el encanto y originalidad que tenía antaño".
El vals aludido
fue escrito por don Mario Cavagnaro, talentoso compositor arequipeño (“Yo la
quería, patita”, cantado por el “carreta” Jorge Pérez). Habla de un drama
pasional, del sufrimiento de un hombre que es desplazado del corazón de su
amada porque aparece en escena un blanquiñoso (¿no suena tan actual esto, ahora
que se habla mucho de "racismo"?). Empujado por "las heridas del
alma", este hombre -el del vals- se entrega a la bebida como una suerte de
"bálsamo" y quiere beber y beber, tan desmesuradamente, hasta,
prácticamente, "perder la razón". Eso es lo que quiere decir aquella
frase final del fragmento transcrito: "hasta la remaceta me quiero
poner".
No existe (o, al menos, yo no la he encontrado) una
fuente documental que ayude a explicar el significado de esta curiosa palabra,
"remaceta". Pero de lo que estoy seguro es de que se trata de un
auténtico peruanismo que, ello no obstante, no llegó a ser registrado en el
valioso libro, "Peruanismos", de nuestra lingüista más conocida.
Tampoco se encuentra allí la voz popular "maceta" que, como sabemos,
es empleada para decir "forzudo", fornido", "sólido",
pero si se la encuentra -como es lo justo- convertida en forma de "verbo
adjetivado", con esta definición: "En nuestra lengua familiar
maceteado equivale a fornido, 'de cuerpo sólido y maciso'" (Martha
Hildebrandt. Peruanismos. Jaime Campodónico/editor, 1994); y, así, podemos
decir: "este pata está bien maceteado". Pero, como es fácil advertir,
no tiene ninguna relación (salvo fonética) con "remaceta".
El único
documento en que he encontrado esta voz es el breve y pobremente sustentado
librito publicado por Lauro Pino en 1968, "Jerga criolla y
peruanismos". Allí aparece esto: "Remaceta. Término que se usa en la
frase Estar hasta la remaceta. Estar hasta el cien." Y, como señala el
autor en otra parte, "estar hasta el cien", bien puede entenderse
como "hallarse muy enfermo o en mala situación económica".
Sin
embargo, "estar hasta la remaceta" no es solo eso; es -como lo
dije al principio- perder la razón, literalmente o de modo figurado, o excederse
extremadamente en algo: te amo o te odio hasta la remaceta, o, repitiendo lo
que dijimos ayer respecto de don Marco Aurelio Denegri: "purista hasta la
remaceta".
Y es por el amor que siente el personaje ficticio (pero
dramáticamente real en la vida diaria) de que nos habla el vals, por "la
gila más buenamoza del callejón", que le pide a su amigo que le acompañe
en ese desmedido brindis, porque "hasta la remaceta hoy me quiero
poner".