Una de las más conocidas obras teatrales peruanas (y que ha sido
representada en numerosísimas oportunidades), es la que escribió Manuel
Ascencio Segura. Me refiero a “Ña Catita”, representativa del denominado teatro
costumbrista. Obra que, en gran medida, es una de las primeras muestras de la
huachafería en la literatura peruana. Pero, naturalmente, cuando hablo de
huachafería no estoy diciendo que la obra sea, en sí, huachafa. Manuel Ascencio
Segura es, sin ninguna duda, no solo el más reconocido de nuestros dramaturgos
sino que, además, es el fundador por antonomasia del teatro peruano. Nació en
1805 y falleció en 1871. Escribió catorce piezas teatrales, entre comedias,
sainetes y juguetes. Todas las escribió, como era usual entonces, en verso. La
primera comedia escrita por él se llamó “La Pepa” que, sin embargo, nunca llegó
a ser representada o a ser publicada: se trataba de una obra con una cierta
dosis de antimilitarismo, razón por la cual, probablemente, se prefirió no
darla a conocer en público ya que Segura era un hombre de armas (recuérdese que
combatió junto a su padre en la batalla de Ayacucho). La crítica al militarismo
se volvería a poner de manifiesto más tarde en una obra que, dicho sea de paso,
fue una de las más aceptadas por el público; estoy refiriéndome a “El Sargento
Canuto”. Manuel Ascencio Segura en sus obras acostumbraba poner un notable
componente de mordacidad, mordacidad expresada incluso en sus artículos de
carácter político, pero de un modo diríamos elegante, es decir, sin caer en
actitudes ridículas o chocantes, de mal gusto. Su tono era satírico. A la
manera de los caricaturistas, procuraba resaltar los aspectos más pintorescos o
“menos nobles” de la realidad o, más precisamente, del comportamiento de las
personas, del limeño concretamente, y sus costumbres.[1]
Mario Vargas llosa afirma que “la huachafería es algo más sutil y
complejo que la cursilería”. Expresa que se trata de “una de las contribuciones
del Perú a la experiencia universal”. Agrega que “la huachafería es una visión
del mundo a la vez que una estética, una manera de sentir, pensar, gozar,
expresarse y juzgar a los demás”. En cambio, la cursilería “es la distorsión
del gusto. Una persona es cursi cuando imita algo –el refinamiento, la
elegancia- que no logra alcanzar, y, en su empeño, rebaja y caricaturiza los
modales estéticos.”[2]
El autor de “La guerra del fin del mundo” tiene mucha razón. Y, obviamente,
admiramos el rescate que hace de esta cualidad y de esta palabra muy peruana.
“Ña Catita” es una comedia dividida en cuatro actos. Se desarrolla
en Lima. Es una historia que habla del amor de Alejo por Juliana, una joven que
se siente enamorada de otro hombre, Manuel. La madre llamada Doña Rufina acepta
el cortejo amoroso de Alejo (un joven presumido y huachafo) y lo hace por
consejo de la intrigante y chismosa Ña Catita. Juliana obviamente se siente mal
y es consolada por Mercedes que es la empleada de la casa. Ña Catita sirve,
pues, de alcahueta al petulante galán y lo hace adulando y engriendo a Doña
Rufina. Tiempo después llega a la casa, Don Juan quien reconoce a Alejo y lo
desenmascara frente a toda la familia, aclarando que en realidad se trataba de
un impostor, que se hacía pasar por gran Señor embaucando así a indefensas
jovencitas. Ña Catita, la alcahueta, es arrojada de la casa junto con el padre
del “novio”. La madre de Juliana, arrepentida y avergonzada pide perdón a su
hija por tratar de obligarla a casarse con quien no amaba.
La historia, como se ve es sumamente simple. Nada “del otro
mundo”. Pero no es en eso en que quiero incidir, sino en algo que me parece hay
que tener en cuenta y he tratado de sacarlo de contexto por lo significativo
que es. He aquí un fragmento de la obra: “RUFINA: ¡Qué! ¿Padece usted de
esplín? ALEJO: ¡Ah! Si parezco un bretón; pronto se me pasa. Tomando un vaso de
ponch, o una copa de coñac, como si tal cosa estoy.” Esta es,
como se ve, una muestra de huachafería expresada en el joven Alejo. Es que, en
efecto, los aspectos principales que se observan en la obra son la lucha de los
sexos, la falsa beatería, y la afectación extranjerizante. Habla de esa afición
tan limeña por las modas que vienen del exterior. Y no solo se habla del uso de
expresiones (por ejemplo: coñac, ponch), sino también respecto de las
prendas de vestir y también la imitación limeña de inclinaciones y posturas
románticas. Por ejemplo cuando don Alejo se refiere a Juliana llamándola
Julieta, y es prontamente imitado en eso por doña Rufina suscitando la ira de
su marido.
Probablemente no sea una obra maestra, como han dicho algunos.
Pero es valiosa por su humor y por ser, además, una suerte de documento
testimonial de una época.
[1]
José de la Riva Agüero escribió: “…mucho más en contacto con la vida popular, y
embebido con los costumbristas españoles, aparece Manuel Ascencio Segura, que
produjo un teatro regional, pintoresco y sabrosísimo, digno de competir con los
mejores sainetes de don Ramón de la Cruz” (“El Perú histórico”, 1921)
[2]
Artículo de Vargas llosa publicado en el diario El Comercio, 28 de agosto de 1983
(Setiembre, 2009)
© Bernardo Rafael Álvarez