Ver donde otros no ven, o no quieren ver, no es cosa del otro mundo. Es cuestión de ver únicamente; así de simple. Ah, pero para ello es recomendable emplear la mirada y dejar de lado las anteojeras y también la ojeriza. Apasionarse en la vehemencia, no en el odio ni en el fanatismo. Ser tolerantes, pero no tontos. Ser perspicaces, no adivinos. Ser claros y objetivos. Ser decentes y sinceros. Justos. No esperar el aplauso fácil. Buscar la verdad. Respetar.
sábado, 25 de febrero de 2012
LOS RODRÍGUEZ: EL PROBLEMA NO ESTÁ PRECISAMENTE EN LOS AGUIRRE.
¿Cuántos? Cinco, pero todas mujeres. Ah, o sea que es "chancletero". Sí, pues, "chancletero" es don Rodríguez, me dijeron. Así lo conocí (Rodríguez el chancletero), así se hicieron conocer todos los miembros de su familia: los Rodríguez. Un día -hace unos cinco meses, más o menos- tocó a la puerta una señorita que venía a efectuar unas cobranzas, creo que por unas frazadas que algún agente vendedor de la empresa en que laboraba había dejado para ser pagadas en cuotas semanales. Pero la jovencita se equivocó de dirección. Nosotros nos apellidamos Álvarez, le dije. Volvió a revisar sus papeles y, efectivamente, comprobó su error; la familia que buscaba aparecía con el número de vivienda 24-B. Ah, los Rodríguez, le dije a la bella jovencita. No, me respondió: tienen otro apellido. Fue una sorpresa escuchar tal cosa. No, señorita -volví a intervenir, terco-: son los Rodríguez. Llamé a mi hermana, con la seguridad de que iba a darme la razón. Ella me contó la historia. "Brigitte -comenzó el relato-, la hija mayor de los vecinos, me confesó un día que ella y sus hermanas querían que el apellido que llevan fuese otro, porque no se sentían bien con él". Pero qué absurdo, dije yo. ¿Quitarse el Rodríguez, por qué, por algún resentimiento, tal vez? "Por vergüenza", precisó mi hermana. "Pero -aclaró- no es Rodríguez, que es el apellido de la madre, una modesta costurera, el que quisieran que desaparezca, sino el del padre, humilde albañil". Cómo es la cosa, entonces, pregunté. Lo que pasa es que el apellido del padre es Quispe; y eso es lo que a Brigitte y a sus hermanas Pamela, Carla, Giovanna y Emperatriz, les disgusta y avergüenza. Ah -volví a intervenir-, entonces no solo es absurdo lo que ellas quisieran que se hiciese; es, también y sobre todo, estúpido e indignante. Y repudiable también la actitud de los padres que, ocultando el apellido paterno, reforzaron el complejo injustificado de sus hijas. La chica que llamó a nuestra puerta se retiró y se fue donde los Quispe a cumplir con su cobranza; pero antes nos dijo esta lamentable verdad que carcome la realidad peruana: este no es el primer caso ni es el único. Efectivamente, yo sé de otros en que llegaron a quitarse el Quispe. Tras decirle adiós, agregué, medio desalentado pero esforzándome en ser optimista: ojalá fuera el último.