RACISMO:
Veamos. Si, al dirigirme a una persona con rasgos andinos, le digo "¡Cholo
de mierda!", ¿estoy incurriendo en racismo? Y si la persona a quien me
dirijo tiene las características físicas de Fujimori y, por ello, se me ocurre
lanzarle un "¡chino de mierda!", ¿qué estoy haciendo, también
racismo? Y si frente a mí apareciera Karl, el marido de la cantante "Flor
de Huaraz", y yo le espetara, inmisericorde, el "¡gringo de mierda!",
¿estaría haciendo, igualmente, racismo? Evidentemente, ni en el primero ni en
el segundo y tampoco en el tercer caso hay racismo ni menos discriminación. El decir
"cholo", "chino" o "gringo" es solo una
manera de tratar, que se ha convertido en un uso familiar muy común y que
-asumámoslo ya- carece de connotación ofensiva. La agresión se da cuando, como
en los ejemplos, nos atrevemos -con ensañamiento, alevosía y mala fe- a sumar
una calificación grosera e inadmisible, como esta: "...de mierda".
Hace
algún tiempo escuché a la directora de una ONG que manifestaba su fastidio
porque al referirse a una muchacha afrodescendiente, la gente solía decir, por
ejemplo, "la morena Isabel". "¡Por qué tienen que decir
"morena!", refunfuñaba. ¿También eso es racismo? En otras palabras:
soy negro, pero no me digan negro; soy chino, pero no me lo recuerden; soy
cholo, pero si me lo dicen, me insultan.
Yo
creo que, en realidad, lo que pasa con el vocablo "cholo" no es tanto
la rabia -infundada, por cierto- frente a lo que se considera una reprobable
muestra de racismo en quienes lo emplean para dirigirse a un peruano de origen
serrano. No. Lo que ocurre es que, así como hay quienes no quisieran apellidarse
Quispe (y sé de casos en que han llegado a efectuarse cambios de apellido),
muchos no aceptan que se les llame cholos (y tampoco serranos); sienten vergüenza y creen que es un insulto. Así de simple.
Hay todavía -a pesar de Magaly Solier y otras buenas voluntades- un resquemor
frente a todo lo andino, a todo lo quechua. Se ha avanzado bastante, sin
embargo, pero falta mucho. Y, no podemos negarlo: una de las personas que, en
el tema específico de la expresión "cholo", ha ayudado a que sea
asumida con orgullo, ha sido Alejandro Toledo.
Hay
quienes afirman (obviamente en alusión a la etapa de la esclavitud) que
"negro" es signo de oprobio. Pero, lo cierto es que, negro es un
color, simple y llanamente un color. Si yo fuera negro y considerara que
realmente es "signo de oprobio", con justa razón sentiría rabia y
vergüenza y probablemente querría, como hizo Michael Jackson: despigmentarme la
piel; es decir, curaría el "oprobio" con una medicina oprobiosa. El
problema, pues, no está en el uso original, remoto, que pudo habérsele dado a
tal o cual término, sino en el prejuicio con que actualmente queramos emplearlo
o entenderlo.
Hace
algunas décadas hubo en Norteamérica un movimiento (el “Black Power”, ¿lo
recuerdan?) que buscaba acabar con la vergüenza racial y difundieron,
como slogan, una frase significativa: "Black is pretty" (Lo
negro es bello). De eso se trata: de asumir nuestros rasgos y nuestra
identidad, repito, con orgullo y dignidad. Cuando estemos seguros de que
nuestros rasgos físicos, nuestros apellidos, el tonito al hablar, el pueblito
humilde donde hemos nacido, la manera de vestirse de nuestros padres, la lengua
que nos legaron nuestros ancestros, no son, para nosotros, motivo de vergüenza,
sino alimento de nuestra dignidad, a partir de ese momento podremos estar
seguros de que, por fin, comenzó a hacerse realidad la inclusión social.
Cuando
las personas, cualquiera sea su extracción social o étnica, no se sientan
vulnerables ni pretendan ni acepten ser envueltas en una cápsula hermética,
sabremos que todos somos iguales. Y, mientras haya quienes, en nombre del
respeto y la inclusión, las traten como a minusválidos, con el "pétalo de
una rosa", nada bueno se habrá ganado. Inclusión no es sinónimo de
sobreprotección. Si algo de bueno tiene el vals que cantaba Abanto Morales, es
su título: "¡Cholo soy, y no me compadezcas!"