miércoles, 15 de febrero de 2012

"CHOLO DE MIERDA!"

RACISMO: Veamos. Si, al dirigirme a una persona con rasgos andinos, le digo "¡Cholo de mierda!", ¿estoy incurriendo en racismo? Y si la persona a quien me dirijo tiene las características físicas de Fujimori y, por ello, se me ocurre lanzarle un "¡chino de mierda!", ¿qué estoy haciendo, también racismo? Y si frente a mí apareciera Karl, el marido de la cantante "Flor de Huaraz", y yo le espetara, inmisericorde, el "¡gringo demierda!", ¿qué estaría haciendo, igualmente racismo? Evidentemente, ni en el primero ni en el segundo y tampoco en el tercer caso hay racismo. El decir "cholo", "chino" o "gringo" es solo una manera de tratar, que se ha convertido en un uso familiar muy común y que -asumámoslo ya- carece de connotación ofensiva. La agresión se da cuando, como en los ejemplos, nos atrevemos -con ensañamiento, alevosía y mala fe- a sumar una calificación grosera e inadmisible, como esta: "...de mierda". Hace algún tiempo escuché a la directora de una ONG que manifestaba su fastidio porque al referirse a una muchacha afrodescendiente, la gente acostumbraba decir, por ejemplo, "la morena Raquel". "Por qué tienen que decir "morena", refunfuñaba. ¿También eso es racismo? En otras palabras: soy negro, pero no me digan negro; soy chino, pero no me lo recuerden; soy cholo, pero si me lo dicen, me insultan. Yo creo que, en realidad, lo que pasa con el vocablo "cholo" no es tanto la rabia -infundada, por cierto- frente a lo que se considera una reprobable muestra de racismo en quienes la emplean para dirigirse a un peruano de origen serrano. No. Lo que ocurre es que, así como casi nadie quisiera apellidarse Quispe (y sé de casos en que han llegado a efectuarse cambios de apellido!), muchos no aceptan que se les llame cholos, sienten vergüenza. Así de simple. Hay todavía -a pesar de Magaly Solier y otras buenas voluntades- un resquemor frente a todo lo andino, a todo lo quechua. Se ha avanzado bastante, sin embargo, pero falta mucho. Y, no podemos negarlo: una de las personas que, en el tema específico de la expresión "cholo", ha ayudado a que sea asumida con orgullo, ha sido Alejandro Toledo. Hay quienes afirman (obviamente en alusión a la etapa de la esclavitud) que "negro" es signo de oprobio. Negro es un color, simple y llanamente un color. Si yo fuera negro y considerara que realmente es "signo de oprobio", con justa razón sentiría rabia y vergüenza y probablemente querría, como hizo Michael Jackson: despigmentarme la piel; es decir, curaría el "oprobio" con una medicina oprobiosa. El problema, pues, no está en el uso original, remoto, que pudo habérsele dado a tal o cual término, sino en el prejuicio con que actualmente queramos emplearlo o entenderlo. Hace algunas décadas hubo en Norteamérica un movimiento (el “Black Power”, ¿lo recuerdan?) que buscaba acabar con la vergüenza racial y difundieron, como slogan, una frase significativa: "Black is pretty" (Lo negro es bello). De eso se trata: de asumir nuestros rasgos y nuestra identidad, repito, con orgullo y dignidad. Cuando estemos seguros de que nuestros rasgos físicos, nuestros apellidos, el tonito al hablar, el pueblito humilde donde hemos nacido, la manera de vestirse de nuestros padres, la lengua que nos legaron nuestros ancestros, no son, para nosotros, motivo de vergüenza, sino alimento de nuestra dignidad, a partir de ese momento podremos estar seguros de que, por fin, comenzó a hacerse realidad la inclusión social. Cuando las personas, cualquiera sea su extracción social o étnica, no se sientan vulnerables ni pretendan ni acepten ser envueltas en una cápsula hermética, sabremos que todos somos iguales. Mientras haya quienes, en nombre del respeto y la inclusión, las traten como a minusválidos, con el "pétalo de una rosa", nada bueno se habrá ganado. Inclusión no es sinónimo de sobreprotección. Si algo de bueno tiene el vals que cantaba Abanto Morales, es su título: "Cholo soy, y no me compadezcas!"