En setiembre del 2008 estuve en Marca, distrito de la provincia de
Recuay, en Ancash (en un encuentro de escritores). Un pueblo bello,
inolvidable. Hubo un momento que se me elevó la presión arterial y, por ello,
acompañado por mi amigo el poeta Armando Arteaga, me acerqué a la posta médica
del pueblo, donde fui diligentemente atendido por una joven, muy eficiente y
simpática profesional de la salud, la doctora Ivonne Ísmodes. Conversamos un
rato con ella, y nos habló de sus experiencias en la localidad a la que había
arribado apenas un año antes. Nos dijo que se sentía muy bien allí, porque,
entre otras cosas, la gente era muy bondadosa y que tenían un gran sentido del
humor, especialmente las personas mayores, muchas de las cuales laboraban en el
campo. Al principio le resultó un poco complicado porque muchos le hablaban de
sus males usando el quechua ancashino y ella no sabía ni jota de esa linda
lengua ancestral; pero, luego, preguntando, comenzó a aprender algunas de las
expresiones y frases elementales, lo cual hizo que su labor se hiciera más
eficiente. Recuerdo mucho que –según nos contó- un señor de edad avanzada, al
que le había inquirido sobre cuál era su mal, le respondió en quechua: “Pecan
nanan”. La doctora, se quedó en las nubes. “Qué habrá querido decirme”,
seguramente se preguntó. Recibió la traducción respectiva; era: “Me duele la
cabeza”. En otra oportunidad, este señor apareció de nuevo en el
establecimiento de salud y otra vez fue preguntado por la profesional, pero
esta vez la respuesta primera fue una graciosa travesura: “Siqui nanan”,
le dijo (si no lo entienden, averígüenlo: se matarán de la risa). Como la
doctora ya se había familiarizado con la lengua nativa y sabía que la
respuesta era solo para generar un ambiente de alegría, se echó a reír a
mandíbula batiente.
¿Por qué recuerdo esta anécdota? Pues,
porque acabo de leer un inesperado y muy valioso libro, escrito por una joven
profesional de la salud -nacida en Moho, Puno-, que también es poeta
(autora, entre otros, de Apex Poético), la
doctora Luz Delia Justo Pinto. Un libro que, si no me equivoco, es
el primero en su género en nuestro país y tal vez también en Latinoamérica. Ha
sido escrito, precisamente, con el propósito de que los galenos que, obligados
por razón de trabajo y también por propia voluntad, tuvieran que arribar a la
zona altiplánica de nuestro país, puedan relacionarse sin mayor
dificultad con los pobladores de lengua aymara; y, si se tratara de atender
consultas e iniciar tratamientos de salud, logren comunicarse fluidamente con
sus pacientes. Un libro sin duda muy útil. El libro se llama Manual en
Aymara: Elaboración de la Historia Clínica (Colmena Editorial S.A.C.,
diciembre del 2018). Supe de él hace ya varios meses, incluso conversé al
respecto con quien ya entonces lo conocía, con el poeta y maestro Marco Martos
quien tuvo palabras elogiosas.
Se trata de un libro práctico, que
–como se diría popularmente- “va al grano” y no entra en rodeos y tampoco se
hace “bolas” con reflexiones “cosmogónicas” o de aquello que se conoce como
“cosmovisión andina”; menos se involucra en asuntos referidos a temas de
carácter político: la “cultura dominante”, el “neoliberalismo salvaje” u otras
cosas de moda; no ha sido motivado por estímulos hepáticos: no es para
enfermarnos; es un aporte a la medicina, a la salud. Es un manual, y, como
sabemos, un manual es un medio para facilitar ciertas prácticas y no para
complicarlas; ha sido hecho sin academicismos (generalmente pesados y
absurdos), con la frescura y coloquialidad propia de las almas nobles, como la
de Luz Delia (por eso se inclinó por la medicina, por eso es poeta).
Ah, pero tampoco es una suerte de
“vademécum”, de esos que usaban los médicos como “ayuda memoria” para no
equivocarse en las recetas y en los medicamentos. No es un recetario
farmacológico. Y tampoco da pautas de cómo un médico debe atender a sus
pacientes, o cómo abordar los distintos tipos de enfermedades: no da lecciones
de medicina. Este libro de Luz Delia es, sobre todo, un trabajo de carácter
lingüístico, para que los profesionales de la salud puedan relacionarse sin
dificultad con sus pacientes aimarahablantes; y, así, traduce las expresiones
–preguntas, consejos, indicaciones, etc.- a la lengua del Altiplano.
Luz Delia no nos dice, ni pretende
decirnos, que las enfermedades que puede padecer la gente aymara son distintas
de las que atacan a las personas de otros ámbitos geográficos o culturales; o
que haya influjos mágicos extraños o cosa parecida, no. No es un libro
chamánico. Las enfermedades carecen de nacionalidad o de extracción étnica o
“racial”. Humanos somos todos. Por eso, en el libro podemos encontrar las
preguntas comunes y corrientes que se les hace al paciente (en cualquier parte
del Perú y del mundo) desde que comienza la consulta: Cuál es su nombre, su
edad, de dónde es, a qué se dedica, cuántos hijos tiene; que malestares tiene
(“Vengo porque me duele la cabeza”: “p’iqiwa usutu ukata jutta”); cuándo
comenzó a sentirse enferma, cuántos días con fiebre, desde cuándo la dificultad
respiratoria. Enfermedades: cianosis, edema, ictericia, pérdida de peso;
hábitos nocivos: cigarro, bebidas alcohólicas; le voy a examinar, etc. Además
incluye un vocabulario sobre números, ocupaciones y profesiones, estado civil,
familia, partes del cuerpo humano, animales, alimentos, etc. Un libro completo,
realmente. Y muy interesante y valioso.
Si algún mensaje podría yo extraer de
este libro, sería aquello que el maestro Raúl Porras usó como título de un
artículo periodístico, publicado en 1931: “¡Abajo el centralismo!”. Tal vez
haya algo de verdad en aquello de que el Perú es Lima y Lima es el jirón de la
Unión (como dicen que decía Abraham Valdelomar), pero lo cierto es que el Perú
no está solo en la Capital; también, con vigor y orgullo, habita todo nuestro
territorio; y nos llama. También es Pallasca, es Moho, es Huachocolpa, es
Pucallpa. Luz Delia Justo Pinto nos cursa la invitación, entusiasmada, con su
libro que, como bien dice, “nació para todas las personas, sepan o no
interpretar el lenguaje kolla, para que puedan escapar cuando lo deseen del
duro afán de cada día y elevarse a las regiones andinas”. Yo la saludo
efusivamente y agradezco. Es un aporte invalorable lo que ha hecho. Es una
innegable muestra de lo que se conoce como lealtad lingüística: por
la defensa y preservación de la lengua aimara. ¡Bien!
© Bernardo Rafael Álvarez