1) Juan Carlos Lázaro:
franz:
historia
de un gusano/
Encontré
a Franz Kafka en la Plaza San Martín, borracho, todo sucio de
manzanas podridas, la corbata mojada, los pelos oliendo
a cañazo. le moví por el hombro para despertarle, y no
despertó. Su cuerpo crecía. Franz era un gusano, una
oruga fea y malcriada que asustaba a señores y notarios públicos.
Creció aún más y llenó toda la plaza. Sudaba harto con
el estío, y creció, creció creció amenazando destruir con su
dimensión las formas de la ciudad. He aquí que
hubo reunión de ministros. Le apelaron a Franz; no le dieron comida
y menos aún paraguas para el próximo invierno. Así pasó
cien días inmisericorde. Fue pariente de plantas y de hormigas, de caca
y de carroña. Cuando abrió los ojos, preguntó a
un policía por un ómnibus cualquiera. Y se
fue. Franz, insecto grandazo, feo, no sabía aún
vivir entre cabras.
2) José Watanabe:
POEMA TRÁGICO CON DUDOSOS LOGROS CÓMICOS
Mi familia no
tiene médico
ni sacerdote ni visitas
y todos se tienden en la playa
saludables bajo el sol del verano.
Algunas yerbas nos
curan los males del estómago
y la religión sólo entra con las campanas alborotando los
canarios.
Aquí todos se han
muerto con una modestia conmovedora,
mi padre, por ejemplo, el lamentable Prometeo
silenciosamente picado por el cáncer más bravo que las
águilas.
Ahora nosotros
ninguno doctor o notable
en el corazón de modestas tribus,
la tribu de los relojeros
la más triste de los empleados públicos
la de los taxistas
la de los dueños de fonda
de vez en cuando nos ponemos trágicos y nos preguntamos
por la muerte.
Pero hoy estamos
aquí escuchando el murmullo de la mar
que es el morir.
Y este murmullo
nos reconcilia con el otro murmullo del río
por cuya ribera anduvimos matando sapos sin misericordia,
reventándolos con un palo sobre las piedras del río tan
metafórico
que da risa.
Y nadie había en
la ribera contemplando nuestras vidas hace
años
sino solamente nosotros
los que ahora descansamos colorados bajo el verano
como esperando el vuelo del garrote
sobre nuestra barriga
sobre nuestra cabeza
nada notable
nada notable.
3) Jorge
Pimentel:
RIMBAUD EN POLVOS AZULES
Rimbaud
apareció en Lima un 18 de julio de mil novecientos setenta y dos.
Venía calle abajo con un sobretodo negro y un par de botines marrones.
Se
le vio por la Colmena repartiendo volantes de apoyo a la huelga
de los maestros y en una penosa marcha de los obreros trabajadores
de calzado El Diamante y Moraveco S.A., reapareciendo en la plazuela
San Francisco dándole de comer a las palomas y en un cafetín donde rociaba
migajas de pan en un café con leche mientras entre atónito y estupefacto
releía un diario de la tarde. Las personas que lo vieron aseguran que denotaba
cansancio y que fumaba como un condenado cigarrillo tras cigarrillo.
Pálido
como una Hermelinda, de contextura delgada, entre las manos portaba
un libro de tapa gruesa. Luego hizo un ademán con la mano pidiendo la cuenta.
Pagó
13 soles y 50 ctvos. y luego partió y una muchacha al reconocerlo le tendió
la mano y le ofreció posada y su cuerpo a lo que él respondió invadiéndola
de luces anaranjadas. Llovía. Y las pocas personas que en esos momentos
contemplaban la escena —serían unas 15, de 20 no pasan— reunidas bajo
el toldo
de la chingana armaron un tremendo barullo llamándolo Arturo, Arturo Rimbaud.
Y
sus pasos fueron lentos mientras enrumbaba por el Jr. Leticia hasta la calle
[Caquetá
en el Rímac. Casi todos los que se encontraban reunidos coincidían en afirmar
que su aparición podría traer funestas consecuencias al sistema y al orden
establecido y que mejor era dar parte a la policía. La descripción que de él
dio un político coincidía con las que se dan para atrapar a un maleante.
La del empleado del Ministerio de Educación fue que en su abundante cabellera
pendía un turbante turco y una argolla de bronce aparecía en una de sus orejas.
A lo que un joven estudiante de San Marcos prorrumpió amenazadoramente
[aseverando
que todos ellos estaban siendo alienados y que más bien había que cumplir
al pie de la letra la aseveración de Juan Nicolás Arturo Rimbaud «Hay que
[cambiar
la vida» para lo cual había que destruir todo un sistema inhumano injusto y
atroz.
¡Linda
manera de hacerse oír!, terció la voz de un anciano, y un muchacho
de secundaria dijo: ¡Buena, tío!, y la muchacha que fue invadida de luces
anaranjadas extrajo un lápiz de labios de su cartera corriendo hasta llegar
a un muro donde inscribió esta significativa palabra:
FIN
4) Enrique Verástegui:
PARA MARÍA LUISA ROJAS DE PELÁEZ
MUERTA
EL 21 DE AGOSTO DE 1969 EN CAÑETE
DONDE
MORAN A LAS CINCO DE LA MAÑANA EN EL ESTANQUE LOS ÁNGELES DE JERICÓ
Ya
puse estos versos como ramas de olivo sobre tu tumba oh mi
abuela
y me tendrás aquí
para
siempre – gritando, dando alaridos, llamándote, prosternado
a
tus maneras,
levantándome,
maldiciendo a pesar de las prohibiciones y de que no
debo
hablar con locos
o
pillar frutas en los mercados.
Estaré
silencioso estos días como cuando hacia las 4 de la tarde
cogías
tu alfombra
para
continuar tejiéndola con yerbas y ángeles de Jericó y rojos y
verdes
y dorados.
No
fumaré ni saldré ahora a caminar con Mario hablando de Marx
de
la victoria.
Llegué
hasta la tumba donde duermes y duerme una parte de mis
años,
de mi sueño
y
permanezco como brasa bajo la lluvia o bajo el jazz de las discotecas
escuchando
cantar a Odetta.
meciéndome
como la brisa como un murmullo de mariposas sobre
mis
rodillas,
sobre
mi soledad.
Y
no quiero estar solitario, no quiero ni puedo.
Tú
viajas junto a mí a mi lado y soy la yerba por donde vas caminando
sin
que se noten tus ojos y tu canto
–
en el patio deliro conversando con lo que eran tus pasos trazados
sobre
la noche
como
por la constelación de mis labios sobre la frialdad del vidrio
que
daba a tu rostro en el ataúd.
y
eso era todo o casi todo; yo volando por la ciudad con mis juguetes,
enardecido
como un ángel, con mis palabras de ángel.
Vi
cómo t despediste de mí por última vez aquel día de agosto
en
Tigre cuando te trajeron a Lima a Neoplásicas y yo recién tanteaba
mi
ingreso en la universidad que ahora desprecio.
Toda
la mañana de aquel día viajé en ómnibus, sudando, abochornado,
desmayándome
en los semáforos,
con
una sensación de muerte en los labios, con el llanto.
Y
eso era todo o casi todo, o nada.
Llegué
hasta tu tumba cruzando amplios jardines – perdido entre
otras
tumbas
y
chocándome a cada instante con viejos conocidos de cabellos de
neón
– amigos suicidas
–
parientes parientes venidos a menos después de la lluvia – devorando
frutas
y palabras extrañas en los manicomios,
en
el fondo de cuartos que ya nadie recuerda.
Este
es Jarry que retorna a tu álbum de recuerdos, a tu gusto;
cargado
de soledad
y
sin sentido, hablando de cosas ininteligibles, blasfemando
–
recíbeme abuelita soy yo el más engreído.
Agitaste
tu mano desde dentro del automóvil, tu último saludo
para
mí – adiós al nieto que más querías
y
a quien continuaste lavándole pañuelos y camisas aún cuando ya
te
sentías enferma
a
28 días de tu muerte y mírame colgado en la percha en la sala
junto
al estante de libros
entre
la yerba y los ángeles de Jericó.
Hoy
me levanté temprano y corrí a saludarte porque también toda
palabra
es un parque de sueños
y
aquí estoy para siempre a tu lado, como las ramas de olivo que
te
puse ayer en la tumba.
5) Mario
Montalbetti:
Después
de por supuesto mi mujer yo
quiero
a mi patria y
aún
antes que a mi patria yo
quiero
al cielo y
aún
antes que a mi patria y
aún
antes que al cielo
pero
después de por supuesto mi mujer yo
quiero
al mar y al monte azul también y yo
quiero
por supuesto a dios
antes
que a mi patria y
se
levanta un militar de mi patria y
dice
que la patria es mujer, cielo, mar y yo
quiero
a ese militar
antes
que a mi patria
pero
después de por supuesto mi mujer y
mi
mujer quiere por supuesto a un industrial
antes
que a su padre y
aún
antes que a su madre y
por
supuesto antes que a mí
6) María Emilia Cornejo:
SOY LA
MUCHACHA MALA DE LA HISTORIA
Soy
la muchacha mala de la historia
la que fornicó con tres hombres
y le sacó cuernos a su marido,
soy la mujer
que lo engañó cotidianamente
por un miserable plato de lentejas
la que le quitó lentamente su ropaje de bondad
hasta convertirlo en una piedra
negra y estéril
soy la mujer que lo castró
con infinitos gestos de ternura
y gemidos falsos en la cama
soy
la muchacha mala de la historia
7) Omar
Aramayo:
SOY
UNA NIÑA
Soy una niña fea, entre las
piernas tengo una tripa pálida como la yerba muerta.
Fea me va diciendo el espejo
con su boca escandalosa. Cuando camino por la calle acaricio los postes, los
introduzco por mis oídos suavemente hasta mi cerebro.
Tu cerebro está lleno de
heces, me dijeron, y tu corazón también, eres el bolo fecal caminando, rey
midas, lo que tocas en heces lo conviertes.
He soñado que mi cuerpo era
enorme, bajo mi piel se guardaban los aviones, y los aviadores descendían, con
sus cabellos crecidos durante la guerra, y subían a mi rostro y jugaban con mis
ojos, abriendo y cerrando los párpados, mis árboles -digo mis pestañas- se
agitaban como persianas de celofán como si se trataran de los ojos de una
muñeca jugaban con mis ojos, los aviadores de largos cabellos y pechos
desnudos.
Llegó ahora hasta el crepúsculo
con mis cintas manchadas de sangre, las uñas completamente negras tratando de
agarrar una garza blanca y retorcerle el cuello, pero la espuma llega al cuello
y el licor me abre el vientre como un cuchillo afilado por el proceso geológico
del planeta.
Con los vestidos viejos de mi
madre salgo en las noches a buscar palomos, pero me caen muy por debajo de la
pantorrilla, y nadie me cree esta vieja historia, me agarran en plena calle me
dicen palabras inmundas, me abofetean y la sangre me baja en abundancia
cosmogónica hasta inundar la calle, me desgarran los vestidos, me hunden
puñales en la carne, me desangro, boto espuma, mi rostro húmedo, babeo,
garganta seca, transpiro, estoy mojado, codeo, cojeo, muero, agonizando, me
orino, jadeo, tiemblo