"La terminación quechua yllu es una onomatopeya. Yllu representa en una de sus formas la música
que producen las pequeñas alas en vuelo, música que surge del movimiento de
objetos leves”.
Eso, lo transcrito, es lo que aparece dicho por José María Arguedas en
lo que es una suerte de introducción explicativa en el Capítulo 6 de la bella
novela “Los ríos profundos”. Para él, el sufijo “yllu” es una “onomatopeya”.
Pero, no. No es cierto que sea una onomatopeya; y tampoco puede
representar (salvo en una imaginación desbordadamente poética y “mágica”) la
“música que producen las pequeñas alas en vuelo”. El movimiento de alas
(grandes o pequeñas) no produce, digamos el sonido “illu", ni nada
parecido; si las alas son grandes (de un gallo, por ejemplo) podrían sonar así:
“plac, plac, plac”; si, por el contrario, se tratara de las alas de un
pajarillo, el sonido lo representaríamos quizás así: “brrrrrrrr”; y, tratándose
de “pequeñas en vuelo”, de un moscardón, por ejemplo, sería “zummm”. Pero, en
ningún caso: “illu, illu, illu…”. No es onomatopeya, pues (digo, no lo es
respecto del tema motivo de esta nota; ya veremos en adelante algún caso en que
sí podría ser).
En el vocablo zumbayllu (creo
que inventado por el novelista Arguedas, pues según mis indagaciones, no es y,
creo, tampoco ha sido usado antes en pueblos como Andahuaylas y Puquio; y a
cuyo sufijo -“yllu”- se refiere), lo que sí corresponde, estrictamente, a una
onomatopeya, o es onomatopéyico su origen, es la raíz de la palabra: “zumba”,
de “zumbar”; el zumbido del tábano, la avispa, la abeja, un moscardón (¿han
escuchado la composición de Rimsky-Korsacov, “El vuelo del moscardón”?) al
volar o, más exactamente (lo digo, para situarnos en la novela arguediana: Los
ríos profundos), el sonido del trompo al girar, después de ser lanzado con la
pita o “guaraca”: “Zummmm…”
(Aunque, la verdad,
también resulta muy forzado asumirlo como tal, el "illu, illu,
illu...", como onomatopeya, quizás sí podríamos identificarlo con el
sonido de una campanilla en misa, pero no con la vibración de alas de un
moscardón en vuelo).
¿“Zumbyallu” es quechua? Mi respuesta, enfática: no. Otras palabras que
he escuchado y que tienen similar terminación, son estas: Chancayllo, una ex
hacienda al norte de Lima, en Huaral; Carabayllo (un
distrito, aquicito nomás, después de Comas) y también esta otra, muy
antigua (la he leído, no escuchado): “tamkayllo”. “Tamkayllo” es, según
González Holguín, “mosquito grande que pica”, es decir, un tábano, una avispa.
Esto, lo que aparece en el Vocabulario de la Lengua Quechua (del año 1608)[1], podría hacernos
pensar que, definitivamente, se trata de un vocablo completamente quechua. Pero
–aquí el “pero”-, nada hay absoluto, incluso en estas cosas. No debemos olvidar
que, a pesar de su antigüedad, el repertorio lexicográfico reunido por el
religioso español contiene no solo vocablos o expresiones auténtica o puramente
quechuas; aparecen en él, también, voces con origen castellano ya quechuizadas,
como algunas de uso clerical, por ejemplo. “Tamkayllo” es, sin duda, de origen
quechua, pero, ¿podemos asegurar que su terminación, o sufijo, también lo es?
Habría que efectuar las pesquisas pertinentes, para encontrar una respuesta certera.
El lingüista Rodolfo Cerrón Palomino tiene un texto en el que se ocupa
precisamente del sufijo “-illo” en la toponimia andina, y se centra en el
nombre de uno de los distritos de Lima, el que he mencionado: Carabayllo. A
pesar de que hace referencia a algunos estudios que tratan de darle
explicaciones históricas y de otra índole (por ejemplo, doña María Rostworowski,
que afirma que provendría de “qarwayllu”), él considera (y yo pienso igual,
porque, además, es obvio) que debió haber sido “Carabailla” [“Carabaílla”], es
decir Carabaya chica: el “illo”, pues, como sufijo generador de diminutivo. Y
este sufijo no es, pues, quechua, sino castellano proveniente del latín
(chiquillo, librillo, platillo…); un sufijo diminutivo “de rancia estirpe
latina”, dice el estudioso.[2]
¿Con “tamkayllo”, habría ocurrido lo mismo? No es fácil dar una
respuesta. Pero, al menos, hasta donde sé (salvo en casos de nombres familiares
–clanes- o topónimos quechuas remotos, en que se enlazaba la raíz con el
término “ayllu”, cuyo significado todos conocemos; pero que nada tiene que ver
con zumbidos u otras onomatopeyas), no existe establecido un significado atribuible
a “yllu” o “yllo”, en la lengua quechua, que podría servirnos para explicar ni
mucho menos para justificar aquello del sufijo “onomatopéyico", referido
por el escritor andahuaylino. “Ylla” o “illa” sí existe, pero es otra cosa, y
tampoco viene al caso, pues no es onomatopeya; significa “luz sagrada” (el
mismo Arguedas la define así: “cierta especie de luz”).
Y, ahora, pasando a otro aspecto del asunto: ¿La palabra “Zumbayllu”, es
un vocablo de uso en Andahuaylas y Puquio (lugares donde nació y vivió,
respectivamente, José María Arguedas)? El año 2011 (con motivo de la
realización de un simposio, por el centenario del taita) estuve en Puquio, y
pregunté, especialmente a algunos niños: nadie me dio razón de la palabrita;
conocían, sí, el trompo, pero solo con su nombre en castellano. Hace unos cuatro
o cinco años, llevé un caso judicial por el cual acudí a una entidad policial
en Collique, donde conocí a una chica policía nacida en Andahuaylas, y no perdí
la ocasión de preguntarle: tampoco sabía nada al respecto. En estos días,
siempre con la inquietud, he retomado el tema y he buscado y rebuscado de cabo
a rabo en la Web, y lo que he logrado ver es que en todas las entradas en que
aparece la muy curiosa y, por muchos, celebrada palabrita, solo se encuentra
relacionada con el taita y su famosa novela; por ninguna parte aparece dicho,
ni insinuado, que sea una voz perteneciente al quechua de la zona, nada de eso.
Medio desfalleciente, ayer volví a preguntarle a la suboficial andahuaylina:
enfática y tajante, repitió la respuesta que antes me había dado. Finalmente,
ya a punto de “tirar la toalla”, he recurrido a algunos amigos ayacuchanos: con
lo cual, ya casi logré redondear el asunto: no han escuchado el término, no lo
han usado, “pero –insinuaron- hace muuuuchos años existió” (en buen
“cristiano”: tal vez existió, pero, ¿cuándo? Hasta en la novela -1958- hay esta
pregunta de desconcierto y desconocimiento, en el referido capítulo 6, dicha
por el narrador que es Ernesto, el personaje principal: "¿Qué podía ser el
zumbayllu? ¿Qué podía nombrar esta palabra cuya terminación me recordaba bellos
y misteriosos objetos?"); tampoco la conocía, nunca antes la había
escuchado.
Bueno, la cosas no se redondearon hoy, 4 de julio (día de la
Independencia norteamericana y cumpleaños de mi hermana Carmen) sino antier,
cuando al preguntarle a una señora de Puquio -lugar donde vivió el escritor, y
en que se sitúa otra de sus novelas, Yawar Fiesta- recibí un rotundo no (“no he
escuchado esa palabra”), más esta interrogante: “¿qué significa?”, con cuya
respuesta solo corroboró lo que dijo antes; ah, pero cuando le dije que
Arguedas la usaba en su novela, como empujada por un resorte de
juguete-sorpresa, saltó nuevamente la respuesta -pero esta vez,
increíblemente invertida-: “¡Sí! Todos los niños la usan cuando van a
jugar al trompo”, me dijo. Obvio: se trató de una respuesta literariamente
complaciente, pero sin apoyo en la realidad; en otras palabras, se trató de una
piadosa pero innecesaria mentira.
¿Qué debería decir yo, a estas
alturas? Solo esto: que hasta ahora no he logrado encontrar nada, ni a nadie,
que pueda tirar por los suelos, derribar (o desplomar, como ocurrió con aquel
puente del famoso “¡usted no va a entenderme porque es periodista!”), derribar,
repito, la sospecha, la hipótesis que tengo formada respecto de esta curiosa
palabrita arguediana, “zumbayllu”.
Bien. Mi hipótesis o sospecha
(hasta ahora con firmeza de tesis) es que zumbayllu no es ni tiene nada de quechua. Es una bella palabra
inventada por el novelista José María Arguedas, con la unión de estas dos
partículas castellanas: la raíz o lexema zumba (de origen onomatopéyico: de zumbar) y el morfema Illo (sufijo diminutivo castellano,
de origen latino, al que el escritor decidió modificar levemente, cambiando la
segunda vocal: "o" por "u").
¿Lo dicho aquí qué significa? Pues que una narración literaria -en el
presente caso, una novela- lo que hace es -lo digo con palabras del mismo
Arguedas- "bajo un falso lenguaje" mostrar "un mundo como
inventado".[3] Es lo que el novelista
andahuaylino reprobaba, lo que no hubiera querido hacer; pero, es lo que hizo,
y lo hizo muy bien: "ficcionar". Inventó un mundo desencantado,
sí, pero también con encantos, como el del mágico zumbayllu “que parecía traer al patio el canto de todos los
insectos alados que zumban musicalmente entre los arbustos floridos”[4]).
© Bernardo Rafael Álvarez
(4 de julio del 2020)
[1] Diego
González Holguín: Vocabulario de la Lengua General de todo el Perú
llamada Lengua Quichua o del Inca. 1608. Nueva edición con un prólogo de
Raúl Porras Barrenechea. Edición del Instituto de Historia, Lima, 1952.
[2] Lexis Vol. XXXVII (2) 2013:
383-401
[3] José María Arguedas: La novela y el problema de la expresión literaria en el Perú. Mar del Sur, vol. III, Nro. 9, enero-febrero, 1950.
[4]
Arguedas: Los Ríos Profundos. Retablo de Papel Ediciones, Lima,
1972. Pág. 130.