viernes, 11 de enero de 2013

DESIRÉE LIEVEN: MURIÓ HACE QUINCE AÑOS Y YA NADIE HABLA DE ELLA (texto escrito en octubre del 2006)



Fue, como escribieron en el aviso de su muerte, rusa de nacimiento pero española de corazón ("russe de naissance, le couer espagnol"). Y, en efecto, su corazón se desbordó inconteniblemente por España y los españoles y también por muchos latinoamericanos, y un sinnúmero de peruanos entre ellos. Se sabía que su origen era noble, de aquella nobleza caucásica que sucumbió por designio del régimen bolchevique que se entronizó en el Kremlin; pero, salvo algunos traviesos ingresos en su intimidad, nadie se atrevió (gracias a la delicadeza de la prudencia) a preguntarle cosas al respecto. Su exilio irreversible la llevó a la Península Ibérica y recaló, finalmente, en Francia. Los avatares previos no los tengo registrados pero, indudablemente, debieron parecerse en algo al retorno de Ulises a Itaca. Lo cierto es que por la particularidad dramática y riesgosa de su situación tuvo que sepultar su identidad verdadera y recurrir a la protección del seudónimo que, como ocurre casi siempre con los seudónimos que no llegan a uno por determinación ajena sino por propia voluntad, en su caso fue bello (resplandeciente, en verdad, como apuntara Jorge Falcón, su amigo de muchos años). No obstante provenir de donde provenía (casta o linaje despreciable a decir de las izquierdas radicales), fue una mujer que abrazó, perdón,  que ejercitó con vigor, rotunda y contundentemente, las causas antifascistas en la Guerra Civil Española y se involucró en la resistencia francesa, adoptando en tales circunstancias (décadas del 30 y 40), como nombres de combate, "Delia Toral" y "Lucienne". El brío de sus convicciones y la vitalidad de sus actitudes fueron lección para muchos; uno de ellos, Alfonso Colodrón, reconoció la significativa influencia que en su vida ejerció aquella mujer, de la que dijo era "la más extraordinaria de las nómadas anónimas" que conoció. España la recuerda, mejor dicho: creo que la recuerda; una galería artística tiene, al menos, el nombre que ella usó hasta el final de sus días.  Fue -ya es hora de decirlo- una mujer realmente excepcional. Murió  a los 94 años de edad, prisionera de su nostalgia, pero había vivido en libertad, y así, libre, amó y libre sirvió a los demás.  Las buenas o malas lenguas (o las "malas voluntades", que a veces sirven para ponerles sal y pimienta a las relaciones humanas) le inventaron multiplicidad de amantes y sueños, y allí (que no lo sepa la "andina y dulce Rita de junco y capulí") hasta al mismísimo "Korriskosso" de Santiago de Chuco -sí: César Vallejo- le atribuyeron alguna incursión sin él haberse enterado (cosas de la libertad, pues, cosas del amor). Quienes sí ingresaron en el entorno cálido de su bondad, sabiéndolo al revés y al derecho, fueron muchos artistas e intelectuales peruanos, medio desprotegidos huéspedes del "Barrio Latino" -años 60- a quienes, con hospitalidad infinita, juntaba en su pequeño departamento de París (rue de Beaux Arts) alrededor de una mesa poblada de bondad; ellos, es muy probable, deben haber presionado la tecla "delete" en su cerebro, eliminándola de su memoria, porque olvidar es el recurso más fácil y expeditivo para deshacerse de la carga plúmbea que significa la gratitud. Pero, en fin, por ahora solo me interesa referirme a aquella mujer, hacendosa, comedida, en la que -lo digo siguiendo a Falcón- "conjugaron esplendor, bohemia y heroísmo". Murió hace quince años, el 2 de octubre de 1991, y sus restos acabaron incinerados en el Columbario de Pere-Lachaise, en París. Hasta ese día, con dignidad, se llamó, simple y bellamente, así: Desirée Lieven. Ya nadie habla de ella. 




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-Este texto fue escrito en octubre del 2006, y publicado inicialmente en otro blog, que ya no uso: Bitacora extraviada. A ello se debe que el título hable de "quince años". 



(-Actualización: En honor a la verdad, últimamente veo que más de uno ya habla de Desirée, haciendo justicia a su memoria).