José María Ortega es consciente de esto; su
sensibilidad de poeta le permite ver donde otros no ven, y lo dice a través del
medio más apropiado, más sincero y contundente que hay: la poesía. Sombra tras sombra cae el hombre, nos dice en el título de su primer
poemario. Y él no se excluye, se involucra más bien: mañana me iré / de
la mano de la tarde, anunciando una virtual inmolación que –ya lo dije
al principio- nada tiene de fatalista: sé que habrá en el cortejo/ una
mañana aún de fresco pan/ y guardada dulzura. Esto suena, obviamente, a
esperanza: el fresco pan es fecundidad y vida, por sobre todas
las cosas; la guardada dulzura, es el desplante rotundo al amargor
de la vida.
Esta, la de José María, es poesía de denuncia,
pero no a la manera de la llamada poesía social; es denuncia porque pone de
manifiesto, saca a la luz, hace ver, a su manera, nuestras debilidades, y nos
dice, casi a la manera de Vallejo, que nuestra retina está estropeada y por
ello nos angustiamos, lo cual, hermanos, sinceramente es muy triste,
pero, caballero nomás, uno no tiene nada seguro/ en la vida sino la
certeza de la muerte. No puedo dar fe de nada, pero intuyo que
esta visión de la muerte que se esfuerza por sobreponerse asiéndose de la
esperanza, puede tener su origen en la sensación de orfandad del poeta, tras la
desaparición física de su padre (que se va y se queda) a quien le pide en unos
bellísimos versos: Anda padre mío, anda a esa tierra desconocida, / a
sembrar virtudes, proverbios clandestinos…
Esta, la de José María, es, también, poesía
de dudas, de desconcierto, frente a aquello que domina nuestras vidas, nuestros
movimientos, nuestras actitudes: el absurdo, como aquel de amarte, de
no creerte/ y creerte al fin… sabiendo que dos guerras desconocidas nos
despojaron en alguna medida nuestra identidad o la identidad de lo amado.
No es Vallejo, pero Vallejo está insinuándose medio imprudentemente: “tomad la cifra en suma”; “imagino tu sexo”; “y en los húmeros la queja”. Pero es, ello no obstante, Ortega, el poeta trujillano que sueña y mira el mundo, que se asombra y se enardece, que canta pero también exclama; el poeta solidario y dador, que quisiera, como el mayor regalo, no aquello que lo llene a él, sino que tú, al fin y al cabo, vivas y vivas feliz. Poeta noble, por sobre todas las cosas. Yo lo saludo y lo abrazo.
Bernardo Rafael Álvarez