jueves, 3 de enero de 2013

ESTE CHIMBOTANO DE MUERTE ANODINA Y RESURRECCIÓN LUMINOSA (SOLO UNAS POBRES PALABRAS COMO HOMENAJE)



Era un hombre que gustaba frecuentar lugares y personas marginales como él, pero que, a diferencia de él, llevaban un cruel estigma: eran maldecidos: Tacora, La Huerta Perdida, los cementerios, los ladrones y también las prostitutas, a las que por virtud de su alucinante percepción veía como vírgenes, así como en los avisos luminosos de neón de La Colmena (lo recuerdo muy bien, en una caminata con Juan Ramírez Ruiz por el centro de Lima) encontraba, inesperada, insólitamente, los ideogramas chinos que Ezra Pound insertó en los Cantos.

El hombre del que hablo sentía una casi irrefrenable atracción por lo necrológico y diría que por todo lo que se emparentara con el deterioro espiritual o moral de la existencia, del mundo. Este hombre era un poeta. “Mi poesía –escribió en alguna oportunidad- es un informe sobre la desintegración demencial que es la historia”.

Sabía, y al menos así lo demostró a través de sus textos, que la poesía no es solo o precisamente para complacer emocionalmente al lector; por ello, la lírica propiamente dicha no estuvo entre sus prioridades. Su poesía se inclinó más bien a la reflexión -que en muchos sentidos es o parece hermética- sobre el ser y el hacer, sobre el vivir y el dejar de vivir. “Para el que ha contemplado la duración/ lo real es horrenda fábula”, anotó en “Soliloquio”, poema casi desfalleciente que concluye con esta terrible frase: “Así / he considerado con indiferencia mi vida, / y ya debemos marcharnos”.

Más que la lírica o mejor dicho en lugar de ella, prefirió, pues, la verdad como una certera pedrada en el ojo, en la conciencia. Y, en algún modo, más que estimular “en el ánimo un sentimiento intenso o sutil” que es lo que busca precisamente la musicalidad lírica, prefirió generar a veces la estupefacción y casi siempre la certeza. Esto, lo que fue dicho en el poema “Swedemborg”, es realmente incontestable, terriblemente irrefutable: “Nada poseemos fuera de lo erróneo”. La poesía suya no significó o significa únicamente –pero sin duda lo es- un “descenso a los abismos interiores y travesía hacia el misterioso Sentido del cosmos”, como afirma González Vigil. Fue también algo así como la ceremonia del desnudamiento humano sin escrúpulos; en “Crónica de Boecio” escribió: “El dolo preside en el consejo de los hombres y sólo la futilidad”. Es que, más que búsqueda, creo que fue y es afirmación.

Pero, es cierto, optó por la inmersión en las profundidades desgarradas y desgarradoras de la realidad (fue –repito a Hildebrando Pérez- “uno de los testimonios más lúcidos y conmovedores de la vida humana”), pero no exactamente para describirlas, sino para que a partir de ello pudiese su poesía comportarse al mismo tiempo como una negación de la infamia y una afirmación de la esperanza. Habló mucho de la muerte, mas no como un alegato a favor de ella, no como una apología de la destrucción, sino como un punto de partida para construir, porque, como sabemos, la poesía es, al final de las cuentas, eso: construcción, hechura, y, aunque pudiera comportarse como un espejo (que lo es: cruel a veces, complaciente casi siempre), es también, y sobre todo, una realidad en sí misma, y más que pretender denunciar o desfacer entuertos, o alabar aciertos, su rol está en la celebración de su propia existencia, de sus inalienables circunstancias.

Fue un poeta marginal. Efectivamente. Lo fue por voluntad propia, pero también por perverso designio de los demás, sobre todo de aquellos que suelen asumirse como pontífices, como dueños o administradores del canon literario.[1] Pero el tiempo, gracias a Dios, hizo que eso que pudiéramos llamar su “desintegración”, se convirtiese finalmente en cohesión espiritual, en permanencia vital.

Antes fue ninguneado o soslayado. Hoy, en virtud del ojo zahorí de los nuevos aedas y estudiosos -es decir, de la inteligencia- que se enriquecen leyéndolo, es considerado, junto a Javier Heraud y Luis Hernández, uno de los más importantes poetas de la llamada generación del 60. Y su poesía es estudiada con interés y fruición, y, a pesar de su voluntad medio sombría, es seguida como una luz.

Rafael Dávila Franco sustentó, hace unos años en San Marcos, una excelente tesis de graduación referida al poeta cuya precoz inquietud social, cuando aún era alumno del San Pedro de Chimbote, motivara el allanamiento de su colegio por parte de la policía que trataba de capturarlo (según contó alguna vez Hildebrando Pérez: “…siendo alumno del 5º de Secundaria tuvo que escapar de la represión policial que, en su búsqueda incesante, allanó el Colegio, su casa y la de sus vecinos”[2]. Carezco de información acerca de otras posibles traducciones de su poesía, pero he llegado a leer una en idioma portugués. Por otra parte, y probablemente con una alta dosis de audacia y naturalmente con un amplio margen de error, me atrevería a afirmar que en “Portrait of a blind poet” (“Donde patio sonoro –mediodía negro-ofende el júbilo,/ Tras fronda de neblí. Ojos de oro de un pliego azul:/ Sacra ceniza, árido en ebrio abismo, el mago pútrido.”), en “Homagge al desterrado” (“Da tremar de pasos en el diente o más bien nos emociona/ Con sus tintes sin sombra, abierto el fuego sincerísimo.”), poema dedicado a Chacho Martínez y que según advirtió su autor en una nota entre paréntesis, fue escrito como una imitación de César Vallejo”, y también en “Antífona para John Cage” (“El que oprime el tiempo –ebrias ruinas blancas-/ Lustra fronda de ojos que yacen yermos,/ Y a cúspide horada el pavor que lo consagra.”),  ya se insinúa, en el aspecto formal, –medio borroso, acaso como atisbo o simple aproximación, no plenamente-- lo que sería después la importante (y aportante) poética de Róger Santiváñez.[3] Hay otros que también sin imitarlo me parece que son, a su manera, la continuación expresiva del autor de Eleusis; Willy Gómez Migliaro en algunos de sus poemas, por ejemplo.[4]

Nuestro poeta vive, pues. Su nombre: Juan Ruperto Ojeda Ojeda. Vive, porque quien vive en poesía, aun muriendo no muere. Sin embargo –les cuento- yo asistí a su funeral, y de ello han transcurrido treinta y ocho años. Coincidió –vaya ironía- con la fecha de mi cumpleaños. Aquel día, libre de trabajo, fui a visitar a mi amigo Juan Ramírez Ruiz, fundador de Hora Zero (muchos años después también muerto, como su tocayo, bajo las llantas de un carro), que vivía en ese inolvidable 444 del jirón Ancash, en Lima. Pegada a la luna del portón había una notita: “Ha muerto Ojeda, hoy es el sepelio”. El aviso fue dejado, creo, por Jorge Pimentel. Unos minutos después llegó el poeta de “Un par de vueltas por la realidad”. Más tarde, en el cementerio El Ángel: familiares, algunos amigos y un cura. Jorge nos miró a Juan y a mí: “¿Qué concepción tendrá este religioso acerca de la muerte de un poeta?”, preguntó en voz baja, reflexivo. No supimos responder, pero sabíamos –y eso era lo que nos importaba- que en esos jardines, ineluctablemente, brotaba una sombra ardiente y esplendorosa.[5]

Ojeda, autor de “Elogio de navegantes”, escribió en uno de sus bellos poemas: “Pero tú yaces oculto y simulas alejarte”. Si eso que dijo lo dijo refiriéndose a él mismo, creo que ya es tiempo de responderle enfáticamente que tal cosa no es verdad. Ni se aleja ni está oculto. Lo que hace es navegar contra la corriente, hacia nosotros, este chimbotano de muerte anodina y luminosa resurrección.

Repito: Juan Ojeda vive. Y yo, feliz, lo celebro.

© Bernardo Rafael Álvarez

Lima, 07 de diciembre, 2012




[1] Jesús Cabel fue, creo, el primero en rendirle un homenaje, publicando -con el apoyo editorial de Juan mejía Baca- los iniciales acercamientos biográficos y de abordaje crítico a Juan Ojeda.

 [2] Ojeda: ardiente sombra. En: Juan Ojeda, el signo y las palabras. Selección y notas: Jesús Cabel. Librería Editorial Juan Mejía Baca. Lima, 1978.

 [3] Esto, por lo demás, no hace más que revelar que, en verdad, nada nuevo hay bajo el sol y, por otra parte, que, –como es reconocido por muchos- prácticamente todo lo que hagamos o queramos hacer en poesía, mucho antes ya había sido hecho o perfilado por el poeta de Trilce.

 [4] Lo dicho –lo de la probable influencia de Ojeda en los poetas jóvenes-, claro está, creo que debería ser motivo de un mayor y más cuidadoso análisis y estudio. Solo he dado un primer paso. Discutible, tal vez, no lo sé.