domingo, 20 de octubre de 2013

EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE PALLASCA/ Félix Álvarez Brun

Andamarca, es decir Pallasca, fue pueblo eslabón en la ruta de los Incas por la sierra andina. Por él pasaron los señores del Cuzco -Túpac Yupanqui y Huayna Cápac- escoltados por nutridos séquitos de servidores nobles y por los invencibles ejércitos imperiales, camino hacia nuevas conquistas o para regalarse en el ameno y deleitoso valle de Tomebamba. Hasta Andamarca llegó el infausto hijo del Sol, Huáscar Inca, prisionero de los generales del usurpador Atahualpa, y ahí fue muerto ignominiosamente y su cuerpo arrojado a las aguas del río que perpetuó su nombre. La muerte del legítimo sucesor de los Incas, ocurría al momento en que hombres extraños venidos de lejanas tierras, caminaban ya por el suelo de sus ilustres antepasados. Posteriormente, llegan a ese rincón de los Andes: Hernando Pizarro, primero, y Francisco Pizarro, después. El uno de paso al templo de Pachacámac y el otro, con su hueste triunfante, rumbo al Cuzco, corazón del Tahuantinsuyo. Fúndase muy pronto sobre el villorrio indígena, la ciudad española de Pallasca, poniéndola bajo la advocación patronal de San Juan Bautista. Desde entonces también, los curas y misioneros levantan una iglesia y convento para desde allí apurar la conversión de los naturales.

A fines del siglo XVI, la más alta dignidad eclesiástica del Virreynato, el futuro Santo Toribio de Mogrovejo, posa sus plantas en la humilde villa serrana, en dos oportunidades. La población cobra auge muy pronto por la bondad de su suelo y por la riqueza de sus minas de oro y plata, convirtiéndose en una ciudad con marcado predominio de la gente blanca sobre la indígena. El mestizaje se acelera rápidamente, pero ello no impide que algunos españoles siguiesen haciendo ostentación de limpieza de sangre y hasta de títulos nobiliarios, con escudos que graban en los altares barrocos de la iglesia matriz; y que, de otro lado, los indios del barrio de "quichuas" continúen manteniendo la prestancia de su estirpe nativa. En esos años coloniales, Pallasca, es decir Andamarca, crece en importancia no solo por la explotación de sus ricas minas de oro, plata y cobre, sino también por su floreciente industria de tejidos, talabartería y alfarería; por la cría de ganado vacuno, caballar, porcino y lanar; por el cultivo de cereales y otros productos para los que la tierra se mostró siempre muy propicia y generosa.

Es indispensable anotar, asimismo, que durante aquellos años la lengua general de los Incas desaparece, dejando lugar al castellano que poco a poco cubre toda la región. Muchos años más tarde, en el siglo XIX, Raimondi comprueba la total ausencia del quechua en la provincia de Pallasca, mientras que en el resto de la sierra ancashina todavía seguía hablándose, al mismo tiempo que el idioma importado. El sabio no encontraba explicación clara al respecto, y hoy todavía muchos ignoran el motivo de tal fenómeno. Recientes investigaciones lingüísticas tratan de demostrar que una vieja lengua indígena, llamada Culli , floreció entre Pallasca y Cajamarca. Por consiguiente, el quechua, que fuera impuesto sobre esa lengua nativa en los últimos años del incario, no se hallaba suficientemente arraigado al momento en que llegaron los españoles. La sustitución de una lengua antigua por otra más reciente que no ha tenido tiempo para fijarse en el grupo, determina lógicamente que la última quede condenada a desaparecer ante la presencia de una lengua posterior. Tal sucedería con el quechua que, luego de imponerse al Culli es sustituido por el castellano.

Pasa el tiempo de la Colonia y viene la lucha por la Independencia. Pallasca , en esta nueva etapa, no permanece al margen de los hechos. Al contrario, da su cuota patriótica en hombres y pertrechos para la constitución del ejército libertador en el norte del país. Pallasca, como provincia colindante con las de La Libertad , estaba llamada a jugar un papel de gran importancia en la formación de las tropas patriotas, y así fue. Por entonces también el Libertador Bolívar pasa y repasa por el suelo pallasquino y descansa en él para "respirar el aire puro de las montañas", entre "nieves y vicuñas", que su gran imaginación añade con el fin de dar más colorido al ambiente vernacular del pequeño pueblo que lo cobija en aquella hora vecina a la libertad de América. Cruzan luego por Pallasca los ejércitos patriotas que fueron cuidadosamente preparados entre Huamachuco y Trujillo, y que van a dar las batallas finales de la Independencia en Junín y Ayacucho.

En la época de la República suceden hechos diversos en la tierra pallasquina. Algunos caudillos revolucionarios pasarán por ella y en cierta ocasión concluirá en la propia ciudad de Pallasca toda una esperanza política de resonancia nacional. De vez en cuando escuchará el trote de caballos de los montoneros, que se agitan al mismo ritmo del convulsionado Perú republicano. Algunas rebeliones indígenas encontrarán eco inmediato en el pueblo pallasquino que siempre se erguirá en favor de los derechos sociales, de la libertad y de la justicia. En la guerra con Chile se resistirá a colaborar con el enemigo y, en consecuencia, sufrirá fuertes cupos y castigos. Cáceres, el héroe de la Breña , se hará presente en dos y acaso más oportunidades en Pallasca, de donde irá también a dar la batalla de Huamachuco, último encuentro importante frente a los invasores.

Pero entre estos hechos que podrían ser o no trascendentales para Pallasca, ha cabalgado un sino poco venturoso a través de casi toda su historia. Durante la República , Pallasca decrece en importancia como ciudad y es víctima de la deficiente organización político-administrativa del Estado, como ha ocurrido con otros pueblos del territorio nacional. A ese daño hay que agregar el producido por la explotación inhumana de que han sido objeto sus hijos por parte de los gamonales de Tambo Real, La Rinconada y otras haciendas costeñas que, con promesas falaces, atrajeron por muchos años a los pobladores humildes de la sierra pallasquina para diezmarlos en los trabajos forzados de los arrozales y cañaverales, tan fecundos en paludismo endémico. Otros, los capitalistas, los contrataban para llevarlos a las minas de tungsteno y a, los lavaderos de oro, lugares en los cuales con el sudor de su rostro y con su trabajo mal remunerado, contribuían a incrementar los fondos de los detentadores de esos bienes, que no les dejaban otra cosa que el mísero jornal de cada día. Por otra parte, las autoridades civiles y políticas de los gobiernos republicanos aprovechaban de la fuerza política que les imponía en los cargos públicos para mandar a esa misma gente a trabajos que les eran ajenos tanto particular como colectivamente. Y, por último, los representantes parlamentarios buscaban conseguir, en nombre del pueblo que los eligió, partidas y beneficios del presupuesto nacional para llenarse los bolsillos. Estos y otros muchos hechos han constituido un conjunto de realidades difíciles de liquidar, y que hoy, acaso por imposición del tiempo y las circunstancias, se hallarían en vías de concluir. ¡Cuánto dolor oprme el corazón al comprobar que ese secular estado de cosas ha impedido la marcha adelante del pueblo pallasquino que a duras penas ha logrado sobrevivir a aquellas calamidades!

Al lado de lo dicho, que podríamos llamar la tragedia de Pallasca, es  decir de la antigua Andamarca, se puede anotar la grata presencia en ella, en el siglo pasado, de viajeros ilustres como Raimondi o Wiener, que recogen a su paso impresiones múltiples sobre la orografía, la flora y la fauna regional.

En las primeras décadas del presente siglo (el siglo XX) hasta hace muy pocos años, Pallasca no ha registrado sucesos importantes. La incuria y hasta la falta de prestancia intelectual y moral de quienes fueran ungidos por el voto popular pallasquino -salvo honrosas excepciones- han dejado que ella permanezca casi olvidada, si es que no han  contribuido a su lamentable atraso, divirtiendo en usos particulares los fondos que la nación le dedicara. (...) Los azares de la política no le han sido por cierto favorables a Pallasca, no obstante el espíritu emprendedor y entusiasta de sus hijos (...).

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FÉLIX ÁLVAREZ BRUN (Ancash, una historia regional peruana, 1970)