martes, 18 de mayo de 2021

"¡MI PALQUITA! ¡MI ANÍBAL!"

¡La inolvidable tía Delia! Niño tonto y tímido, yo, a veces sentía "miedo" de pasar con mis amigos frente a su casa -rumbo a Santa Lucía-, cuando me daba cuenta de que ella estaba afuera, barriendo o conversando con alguien. ¿Saben por qué? Por una razón de los mil demonios, paradójica y absurda: porque ella era muy cariñosa conmigo.

 

Les cuento. Yo -repito: niño zonzo y tímido, pue- sentía vergüenza cuando, al pasar por allí con mis amiguitos, la linda e inolvidable tía me buscaba con su mirada, y sonriente y regocijada me decía: "¡Mi palquita! ¡Mi Aníbal!". Cuando ello ocurría yo no sabía dónde meter la cabeza. Es que, por lo plana que es mi nuca ("palca", se decía en Pallasca), era parecido al tío Aníbal Álvarez, de Cabana. Al escucharla, yo –forzadamente, sin querer- sonreía pero enseguida trataba de alejarme de su mirada, acobardado. 

 

Años después, ya demasiado tarde y lejos de Pallasca, recordaba aquellas circunstancias y me decía (y sigo diciéndome), estimulado por la nostalgia y los buenos sentimientos, y -¡cómo no!- arrepentido, "Cuánto daría por volver a pasar otra vez por esa calle (que conduce hacia Santa Lucía, el bello mirador del pueblo, y a la que conocíamos como 'de Huaychaca) donde tenía su casa la querida tía Delia Fataccioli Brun, y oír, emocionado, sus amorosas palabras por las que entonces, tontamente, me incomodaba y hoy me harían muy feliz; y correr, ahora sí, a abrazarla fuertemente".

 

Ella era esposa del tío Santos Gonzales y madre de mis primos Víctor, Shato, Nado, Perla, Blanca, Bertha y Lela; fue hija de la tía Adelaida, una de las hermanas de mi abuela Alejandrina. Tenían una botica, ubicada frente a la plaza de armas, creo que la única en el pueblo, si no recuerdo mal; administrada por el tío. En esa botica, con puerta blanca, lo más visible para mis aterrorizados ojos era (no me lo va a creer), detrás del mostrador, una botella de color ámbar oscuro con una etiqueta en que podía verse a un hombre que llevaba un gigante bacalao cargado sobre su espalda. ¿Adivinaron por qué me sentía aterrorizado? Es que era ¡el frasco de la insoportable "Emulsión de Scott!

 

Que Dios bendiga a mi tía Delia donde quiera que se encuentre ahora, en el Edén, con todos los pallasquinos buenos que ya no están entre nosotros, y bendiga también a mi pueblo, mi Pallasquita linda.

 

¡Qué nostalgia, caracho! Pallasca, pue. Perdonen la tristeza. Pero, es que recordar a la bella y amorosa gente de mi pueblo -en estos días de odios y desesperanza- me hace bien, muchísimo bien. 


© Bernardo Rafael Álvarez




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¡Gracias, David Rubio Bazán, por esta fotografía de tu valiosísimo álbum. (La foto la he extraído de la página Fotos Antiguas de Pallasca).