sábado, 8 de mayo de 2021

POR UN PLATO DE LENTEJAS



Hace unos tres o cuatro años conté esto que hoy, aquí, con más detalle vuelvo a contar:

 

Los sacerdotes que usualmente llegaban a Pallasca para ejercer su labor pastoral eran italianos, todos pertenecientes a la Orden de los Oblatos de San José. Pero cuando yo cursaba el primero o segundo de secundaria -en el colegio municipal mixto San Juan Bautista, naturalmente- arribó el primer religioso de otra nacionalidad, un joven español de unos treinta años más o menos, que llevó consigo un megáfono, colgado del hombro izquierdo, con micrófono exterior conectado con un cable. Durante una corta temporada, nos dictó el curso de religión y, además de las explicaciones y comentarios referidos estrictamente a asuntos doctrinarios, de fe, nos enseñaba algunas canciones cristianas como aquella linda e inolvidable que comenzaba así: "Los caminos de este mundo / nos conducen hasta Dios/ hasta el cielo prometido / donde siempre brilla el sol...". Y, además de ella, que la cantábamos con entusiasmo y fervor, pues nos gustaba realmente (y no porque nos la impusiera), el religioso cantaba también canciones de Manuel Alejandro -sí, esas, las compuestas especialmente para Raphael-; pero la que nos impactó muy especialmente fue una canción mexicana que también estaba en el repertorio del "divo de Juárez": "La llorona”: "Salías del templo un día, llorona / cuando al pasar yo te vi. / Hermoso huipil llevabas, llorona / que la Virgen te creí...". Y, también, nos hablaba de distintas cosas pero preferentemente acerca del extraordinario cantante español, a quien parecía imitar (al menos, su voz era muy parecida); recuerdo que en alguna oportunidad nos contó que a Raphael le habían puesto el apodo de "Roba bombillas", porque cuando estaba ante el público solía hacer un curioso ademán en que su mano derecha, con los dedos medio curvados, giraba como si, efectivamente, estuviera cogiendo un foco del techo para destornillarlo. Aquella fue la primera vez que yo escuché esa palabrita, "bombilla", para referirse a los focos de luz eléctrica ("bombilla", para mí y para todos los chicos de mi época, solo era aquella "de aspiración" que algunos la usaban como chisguete de carnaval para expulsar agua y era de color rojo, de goma; también la que, conectada con una manguerilla a un juguete de jebe en forma de lagartija, al presionarla la hacía "caminar". Pero, bueno, no es todo lo que he dicho aquí de lo yo que quería contarles, amigos, sino de esto otro: Un día, el maestro Rafa, mi padre, durante una de las esporádicas conversaciones que tenía con el sacerdote -a la sazón párroco del pueblo- le dijo: "Padre, ¿cómo es que en España pueden soportar a un gobierno como el de Francisco Franco, que es una dictadura?" Ante esta inesperada pregunta, la respuesta (que luego en casa nos la dio a conocer mi padre) fue esta, rotunda y sin chistar: "Bueno, es que el pueblo tiene qué comer, no se muere de hambre". Por cierto, el maestro Rafa -inteligente y prudente-, a pesar de lo sorprendente y deplorable (y creo que no exactamente cierta) de la respuesta, no hizo ninguna réplica, porque no venía al caso, porque era innecesaria, pues no se trataba de una opinión para el debate, no estaban discutiendo; pero, eso sí -y nos lo dijo- quedó convencido de algo que, lamentablemente, sigue vigente -hoy, en pleno siglo XXI-: que, con tal de que no les falte qué comer, hay quienes están dispuestos a dejarse someter por poderes ajenos y hasta perder su libertad. Porque, ¡uf!, pareciera que no se equivocó Erich Fromm: el temor a la libertad; el placer de que tu destino esté en manos de otro (un líder, un partido) que te asegura "protección" y pan, "te ahorra el esfuerzo de resolverte, porque él te lo resuelve todo", etc. Dictaduras, pues; y no solo como aquella, la de Franco, sino también, y especialmente, de las otras; las del falso "poder popular" que a muchos encandila. Es lamentable y mucho más. La dignidad envilecida a cambio de un plato de lentejas, o de una utopía. Bueno, el curita cantante, al que aquí he recordado, solo dio a conocer una verdad: el porqué de la increíble obsecuencia de un pueblo, aun a pesar de haber vivido y sufrido, tres décadas antes, la dramática lucha contra el fascismo. ¡Uf!

 

                                                                                                © Bernardo Rafael Álvarez