Hace unos tres o cuatro años conté esto que hoy, aquí, con más
detalle vuelvo a contar:
Los sacerdotes que usualmente llegaban a
Pallasca para ejercer su labor pastoral eran italianos, todos pertenecientes a
la Orden de los Oblatos de San José. Pero cuando yo cursaba el primero o
segundo de secundaria -en el colegio municipal mixto San Juan Bautista,
naturalmente- arribó el primer religioso de otra nacionalidad, un joven español
de unos treinta años más o menos, que llevó consigo un megáfono, colgado del
hombro izquierdo, con micrófono exterior conectado con un cable. Durante una
corta temporada, nos dictó el curso de religión y, además de las explicaciones
y comentarios referidos estrictamente a asuntos doctrinarios, de fe, nos
enseñaba algunas canciones cristianas como aquella linda e inolvidable que
comenzaba así: "Los caminos de este mundo / nos conducen hasta Dios/ hasta
el cielo prometido / donde siempre brilla el sol...". Y, además de ella,
que la cantábamos con entusiasmo y fervor, pues nos gustaba realmente (y no
porque nos la impusiera), el religioso cantaba también canciones de Manuel Alejandro
-sí, esas, las compuestas especialmente para Raphael-; pero la que nos impactó
muy especialmente fue una canción mexicana que también estaba en el repertorio
del "divo de Juárez": "La llorona”: "Salías del templo un
día, llorona / cuando al pasar yo te vi. / Hermoso huipil llevabas, llorona /
que la Virgen te creí...". Y, también, nos hablaba de distintas cosas pero
preferentemente acerca del extraordinario cantante español, a quien parecía
imitar (al menos, su voz era muy parecida); recuerdo que en alguna oportunidad
nos contó que a Raphael le habían puesto el apodo de "Roba
bombillas", porque cuando estaba ante el público solía hacer un curioso
ademán en que su mano derecha, con los dedos medio curvados, giraba como si,
efectivamente, estuviera cogiendo un foco del techo para destornillarlo. Aquella
fue la primera vez que yo escuché esa palabrita, "bombilla", para
referirse a los focos de luz eléctrica ("bombilla", para mí y para
todos los chicos de mi época, solo era aquella "de aspiración" que algunos la
usaban como chisguete de carnaval para expulsar agua y era de color rojo, de
goma; también la que, conectada con una manguerilla a un juguete de jebe en forma de lagartija, al presionarla la hacía "caminar". Pero, bueno, no es todo lo que he dicho aquí de lo yo que quería
contarles, amigos, sino de esto otro: Un día, el maestro Rafa, mi padre,
durante una de las esporádicas conversaciones que tenía con el sacerdote -a la
sazón párroco del pueblo- le dijo: "Padre, ¿cómo es que en España pueden
soportar a un gobierno como el de Francisco Franco, que es una dictadura?"
Ante esta inesperada pregunta, la respuesta (que luego en casa nos la dio a
conocer mi padre) fue esta, rotunda y sin chistar: "Bueno, es que el
pueblo tiene qué comer, no se muere de hambre". Por cierto, el maestro
Rafa -inteligente y prudente-, a pesar de lo sorprendente y deplorable (y creo
que no exactamente cierta) de la respuesta, no hizo ninguna réplica, porque no
venía al caso, porque era innecesaria, pues no se trataba de una opinión para
el debate, no estaban discutiendo; pero, eso sí -y nos lo dijo- quedó
convencido de algo que, lamentablemente, sigue vigente -hoy, en pleno siglo
XXI-: que, con tal de que no les falte qué comer, hay quienes están dispuestos
a dejarse someter por poderes ajenos y hasta perder su libertad. Porque, ¡uf!,
pareciera que no se equivocó Erich Fromm: el temor a la libertad;
el placer de que tu destino esté en manos de otro (un líder, un partido) que te
asegura "protección" y pan, "te ahorra el esfuerzo de
resolverte, porque él te lo resuelve todo", etc. Dictaduras, pues; y no
solo como aquella, la de Franco, sino también, y especialmente, de las otras;
las del falso "poder popular" que a muchos encandila. Es lamentable y
mucho más. La dignidad envilecida a cambio de un plato de lentejas, o de una
utopía. Bueno, el curita cantante, al que aquí he recordado, solo dio a conocer
una verdad: el porqué de la increíble obsecuencia de un pueblo, aun a pesar de
haber vivido y sufrido, tres décadas antes, la dramática lucha contra el
fascismo. ¡Uf!
©
Bernardo Rafael Álvarez