Es cierto, es muy difícil que el fanatismo acepte la libertad de
creación. El fanatismo, cualquiera sea su color o ubicación: fanatismo
religioso o fanatismo político. Pero, en verdad, más que el fanatismo
propiamente dicho, son las jerarquías, políticas o religiosas, las que no solo
no aceptan sino que, sobre todo, rechazan el arte hecho en libertad. Sin embargo no conozco de jerarquías religiosas, especialmente
católicas, que hayan llegado a proscribir ni mucho menos mandado a encarcelar a algún artista que haya incurrido en el pecado o delito de querer ser libre.
El arte es sinónimo de libertad y el territorio natural del arte
también es la libertad.
Una obra artística podrá generar sentimientos de malestar en
algunos o muchos, y no deja de ser lo que es: arte. Es que el arte no es solo para
complacer o para producir efectos gozosos, de placer, de paz. Su finalidad es,
básicamente, conmover. Y se conmueve haciendo reír, llorar, reflexionar, gozar,
sufrir, asquear, odiar; asombrando, dando paz, generando simpatía o rechazo. Si
una obra artística (poética también) produce eso, estamos ante una obra
realizada, porque ha cumplido su razón de ser. Arte que conmueve, es arte
legítimo y valioso.
Vayamos al tema de la ofensa. La ofensa no es un sentimiento que
solo tenga su origen en el agente ofensor (o que en él se encuentre la
culpabilidad), sino en una subjetividad maltratada, debilitada (por enseñanzas,
tradiciones, dogmas, presiones, etc.) que hace que la persona no tenga la
suficiente entereza para ver las cosas con objetividad y serenidad y sea, más
bien, propenso a los disgustos y enfados, a sentirse ofendida. A esto hay que
agregar que existe un problema en la perspectiva y el concepto que suele
tenerse especialmente respecto del cuerpo humano: es chata, retorcida, absurda.
Y, así, hemos marcado zonas de nobleza y de perversión en nuestra anatomía.
Pasemos a la imagen que aparece en el enlace. ¿Qué actitud
generaría en la gente un crucifijo puesto delante de los ojos, colgado de una
oreja, en la frente o engrapado en una tetilla del personaje que allí se ve? ¿Se diría que es una ofensa, una herejía, un acto blasfemo? Es
obvio que no, y no produciría enfado alguno. Pero verlo sobre los genitales, ah, ¡eso no! ¿Por
qué? Porque los genitales, desde no se sabe cuándo, son considerados como
"partes pudendas", es decir, que deben causar vergüenza, por
innobles. Por eso dan el grito al cuelo. Y esto es, simple y llanamente, una reverenda estupidez.
El Cristo
que aparece allí no está en un mal lugar, no en un sitio pecaminoso; está en una de las zonas más valiosas
del ser humano, aquella en la que no solo se experimenta placer (y el placer no
es malo, ¿o alguien cree que sí?) sino que, además y sobre todo, es signo de
vida, de creación, de perpetuación de la especie humana; aquello que toda
religión, si realmente se considera seguidora de enseñanzas elevadas, divinas,
debiera, en sano juicio, valorar, respetar. Lo demás es cucufatería,
hipocresía, cobardía, pataleta.
El arte debe ser desenfadado. Libre. Arte que subleva es arte vital. El arte no tiene que ser pudoroso.
La fotografía de Sergio Parra, en la que aparece un actor desnudo,
con una estampa de El Cristo, de Velázquez, en el vello púbico, a mí me parece
bacán, nada reprobable. ¿Por qué debemos ver demonios donde no los hay?