domingo, 15 de enero de 2012

ENFADOS Y DESENFADO: EL CRISTO BELLO EN EL VELLO


Es cierto, es muy difícil que el fanatismo acepte la libertad de creación. El fanatismo, cualquiera sea su color o ubicación: fanatismo religioso o fanatismo político. Pero, en verdad, más que el fanatismo propiamente dicho, son las jerarquías, políticas o religiosas, las que no solo no aceptan sino que, sobre todo, rechazan el arte hecho en libertad. Sin embargo no conozco de jerarquías religiosas, especialmente católicas, que hayan llegado a proscribir ni mucho menos mandado a encarcelar a algún artista que haya incurrido en el pecado o delito de querer ser libre.


El arte es sinónimo de libertad y el territorio natural del arte también es la libertad.


Una obra artística podrá generar sentimientos de malestar en algunos o muchos, y no deja de ser lo que es: arte. Es que el arte no es solo para complacer o para producir efectos gozosos, de placer, de paz. Su finalidad es, básicamente, conmover. Y se conmueve haciendo reír, llorar, reflexionar, gozar, sufrir, asquear, odiar; asombrando, dando paz, generando simpatía o rechazo. Si una obra artística (poética también) produce eso, estamos ante una obra realizada, porque ha cumplido su razón de ser. Arte que conmueve, es arte legítimo y valioso.


Vayamos al tema de la ofensa. La ofensa no es un sentimiento que solo tenga su origen en el agente ofensor (o que en él se encuentre la culpabilidad), sino en una subjetividad maltratada, debilitada (por enseñanzas, tradiciones, dogmas, presiones, etc.) que hace que la persona no tenga la suficiente entereza para ver las cosas con objetividad y serenidad y sea, más bien, propenso a los disgustos y enfados, a sentirse ofendida. A esto hay que agregar que existe un problema en la perspectiva y el concepto que suele tenerse especialmente respecto del cuerpo humano: es chata, retorcida, absurda. Y, así, hemos marcado zonas de nobleza y de perversión en nuestra anatomía.


Pasemos a la imagen que aparece en el enlace. ¿Qué actitud generaría en la gente un crucifijo puesto delante de los ojos, colgado de una oreja, en la frente o engrapado en una tetilla del personaje que allí se ve? ¿Se diría que es una ofensa, una herejía, un acto blasfemo? Es obvio que no, y no produciría enfado alguno. Pero verlo sobre los genitales, ah, ¡eso no! ¿Por qué? Porque los genitales, desde no se sabe cuándo, son considerados como "partes pudendas", es decir, que deben causar vergüenza, por innobles. Por eso dan el grito al cuelo. Y esto es, simple y llanamente, una reverenda estupidez. 

El Cristo que aparece allí no está en un mal lugar, no en un sitio pecaminoso; está en una de las zonas más valiosas del ser humano, aquella en la que no solo se experimenta placer (y el placer no es malo, ¿o alguien cree que sí?) sino que, además y sobre todo, es signo de vida, de creación, de perpetuación de la especie humana; aquello que toda religión, si realmente se considera seguidora de enseñanzas elevadas, divinas, debiera, en sano juicio, valorar, respetar. Lo demás es cucufatería, hipocresía, cobardía, pataleta.


El arte debe ser desenfadado. Libre. Arte que subleva es arte vital. El arte no tiene que ser pudoroso.


La fotografía de Sergio Parra, en la que aparece un actor desnudo, con una estampa de El Cristo, de Velázquez, en el vello púbico, a mí me parece bacán, nada reprobable. ¿Por qué debemos ver demonios donde no los hay?