Sin duda, lo que en las siguientes líneas se
dice va a sorprender a muchos, en especial a los estudiosos de las lenguas
andinas. En el texto que aquí presento vuelvo a dar a conocer públicamente
(antes lo hice en mi Diccionario Pallasquino*),
pero ahora con pruebas, lo que yo ya había sabido cuando aún tenía quince años
de edad: un dato que altera la información que lingüistas y otros estudiosos
han venido manejando durante décadas, acerca de uno de los personajes que
contribuyó al conocimiento de una de las antiguas lenguas que se hablaban en la
sierra norte del Perú, el culli o culle.
***
Teodoro Meléndez Gonzales. ¿Saben quién fue? Fue un sacerdote
pallasquino que aportó con la recopilación de un importante número de
voces de la lengua culli (o culle), que se hablaba desde Pallasca hasta
Cajabamba, y que hoy es estudiada por muchos investigadores. Meléndez envió una
relación de diecinueve vocablos, en 1915, al sabio ancashino Santiago Antúnez
de Mayolo, quien, veinte años después, la hizo llegar al estudioso francés Paul
Rivet que escribió, en 1949, el artículo «Les langues de l’ancien diocèse de
Trujillo» («Los idiomas de la antigua diocesis de Trujillo»), publicado en
la revista Journal de la Société des Américanistes de Paris,
en que -al hacer referencia a lo enviado por el ancashino- dijo: «Según el
autor de esta nota, el vocabulario de 19 palabras, que tuvo la gentileza de
comunicarme, fue recogido por un sacerdote de Pallasca, el Dr. GONZALES, hacia
1915, de boca de un anciano, y, en esa época, el idioma ya estaba en vías de
desaparición».
«El Dr. Gonzales». ¿Por qué fue así como lo
llamó el etnólogo francés? Por una confusión generada por el mismo religioso
pallasquino respecto de su nombre, lo que dio lugar a que fuese conocido, hasta
ahora, por todos los estudiosos de las lenguas andinas, como «Teodoro
Gonzales»: así lo nombraban y así continúan nombrándolo en todos los foros
académicos y en los trabajos elaborados en torno a la lengua culle. Creo que
soy el único que al aludirlo nunca ha hecho tal cosa. En la página 96 (nota al
pie) de mi Diccionario Pallasquino (publicado en la Web desde
el 2008, y editado en físico el año 2019), digo -categóricamente y para que no
haya lugar a dudas- lo que sigue: «el presbítero pallasquino Teodoro Meléndez
Gonzales (así es como se llamó realmente, y no "Teodoro Gonzales")»;
esto, porque a mi abuela Alejandrina Brun Gonzales -que conoció al sacerdote,
pues eran parientes cercanos- oí que se refería a él como «el cura Meléndez»,
en una ocasión en que ella, el maestro Rafa -mi padre- y mi tío Jesús (el
menor y el mayor de sus hijos varones, respectivamente), conversaban respecto
de un tema que entonces (cuando yo tenía quince años) era de interés de muchos
pobladores en mi distrito: la división (que no prosperó) de la provincia, y
-entre otras cosas- en aquella conversación también comentaron de cómo fue
que Cabana llegó a convertirse en la capital.
¿Por qué -repito- todo el mundo decía y dice
«Teodoro Gonzales» y no Teodoro Meléndez? ¿Por qué se dio esa confusión? Por algo
que es obvio, y ya casi lo he insinuado: porque el sacerdote (que también fue
diputado: desde 1889 hasta 1894) hacía esto que también acostumbraba hacer el
autor de «Pájinas libres» y «Horas de lucha»: firmaba poniendo, de su primer
apellido, solo la letra inicial: Teodoro M. Gonzales (el escritor peruano
firmaba así: Manuel G. Prada). A esto se debió, pues, el malentendido
ocasionado, digamos, adrede: el cura, obviamente, quería esconder su apellido
paterno por alguna razón que ignoro y sobre la cual no quisiera especular
porque creo que no viene al caso.
Pero, bueno, según testimonio absolutamente confiable (y que ha servido como sustento para la información que aparece en la Web respecto de los congresistas peruanos, desde comienzos de la República), en los archivos del Poder Legislativo aparece registrado el nombre del religioso pallasquino (que, repito, también fue diputado) tal como realmente era: Teodoro Meléndez Gonzales. Este es un dato cierto e indiscutible.
Les cuento. Para el año 2020 yo tenía previsto viajar a Pallasca, con el objeto de -entre otras cosas- lograr la corroboración definitiva y, así, demostrar ante los ojos de los demás (con documentos parroquiales, naturalmente) que la información específica que manejaban nuestros lingüistas, sobre el nombre del sacerdote, era equivocada: mi propósito lamentablemente tuvo que descartarse debido a la pandemia. Hace unas tres semanas, un pariente mío me comentó que era muy posible que en la pila bautismal de la Iglesia de Pallasca apareciese grabado el nombre completo del religioso, que fue quien la donó, y me sugirió que pidiese a alguien en Pallasca que verificara tal cosa; es lo que hice: una amiga que reside en mi tierra se encargó de la constatación correspondiente y me envió fotografías demostrativas: el resultado fue infructuoso. Sin embargo, ¡oh, sorpresa!, las pruebas que quise encontrar, inesperadamente y como algo «caído del cielo», me llegaron hoy día por otro medio. Con ello, en primer lugar, me he enterado de que el cura Teodoro Meléndez había sido padre de al menos dos varones; y, en segundo lugar, he podido advertir que el matrimonio de uno de ellos -llamado José- fue inscrito, por mandato judicial, en el Concejo Distrital de Conchucos en 1948, y que en la respectiva partida o «acta de matrimonio civil» fue consignado, como corresponde, el nombre de su progenitor («ya finado», dice el documento): Teodoro Meléndez Gonzales, ¡el cura! Esta partida de matrimonio es la prueba a la que acabo de aludir, y lo que tengo en mis manos es una copia de ella, gracias a la desinteresada gentileza y amabilidad del profesor Miguel Cavero (que, obviamente, la obtuvo a través del internet), y a quien expreso, emocionado, mi profunda gratitud. Como ven, no hay nada de invención en lo dicho por mí (por lo demás, la veracidad de ese matrimonio -de José Meléndez con María Berenice Magán- me la ha confirmado mi amigo Alfonso Ragas, que es de Conchucos).
Lo que a todo esto debo agregar, finalmente,
es que el cabanista Josué F. Vivar, en su libro «Monografía de Pallasca»,
publicado en 1930, al referirse a la elevación de Cabana a la categoría de
capital de la provincia de Pallasca, hace la justa mención, en la página 8, al
diputado que fue el gestor de tal cosa (el autor de la propuesta parlamentaria);
¿saben quién fue ese diputado?, pues aquel del que estoy hablando: el religioso
nacido en Pallasca que, «de boca de un anciano», logró recoger un conjunto de
vocablos de la lengua culle. No es, debo repetirlo una vez más, «Teodoro
Gonzales», sino –como lógicamente también aparece en el aludido
libro- Teodoro Meléndez Gonzales. Este es el nombre correcto del
religioso en cuestión, el que, en algún pueblo de nuestra provincia (Cabana,
Tauca o Bolognesi), vuelvo a decirlo, recogió vocablos de la lengua culle,
entre los cuales tenemos los siguientes: chu (cabeza), huico (comer), uro (cuello), maiko (manta), uru (hombre), guru (palo), korep (perro), mai (pie), vil (sandalia), muntua (sombrero), vana (pan), piu (lluvia), pishoe (leña).
Palabras estas del culle, que fue la lengua
que se hablaba en la sierra norte de nuestro país desde antes de la llegada de
incas y españoles a esta región (posiblemente desde el siglo V antes de
Cristo), y que hoy ya nadie habla y de ella solo han quedado vocablos, especialmente
topónimos, desperdigados en distintos pueblos (en Pallasca, por ejemplo -entre
otros- los topónimos Conshyam, Mushyuquino, Colgázacape y
los vocablos comunes chúrgape, muganshya, cungul, etc.).
La última cullehablante (allá por las décadas de 1940), según don Alipio
Villavicencio, habría sido una señora que era conocida como “la viejita Ishpe”
(aunque, según información que Henri Reichlen –entonces en misión por el norte
peruano- le dio a Paul Rivet, habría habido más personas que aún se comunicaban
en aquella lengua: pero, claro, esto no hay cómo probarlo). Hoy, el culle se ha
convertido en un objeto muy importante de estudio y discusión por parte de
lingüistas y antropólogos: un gran número de tesis se han elaborado en
distintas universidades, y sigue sorprendiéndonos. Sus más importantes
estudiosos son, sin ninguna duda: Willen F. H. Adelaar (En pos de la legua
culle); Alfredo Torero (Áreas toponímicas e idiomas en la sierra
norte peruana: un trabajo de recuperación lingüística); Fernando Silva
Santisteban (La lengua culle de Cajamarca y Huamachuco); Luis
Andrade Ciudad (Pallasca, último reducto de la lengua culle):
Gustavo Solís Fonseca (La lengua culle revisitada): Íbico Rojas (Tahuashando,
enigma culle en la poesía de Vallejo); Rodolfo Cerrón Palomino (Sobre
el falso enigma Vallejiano de 'Tahuashando'); María del Carmen Cuba
Manrique (El préstamo léxico y su adaptación en el castellano de la sierra
norte del Perú: Un fenómeno lingüístico y cultural); Manuel
Flores Reyna (Evidencias de la lengua culle en Sinsicap)… Y los primeros
que recogieron voces de esta lengua ahora ya extinguida, fueron el obispo de
Trujillo Baltazar Jaime Martínez Compañón y el presbítero pallasquino Teodoro Meléndez Gonzales.
©
Bernardo Rafael Álvarez
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* El habla del Conshyamino. Diccionario del castellano de Pallasca.
2008.