El título de esta breve nota que aquí empiezo a
redactar, está constituido, en verdad, por los dos últimos versos de un poema
de Víctor Coral (Lima, 1968), poeta peruano de la llamada “Generación del 90”.
En esas doce palabras, creo, se resume la poesía de
este bardo de quien, por solo tratar de caracterizarlo, diría yo que se trata
de uno de los poetas más cultos, talentosos y… “antipáticos”, que hay en el
Perú (bueno, sé que él no ha de enfadarse por esto que acabo de decir, porque
sabe que en estas cosas no es fácil caerle bien a todo el mundo). Su poesía o,
mejor dicho, su preocupación por la poesía, lo ha llevado a escribir y publicar
algunos libros que, creo, son fundamentales para entender la madurez con que
asume su oficio, este a veces cruel oficio de ser poeta (y también –no sé si me
equivoque- para más o menos conocer la poesía de su generación); Coral escribe
con responsabilidad y con cuidado y respeto por el elemento sustancial con que
lo hace, la palabra. El año 2001 publicó Luz de limbo, su primer poemario
(reeditado el 2005), en el que acaso ya esté anunciado, rotundamente, lo que
vendría a ser la característica y esencia de su trabajo creativo; aquello en
que, según puedo advertir, ya Pedro Granados había puesto atención también, y
precisamente lo dice en una reseña dada a conocer, acerca de ese libro, en
enero del 2006: “la nada invisible”, expresa en su título.
“Esa nada que da cosa / y nutre los amores y el mundo”, nos dice en uno de sus poemas, el que aparece al final de los reunidos en el libro virtual que tengo ante la mirada y cuyo título es Nada de este mundo (LP5 Editora, Fox Island, WA, USA, 2020). En estos dos versos -que a primera vista parecerían un embuste, por aquello de que a la "nada" le atribuye facultades de dar y nutrir- lo encuentro todo. Uno: Aunque no crean, en cuanto a las formas, puedo identificar una manifestación de coloquialismo y, diría, de prosaísmo: que "da cosa", una expresión coloquial no tan difundida en el Perú y que se refiere a algo que nos produce una sensación de nerviosismo, incomodidad, perturbación, acaso temor. Pero también hay otra posible lectura: la nada (el vacío, el no ser, la inexistencia) como generadora, hacedora; casi como el concepto que se tiene de la Creación: Dios, de la nada lo hizo todo; y no solo eso: también el hecho de ser nutriente, alimento, de lo positivo que es el amor ("los amores", dice) y del suelo que los humanos pisamos, el mundo.
Empleé una palabra medio cruel: dije embuste.
Bueno, también es embustero el título del libro del que estoy hablando: Nada de este mundo. Nada, repito, que
lo es todo. Un lector incauto bien podría asumir, al leer este título, que el
libro, que la poesía contenida en él, tiene un propósito: ocuparse de cosas
ajenas al mundo. Sin embargo, a pesar tal vez de la intención del mismo poeta,
su objeto es precisamente el mundo y sus extramuros (y -a ver si se me permite
la licencia semántica- sus "intramuros": lo que está dentro de la
realidad visible, quiero decir).
Apenas le di una fugaz mirada inicial a este libro, que la poeta y editora venezolana Gladys Mendía ha editado
en Chile, asumí una certeza de la que sigo convencido: es la inmensa brevedad
lo que se encuentra en esta poesía. Nuestro poeta no necesita apelar a un
amplio registro expresivo para decir lo que quiere decir; él sabe, sin duda,
que incluso una sola palabra bien puesta, bien dicha, es suficiente para expresarlo
todo. No tiene necesidad de desbordarse atropelladamente. Por lo demás, creo
que la generación poética de la que forma parte (los 90) ha asumido esa suerte
de conducta y de perspectiva: han dejado atrás o, mejor dicho, han preferido
soslayar la grandilocuencia y la violencia verbal (en que –aunque parezca
increíble- lo que menos importa realmente es la palabra), para revalorar el
verbo mismo, la palabra. Y esto (y podemos verlo en la poesía de Coral) no
significa que lo coloquial (aquello “propio de una conversación informal y
distendida”, DLE), por ejemplo, tenga que ser rechazado; ya lo dije, ahí está: “Esa
nada que da cosa”. Y acaso, sin querer queriendo, los poetas de
esta Generación reivindiquen, en el quehacer poético peruano, a Eielson,
Sologuren, Varela, Chariarse, Ojeda, Bendezú…
La poesía, cuyo territorio es la libertad, puede,
en algunas circunstancias, ser completamente previsible, pero casi siempre nos
tiene guardadas las más increíbles e inesperadas sorpresas: podemos buscar
razones para el placer y encontraremos motivos para solo quedar estupefactos;
querremos sonreír y terminaremos sollozando; esperaremos algo de paz, y solo
encontraremos aturdimiento. La poesía lo es todo y es nada, al mismo tiempo;
quizás, incluso, sea esto que Coral dice: “la fe falaz del ego”. Eso nos
demuestra la poesía que escribe Víctor Coral, poeta que, sin ambages, puede
atreverse a afirmar cosas como esta, que es una patada en la espinilla: “En el
Perú, la poesía no vende ni ofende, no sirve para nada” (dicho en una entrevista
de hace algunos años): ¿podríamos, con fundamento, contradecirlo?
Una cita del poeta norteamericano Kevin Young, que
Coral emplea como epígrafe en su libro, creo que es sumamente expresiva:
escribir “desde el estómago vacío del sueño” (“sueño”, no de ilusión, sino de
dormir). El dormir como una suerte de retorno fugaz hacia la nada que es el
vacío. Acaso eso sea también la poesía. Hablé al principio de algo que parecía
embuste: aquí lo repito. ¿Querrá nuestro poeta (al citar palabras del monje
budista Nagarjuna:
“Si alguien dice que todo es
vacuidad, y otro afirma que allí hay una falacia, ambos estarán afirmando la
vacuidad”) hacernos
entender, medio oblicuamente, que la poesía también tiene mucho de vacuidad?
Quizás no, pero si algo hay de maravilloso en la poesía es que incluso la
superficialidad es parte de su riqueza. Y, en todo caso, lo que Coral ha tratado
de hacer, con esa cita, es disparar –con ballesta ajena- un dardo rotundo como
crítica e ironía.
Pero no hay vacuidad en la poesía de Coral. Su
apología de la nada es una celebración del todo y una apuesta por la
permanencia, por el no pisar en vano en este camino pedregoso y abismal:
“Caminamos medio dormidos / con un muro a la diestra / y un abismo a la
siniestra…”, nos dice en el primer poema de esta colección. Este par de versos
pueden parecer inexpresivos, intrascendentes; sin embargo, tienen una profunda
significación, son el anuncio definitivo de que no hay razones para la
desilusión, que hay esperanza. Sin apelar a lo que yo llamaría “lírica
visceral”, declara que el camino no ha de detenerse; el hecho de, literalmente,
poner al muro “a la diestra” y el abismo “a la siniestra”, es suficiente: el
muro protege, a pesar de que “al despertar”, el camino se una “con la noche”.
Hice una referencia al coloquialismo. Veamos esto: “¡Estaba
relleno de vacío! / —Fíjense cómo lo digo señores: / No ‘estaba vacío’ (fórmula
vulgar) / No ‘carecía de relleno’ (ingenua confianza en el lenguaje) / No /
Estaba relleno de vacío —o / para satisfacer a poetas / críticos y amigos: / El
cadáver del tequeño estaba lleno de vacío. / (Pero igual me lo comí.)”. Es
parte del poema titulado “Tequeños”. Allí, después de unas reflexiones ajenas a
la poesía, efectuadas tras “meterle cuchillo al último tequeño”, se da cuenta
de que este no tenía, obviamente, el consabido queso derretido dentro de su
masa, y, como ven, de una manera desenfadada, a manera de “joda”, se dispone a
dar una suerte de explicación “metalingüística” acerca de su propio discurso
explicativo. Al diablo, pues, con la adusta solemnidad, porque, igual, el
tequeño terminó siendo devorado.
Y, aunque no hay una preocupación propiamente
“metalingüística”, en la sección llamada “Diccionario fugaz”, Coral se
aventura, creo que con un resultado feliz, a la construcción de un bello
neologismo: “Diamente”, que es el título de un brevísimo poema (“No pensar /
hasta que el cielo cristalice / en mi cabeza”). Es, creo que los versos lo
explican, una contracción de diamante con mente: la mente como un cristal
celeste, de cielo.
Mucho más podría decirse acerca de la poesía de
Víctor Coral. Por ahora, solo me quedo en lo ya dicho; habrá, sin duda,
oportunidad, para extenderme un poco más. Mientras tanto, trataré de responder la
“inocente pregunta” que nos hace, en uno de sus poemas, como un reto: “¿Hay
alguna página palabra o silencio /que no convoque a la nada?”. La respuesta es,
definitivamente, no. Todas las palabras no solo convocan, también nos llevan a
la nada y a la totalidad, y los silencios (voy a decirlo con este oxímoron que
ya es moneda corriente) también son sonoros. Y la poesía es todo, pero también
es nada. Y es silencio y estruendo. La poesía de Víctor Coral lo es.
© Bernardo Rafael Álvarez