sábado, 3 de mayo de 2014

BLANQUINEGRINDIOS

Este es un  texto que inicialmente lo puse en mi cuenta de Facebook; lo "despegué" y lo llevé a la Mula y hoy lo pongo en este blog:

Es cierto José (Rosas Ribeyro). Ya he manifestado mi admiración por Vargas Llosa y he aplaudido (aunque tal vez me haya ganado un lugar en la lista de "ayayeros") su merecimiento al Nobel. Me parece importante su trabajo como novelista y como ensayista. Pero, claro, como novelista no podemos negar que varios de sus últimos libros son, para decirlo con una palabra simple, medio "flojos" en comparación con, por ejemplo, Conversación en la catedral, La guerra del fin del mundo, La ciudad y los perros... Y tampoco podemos desconocer su calidad como ensayista, lúcido, rotundo, aunque sus ideas no coincidan con la de muchos, aunque esas ideas sean adversas a los criterios digamos "populares".

Respecto de  "lo peruano", creo que las mejores caracterizaciones podríamos encontrarlas en lo que dijeron dos personajes nuestros: Ricardo Palma, "el que no tiene de inga, tiene de mandinga", y Nicomedes Santa Cruz, "blanquinegrindio".

Cuando hablé del "orgullo por el quechua" estuve haciendo simplemente el reconocimiento de una realidad: el valorar o revalorar aquello que secularmente ha sido objeto de un no disimulado desprecio quizás por tratarse de una lengua hablada por gente humilde, serranos trabajadores del campo, esos que en lugar de calzados "de marca" usan llanques, los que por el irrefrenable avance de la modernidad y el olvido del Estado van de algún modo replegándose en sus "pagos a la tierra", en sus coloridas artesanías, en su esperanza insatisfecha o, finalmente, sumándose al sueño de la migración y al -voluntario o no- ocultamiento de la lengua materna, con lo cual -sí, pues, es la verdad- cada vez, esta lengua va empequeñeciendo su presencia. Nos guste o no, esta es la verdad.

Hace algunos meses estuve en un pueblo de Ancash (Marca, en Recuay) y allí vi algo que me conmovió: Gente que aun mantiene sus costumbres ancestrales y que habla el quechua, lo cual me pareció digno de encomio. Conversé con profesores primarios y encontré algo que dañó esa alegría primera: allí, en Marca, solo los adultos hablan quechua y a los niños solo se les enseña el castellano. Y debo reconocer, además, que en los demás pueblos del Callejón de Huaylas, la modernidad se impone con fuerza. Supongo que eso debe estar ocurriendo, si no en todos, en la mayoría de los pueblos de del "Perú profundo". Un año antes, después de mucho tiempo, volví a mi tierra (Pallasca) y me alegré hasta las lágrimas, por encontrarme con "mi gente", hombres, mujeres y ancianos a quienes conocí cuando yo era un niño. Llegué en días de Fiesta y quise alegrarme aún más con, por ejemplo, las estampas folclóricas que alimentaban mi fantasía y orgullo de infante serrano. No las encontré, porque ellas ahora forman parte del recuerdo. Pregunté por muchas de las otras costumbres, una de ellas "la república" que era un trabajo colectivo de apoyo a la comunidad, por las "mingas", que eran el trabajo solidario. Y descubrí que "ya fueron" (así, con esta expresión, "ya fueron").

Vargas Llosa, en La utopía arcaica, dice lo siguiente "Es evidente que lo ocurrido en el Perú en los, últimos años ha infligido una herida de muerte a la utopía arcaica"; "...lo innegable es que aquella sociedad andina tradicional, comunitaria, mágico-religiosa, quechuahablante, conservadora de los valores colectivistas y de las costumbres atávicas, que alimentó la ficción ideológica y literaria indigenista, ya no existe."(pág. 335). 


¿Es una irreverencia genocida lo que hace nuestro Premio Nobel, o solo es la visión de una realidad?