La
primera vez que supe sobre Octavio Paz fue a través del nombre de la columna
dominical Las peras del olmo que el crítico José Miguel Oviedo tenía en el diario
El Comercio de Lima. Esto ha sido circa
1972 cuando yo estaba en el último año de la secundaria en mi natal Piura. Poco
después llegó a mis manos la
famosa antología de la poesía hispanoamericana
contemporánea de José Olivio Jiménez, en la que descubrí la poesía del gran
mexicano. En efecto, quedé deslumbrado por la magia verbal y la profundidad
humana de Piedra de sol, varias de
cuyas estancias aparecían en dicho libro. Hasta hoy recuerdo que subrayé estos
versos: “los dos se desnudaron y se amaron / por defender nuestra porción
eterna, / nuestra ración de tiempo y paraíso”. Y éstos otros: “no hay ni tú ni
yo, mañana, ayer ni nombres, / verdad de dos en sólo un cuerpo y alma,/oh ser
total”.
A partir
de entonces me di a la búsqueda de cuanto material o texto de Paz pudiera
conseguir. Se convirtió en una especie de guía spiritual para mí. En un
ejemplar de la revista Textual que
por esa época publicaba el Instituto Nacional de Cultura del Perú, encontré una
foto del poeta y la puse en la cabecera de mi solitario cuarto de poeta
adolescente. Esos fueron –como se dice- años maravillosos. Paz era citado –en
mi país- frecuentemente por lo mejor de su intelligentzia,
ya fuera Julio Ortega –brillante poeta y crítico- Enrique Verástegui –notable
joven poeta- o Rodolfo Hinostroza, quien acababa de ganar –con su libro Contra Natura- el premio internacional
de poesía Maldoror convocado por Barral Editores de Barcelona, con un jurado
presidido justamente por Octavio Paz.
Los más
jovencitos poetas de aquellos días –entre ellos mi amigo Armando Arteaga- eran
devotos del autor de Salamandra y con
ellos aprendí a amarlo cuando llegué a Lima en el ardiente verano de 1974.
Recuerdo que en la casa de Luis La Hoz –adonde llegué guiado por Arteaga-
leíamos en grupo Renga el famoso
libro colectivo de Paz. Igualmente Juan Carlos Lázaro –no se cómo- se consiguió
unos poemas del gran Ocatavio cuando era adolescente y los publicó en la
carátula de su revista Cronopio 1 en
Julio de 1974. Armando Arteaga citaba todo el tiempo Los signos en rotación y yo recien pude encontrar esta recopilación
de artículos pacianos en 1976 y fue mi biblia durante –por lo menos- tres
inolvidables años. Pero antes –en 1975- había hallado en la librería ‘Epoca’ de
Lima Las peras del olmo donde ahondé
mi conocimiento de la poesía mexicana iniciado con la lectura de algunos de los
“Contemporáneos” que figuran en el libro de Olivio Jiménez. Y –of course- proseguida en Poesía en movimiento. México, 1915-1966 debida a Paz, Alí Chumacero, Homero
Aridjis y José Emilio Pacheco, insuperada muestra del proceso de la poesía
mexicana durante gran parte del siglo XX.
Cuando
ingresé a la Universidad de San Marcos en 1975 me tocó el increíble azar de ser
estudiante de Antonio Cisneros, catedrático de poesía hispanoamericana. El gran
Toño –como a él le gustaba que lo
llamáramos- dedicó una clase completa al estudio y análisis de Piedra de sol de Octavio Paz, sobre el
cual trazó un diagrama concéntrico en la pizarrra del Repertorio Bibliográfico,
escenario de aquellas horas irrepetibles. Hacia 1977-78 se generó una fértil
amistad poética entre los jóvenes poetas de San Marcos y de la Universidad
Católica, dando orígen al grupo-revista La
Sagrada Familia. Para el segundo número de nuestro vocero –cuando ya nos
habíamos declarado marxistas- escogimos un verso de Octavio Paz como emblema:
‘Algo se prepara’ aludiendo a la inminencia de la Revolución para los pueblos
de América Latina.
Por los
días del Movimiento Kloaka (1982-1984) colectivo de neo-vanguardia que
contribuí a fundar junto a Mariela
Dreyfus, me hice de un libro paciano que me acompañaba por bares, playas y
parques donde realizábamos los aquelarres kloakistas. Se trataba de La centena (Poemas: 1935-1968) editado
por Barral en 1972. Una preciosa antología –preparada por el propio Paz- donde
descubrí textos tan intensos e importantes como Noche en claro notable re-creación de una reunión nocturna de
nuestro poeta con André Bretón y Benjamín Peret en París. Es un poema que
principia con un tono conversacional “A las diez de la noche en el Café de
Inglaterra / Salvo nosotros tres / No había nadie / Se oía afuera el paso
húmedo del otoño” y que prosigue: “Una prostituta bella como una papisa / Cruzó
la calle y desapareció en un muro verdusco” para desarrollar luego una
reflexión metafísica: “Nadie tenía sangre nadie tenía nombre / No teníamos
cuerpo ni espíritu / No teníamos cara / El tiempo daba vueltas y vueltas y no
pasaba / No pasaba nada sino el tiempo que pasa y regresa y no pasa”. Y también
otros como Viento entero que hasta
hoy mismo no deja de estremecerme cuando leo en voz alta: “El presente es
perpetuo / Los montes son de hueso y son de nieve”. Qué tal música! Me digo
para mis adentros. Y luego: “El
presente es perpetuo / 21 de junio / Hoy comienza el verano / Dos o tres pájaros / Inventan un jardín /
Tú lees y comes un durazno / Sobre la colcha roja / Desnuda / Como el vino en
el cántaro de vidrio”. Maestría del ritmo y de la elipsis.
Un libro
de Paz que no puedo dejar de mencionar es Versiones
y diversiones que –extrañamente-
llegó al páramo cultural que era mi ciudad natal Piura en la desértica
costa norte del Perú. Dulce verano juvenil de 1974. Allí descubrí a a Pessoa,
Hart Crane, WC Williams, leí por vez primera un Canto de Pound, el extra-ordinario soneto de Nerval El desdichado y poesía nórdica, china y
japonesa. Un absoluto deleite. También quisiera recordar que –por 1975- todos
los meses entraba a ‘Epoca’ sita junto al Wony
–el café bar de los poetas en la Lima de los 70s- para comprar Plural –sin duda la mejor revista
cultural del mundo hispánico cuando la
dirigía su fundador: Octavio Paz. Después Vuelta
llegaba intermitentemente.
En 2001
me trasladé a los Estados Unidos. Luego de un tiempo hube de releer El arco y la lira y Los hijos del limo para los exámenes del
doctorado, libros que configuraron nuevas revelaciones para mí. Y en uno de mis
cumpleaños aquí mi esposa Kathy tuvo la feliz idea de sorprenderme con el
obsequio de A draft of shadows con
versiones into English de Elizabeth
Bishop y Mark Strand editado por
New Directions, el famoso sello de la mejor
poesía gringa. Pero me gustaría cerrar este testimonio de mi amor y adhesión
por la poesía paciana con una historia reciente: Un día chateando en Facebook
con mi amigo el poeta mexicano Víctor Toledo, no sé cómo llegamos a hablar de
Paz. Y él me cita Arbol adentro. Yo
le respondo: “Ese libro de Octavio no lo
he leído”. “Ah, tienes que leerlo” me replica Víctor. Al día siguiente lo
encontré en la biblioteca de Temple University y me entregué durante dos días a
paladearlo.Recordé que cuando aquel libro llegó a Lima, lo vi en librerías;
pero mi vida era demasiado salvaje en esa temporada
en el infierno. Así que no pude leerlo hasta la primavera pasada en Temple.
Y fue una suerte de re-encuentro con la grandeza del genio mexicano: En un
cuaderno moleskine que tengo, leo lo que apunté: “Y fui por un instante diáfano
/ viento que se detiene. / gira sobre sí mismo y se disipa”. Para qué más.
[Roger Santiváñez, 26 de abril de 20014. A 100 años del Nacimiento. New Jersey South]