sábado, 21 de diciembre de 2024

ELOY JÁUREGUI EN LA «NAVE PERPETUA»


Hace un mes emprendiste el viaje más largo, sin retorno. Y lo hiciste sufriendo, con dolores, pero sin dejar eso que era tuyo, solo tuyo: la broma, la joda, el no dejar de sonreír, la alegría. Es que siempre fuiste la expresión más cabal e indiscutible de que el poeta no es, no tiene por qué ser, un hombre triste. Pero a nosotros, nos has dejado prácticamente desamparados. Y yo, ¿sabes una cosa?, me he quedado enfadado conmigo mismo por no haber podido encontrar lo que me pediste aquel día (hace poco, realmente), cuando me llamaste por última vez: un preparado de aceite de cannabis (o algo así) para tus dolores (no supe dónde conseguirlo, hermano, y lo lamento mucho). 

Ah, ¿recuerdas esto que escribí hace unos años, cuando publicaste tu libro «Usted es la culpable»? Aquí te lo leo, Eloycito querido:

«Creo que es cierto: Surquillo es el centro del Orbe (y además quién soy yo para negarlo). Pero, en realidad, hay muchos centros del mundo; algunos permanentes (según el ojo de cristal con que se mire) y otros que con el tiempo dejan de serlo. Tú, qué duda cabe, tienes el tuyo; los demás también: su centrolima, su molicentro, su centroizquierda, su centro iqueño, o, quién sabe, solo su ombligo como centro. Alguna vez, nuestro centro fue el Palermo, el Wony, el 444 de Ramírez Ruiz... Pero para muchos de nosotros, el primer gran centro fue esa esquina del Parque Universitario donde don Néstor vendía libros. Allí conocí a Hora Zero y la urgencia de sus palabras y supe que había unos apellidos extraños para mí (el recién bajado de Pallasca): nunca antes había conocido a nadie que se apellidara Rupay, Colán, Pimentel, Nájar, Verástegui... Jáuregui; creí que habían sido hechos especialmente para poetas. Algunos ahora me resultan más comunes y familiares que el cebiche con “ese” y “ve chica”. Ese quiosco, de un hombre bonachón con quien se podía conversar, no de las cojudeces de microbusero que son el repertorio de nuestros actuales libreros, puso en vitrina el primer dizque libro de poemas que publiqué (nada notable, nada notable), allá por el 74; nunca pregunté si se había vendido algún ejemplar, siempre nos ocupábamos de otras cosas. Pero, efectivamente, sí se había hecho, al menos, una venta; lo supe mucho tiempo después por Santiváñez que, intelectualmente curioso, adquirió aquella pobre novedad bibliográfica precisamente allí, en el quiosco del señor Jáuregui. Claro, no solo eso había allí, también se ofrecían publicaciones buenas: Harawi, por ejemplo. Ha pasado tanto tiempo. Hoy sé que nosotros también somos en alguna forma, como tú (“hijo de tu padre”), vástagos literarios de aquel bondadoso parroquiano que nos dio una ayudita para enamorarnos perdidamente de esta puta siempre virgen, la poesía, que se ha convertido en nuestro centro y, también, en la culpable (“de todas mis angustias y todos mis quebrantos”)».

Sabes que te extrañamos un montonazo, pero tú, como pa' fregar (¡siempre con la broma, caracho!), te pones imperturbable mientras viajas en aquella "nave perpetua" que se nos ocurrió inventar como un desmesurado sueño, ¿recuerdas?, para hacer rebrotar el vigoroso andar de nuestra poesía. Esa nuestra saludable locura, lamentablemente no llegó a hacerse realidad. Pero fue un lindo sueño, una alentadora esperanza, puro entusiasmo y alegría. Eloycito, tú fuiste el motor y acicate. Me pediste que redactara un texto a manera de «manifiesto». Y, en efecto, escribí alguito que, gracias a Dios, te gustó (lo hice el 11 de los octubre del 2022). (A ese sueño le habíamos dado un nombre: «La nave perpetua»). Sin duda lo recuerdas; esto es lo que redacté aquella vez:

«Porque es la hora de reencontrarnos. Y sabemos, y de esto estamos convencidos, que la poesía, que es fuego hacedor y no destructivo, habrá de unirnos, siempre. Ya no más los desencuentros por quítame estas pajas, no la confrontación inútil: hay propósitos y motivaciones exultantes que nos convocan al abrazo y la armonía. Estamos dejando atrás un episodio perverso y peligroso (los días de pandemia) que nos puso, a todos, al filo del precipicio, y ahora ya podemos ver una luz al final del túnel que nos devuelve la esperanza, el optimismo, la fe y la alegría; y hay -está en su lugar- algo que, firme, imperturbable y fecundo, seguirá dándonos energía y vitalidad y haciendo que la vida, a pesar de todo, siga siendo digna de ser vivida: y nos lo dice -en palabras de nuestro César Vallejo, con "la más aguda tiplisonancia", y nos exige, como ineludible compromiso,  reconocer y alabar "los versos anticépticos sin dueño", porque la poesía, a fin de cuentas, es eso: nuestra más aguda voz, y es, también, sanadora y es pertenencia de todos y no patrimonio privado de nadie en particular. 

Es la hora de unirnos, sin miramientos ni demora, y siempre con buena fe y sinceridad, como nos enseñó el santiaguino perpetuo al que con justicia celebramos sin reservas en este centenario de su más alta creación lírica, que es expresión de libertad plena,TRILCE. Esto es lo que dijo Vallejo: "amar, aunque sea a traición a tu enemigo"; lo que, en buena cuenta, significa, acabar con el enemigo convirtiéndolo en nuestro hermano. Es lo que queremos: hermanarnos todos y caminar juntos, incluso a pesar de nuestra diversidad 

Repetimos: Proponemos un ambicioso pero realizable sueño: integrarnos en una sola y múltiple voz: la voz de la esperanza, del optimismo y los sueños. Que la imaginación, a la que rindieron culto los rebeldes de mayo 68, y hoy nos hace más falta que nunca, se haga actitud y acción, siempre. La poesía no cambiará al mundo, tal vez, pero nos hará más humanos. Humanidad y no infamia es lo imprescindible en estos días, y por ella lucharemos con nuestra herramienta que es la palabra sin embustes ni trampas. Y los convocamos a todos, a esta guerra por la vida y no la muerte. 

Y aquí estamos nosotros. Setenteros, ochenteros y todos los poetas que han llegado y siguen llegando, merecen nuestro aprecio, respeto y admiración: todos contribuyen positivamente con su aporte invalorable. Los nuevos creadores han traído una poesía fresca y vigorosa que alimenta el suelo nutricio de nuestro universo poético: talento, emociones, cultura, inteligencia, sensibilidad e imaginación. Somos todos y aquí nos presentamos y nos damos como una ofrenda de rebeldía hacedora y no de destruccion. Recogemos lo más rico y fecundo de la tradición, y asimilamos los alentadores frutos de los creadores de ahora y del futuro. El poder de la poesía está aquí, en todos nosotros, sólido, inexpugnable, como torrente irrefrenable de agua viva. 

Y sabemos que si algo hay que le da personalidad y carácter a la poesía es, y así lo será, la ausencia de corsés, de normas, de catecismos, de prohibiciones; es que la libertad es su terreno y su única e insobornable deidad.

¡Vengan! Son los días de viajar juntos, sin reprensión y, como corresponde, con la prudencia de los justos, en esta nave perpetua que es la poesía 

Los abrazamos, desde este Perú "de metal y melancolía", y en este Perú -"al pie del orbe"-, al cual nos adherimos sin reserva alguna.

En esta "nave perpetua" que es la poesía que se convierte en carne y sigue siendo luz 

¡Viva la poesía!».

Recibe mi abrazo, Eloycito, hermano, ¡siempre!, allá donde ya no sientes dolores.

                                                       ©Bernardo Rafael Álvarez

domingo, 15 de diciembre de 2024

¿«COCOTOLOGÍA»?

Me había parecido extraño que en el Diccionario de la Lengua Española (DLE) apareciese «Tarjeta de Navidad» como significado de la palabra «Christmas». Luego de hacer las averiguaciones pertinentes, acabo de enterarme de que, efectivamente, en España es usada en ese sentido, lo que, por cierto, es legítimo. Ahora me ha surgido otra inquietud. 

Todos conocemos aquello del arte de confeccionar «pajaritas de papel», ¿verdad? Se hacen lindas figuritas de diferentes formas (no solo pajaritos) con papel (casi siempre «papel cometa») doblado varias veces. Nosotros lo conocemos mayormente como «origami» (palabra procedente del japonés), pero también se le nombra con este otro vocablo: «papiroflexia» («papȳrus», que significa papel, y «flexus», que es «doblado»).

Bueno, pues, mi inquietud es la siguiente: ¿Por qué la RAE, incorporó en el Diccionario, como nombre del arte mencionado, la curiosa expresión «cocotología» que -según tengo entendido- nunca formó parte del léxico de nuestro idioma: no fue ni es usado por los hablantes? Como sabemos, el Diccionario (me refiero, obviamente, al de la RAE) se ha hecho con este propósito (la misma Academia lo dice): recoger «el uso que los hablantes les dan o les han dado a las palabras para que otros hablantes puedan entenderlas si se encuentran con ellas» («Libro de estilo de la lengua española»). Las palabras vigentes en el uso.

Amigos que viven al otro lado del «charco», concretamente en España, me han dicho que, allá, la palabra más usual para referirse a lo que nosotros los peruanos llamamos «origami», es «papiroflexia», y me han mostrado su extrañeza por el término «cocotología», que no conocían..

¿Por qué, repito, este vocablo aparece en el Diccionario? Se encuentra en el repertorio oficial desde 1992; y, curiosamente, en esa edición no había sido aún incorporado el nombre traído del Japón, «origami», pero sí ingresó «papiroflexia». Origami recién fue «oficializado» por la Academia a partir de la edición 23 (año 2014), a pesar que desde mucho antes ya era un término usado en gran parte del territorio hispanohablante. 

Tengo la sospecha de que la inclusión de «cocotologia» en el repertorio se hizo no porque la Academia hubiese tenido información de su uso en alguna región hispanohablante (porque era imposible tal cosa), sino como un acto de reconocimiento y homenaje a don Miguel de Unamuno, al cumplirse entonces (exactamente, un día como hoy: el 15 de diciembre) sesenta años de su elección como miembro de la Real Academia Española (a la que, sin embargo, el ilustre literato y pensador no llegó a ingresar).

Claro, me preguntarán: ¿Y qué tiene que ver con esto el autor de «Niebla» y de la patética frase «Me duele España»?[1] Lo menciono por esto: porque él fue quien inventó la palabrita de marras, «cocotología», y la insertó en los apuntes que escribió acerca de su afición y gusto por doblar papeles y hacer figuritas. ¿Seguramente no le gustaban las palabras «origami» y «papiroflexia» y, por ello, prefirió crear una nueva? No, porque, como ya lo insinué, es evidente que estas palabras no existían entonces en el acervo lingüístico español. La creación del neologismo lo hizo Unamuno, uniendo la voz francesa «cocotte» (que, según dicen, es «pajarita de papel») y «-logia» (tratado o estudio).

Hago la pregunta final y concluyo: ¿Podríamos considerar correcto lo hecho por la Academia al incorporar en el Diccionario (con la marca que en este caso pareciera un eufemismo: "p. us"; o sea, poco usada) una palabra (ajena al léxico de los hispanohablantes) solo por haber sido inventada por un gran escritor; es decir, por tratarse únicamente de una simpática curiosidad literaria? 

Me respondo. Creo que no fue una decisión correcta. La Academia incurrió en lo que, digamos, sería una infracción de la norma institucional  y léxicográfica en la Corporación. Como sabemos, el repertorio oficial fue el importante aporte hecho por la RAE, desde sus primeros años,  para registrar el léxico de los hablantes (es decir, el vocabulario); no para recoger las novedades generadas por la inventiva de poetas y narradores, por más pintorescas o significativas que pudieran ser o parecer. Lo que sí hubiera sido aceptable es que el vocablo en cuestión y, naturalmente, cualquier otro creado por un escritor importante, se incluyese en un diccionario de carácter estrictamente literario, hecho para recoger voces o expresiones inventadas en el campo de la literatura; pero insertarlas en el Diccionario de la Lengua Española, no, pues este tiene otros fines. Neologismos de origen literario solo podrían ser recogidos por la Academia, en el Diccionario oficial, si comprueba,  fehacientemente, que se trata de voces que también son usadas, realmente, por los hablantes; si esto no ocurre, no. 

Por lo dicho, estimo que sería justo y conveniente que la RAE considerara la necesidad de poner atención en este asunto y que, como corresponde, cuidadosa y meticulosamente, procediese a una depuración del Diccionario oficial. Si, definitivamente, quedara demostrado (como, hasta ahora, entiendo que lo está) que «cocotologia» es una palabra no existente en el léxico del idioma español, debería ser excluida, tal vez, del Diccionario. 

Yo me permitiría sugerir a la RAE y, en efecto, aquí lo hago, que edite un diccionario literario en el que se reúnan los más significativos vocablos y expresiones que aparecen en las obras literarias como producto de la imaginación creativa de nuestros grandes escritores; sería realmente valioso. 

(Bien, lo expuesto es mi opinión, y -con todo respeto- he cumplido con darla a conocer aquí).[2] 

                                              © Bernardo Rafael Álvarez



[1] Dije que Unamuno no llegó a hacer su ingreso, como miembro, a la RAE. La frase suya que he citado, «Me duele España», revela el estado de malestar que el escritor sufrió por la situación políticamente deplorable que atravesaba su país; esa situación es lo que hizo  que no llegara a concretarse su ingreso en la Corporación.

[2] Y, claro, he presentado mi propuesta ante la docta corporación matritense.

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sábado, 7 de diciembre de 2024

EL CRUSTÁCEO LLAMADO "MUYMUY"

El MUY MUY: «Crustáceo comestible de tres a cinco centímetros de longitud, con caparazón a modo de uña, de color gris, que vive bajo la arena de la rompiente» (DLE). 

                               ***

Pregunto a los amigos: ¿La palabra «cuita» la pronuncian con la mayor fuerza de voz en la «i», o sea [kuíta]; o la pronuncian con el acento en la «u», es decir [kúyta]? Obvio, la pronuncian como en el primer caso mencionado, con el acento en la «i». Bueno, la pregunta la he hecho por lo que voy a exponer enseguida. 

Hay un crustáceo comestible de color gris, que mide de tres a cinco centímetros de longitud y vive «bajo la arena de la rompiente». Su nombre científico es «Emerita analoga», pero, en el Perú, popularmente -desde hace muchísimo tiempo-, lo conocemos como «muy muy», y, así como acabo de hacerlo, hemos escrito siempre su nombre. Sin embargo, en el Diccionario de Peruanismos -o DiPerú-, en el DLE (en la última edición y también en la del 2001) e incluso en el de Americanismos, curiosamente aparece registrado como «muimuy».

¿Por qué se les ocurrió escribirlo así, pudiendo haberlo hecho -para que se convirtiese en un nombre con una sola palabra- de esta otra manera: «muymuy»? ¿Por qué en la primera sílaba pusieron una «i» latina y solo en la segunda conservaron la «y»? La verdad es que no encuentro una respuesta que pudiera ser satisfactoria.

Veamos lo siguiente. El nombre tradicional y más antiguo del molusco mencionado es, como lo sabemos todos, «muy muy» y su pronunciación (también todos la conocemos) se da con golpes de voz similares en ambas sílabas: [múy.múy]. 

Y, claro, si a esa forma de escritura la queremos convertir en una sola palabra, lo razonable y naturalmente correcto es, simplemente, unir las dos referidas sílabas, así: «muymuy». Y su pronunciación, por cierto, será la misma del nombre escrito en dos palabras que acabamos de ver; es decir, estaremos ante una palabra con dos acentos: [múymúy]. Ya lo dije al principio de esta nota: la palabra «cuita» no se pronuncia [kúyta], sino [kuíta]. Y si escribimos «muimuy», tenemos que aceptar que su pronunciación (que no corresponde a la realidad, al uso) tiene que ser esta: [muímuy]; y que la pronunciación adecuada a la forma correcta de escribir el nombre es esta otra: [múymúy]. 

Repito: ¿Por qué se les ocurrió introducir una «i» en la primera sílaba y solo en la segunda conservar la «y»? ¿No se dieron cuenta de que -sin quererlo, naturalmente- lo que estaban haciendo era, en realidad, cambiarle de nombre al molusco también conocido popularmente como «chanchito de mar», «pulgón de mar», y «chiquiliqui»? 

Así como ocurre con la palabra «cuita», que hemos visto al principio, al escribir «muimuy» -como hacen los respetables académicos de la lengua- se está sugiriendo una pronunciación que, en la primera sílaba, resalta el acento (o mayor golpe de voz) de la segunda de sus vocales, la «i»; y, como bien sabemos, esta no es la pronunciación que se da en el uso, en la realidad; la escritura, tal como aparece en los diccionarios académicos, no es, pues, la correcta.  (Me permito agregar, como otro ejemplo, esta palabra hipotética: «cuicuy». ¿La pronunciaríamos [kúykúy]? No, ¿verdad?, pues, tal como está escrita, sonaría así: [kuíkuy]; para que suene de la otra forma, tendría que escribirse así: «cuycuy»). 

Por consiguiente, las dos formas de escritura del nombre que le corresponde al crustáceo, al que DiPerú describe como «diminuto, de antenas retráctiles, que "construye" (sic) madrigueras en la arena de la playa»- deberían ser las siguientes: «muy muy» (en dos palabras separadas, que es la forma tradicional, la más antigua, y es la que registra el Diccionario de Peruanismos -edición de 1999- del querido Juan Álvarez Vita) y esta otra (en una sola palabra): «muymuy». Definitivamente (y lo digo con absoluta convicción), no esta forma: «muimuy», que equivocadamente aparece en el Diccionario de Peruanismos (DiPerú), en el Diccionario de Americanismos y también en el Diccionario de la Lengua Española (DLE). 

Creo que se impone, pues, la necesidad de que los repertorios académicos, que acabo de mencionar, sean modificados en las entrada referida al nombre del crustáceo en cuestión. Es decir, que se reconozca el error en que se ha incurrido. 

                ¡Un abrazo!

 

© Bernardo Rafael Álvarez