Hace un mes emprendiste el viaje más largo, sin retorno. Y lo hiciste sufriendo, con dolores, pero sin dejar eso que era tuyo, solo tuyo: la broma, la joda, el no dejar de sonreír, la alegría. Es que siempre fuiste la expresión más cabal e indiscutible de que el poeta no es, no tiene por qué ser, un hombre triste. Pero a nosotros, nos has dejado prácticamente desamparados. Y yo, ¿sabes una cosa?, me he quedado enfadado conmigo mismo por no haber podido encontrar lo que me pediste aquel día (hace poco, realmente), cuando me llamaste por última vez: un preparado de aceite de cannabis (o algo así) para tus dolores (no supe dónde conseguirlo, hermano, y lo lamento mucho).
Ah, ¿recuerdas esto que escribí hace unos años, cuando publicaste tu libro «Usted es la culpable»? Aquí te lo leo, Eloycito querido:
«Creo que es cierto: Surquillo es el centro del Orbe (y además quién soy yo para negarlo). Pero, en realidad, hay muchos centros del mundo; algunos permanentes (según el ojo de cristal con que se mire) y otros que con el tiempo dejan de serlo. Tú, qué duda cabe, tienes el tuyo; los demás también: su centrolima, su molicentro, su centroizquierda, su centro iqueño, o, quién sabe, solo su ombligo como centro. Alguna vez, nuestro centro fue el Palermo, el Wony, el 444 de Ramírez Ruiz... Pero para muchos de nosotros, el primer gran centro fue esa esquina del Parque Universitario donde don Néstor vendía libros. Allí conocí a Hora Zero y la urgencia de sus palabras y supe que había unos apellidos extraños para mí (el recién bajado de Pallasca): nunca antes había conocido a nadie que se apellidara Rupay, Colán, Pimentel, Nájar, Verástegui... Jáuregui; creí que habían sido hechos especialmente para poetas. Algunos ahora me resultan más comunes y familiares que el cebiche con “ese” y “ve chica”. Ese quiosco, de un hombre bonachón con quien se podía conversar, no de las cojudeces de microbusero que son el repertorio de nuestros actuales libreros, puso en vitrina el primer dizque libro de poemas que publiqué (nada notable, nada notable), allá por el 74; nunca pregunté si se había vendido algún ejemplar, siempre nos ocupábamos de otras cosas. Pero, efectivamente, sí se había hecho, al menos, una venta; lo supe mucho tiempo después por Santiváñez que, intelectualmente curioso, adquirió aquella pobre novedad bibliográfica precisamente allí, en el quiosco del señor Jáuregui. Claro, no solo eso había allí, también se ofrecían publicaciones buenas: Harawi, por ejemplo. Ha pasado tanto tiempo. Hoy sé que nosotros también somos en alguna forma, como tú (“hijo de tu padre”), vástagos literarios de aquel bondadoso parroquiano que nos dio una ayudita para enamorarnos perdidamente de esta puta siempre virgen, la poesía, que se ha convertido en nuestro centro y, también, en la culpable (“de todas mis angustias y todos mis quebrantos”)».
Sabes que te extrañamos un montonazo, pero tú, como pa' fregar (¡siempre con la broma, caracho!), te pones imperturbable mientras viajas en aquella "nave perpetua" que se nos ocurrió inventar como un desmesurado sueño, ¿recuerdas?, para hacer rebrotar el vigoroso andar de nuestra poesía. Esa nuestra saludable locura, lamentablemente no llegó a hacerse realidad. Pero fue un lindo sueño, una alentadora esperanza, puro entusiasmo y alegría. Eloycito, tú fuiste el motor y acicate. Me pediste que redactara un texto a manera de «manifiesto». Y, en efecto, escribí alguito que, gracias a Dios, te gustó (lo hice el 11 de los octubre del 2022). (A ese sueño le habíamos dado un nombre: «La nave perpetua»). Sin duda lo recuerdas; esto es lo que redacté aquella vez:
«Porque es la hora de reencontrarnos. Y sabemos, y de esto estamos convencidos, que la poesía, que es fuego hacedor y no destructivo, habrá de unirnos, siempre. Ya no más los desencuentros por quítame estas pajas, no la confrontación inútil: hay propósitos y motivaciones exultantes que nos convocan al abrazo y la armonía. Estamos dejando atrás un episodio perverso y peligroso (los días de pandemia) que nos puso, a todos, al filo del precipicio, y ahora ya podemos ver una luz al final del túnel que nos devuelve la esperanza, el optimismo, la fe y la alegría; y hay -está en su lugar- algo que, firme, imperturbable y fecundo, seguirá dándonos energía y vitalidad y haciendo que la vida, a pesar de todo, siga siendo digna de ser vivida: y nos lo dice -en palabras de nuestro César Vallejo, con "la más aguda tiplisonancia", y nos exige, como ineludible compromiso, reconocer y alabar "los versos anticépticos sin dueño", porque la poesía, a fin de cuentas, es eso: nuestra más aguda voz, y es, también, sanadora y es pertenencia de todos y no patrimonio privado de nadie en particular.
Es la hora de unirnos, sin miramientos ni demora, y siempre con buena fe y sinceridad, como nos enseñó el santiaguino perpetuo al que con justicia celebramos sin reservas en este centenario de su más alta creación lírica, que es expresión de libertad plena,TRILCE. Esto es lo que dijo Vallejo: "amar, aunque sea a traición a tu enemigo"; lo que, en buena cuenta, significa, acabar con el enemigo convirtiéndolo en nuestro hermano. Es lo que queremos: hermanarnos todos y caminar juntos, incluso a pesar de nuestra diversidad
Repetimos: Proponemos un ambicioso pero realizable sueño: integrarnos en una sola y múltiple voz: la voz de la esperanza, del optimismo y los sueños. Que la imaginación, a la que rindieron culto los rebeldes de mayo 68, y hoy nos hace más falta que nunca, se haga actitud y acción, siempre. La poesía no cambiará al mundo, tal vez, pero nos hará más humanos. Humanidad y no infamia es lo imprescindible en estos días, y por ella lucharemos con nuestra herramienta que es la palabra sin embustes ni trampas. Y los convocamos a todos, a esta guerra por la vida y no la muerte.
Y aquí estamos nosotros. Setenteros, ochenteros y todos los poetas que han llegado y siguen llegando, merecen nuestro aprecio, respeto y admiración: todos contribuyen positivamente con su aporte invalorable. Los nuevos creadores han traído una poesía fresca y vigorosa que alimenta el suelo nutricio de nuestro universo poético: talento, emociones, cultura, inteligencia, sensibilidad e imaginación. Somos todos y aquí nos presentamos y nos damos como una ofrenda de rebeldía hacedora y no de destruccion. Recogemos lo más rico y fecundo de la tradición, y asimilamos los alentadores frutos de los creadores de ahora y del futuro. El poder de la poesía está aquí, en todos nosotros, sólido, inexpugnable, como torrente irrefrenable de agua viva.
Y sabemos que si algo hay que le da personalidad y carácter a la poesía es, y así lo será, la ausencia de corsés, de normas, de catecismos, de prohibiciones; es que la libertad es su terreno y su única e insobornable deidad.
¡Vengan! Son los días de viajar juntos, sin reprensión y, como corresponde, con la prudencia de los justos, en esta nave perpetua que es la poesía
Los abrazamos, desde este Perú "de metal y melancolía", y en este Perú -"al pie del orbe"-, al cual nos adherimos sin reserva alguna.
En esta "nave perpetua" que es la poesía que se convierte en carne y sigue siendo luz
¡Viva la poesía!».
Recibe mi abrazo, Eloycito, hermano, ¡siempre!, allá donde ya no sientes dolores.
©Bernardo Rafael Álvarez