lunes, 21 de diciembre de 2020

¿QUÉ SERA DE SU FALDA DE FRANELA?

 

Antenor Orrego, su pata del alma, le puso, como certera chapa, "Korriskoso", en alusión a sus altas dotes de conquistador. Aquí los nombres de solo siete de las chicas a las que habría encandilado pasionalmente: Martina Gordillo Peláez, Otilia Vallejo Gamboa, Gabina Salamanca López, Rita Deza, Rita Uceda Callirgos, Otilia Villanueva Pajares y Deidamia García Zavaleta. ¿Una de ellas (¿o las siete?) fue la que el poeta eternizó anónimamente (¿o se dice "seudónimamente"?😆) como la "andina y dulce Rita de junco y capulí", en ese bellísimo y muy famoso poema titulado "Idilio muerto" que forma parte de su primer libro, "Los heraldos negros", y acerca del cual Antonio Cisneros hizo un comentario infeliz? De todas, una de las más votadas por los hacedores de conjeturas fue aquella de quien Miguel Pachas -biógrafo del poeta- dice, como Dina Páucar cuando canta, que era "blanca como la nieve": Otilia Villanueva Pajares (la de "en sus venas otilinas": poema VI de "Trilce"). La otra -que igualmente se llamó Otilia- fue la sobrina del poeta, su amor incestuoso: Otilia Vallejo Gamboa, a quien también se refiere Stephan Hart. Un nieto de la primera de las siete nombradas en la lista, afirmaba que fue ella, su abuela, la chica aludida (la que «Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje, / y al fin dirá temblando: "¡Qué frío hay... Jesús!"»): es decir, Martina Gordillo Peláez. Pero doña Alfonsina Barrionuevo, que hace veintisiete años conversó con don Oswaldo Vásquez Vallejo, sobrino del poeta, ante la consabida pregunta recibió de él, enfáticamente y sin dudas ni murmuraciones, la respuesta que pareció haberla convencido: que la "andina y dulce Rita de junco y capulí", había sido la buenamoza que aparece aquí, en la fotografía que acompaña a este texto, Deidamia García Zavaleta. Efectivamente, lo afirmado por el paisano del vate podría parecer lo más convincente pues, según él, la misma Deidamia le había contado algunos detalles: entre otros, que Vallejo le enviaba poemas al colegio en que ella estaba internada, y que incluso le hizo llegar el poema de marras que, por cierto, medio que la incomodó por lo del nombre, pues no era el suyo el que allí puso el vate, pero -aun así- amorosamente lo guardó "en el oratorio de la hacienda El Paival", hasta que terminó desapareciendo sabe Dios cómo y por qué. Bueno, al respecto yo me pregunto: ¿Un poema de amor para Deidamia -a la que el poeta tenía relativamente cerca- por qué hubo de ser escrito con una interrogante de entrada referida a una mujer ausente ("Qué estará haciendo..."), y que -para remate- hable de un "idilio muerto"? Resulta, por decir lo menos, demasiado caprichoso, ¿verdad? Sea como fuere, lo cierto es que la madeja aún sigue enredada. ¿Podremos algún día, por fin, aclarar el enigma vallejiano llamado Rita? Dificilazo, realmente. ¡Ah, nuestro amado e inmortal cholo Vallejo! Qué ganas de ponernos de vuelta y media, caracho: con sus extraordinarios poemas, con el título de uno de sus más celebrados libros, con su "tahuashando" y, por último, ¡hasta con sus musas! Poeta es poeta, pue. Incorregibles hasta la pared de enfrente, y sin remedio; pero, eso sí, de carne y hueso, pero no con alas, como -según parece- creía Sócrates, el filósofo que jamás olvidó sus deudas (¿conocían sus últimas palabras?: “Acuérdate, Critón, que le debemos un gallo a Asclepio”).                                                                                                                                                              

                                   © Bernardo Rafael Álvarez


                                      ***

El poema: 


                        IDILIO MUERTO  

Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita de junco y capulí;

ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita

la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.

Dónde estarán sus manos que en actitud contrita

planchaban en las tardes blancuras por venir;

ahora, en esta lluvia que me quita

las ganas de vivir.

Qué será de su falda de franela; de sus

afanes; de su andar;

de su sabor a cañas de mayo del lugar.

Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,

y al fin dirá temblando: «Qué frío hay... Jesús!»

y llorará en las tejas un pájaro salvaje.