El
poema se titula “Me sobra el corazón” y dice: Hoy estoy sin saber yo no sé
cómo,/ hoy estoy para penas solamente,/ hoy no tengo amistad,/ hoy solo tengo
ansias/ de arrancarme de cuajo el corazón/ y ponerlo debajo de un zapato.// Hoy
reverdece aquella espina seca,/ hoy es día de llantos de mi reino,/ hoy
descarga en mi pecho el desaliento/ plomo desalentado.// No puedo con mi estrella./ Y me busco la muerte por las manos/
mirando con cariño las navajas,/ y recuerdo aquel hacha compañera,/ y pienso en
los más altos campanarios/ para un salto mortal serenamente.// Si no fuera ¿por
qué?... no sé por qué,/ mi corazón escribiría una postrera carta,/ una carta
que llevo allí metida,/ haría un tintero de mi corazón,/ una fuente de sílabas,
de adioses y relatos,/ y ahí te quedas,
al mundo le diría.// Yo nací en mala luna./ Tengo la pena de una sola pena/ que
vale más que toda la alegría.// Un amor me ha dejado con los brazos caídos/ y
no puedo tenderlos hacia más./ ¿No veis
mi boca qué desengañada,/ qué inconformes mis ojos.// Cuánto más me contemplo
más me aflijo:/ cortar este dolor ¿con qué tijeras?// Ayer, mañana, hoy/
padeciendo por todo/ mi corazón, pecera melancólica,/ penal de ruiseñores
moribundos.// Me sobra corazón.// Hoy descorazonarme,/ yo el más corazonado de
los hombres,/ y por el más, también el más amargo.// No sé por qué, no sé por
qué ni cómo/ me perdono la vida cada día (1).
Este
es el poema, que al escucharlo, porque así fue la primera vez que llegó a mí, me dejó un intenso sabor a Vallejo. Sin embargo,
reflexionando, no tiene un estilo, digamos, notoriamente vallejiano; aun cuando
hay algunas palabras que anidan en la poesía del santiaguino con relativa
frecuencia: Corazón, zapato, esas
interrogantes: no sé por qué, “yo no sé”,
dolor, “yo nací”, tintero, muerte. Y, claro, ese dolor en esencia, ese
sufrimiento tan vallejiano y esa consistente porción de ternura a pesar de todo.
Corazón es una palabra, en general, grata para los poetas (y hasta me atrevería a
decir que ellos lo hicieron fábrica de
lo más humanos sentimientos). Quizá por eso Vallejo en Los heraldos negros imagina en un
poema a su corazón como horno para
elaborar pedacitos de pan fresco para repartir a todos (2), y ve también, su
corazón, humildemente, como un niño, yendo por un camino (blanco y curvo) a pie
(3). Y sospecha que Dios, que como un
enamorado es bueno y triste, debe dolerle mucho el corazón (4). Y, claro, santiaguino como es, habla, en “Poemas humanos” de una dulzura
“corazona”, adjetivo, este, frecuente en
el habla de su tierra (5,6).
Yo nací en mala luna dice el poeta de
Orihuela (1). Yo nací un día que Dios estuvo enfermo dice el poeta de Santiago
de Chuco (7).
La intensidad del dolor que trasunta el
autor de Perito en lunas me traslada
a “ Voy a hablar de la esperanza”, de Poemas
en prosa de Vallejo: Yo no sufro este
dolor como César Vallejo. Yo no me
duelo ahora como artista, como hombre ni como simple ser vivo siquiera (…) Hoy
sufro desde más abajo. Hoy sufro solamente. (…)
Si hubiera muerto mi novia, mi
dolor sería igual. Si me hubieran cortado el cuello de raíz, mi dolor sería
igual. Si la vida fuese, en fin, de otro
modo, mi dolor sería igual. Hoy sufro desde más arriba. Hoy sufro solamente (8).
La
muerte también es aludida por Vallejo reiterativamente a lo largo de toda su
obra poética.
No
tengo información de un encuentro entre
César Vallejo y Miguel Hernández aunque es muy posible que se haya dado y hasta
que se hayan leído mutuamente (Antonio Moreno Ayora dice que debieron conocerse
a finales de 1936). No hay duda, sin embargo, de la gran amistad de Hernández
con Neruda. En “Llamo a los poetas”, poema del El hombre acecha, libro
escrito entre 1937- 1938, dedicado al
chileno, enumera a un grupo extenso
de poetas: Neruda, Aleixander,
Alberti, Machado, Juan Ramón, León
Felipe, Lorca. Etc.; pero no está Vallejo.
“Me sobre el corazón” fue escrito entre
1935 y 1936.
Por
otra parte, aun cuando César Vallejo era 18 años mayor que Miguel Hernández, tiene con
él cosas comunes: La infancia y adolescencia pueblerina del poeta peruano transcurrió
en una ciudad serrana de gran influencia española y fuertemente vinculada a la
vida rural, a la naturaleza. Esto explica sus versos poblados de alfalfares, cebadales,
álamos, bueyes, viejos pastores, en fin
de frases como “balarán mis versos en tu predio”, en especial en su primer
libro, Los heraldos negros; también
Vallejo sufrió carcelería ( Y otro dijo:/
-El momento más grave de mi vida fue en una cárcel del Perú ) (8) y,
finalmente, terminó militando en el
bando de los partidarios de la República española y tomando parte de la guerra
civil ( si la madre/ España cae –digo, es un decir-/ salid niños del mundo; id a buscarla!...)(9). Pero lo más saltante
de ambas obras es el dolor que las inunda. Dolor que no es dolor de un solo
hombre, es el dolor de la especie, frente
al que no cabría, sino, repetir los versos de “A la noche” del enorme Salvatore
Quasimodo: De tu matriz/ emerjo
desmemoriado/ y lloro // (…) Tu primer hombre/ no sabe, pero sufre. (10).
Nada
más.
Trujillo, 31 de mayo de 2015.
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*Ángel Gavidia Ruiz, poeta y narrador
nacido en Santiago de Chuco (Distrito de Mollebamba), es autoir –entre
otros libros- de La soledad y otros paisajes, Un gallinazo volando en la
penumbra y Fuera de valija, Aquellos pájaros y El molino de penca. Es médico de
profesión.