(Mario
Benedetti)
¿Debería
decir “¡cangrejos, zote!”?
Si
lo que estoy escuchando es su llamado, voy.
Si
solo es señal de la puerta del abismo, me acerco.
No
me opongo a la luz,
no
peleo con la sombra.
Ni exijo un puñado de tierra. Solo canto y sonrío.
Rechazo
la lágrima, prefiero el aguacero.
Y que el horizonte sea un espejo que convierta al cielo en un eco de trueno
y
al mar en una mirada infinita.
Flores
no, prefiero los pétalos de la libertad y la alegría.
Que
el mundo siga girando
y
se agite como pañuelo, como un saludo,
tercamente,
como un homenaje al universo
y
al fuego.
Mi edad genital, triple, queda, fecunda, medio fracturada, permanece.
¿Qué
es una guadaña? Solo una herramienta:
siega
la ceguera y la hierba mala. La vida
continúa
como dispersión de capullos
y
bosque de cactus
carnosos
y siempre húmedos.
Ya
en el cielo como en el infierno.
Y
en la tierra es un sembrío de sueños
y
perplejidades,
pero
cada día amanece soleado y fresco
como
una bendición.
Como
un poema aún sin dientes.
Y
eso me hace feliz,
a
pesar del camino y su descanso inesperado.
Amén.
(8 de marzo, 09:19 a.m.)